James nos lee a Nelly y a mí fragmentos de información sobre el virus mientras esperamos a Penny en mi cubículo. Me suena el móvil. Oigo hablar a mi hermano antes de que me dé tiempo a llevarme el teléfono a la oreja.
―¿Cass? ¿Estás ahí? ―Parece preocupado.
―¡Hola, Eric!
―¿Estás bien?
―Estoy perfectamente. Perfectamente. ¿Por qué?
―He tenido que llamarte ocho veces porque no entraba la llamada. Están diciendo que Nueva York está atestado de contagiados. Como cien mil enfermos o así.
―Por aquí están diciendo que veinte mil y que los están mandando en autobuses a centros de tratamiento. ¿Dónde has oído esa cifra?
Pienso en la estimación de antes, cincuenta mil a mediodía. Son casi las tres.
―Hace cinco minutos. En la CNN. Han hecho su propio cálculo según lo que veían en helicóptero. Y justo después de que lo dijeran la imagen ha fundido a negro.
―¿En serio? ¿Estás seguro de que han cerrado la CNN?
Al oírlo, Nelly y James levantan la vista.
―Eso es lo que parecía. Cass, deberíais iros al apartamento, tíos. Tenéis las provisiones de papá, en caso de que no podáis salir por un tiempo.
―Pensábamos irnos allí al salir del trabajo. Julio nos ha dejado marcharnos antes, pero estamos esperando a Penny.
Hay material de acampada y comida en el sótano del apartamento en el que nos criamos. La casera se empeñó en que yo me mudara allí cuando murieron mis padres.
―Eric, ¿y tú qué? ¿Cómo van las cosas en Pensilvania?
Mi hermano se muestra siempre tan seguro de sí mismo que a veces se me olvida preocuparme por él.
―Dicen que ha habido algunos contagios, pero, ya sabes, esto es muy rural. Rachel y yo no nos vamos a mover de casa en todo el fin de semana. Tengo un par de latas de comida extra ―bromea.
Río. Siempre está anticipándose a las emergencias, como hacía papá.
―Cass, ha llamado el hermano de Rachel y nos ha dicho que no puede salir de su casa en Filadelfia.
―¿Cómo que «no puede»?
―Demasiados contagiados en la calle. No puede ni salir. Están atacando a la gente y la policía no hace una mierda. Si la cosa empeora, igual deberías irte a la cabaña. Es lo que voy a hacer yo también. Si no podemos volver a hablar, nos vemos allí. Prométemelo, Cassie.
Eric sabe que no voy a incumplir una promesa.
―Eric ―le digo con cautela―, no te lo puedo prometer. Estoy convencida de que en el apartamento estaremos bien. Además, ¿cómo iba a llegar hasta allí? ¿En metro? ―añado, intentando quitarle hierro al asunto recordándole que no tengo coche, que ninguno de nosotros tiene.
―¡Lo digo en serio, joder! ―dice. Parece asustado. A Eric no lo asusta nada. Es la angustia de su voz lo que me hace seguir escuchándolo―. Ya sabes lo que hay que hacer. Eres resolutiva. No te pongas cerebral. Cass, esto me da muy mala espina.
Guardo silencio. En efecto, estoy pensando demasiado. Mi padre solía decir que nada te mata antes que hacer caso omiso de tu instinto. Cien mil personas. Eso son cinco Madison Square Gardens. Cinco Madison Square Gardens de personas deambulando por ahí como perros rabiosos.
―Te lo prometo, E. Si la cosa se pone fea, me voy.
Suelta de pronto un suspiro.
―Vale. Te quiero, Cass. Hasta el fin del mundo.
―Y después. Te quiero. Hablamos luego, ¿vale?
Les cuento a Nelly y a James lo que me ha dicho Eric y nos acercamos a la tele, pero, en el canal donde debería estar la CNN, hay un aviso de problemas técnicos de Time Warner Cable. James cambia a las noticias de NY1, que, por lo menos, siguen emitiendo. Dicen que la situación en el oeste se está resolviendo y que se espera que el lunes haya desaparecido el virus en todo el país.
―Menuda chorrada ―dice James.
―¿Qué es una chorrada? ―pregunta Penny, que entra cargada con su bolso.
―Que esto se habrá terminado el lunes ―contesta James―. CNN ha dejado de emitir.
―¿En serio? Pero otras cadenas siguen emitiendo ―dice Penny, extrañada y señalando la tele.
―Igual solo las que dicen las verdad ―tercio yo, a lo que Nelly reacciona enarcando una ceja―. Acabo de hablar con Eric y me ha dicho que hay más contagios de los que están diciendo. Me ha hecho prometerle que me iré a la cabaña de mis padres si la cosa se pone fea.
Penny echa un vistazo alrededor mientras asiente con la cabeza; luego mira el móvil y recuerda algo.
―He vuelto a escribir a mi madre para decirle que vamos a tu apartamento, pero antes tengo que pasar por casa. Ana le ha dejado un mensaje en el buzón de voz. El móvil ni le ha sonado. Por lo visto iba para casa al salir del trabajo, pero se ha olvidado las llaves. No consigo avisarla de que vaya mejor a la tuya.
Ana es su hermana pequeña. Siempre se deja las llaves en casa, a pesar de que ya tiene veinticinco años, y espera que haya alguien en casa para abrirle la puerta, del mismo modo que espera que todo el mundo haga su voluntad. En circunstancias normales, Penny no iría a casa corriendo por ella, pero hoy es distinto.
―Pues vamos a tu casa y luego a la mía ―digo, como si no hubiera problema, pero me imagino una calle de Filadelfia en la que no puedes salir de casa y me da un escalofrío.