De pie en mi cuarto, con los puños apretados, oigo a Penny y a Ana trasladar nuestras cosas a la puerta del apartamento. Me calzo mis viejas botas de piel y tiro las zapatillas de ir por casa dentro del armario con más fuerza de la necesaria. Con el miedo y el sudor, se me ha encrespado aún más el pelo, así que me hago dos largas trenzas castañas. No quiero ver a Peter, pero no puedo encerrarme aquí. Voy al salón y me planto delante de la tele, ignorando sus miradas asesinas desde el sofá.
El virus está bajo control, dice el presentador. Ahora que sé que mienten, entiendo por qué la gente sigue en casa, esperando a que pase todo. Salvo que investigues bien, no hay más que buenas noticias.
Están activando el toque de queda, aparentemente para evitar el pillaje. Eso significa que las carreteras estarán despejadas y que, si no nos detienen, podríamos conseguir salir. Muestran la ubicación de más centros de tratamiento. Imagino fosas comunes. Empiezo a dar golpecitos en el suelo con la bota. No sabemos a qué hora van a volar los puentes y a medianoche ya es oficialmente mañana. Oigo que se cierra de golpe la puerta de un vehículo a la entrada. Son Nelly y James con la furgoneta azul.
Corro a la puerta.
―¿Qué tal? ¿Cómo ha ido?
―No demasiado mal ―contesta Nelly―. Al volver la esquina, nos hemos dado de bruces con uno. Nos ha dado un susto que te cagas, pero James y yo lo hemos tumbado con los bates ―dice, imitando el golpe con el bate, y luego se pone blanco.
―Uf ―digo al recordar el chasquido del metal en la cabeza del de las gafas de aviador.
―Sí ―tercia James, al que ya no parece entusiasmarle tener un subidón de testosterona―, ha sido bastante asqueroso. Cuando volvíamos con la furgo, nos ha parecido ver un grupo enorme de ellos. Atravesar Queens parece imposible. Tenemos que irnos ya, mientras las calles de esta zona sigan despejadas.
El otro único plan posible es el Verrazano a Staten Island y luego cruzar a Jersey. No han visto muchos coches. La gente sigue en su casa, haciendo lo que les han dicho. Por eso van a volar los puentes esta noche, seguramente. Mañana empezará a cundir el pánico y, para entonces, será demasiado tarde.