CAPÍTULO 38

Tenemos un esbozo de plan. Salimos al rayar el día. Habrá que separarse enseguida porque vamos en distintas direcciones. Creo que los Washington no lo tienen mal: pueden ir por carreteras secundarias y apartadas. Nosotros vamos a cruzar el Hudson por la base del parque y seguir por una red de carreteras secundarias también.

Después de quince minutos de deliberación masculina, Nelly, Henry y James han decidido cuál es el mejor sitio para encontrar leña pequeña y nuestra fogata ya arde. Dottie insiste en compartir con nosotros las hamburguesas que les quedan, ya descongeladas. Cuando protestamos, nos recuerda en un tono muy de «a mamá no le discutas» que la carne se va a poner mala. Río con disimulo cuando Nelly murmura «Sí, señora», a pesar de que no es mucho mayor que nosotros.

Hank y Corrine observan el trajín de la recogida con caras tristes desde su sitio junto al fuego. Parece que hubieran visto el mundo por primera vez y hubiera resultado ser una mierda mayor de lo que pensaban. Y tienen razón: el mundo ha pasado de ser medio mierda a una mierda de proporciones nunca vistas. Guardo las últimas cosas en la mochila y cierro la cremallera. Luego vuelvo a sacar un par de cosas y voy a sentarme a su lado.

―¿Ya lo habéis recogido todo, chicos? ―pregunto.

Corrine se encoge de hombros y mira el fuego, mordiéndose el labio para que deje de temblarle. Hank, que está afilando la punta de su nuevo palito para tostar nubes de azúcar, levanta la cabeza y me dedica una sonrisa muy seria.

―Yo estoy listo. ¿Tú?

Sonrío.

―Todo lo lista que se puede estar, pero he pensado que igual necesitáis algo que os ayude a sobrevivir en el bosque y quiero daros esto ―digo, ofreciéndoles el libro de supervivencia en la naturaleza y el arco de fricción.

A Hank le brillan los ojos y coge la bolsa con reverencia.

―¿En serio? ¿Nos lo podemos quedar?

―No, Hank ―tercia Corrine, se lo quita a su hermano y me lo da a mí―. No podemos aceptarlo. Se lo regaló su padre, es especial.

―Por eso os lo doy a vosotros. Es especial, sí, pero vosotros también. Quiero que lo tengáis. Hay otro en la cabaña, además de montones de encendedores y cerillas. Vosotros lo podríais necesitar, así que es vuestro. Y el libro también. Me ofenderé mucho si no los aceptáis.

Corrine se ríe del mohín que hago, coge el libro y se inclina para abrazarme.

―Ojalá fuéramos con vosotros ―susurra.

La abrazo fuerte.

―Sí, cielo, ojalá.