CAPÍTULO 87

―Necesitamos blancos en movimiento ―dice Ana.

Miro de reojo a Peter, que está cortando leña, pero me da que va a ser más prudente tener la boca cerrada, así que me limito a asentir. Con tanto trabajo al aire libre, su piel, antes tostada, es ahora de color canela. La cubre una capa de sudor que le da brillo, a diferencia de los ríos de antiestético sudor que genera mi cuerpo. Se ha empeñado en dominar todas las armas habidas y por haber y no hay manera de seguirle el ritmo.

―No, gracias ―dice Penny, que está descansando en el césped. Ella se esfuerza, pero es demasiado blanda. Además, las gafas le resbalan con el sudor. La tierna y tranquila Penny no está hecha para este mundo, y me asusta―. Al menos sé disparar ―añade.

La recuerdo disparando por la puerta trasera aquella noche y se me pasa un poco la preocupación. Vuelvo a coger el carnicero y ataco. Me arde el muslo de lo que debe de ser la centésima estocada de hoy.

―Sí ―le digo a Ana―, tampoco exageremos. A mí me vale con practicar al aire y en madera.

―Ya sabéis por qué lo digo ―insiste Ana, como si, en realidad, no lo estuviera deseando.

―Sí, lo sabemos ―contestamos Penny y yo a la vez, y nos echamos a reír.

Se acerca Peter con la camiseta pegada al cuerpo y Penny enarca las cejas, admirada de lo que se esconde debajo, y sonríe cuando yo pongo los ojos en blanco.

―Oye ―le dice a Ana―, ¿me dejas que te enseñe una cosa que John me ha enseñado a mí?

―Claro ―contesta ella.

Se coloca detrás de ella y sujeta el mango del carnicero poniendo sus manos encima de las de ella.

―Así ―dice, haciéndole levantar los brazos―. Seguramente tendrás que subirlo un poco para acertar en el cuello. ―Ella se recuesta en él y los brazos de Peter la rodean más tiempo del necesario. Él me mira de reojo, le da una palmada en el hombro a Ana y se aparta―. Eso es ―añade volviéndose hacia mí―. ¿Quieres que te enseñe?

―No, gracias ―contesto―. Tengo ojos, ya lo he visto.

Nos miramos, yo a él con frialdad y dureza hasta que por fin se encoge de hombros y vuelve a la leñera.

―¿No os podéis llevar bien? ―espeta Ana meneando la cabeza.

Hago un gesto de indiferencia.

―Vamos a seguir entrenando.