Espero a que Peter se quede a solas en los escalones del porche, tallando un palito, y me obligo a acercarme adonde está sentado.
―¿Estás aprendiendo a tallar? ―pregunto e intento sonreír.
―No sé, puede ―dice soltando el palito y poniéndose a la defensiva―. ¿Eso merece tu aprobación? ―añade exasperado.
Resisto la tentación de largarme hecha una furia. Llevo un mes sin decirle una sola palabra agradable, ¿cómo va a saber que eso es lo que me propongo ahora?
―No pretendía… Peter, siento haberte tratado tan mal. ―Lo digo todo de golpe y la voz se me quiebra al final. Levanta la vista de la navaja con un ceño fruncido que se suaviza cuando me ve la cara. Señalo los escalones y me hace sitio para que me siente. Por las tardes, esta parte está a la sombra y hace fresco. He rescatado las flores de mi madre de su lamentable estado y, antes de continuar, aprovecho para inhalar una bocanada de aire fresco y perfumado―. No he sido justa contigo. Sé que te has esforzado y que yo te lo he puesto más difícil. No he hecho más que autocompadecerme en vez de agradecer todo esto ―digo señalando con la mano el bosque y la casa, incluso a él.
Recoge el palito y le da vueltas con ambas manos; luego me mira de reojo con una sonrisa de medio lado.
―Te vas a copiar de mí ―dice―. Yo también lo siento, ¿sabes? No sé por qué, pensaba que podía librarme de decírtelo. Tampoco sé por qué me costaba tanto hacerlo ―añade y menea la cabeza.
Me encojo de hombros.
―Estabas cabreado conmigo. No he hecho muy bien las cosas, ¿no?
―Mejor que yo ―dice como si fuéramos dos críos discutiendo.
Sonrío.
―A ver, la ruptura podría haber sido menos brusca. Lo siento.
Ahora se encoge de hombros él.
―Se veía venir desde hacía tiempo.
―¿Lo sabías?
―No estoy tan ciego, ¿sabes? Tenía claro que terminarías cortando conmigo tarde o temprano. Solo que aguanté todo lo que pude. Pensé que quizá en algún momento… Pero, después de aquella noche, ¿la de antes de la fiesta? ―Asiento. Así que estaba despierto―. Después de eso, ya era cuestión de tiempo. Me sorprende que tardara tanto como tardó.
―Bueno ―digo―, no se me da muy bien romper con la gente.
«Salvo con uno.» Sé que sabe qué estoy pensando. Estoy segura de que Ana le ha contado la historia completa.
―¿Puedo decir algo? ―pregunta con cautela―. Es sobre el que empieza por A.
Suspiro entrecortadamente.
―Claro. No te cortes.
―Sé lo que dijo por radio, pero creo que lo estás interpretando mal. Diste por sentado que no hablaba de ti, pero ¿y si hablara «para» ti?
―¿Cómo?
Peter ha perdido la cabeza. No había mensaje oculto en las palabras de Adrian.
―Igual no le apetecía sincerarse por radio con alguien que piensa que no lo echa de menos, pero puede que dijera que no había nadie más para que tú lo supieras, por si estabas escuchando. Cassie, piénsalo: «No hay nadie más».
Miro a Peter como si fuera la primera vez que lo veo. Puede que tenga razón. No que fuera un mensaje, sino en que lo he estado interpretando mal. «No hay nadie más.» A lo mejor aún tengo una oportunidad. Y una vocecilla interior me recuerda que conozco a Adrian, que él jamás habría hablado por radio voluntariamente, habría mandado a Ben o a cualquier otro. A lo mejor quería que yo oyera su voz. Por si acaso. Es una chispa minúscula de esperanza y no voy a dejar que se apague, pero tampoco que me consuma. Puede que algún día lo sepa.
―¿Cuándo te has vuelto tan astuto? ―pregunto.
Sonríe y pone esa cara de autosuficiencia tan suya, esta vez fingida.
―Hace nada ―reconoce y vuelve a bajar la vista al palito―. Desde Bits y aquella noche horrenda.
―Siento lo que dije, Peter. Eso de que nadie te quiere. No es cierto, ¿sabes? Y Bits…, Bits te quiere con locura.
―Y yo siento habernos puesto a todos en aquella situación, aunque nunca podré lamentar de verdad lo ocurrido, porque gracias a eso salvamos a Bits. ―Asiento. Yo también lo he pensado―. Me recuerda a mi hermana pequeña. Tenía nueve años cuando mis padres y ella murieron. ―Retuerce el palo con manos temblonas y me mira de reojo―. Nunca le he contado esto a nadie ―dice con un suspiro―: la noche en que murieron mi hermana iba a una fiesta de cumpleaños en unos recreativos de esos, ya sabes, de los que tienen Skee-Ball y cosas de esas.
»Vivíamos en Westchester. No estábamos forrados ni nada. Mi abuela era de esas personas a las que solo les importa el dinero y mi padre se había desentendido de ella. La veíamos en vacaciones. Él era abogado y ganaba bien. Éramos felices.
Sonríe y mira fijamente los árboles del otro lado del camino de acceso a la casa.
―Así que esa noche Jane, mi hermana, quiso que yo fuera con ella. Prácticamente me lo suplicó, pero a mí no me apetecía que nadie de clase me viera con un puñado de críos de nueve años y ya era mayor para quedarme solo en casa. Por eso le dije que ni hablar, y se fueron los tres. La siguiente vez que los vi fue en su funeral.
»En el velatorio, oí a la gente hablar del accidente. Mis padres habían muerto en el acto, pero lo que todos me habían ocultado era que mi hermana no. Debió de quedarse atrapada en el asiento, porque murió por inhalación de humo del incendio. Tenía las uñas ensangrentadas, como de haber estado intentando soltarse, pero el coche estaba tan retorcido que no pudo soltar el cinturón. A lo mejor, si yo hubiera estado allí, habría podido sacarla. Pero fui un egoísta.
Gira el palito cada vez más rápido. Le cojo la mano con la mía. Lleva años cargando con esto, furioso consigo mismo.
―No, Peter. ¡Tenías doce años!
Suelta el palo y me agarra la mano. Le corre una lágrima por la cara.
―Después de eso, no me costó ser como mi abuela, egoísta, lo que era en realidad. No tenía a nadie más. Al cabo de un tiempo, olvidé por completo que se podía ser de otro modo. Pobre niño rico, ¿verdad? ―Meneo la cabeza al oírlo reír con desprecio. Mi madre solía decir que todos llevamos dentro muchas cosas que nadie sabe; por eso ella era tan buena con todo el mundo. Como de costumbre, tenía razón―. Bits es como si recuperara parte de mi familia. Una segunda oportunidad de proteger a Jane. Seguro que te parece absurdo.
―No, no lo es. En absoluto. ―Me devuelve la mano a la rodilla con una palmadita suave y se limpia las lágrimas. Estamos tan cerca que nuestros hombros se rozan. Oigo el ruido de platos en la mesa del comedor y pasos en la entrada. Quien sea debe de habernos visto aquí sentados, porque los pasos retroceden―. Nosotros somos tu familia ―le digo, y lo pienso de verdad.
Sonríe y mira al suelo. Es como en mi sueño, solo que estoy con Peter.
―Bits y tú tenéis los pies más sucios que he visto en mi vida ―ríe y se limpia las lágrimas por última vez. Me vuelve a mirar de reojo―. ¿Te puedo decir una cosa más?
―Por supuesto.
―¿Quieres a Adrian?
Levanto la vista a las copas de los árboles y veo volar en círculos a los cuervos.
―Siempre lo he querido. Solo que le dije que no.
―¿Y cómo se te ocurre hacer semejante estupidez? ―me dice dándome un codazo en el costado.
―Muchas gracias ―respondo y le devuelvo el codazo.
Deja de sonreír y se pone serio.
―Cassie, si lo quieres de verdad y él lo sabía, ¿lo sabía con certeza? ―asiento con la cabeza porque sí que lo sabía y porque sé que él también me quería―, seguro que aún te quiere. Nadie te dejaría escapar tan fácilmente, créeme.
Me sonrojo, pero más de felicidad que de vergüenza. Veo que lo dice de corazón y es una de las cosas más bonitas que me han dicho nunca.
―Gracias. ―Coge el palito y me pega con él en la rodilla. Se lo quito y le devuelvo el golpe―. Entonces, ¿somos amigos? ―pregunto.
―Sí, por fin, creo que lo somos.
Le miro las botas de trabajo, tan distintas de la clase de calzado que solía llevar. Le quedan bien.
―Oye, Petey ―digo y me muerdo el labio para no sonreír―, siento lo de tus zapatos caros, ya sabes, lo de la pota y eso.
Ríe y se recuesta sobre el escalón más alto.
―Me lo merecía. Aunque aquellos zapatos me encantaban.
Seguimos allí un poco más, apoyados el uno en el otro, escuchando el alboroto de nuestra familia dentro de casa, y luego nos levantamos y nos reunimos con ellos.