CAPÍTULO 94

Me he ofrecido voluntaria para la ingrata tarea de colocar los tarros nuevos de comida detrás de los antiguos, en el sótano. Usamos primero las harinas y demás alimentos de primera necesidad que hemos traído del pueblo, porque mis padres envasaron los suyos de forma que duraran entre diez y veinte años. Me pregunto si aún estaremos refugiados aquí dentro de diez años. La idea me espeluzna y procuro quitármela de la cabeza tarareando cualquier cosa menos el tema de cabecera de Las chicas de oro, con lo que no oigo que Nelly se me acerca por la espalda hasta que habla.

―¿Qué harías tú sin mi? ―dice con los brazos en jarras y aspecto de galán.

―¡Ay, qué se yo, señor! ―le contesto con acento sureño.

―Llevas días canturreando y me da que mi sermón evangelizador ha tenido algo que ver.

―Nelson Everett, siempre tan modesto. ―Hace el típico gesto de falsa modestia: se resopla en el puño y luego se lo frota en el pecho―. Aunque certero como de costumbre. Ven a ayudarme, anda.

―Sabía que, si bajaba aquí, me ibas a liar para que trabajara.

―En verano siempre hay trabajo. Tú piensa en los largos días de invierno que pasaremos junto al fuego, sin hacer nada, cada vez más aburridos y desquiciados.

Gruñe y se sienta en un cubo de veinte litros.

―No me malinterpretes, estar vivo mola, pero la idea de que pasemos todos el invierno entero aquí metidos me resulta una pizca deprimente. ¿Crees que podríamos encontrarme novio antes de que empiece a nevar?

―Igual el año que viene nos mudamos a una zona segura y te encontramos uno ―le digo, procurando que no se note mucho lo que me gustaría estar en cierta zona segura. No es que me quiera ir de aquí, pero me encantaría poder estar cinco minutos a solas con Adrian, lo justo para saber lo que siente por mí. Sonrío contenta.

Nelly sonríe también y menea la cabeza.

―De «igual» nada, cariño. Como tengamos que verte dos años más deambulando por la casa en un ay, te amarro a mi espalda y te llevo allí yo mismo, aunque tenga que ir descabezando zombis a diestro y siniestro hasta Vermont.

La imagen me hace reír, pero me finjo ofendida.

―Tampoco soy tan insufrible, ¿no? Lo procuro, al menos.

―No andas lloriqueando por ahí, pero yo lo sé igual.

―No lo pongo en duda ―respondo con un suspiro―. Así que nos toca celibato a los dos. Salvo que te apetezca cambiar de acera para el invierno ―añado guiñándole el ojo con picardía.

―No, gracias ―contesta muy seco―. Aunque, si así fuera, tú serías mi primera opción. Si eso, pregúntame otra vez en febrero.

―Piensa en todos los Nelson Charles Everett pequeñitos que podríamos tener correteando por aquí ―digo y le doy una palmadita imaginaria en la cabeza a uno de ellos.

―Vale, me acabo de decidir: ¡ni de coña! ―espeta, y se pasa la mano por el pelo hasta que parece que ha metido los dedos en un enchufe.

―Bueno, necesitamos un proyecto. ¿Es solo cosa mía o tú también te has dado cuenta de que Ana y Peter…?

Sonríe.

―Mmm, sí. Hasta Bits se ha dado cuenta. El otro día le preguntó a Ana si Peter era su príncipe. Ana se puso toda sofocada, fue genial ―dice, se revuelve en el asiento mientras ríe y oigo un chasquido inquietante.

―El problema no es Ana. Me parece que a Peter también le gusta ella, pero la trata como si fuera una hermana pequeña superamiga. Ya me enteraré de por qué.

Aparto las latas viejas de alubias y apilo las nuevas detrás.

―¿Lo llevas bien? ―me pregunta y se levanta de un brinco para coger al vuelo una lata. Me la da, escudriñándome la cara.

Me encojo de hombros.

―Sí. ¿Por qué no iba a llevarlo bien?

―Ah, no sé ―contesta, como si yo fuera boba―. Hay personas a las que se les hace raro que su ex salga con su hermana pequeña.

―Venga ya. Ana no es mi hermana pequeña. Además, Peter y yo tendríamos que haber cortado hace una eternidad. No siento nada por él más que amistad.

―Bueno, igual deberías reservártelo para febrero, por si yo no estoy disponible.

Le doy una colleja.

―Calla, anda. Voy a terminar convenciéndote, ya verás ―digo, apoyándome sensual en el estante con una mano en la cadera, hasta que me resbala la mano y Nelly se echa a reír―. Me veo obligada a retirar mi oferta por haberte reído de mi pose sexi. Lo vas a lamentar ―lo amenazo, cruzándome de brazos, y él ríe―. En cualquier caso, voy a averiguar qué piensa Peter de Ana. Así tendremos algo que hacer, aparte de recolocar latas de alubias para dejar sitio a las nuevas ―añado señalando lo que parece un millar de latas a la espera de ser colocadas.

―¿En serio?

Suspira con dramatismo, se acerca a las estanterías y empieza a reubicar latas.