John reparte munición por todas las mochilas que tenemos en la furgoneta. Él tiene algunas raciones de combate y, con las que quedan de Sam’s Surplus, hay comida para unos días.
―Puaj ―dice Penny cuando me ve meterlas en las mochilas.
John sonríe.
―Bah, no están tan mal. Tendrías que ver lo que nos daban en Vietnam. Sabía mucho peor y encima pesaba un quintal.
―Pero, por entonces, los paquetes llevaban tabaco, ¿no? ―pregunta James con nostalgia mientras acerca una de las bicis para subirla a la baca. No ha vuelto a fumarse un cigarro desde que nos acabamos su última cajetilla.
―Así es, y eso era lo mejor del lote.
―Pues, solo por la comida, tendrían que subirles la paga a los soldados ―dice Penny añadiendo otro saco de dormir a la parte de atrás―. Creo que ya está todo.
John ríe.
―James, necesito ayuda con las contraventanas. Las cortamos en mi casa y las traemos aquí en la camioneta.
James sujeta bien la bici y dice:
―Eso está hecho, jefe.
Mientras ellos preparan las contraventanas, yo escribo unas notas para el árbol de los mensajes. Le escribo una nueva a Henry Washington para decirle que, si no estamos aquí, nos encontrará en Vermont. Recuerdo cuando pensaba que era afortunada de no tener niños a los que mantener a salvo y, ahora que sí tengo una, veo que estaba en lo cierto. Me asalta el temor de tener que verla morir y, lo que seguramente es peor, que yo muera y ella sufra un destino terrible, asustada y sola. Pienso en Hank, tan pequeño y tan serio, y me esfuerzo por imaginarlo lleno de vida, en vez de arrastrándose y descomponiéndose por algún bosque.
Escribo a Eric. Le hablo del anillo y le doy las gracias por habérmelo guardado. Le digo que él tenía razón, en lo del anillo, en lo de Adrian y en lo de que la infección era mucho peor de lo que pensábamos. Le digo que me salvó la vida haciéndome prometerle que me iría de Nueva York. Le digo que lo quiero y que los imagino a Rachel y a él recorriendo el bosque y pasándolo de maravilla, porque así es como lo veo siempre. Le pido que se reúna con nosotros en Vermont cuando pueda.
Son solo las tres de la tarde, pero la casa ya está a oscuras. Hemos tapado la cara interna de todas las ventanas y puertas del salón. John ha montado unos marcos alrededor para poder colgar fácilmente de ellos las contraventanas interiores de contrachapado grueso. Se sujetan con unas bisagras que permiten abrirlas para ver y para disparar.
―Tengo una para el pasillo ―dice John―. No me quedaba madera suficiente para los dormitorios, pero esas ventanas son más altas. Podemos convertir el salón en una especie de habitación antipánico hasta que consigamos más. Las colgaremos todas las noches.
―Me siento como si estuviera en un episodio de El equipo A ―digo. Al ver que me miran todos intrigados, me explico―: Yo veía la reposición de la serie con Eric. ¿No os acordáis de que al final siempre terminaban construyendo un vehículo o fortaleza disparatados o algo por el estilo?
James, que ha estado muy serio mientras, sentados en la oscuridad, nos imaginábamos rodeados, recupera ahora su sonrisa habitual.
―Esa era mi parte favorita.
―¿Me puedo pedir a Fénix? ―pregunta Nelly.
―Os lo tenéis que repartir entre Peter y tú ―digo―, pero yo soy Murdock, que era mi preferido.
―No me extraña ni una pizca ―tercia Peter.
Nelly y él chocan los cinco. ¿De qué va ese colegueo?
―Bueno ―interviene James―, creo que no cabe duda de que yo soy M. A. Por lo visto, mi parecido con el sargento es asombroso.
―Eso fue lo primero que me atrajo de ti ―le dice Penny a James, que cruza los brazos como lo haría M. A.
―Pobre del imbécil que se atreva a tocar mis contraventanas de contrachapado ―dice James con voz grave, y nos hace reír a todos.
Hasta Bits ríe, aunque no tenga ni idea de qué hablamos. Y, cuando lo imita y repite la frase, con sus bracitos cruzados y poniendo lo más grave posible su vocecilla, nos partimos todos de risa.
―Vale, más vale que las quitemos ―dice John con fingida preocupación―. Me parece que la oscuridad os está afectando a todos.