He dormido hasta tarde, por una vez. Nelly ha debido de escabullirse sigilosamente a modo de regalo de cumpleaños. Siempre me ha gustado cumplir años en agosto porque podía pasarlo aquí.
Bits asoma al fondo del pasillo y se escabulle en cuanto me ve, muerta de risa. Lleva días actuando de forma sospechosa e inocente, como solo los críos saben hacerlo. Hay tortitas en la mesa y las contraventanas están apoyadas en la pared del fondo del salón, retiradas durante el día.
Penny está en la cocina, limpiando.
―¡Felicidades! ―me dice con un abrazo―. ¿Qué tal sienta hacerse mayor?
―Lo sabrás dentro de cuatro meses. Hasta entonces, eres demasiado joven para entenderlo.
―¡Felicidades! ―me grita Bits―. ¡Cuando yo tenga tu edad, llevaré maquillaje! ―añade sin que venga a cuento. Por lo contenta que está, cualquiera diría que es su cumpleaños en vez del mío―. ¡Veintinueve, qué mayor! ―remata. Me encorvo y me acerco a la mesa como si fuera apoyándome en un bastón. Bits me pone algo en la cabeza. Alargo la mano y me noto un tejido suave―. Es tu corona de cumpleaños ―dice―. A mí siempre me ponen una.
Me quito la corona de fieltro púrpura con una estrellita cosida por delante.
―Es preciosa ―le digo―. ¿La has hecho tú? ―Sonríe de oreja a oreja, asiente y yo la estrujo fuerte―. Muchísimas gracias. La voy a llevar todo el día.
Me lleno el plato de comida y recibo más felicitaciones de los otros. Entra Nelly con un balde de leche y le doy las gracias por dejarme dormir un rato más.
―Gracias por dejarme dormir tú a mí, cumpleañera ―contesta masajeándome los hombros. Llevo semanas sin tener pesadillas.
Me encuentro a Ana en el huerto. Sé que sabrá lo que está maduro porque se pasa el día ahí.
―Hay muchísimas cosas ―dice―. Tenemos que empezar a envasar otra vez mañana.
―Ya hago yo unos tomates hoy ―contesto.
―Digamos que los fogones van a estar ocupados hoy y tú no vas a pisar la cocina. Si digo más, Bits me mata.
Río.
―Entendido. —Olfateo los tomates que estamos recogiendo y suspiro.
―Ya ―dice Ana―. Y encima saben igual que huelen.
Comparo a la Ana de hace cuatro meses, siempre ceñuda y agitando la melena, con la que tengo delante. Debe de adivinarme el pensamiento porque menea la cabeza.
―Lo sé. Yo cuidando de un huerto, ¿quién lo iba a decir?
―Juraría que te he visto hablándoles a los semilleros.
―Seguro, cuando no me veía nadie. Me habría encantado cantarles cuando lo hacíais Penny y tú, pero no fui capaz. Me parecía que hacerlo era una forma de claudicar, de aceptar que esto que está pasando es verdad. No quería que las cosas cambiaran ―dice, encogiéndose de hombros, y deja los tomates en el cajón que tiene a los pies―. Y sigo sin quererlo.
―Yo tampoco. ―Pienso en los años que perdí tras la muerte de mis padres―. Me gustaría poder volver a lo de antes, pero hacer algunas cosas de otro modo.
―Y a mí. Pero mamá siempre dice que refugiarse en el pasado no sirve de nada, así que, por una vez, le voy a hacer caso.
―Tu madre tiene razón ―digo, y lo sé por mi experiencia reciente―. A propósito del futuro, ¿cómo va lo tuyo con Peter? Te lo digo en modo cotilla total, así que cuenta.
―No va ―contesta gesticulando mucho y frunciendo el ceño―. A veces me parece que quiere besarme y luego nada. No tengo ni idea. Me está volviendo loca. Me gusta muchísimo, Cass. ―Su tono se ha ablandado―. Es el primer tío que me gusta de verdad, ¿sabes?
Lo sé perfectamente.
―Estoy en ello.
Nelly y yo encendemos el generador por la tarde después de que Bits me ordene que salga y no vuelva hasta la hora de la cena. La casa de John está fría y en silencio. Nos desparramamos en el salón mientras los congeladores están en funcionamiento.
―Tengo una cosa para ti ―me dice Nelly desde el sofá.
―¿Un regalo? ―pregunto.
―Sí, pero no sé si te va a gustar ―contesta algo inseguro.
―¿Cómo no me va a gustar un regalo tuyo? ¡Dámelo, anda!
Se saca del bolsillo un estuche de joyería. Dentro hay una cadena de plata de eslabones diminutos trenzados a mano. Parece antigua y me enamora de inmediato.
Me arrodillo y le doy un beso en la mejilla.
―Es preciosa. Gracias.
―Sé que no llevas muchas joyas, pero es para el anillo. Igual no te lo quieres poner en el dedo, pero en el bolsillo se te podría perder. ―Lo miro fijamente unos segundos, preguntándome cómo lo ha sabido. Enarca una ceja―. Compartimos habitación. Además, te conozco, cariño. Pero no hace falta que la uses para eso si no quieres.
―Quiero ―contesto, ensarto el anillo en la cadena y abrazo a Nelly en cuanto me la pone―. ¿Cómo es que siempre sabes lo que necesito?
―Pues me digo: si yo fuera una artistilla rarita y patosa, ¿qué querría?
―Muy gracioso. No, en serio ―digo tocándole la rodilla―. Gracias, Nels, por estar siempre pendiente de mí.
―Tú también estás siempre pendiente de mí ―replica y se encoge de hombros, avergonzado del sentimiento, y vuelve a ser su yo de siempre―. Espero un regalo de cumpleaños de la hostia, que lo sepas.
―A ver qué puedo hacer ―contesto guiñándole el ojo.