Cuando Nelly ha empezado a temblar tanto que se ha asustado hasta él, me ha dejado acurrucarme con él en el colchón. Está ardiendo y, aunque sé que el frío es interno, intento calentarlo. Mis brazos parecen minúsculos alrededor de su tronco ancho, pero creo que lo alivia. Al final se duerme y tiembla solo de vez en cuando.
Bits y Ana duermen bajo la otra manta. James tiene a Penny abrazada como si fuera un osito de peluche. John hace la primera guardia. Se sienta y, con una linterna, comprueba nuestras armas. A lo mejor Peter tenía razón: John sabe lo que hacer. No habríamos conseguido retirar esos coches de la calzada hoy sin los conocimientos de John. Cierro los ojos y veo a Peter subido en un contenedor, así que los abro y miro a la oscuridad hasta que se me cierran de agotamiento.
Cuando me despierto para hacer la guardia antes del amanecer, Nelly está peor. Está colorado y le cuesta respirar. En cuanto se hace de día, lo obligo a despertarse y a tomarse lo que queda de la amoxicilina. Casi no puede tragar y vuelve los ojos para mirarme sin mover el cuello. Le han salido algunas vetas rosadas más, que le trepan por los bíceps.
―¿Puedes comer? ―le pregunto.
Niega con la cabeza. Tampoco bebe, por más que le insisto.
―Cass… ―dice, conteniendo las lágrimas como puede.
Sé que se está preparando una especie de discurso de despedida, pero no lo quiero oír. Prefiero morir si hace falta. Lo arropo con la manta.
―Nelson Charles Everett, si estás a punto de declararme tu amor incondicional, te lo puedes ahorrar hasta que estés mejor ―espeto, agarrándole la mano buena y soltando una carcajada estrangulada.
―¿No puedes tomarte en serio ni esto? ―pregunta, pero logra esbozar una sonrisa―. Estoy en mi lecho de muerte.
―No, no puedo ―digo―. Lo he aprendido del maestro ―añado señalándolo―. Y este no es tu lecho de muerte. No es más que un colchón asqueroso y lleno de manchas. No te puedes morir en él, sería inapropiado.
Me aprieta un poquito la mano y se queda traspuesto, pero abre los ojos un instante después. Se gira hacia mí con una mueca de dolor. Sus luminosos ojos azules se han vuelto vidriosos y me recuerdan a la mirada perdida de los contagiados. Siento una punzada de pánico en el vientre, pero, cuando sonríe, veo al Nelly de siempre.
―Te quiero, cariño.
Sonrío y procuro disimular mi desesperación.
―Yo también te quiero.