Despierto sobresaltada en medio de una luz mortecina y veo a Nelly tendido en su palé. John duerme de pie, apoyado en la pared, a la cabecera del enfermo. Se ha quedado dormido mientras hacía la guardia; jamás le ha pasado. Nelly está pálido y demacrado. Le miro el pecho a ver si respira. Nada.
Contengo un sollozo y me acerco un poco más. Desenfundo la pistola con una mano temblona. No estoy segura de cuánto tiempo lleva muerto ni de cuánto tardará en transformarse si es que lo hace. Vamos a tener que cuidar de él.
«Ese no es Nelly. Ese no es Nelly.»
Estiro el pie y le doy un empujoncito. Abre un ojo. Se está transformando. Lo apunto con el arma, el dedo listo en el gatillo.
«No es él, no es él, no es él.»
―Cassie ―me dice John con voz suave para no asustarme―. Baja el arma. Está bien. Nel está bien.
Oigo lo que dice, pero no me cuadra. Sujeto con firmeza la pistola.
―¿Qué?
Entonces veo inflarse el pecho de Nelly. Y otra vez. Apenas se mueve, pero respira. Abre los ojos y vuelve su cara pálida, guapa y vivísima hacia mí.
―Dios 0 - Cassie 1 ―grazna, y se dibuja una sonrisa en sus labios agrietados.
Me quedo sentada, estupefacta, un segundo y luego me lanzo sobre él. Le doy un golpe sin querer en el brazo cuando le beso la frente caliente pero no ardiendo, y hace una mueca de dolor.
―¡Perdona, perdona! ―le digo, con el rostro sonriente a unos centímetros del suyo. Vuelvo a besarle la frente para asegurarme.
―Agua ―dice.
Le sujeto la botella y bebe con ansia. Penny, Ana y Bits entran corriendo en el cuartito. Al ver a Nelly, se detienen en seco, como me ha pasado a mí, y después se acercan. John, plantado en el umbral de la puerta, sonríe.
―A las pocas horas de la segunda dosis de antibióticos ya he visto que estaba mejorando ―nos explica John―. He sabido que estaba bien cuando ha dicho unas palabras y ha bebido un poquito. A James le ha dado la misma impresión cuando lo he despertado para la guardia. No he querido despertaros a vosotras. Necesitabais dormir.
Nelly me deja que le examine el brazo. Tiene un aspecto terrible, pero las vetas rojas están remitiendo. Me siento como si me hubiera tocado la lotería. Ha funcionado de verdad.
―Gracias, pequeñaja ―susurra Nelly.
Parece que se vaya a echar a llorar y al final me hace llorar a mí.
―¿Qué te parece como regalo de cumpleaños anticipado? ―le pregunto con un sollozo―. ¿Lo bastante «de la hostia»? ―Ríe sin fuerzas―. Ha sido Ana la que te ha pinchado. Ha hecho un gran trabajo.
Nelly le tira un beso y ella le tira otro.
―Pero Cassie es la razón por la que hemos ido a buscar medicinas ―tercia Ana.
―Lo oí ―contesta Nelly mirándome con los ojos empañados, que ya son de su color azul normal, y me dan ganas de volver a saltarle encima, pero me conformo con besarle la mano―. Debió de oírlo todo el mundo en un radio de varios kilómetros a la redonda. No se cabrea a menudo, pero, cuando lo hace, ni Dios la desafía.
―Lo siento ―digo avergonzada. Alargo la otra mano y atraigo a Bits a mi regazo. Aún lleva en el puño cerrado la media bolsita de lacasitos que le ha estado guardado a Nelly. La abrazo fuerte―. No pretendía asustarte, Bits. No sé qué me pasó.
Niega con la cabeza, como queriendo decir que no pasa nada.
Los primeros rayos de sol se cuelan por la ventana sucia, iluminando porquería, telarañas y manchas de cuya existencia prefiero no saber, pero hasta el último centímetro de semejante decrepitud me parece hermoso. Nelly está vivo. Cierra los ojos, pero esta vez ya no me preocupo. Sé que los volverá a abrir.
―Eres como tu madre ―dice John―: tardas en enfadarte, pero a fuego lento se va calentando el verdadero infierno. Y eso no siempre es malo.
Tiene razón: mi enfado no ha salido mal. Nelly ha resucitado de entre los muertos y, por una vez en este mundo dejado de la mano de Dios, eso es bueno.