CAPÍTULO 114

―Me encanta este coche ―digo al volante del Volkswagen. Es todo madera resplandeciente por dentro, con una mininevera, fregadero y asientos tipo banco. Por fuera es de un blanco inmaculado y verde azulado y cromo. Alguien más adoraba este vehículo.

―No es un «coche» ―replica Nelly―. Se llama cámper, o incluso furgo.

―Lo que sea. Me encanta. ¡Tiene hasta especiero! ¿Cuántas personas llevan especiero en el coche? Si conseguimos que nos lleve hasta allí, nos lo podríamos quedar, ¿no?

―Claro. Para hacer excursiones por carretera. Visitar las zonas rurales atestadas de zombis.

Aún está pálido y todavía le duele el brazo, pero, después de tres días más de antibióticos, está casi recuperado. No hemos querido irnos hasta que estuviera lo bastante fuerte.

―Listillo ―le digo, y le iba a dar un cachete, pero, en cambio, le toco la frente, que tiene maravillosamente fría.

Me esquiva.

―¿Cuánto tiempo vas a seguir tocándome la frente cada diez minutos?

Hace dos días que no tiene fiebre.

―Para siempre. Acostúmbrate. ¿Seguro que estás bien para salir mañana?

Apoya el brazo bueno en la ventanilla e inspira hondo.

―Segurísimo. Mañana es tan buen día como cualquiera para morir ―contesta, enarcando una ceja, y no me queda claro si habla en serio.

Un vestigio de esa tristeza y esa rabia abrumadoras me asaltan de nuevo.

―¡No! No te permito que te mueras. No te he salvado el culo para que ahora te me vayas a morir otra vez. Prométemelo.

Mantiene la cara de asombro. Sé que es ridículo pedirle que me prometa algo que no puede controlar, pero me da igual.

―Vale, Cass. Prometo no morir. Jamás.

―Eso está mejor ―digo, ignorando el sarcasmo de su voz. Me tranquiliza, y puede que eso sea aún más absurdo que obligarlo a hacer la promesa.

Penny sale de la cabaña y lanza las mochilas al fondo de la cámper.

―Estamos listos para salir mañana a primera hora.

Lleva el pelo lacio y grasiento, recogido en una coleta. Ojalá pudiera ducharme. Plantarme en la granja echa un asco y oliendo a choto no es la idea que tenía de mi reencuentro con Adrian después de dos años. Sé que no debería importar en el conjunto de los acontecimientos, pero, si no se alegra de verme, estaría bien que al menos no me sintiera físicamente repulsiva encima.

Penny se sube a la parte de atrás y suspira.

―Me encanta este coche.

―Es una cámper, cariño, no un coche ―dice James, que llega en ese momento con unas latas de conservas.

Ignoro la mirada victoriosa de Nelly.