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Los monstruos a veces habitaban en la mente de cada niño y niña, otras, en cambio, perturbaban las mentes de los mayores. Veían sombras alargadas y rostros desfigurados en el interior de las propias sombras. Y lo peor de todo es que el subconsciente lo tomaba como real. Era posible que fuera un séptimo sentido que no tenemos nadie desarrollado, pero también era posible que solo fuera una imagen distorsionada de nuestra mente.

Los árboles encorvados con sus ramas gachas, la mujer del pozo, la señora de negro que mira tras la ventana del ático. Las sombras que se mueven en los cementerios. Todos ellos podrían ser una forma de vida relacionada con la distorsión y los monstruos. Y lo peor de todo es que se introducían en la mente viajando por las noches estresantes, cuyas pesadillas hacían despertar de forma brusca y peligrosa a cuantos chillaban al ver al monstruo muy, pero que muy de cerca.

Pili despertó en la cama de un hospital y tenía la frente sudorosa. Su corazón, agitado, pugnaba por salírsele del pecho. Le temblaban las manos y la penumbra macilenta inundaba la habitación que compartía con otra paciente que estaba roncando como una bestia, justo al lado. Sus labios vibraban y se ensanchaban a cada ronquido. Era una mujer rolliza, con cabello oscuro y deslavazado. Delante de la puerta del armario había un sillón, de esos incómodos en los que debes dormir sentado, y allí había alguien a quien le brillaban sus ojos. Era una imagen perturbadora que Pili tomó como parte de la pesadilla.

Aquella jodida anciana tenía el cabello en un moño totalmente blanco. Los ojos destellando como los de un fantasma y su sonrisa se cruzaba de cara a cara. Tenía los brazos cruzados sobre sus rodillas; en realidad, eran las manos. Estaba sentada, como una hurraca, contemplándola. Vestía de negro, pero algún tipo de aura malévolo hacía que se viera la silueta encanijada de la vieja.

—¿Ha tenido una pesadilla?

Preguntó con una voz áspera.

Los ojos de Pili se clavaron en su rostro difuminado.

—Solo me he despertado.

—Pues no lo parece.

—Eso no importa ahora.

—¿Le duele algo? ¿Llamo a la enfermera?

—No, gracias. Estoy bien. Solo tuve un mal sueño. ¿Dónde estoy?

—En el Hospital Trueta.

—Oh, mira qué bien. No recuerdo nada.

—Llegaste al mediodía y desde entonces has estado durmiendo.

—¿De verdad?

—Sí.

—¿Ha venido alguien a visitarme?

—Los Mossos d'Esquadra.

—Ostia.

—¿Qué ha dicho?

—¿Dijeron algo?

—No.

Y de repente dejó de sentir miedo.

Pili estaba erguida en la cama y empezó a recordar.

Sus hijos.