Se movía con lentitud. Era un mundo grisáceo. Había niebla de esas que flotaban a la altura de la nariz. El aire era empalagoso y en el fondo de todos los árboles se distinguían las lápidas del cementerio. Detrás de ellos, había unos seres verduzcos que limpiaban cuidadosamente aquellas desdichas. Y el ente seguía moviéndose con pasmosa lentitud. Arrastrándose como un gusano. Por debajo del suelo y sintiendo bajo los pies la vibración de la tierra que hacía olas a medida que avanzaba.
Y el sonido era infernal.
Pero ellos, y ellas, estaban allí.