Y ellos estaban allí. Entre las sombras. Envueltos en una niebla oscura. Restregándose con más almas lánguidas y extenuadas. Moviéndose de un lado para otro sin tomar ningún rumbo. Todo era espesura, y el ambiente —más que empalagoso— era peor que las meadas de los gatos sobre la arena. No hablaban. Solo lloraban de pena. Y no pensaban.
Solo se escondían de eso.