Ya no eran humanos, sino simples bocados de un alimento mohoso y gelatinoso, preparado para saciar una boca con grandes colmillos y dientes, también, afilados. La cosa de allí abajo y la misma que se arrastraba arriba no eran distintas, sino la misma. Y el bosque animado tampoco era distinto del monasterio y de las profundidades del lago que allí había nacido como por arte de magia.
¿Magia?