El grito fue aterrador. Superaba al sonido del silbato del día anterior. El pequeño no tenía tanta fuerza en sus pulmones para chillar tanto. Había visto que su amigo no estaba en la cama. En la puñetera litera, pero eso no era motivo de alarma. A fin de cuentas, uno puede levantarse y echar una meada en la letrina que estaba situada al lado de la habitación.
Pero, por mucho tiempo, su amigo no apareció.
Pili, desde el otro extremo del camino, pues estaban muy próximos, se hizo eco de dicha desesperación y sintió cómo se ahogaba por momentos.
Recordando a sus hijos.