—¿Qué ves ahora? —preguntó Pili al crío aparecido de la nada. Del bosque profundo. Del fondo del lago. Del cielo amorfo. Los tutores habían llamado a la policía no sin mucho éxito, pues le habían dicho que tenían cosas más importantes que hacer ese día. De modo que el menor se fue a la masía de ella y rebañó un cuenco de leche con algo dulce en su interior. Era chocolate. Sus labios pringosos lo delataban
—Ahora te veo a ti.
Pili recordó lo del jarrón y el agua tirada en el cristal de la ventana.
—Ves una imagen distorsionada —repitió ella de forma inconsciente.
—No es tan distorsionada. Hay un hombre mayor en la puerta y tiene sangre en la cabeza.
Pili sintió helor en su sangre, que dejó de ser bombeada por sus venas de forma momentánea.
—¿Lo ves?
—Sí.
El chaval estaba sentado en una silla de esparto coja. ¿Qué otra silla podía ser si no? En las historias de miedo las cosas siempre están mal puestas o son "extrañas".
—No tiene sangre. Es chocolate. Él es quien te lo ha preparado y se ha ensuciado todo.
—Pues dale las gracias de mi parte —sonrió el mocoso.
—Puedes hacerlo tú. Gírate.
—Está bien.
El crío se dio la vuelta y lo miró. Estaba exactamente igual que en el reflejo del espejo.
Sonriendo, con los ojos acuosos.
—Dile algo.
—Gracias, señor.
Pedro levantó la mano.
—¿Qué ha hecho?
—Levantar la mano.
—Oh, eso es maravilloso. Por unos años pensaba que me había vuelto loca.
—¿Qué quiere decir, señora?
—Nada.
—Bueno. Yo seguiré tomándome el chocolate. Por cierto, está muy rico. Mejor que el del campamento.
—Oh, gracias.
Pili estaba casi de rodillas frente al crío; en realidad, con las piernas flexionadas como unos muelles retorcidos. Le dolían las rodillas y algo más abajo del muslo. Con anterioridad había sido operada de unas varices, y eso dejaba secuelas.
—De nada.
—Y dime. ¿Qué has visto? ¿De dónde has venido?
—Ahhh, eso. Son como sombras con formas extrañas. Te cogen del pie y te arrastran. Están en el bosque y bajo el lago. Hay una mujer muy extraña. Tiene la cara tapada con una larga cabellera...
—¿Tupido?
—¿Qué? No sé lo que es eso.
—Nada. Sigue, chavalín.
—Pues eso, que también hay algo que lo llaman eso, así es, eso. Eso. Y así lo repiten varias veces. Lo dicen todos los que estamos atrapados. Yo lo vi, y realmente era: eso.
ESO
Pili se quedó con la palabra. Escueta y extraña. Significaba todo y nada. Podía ser cualquier cosa, o muchas. Era algo, de eso estaba segura. Como también que podría verlo si pudiera, o si quisiera.
—Me parece una definición muy correcta para algo que no tiene forma.
—¿Tú puedes verlo?
—No lo sé. Llévame al lugar.
El crío dejó el cuenco sobre la mesa rugosa y le tendió una mano marrón.
—Me lo has prometido.
—No lo he prometido, solo que... ¿No tienes miedo de verlo otra vez?
—Solo quiero comprobar si alguien más puede verlo.