Esa niña fue alcanzada por esas garras como espátulas. Eran meras sombras que se habían trasformado en algo rígido y tenso como un cable de acero. Aquellos dedos, por llamarlo de alguna manera, le rodearon los tobillos, apretaron y tiraron con fuerza.
Entre gritos —que nadie escuchó—, la pequeña de cabello rubio y anillado fue arrastrada hacia el otro mundo.