Tan pronto como había desaparecido, regresó. Fue un instante para ella, pero casi un día para los tutores del campamento, que tenían el corazón en un puño. Los dos mundos trascurrían en tiempos diferentes, y los segundos no existían en ese lugar oscuro.
La pequeña no vino sola.
Detrás de ella, estaban ellos, solo unos cuantos.
—He venido de un lugar que da mucho miedo —dijo, con los ojos muy abiertos. Mostraba las palmas de sus manos fungosas. Estaban manchadas de algo oscuro—. Mirad cómo he venido. Estoy sucia.
Una de las tutoras se acercó a la pequeña y, agachándose, le dijo:
—¿Cómo has venido? ¿Qué quieres decir?
—Estoy llena de esta cosa sucia.
La tutora tragó saliva.
—Mira, Naila, yo no veo nada raro en ti.
—¿Y puedes ver a los que están detrás de mí?
Ella meneó la cabeza en sentido de nones.
—No. No hay nadie. Solo el bosque. Nos has preocupado mucho.
Naila se encogió de hombros.