Nalia estaba intacta. Casi brillaba, pero no sonreía. El miedo estaba grabado a fuego en su cara, pero tenía fuerzas para caminar. Aquellos seres que se habían interpuesto entre ambas gruñeron aún más a medida que se acercaban, pero ninguna de las dos tenía tanto miedo como para quedar petrificada en el suelo.
Respeto, sí, pero no terror, ya que, en el fondo, aquello era un mundo de sombras y de silencio. De monstruos que no hacían nada más que llevarte hasta eso, y aquella criatura no hacía nada. Solo observaba con unos ojos inexistentes. Eran dos bultos amorfos.
Solo era cuestión de tiempo —el que no existía allí abajo—, para descubrir el sinsentido de ese mundo paralelo, al que parecían tener que cruzar todos aquellos fuera de la muerte. Era como un viaje inhóspito, pero en la vida. Solo que no todos ni todas lo hacían.
—¿Puedes verlos? —preguntó la hija de Pili.
—Sí. Puedo verlos, hija.
—Entonces es verdad que veías fantasmas de pequeña. ¿Estos qué son?
—Los veía hija mia. Los veía, y esto no sé lo que es. Quizá el mundo oscuro que he creado sin querer cuando jugaba a esa tabla, ¿recuerdas?
—Sí. Como hablar con el demonio, ¿puede ser?
—Algo parecido.
—Ahora entiendo todo.
—Oh, claro que sí, y saldremos de esta. Ya lo verás.
—Muchos salen de aqui. Ellos mismos se los llevan o los devuelven.
—Oh, eso está bien.
Y todas las formas que se movían en las paredes se replegaron cuando ambas se abrazaron.