La casa estaba sumergida bajo el agua, pero ambas podían respirar. No les faltaba el oxígeno, y eso era algo extraño. Aquellos monstruos solo eran formas que se movían, pero no hacían daño. Eran grotescos, sí, pero no devoraban a nadie. Solo mostraban el horror más profundo que uno se podía imaginar. Aquello existía, y Pili comprendió que había hecho muchas cosas mal en esta vida. Que no debía haber usado la magia con fines, que no quería recordar. Sin embargo, al mismo tiempo sentía que había sido todo maravilloso, porque ahora pensaba en su madre, y en su hermano.
Sentía algo por ellos.
Sosiego.
Paz.
Amor.
—¿Dónde está Dani? —preguntó Pili, todavía abrazando a su hija. Eso se detuvo delante de ellas, elevó al aire algo compuesto de sombras y garras, se limitó a estar estático, y después se fue, vagando por ese misterioso universo.
—Salió de aquí, mamá.
—¿Cómo se sale de aquí?
—Ellos lo deciden y te abren la puerta.
—¿Viste a Dani salir?
—Sí.
—¿Cómo fue?
—Se hizo una luz arriba. —Señaló a un techo que goteaba baba o algo viscoso—. Y después había una mujer anciana. No sé quién era, pero vi a mi hermano abrazarse a ella.
Pili comprendió lo inescrutable.
—Entonces esperaremos —dijo ella.
Y el tiempo pasó infinitamente rápido en ese lugar, pero, fuera, en la vida real, ya habían pasado dos meses.
Y esperaron.
Sí, esperaron.
FIN