Capítulo 6

 

El corazón le latía en la garganta cuando llamó tímidamente a la puerta de Brent Taylor. No quería volver a molestarle. Él se había disculpado por su rudeza de aquella mañana y ella prefería dejar la cosa así.

Pero si había alguna posibilidad de que estuviera embarazada, necesitaba encontrar la manera de notificárselo.

En realidad, deseaba que pudiera decirle que habían utilizado más preservativos y que él se había deshecho de ellos tirándolos por el inodoro o de cualquier otra manera. Pero no le parecía muy probable. ¿Cuántos hombres llevaban más de uno o dos preservativos en la cartera?

Se abrió una rendija de la puerta y Brent la vio.

–Soy yo –preparándose para cualquiera que pudiera ser su reacción, tomó aire–. Necesito hablar contigo un momento.

Él no dijo nada, pero abrió la puerta lo suficiente como para que pudiera pasar y retrocedió un paso.

Eve entró y cerró tras ella. El cielo sabía que no quería que nadie oyera lo que necesitaba plantearle.

–¿Qué pasa? –preguntó él, poniéndose inmediatamente a la defensiva–. ¿No puedo quedarme esta noche? ¿Quieres que me vaya ya? ¿Qué ocurre?

–No –se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja–. Puedes quedarte aquí hasta mañana. O hasta cuando quieras.

El rostro de Rex pareció aclararse mientras se sentaba en la cama.

–Pareces nerviosa.

–Y lo estoy, un poco –admitió.

Él la miró atentamente.

–Si vienes aquí porque… porque quieres más de lo que compartimos anoche, no tienes por qué estar nerviosa. La respuesta es sí, siempre y cuando eso no implique ninguna atadura. Tengo ciertas limitaciones.

¿Lo estaba diciendo en serio? Por lo que Eve podía decir, sí. ¿Pero cómo podía pensar que podría querer algo más después de cómo había intentado distanciarse de ella? ¿Y qué le hacía pensar que estaría dispuesta a aceptar una oferta de ese tipo?

Su rostro debió de expresar su estupefacción, porque asomó una sonrisa a los labios de su huésped.

–Supongo que tu expresión responde a la pregunta.

–No vengo a buscarte –le explicó–. No soy una mujer que busque relaciones sin ataduras.

–Estás aquí por alguna razón.

–Sí –se acercó a la ventana para romper así el contacto visual con él–. Estoy aquí porque… porque me estaba preguntando…

–¿El qué?

Eve se obligó a mirarle.

–¿Te acuerdas del envoltorio del preservativo?

–¿Ya estamos otra vez con eso?

–¿Llevabas más?

–Siempre puedo conseguir más –respondió, arqueando las cejas.

Eve se frotó los muslos.

–Me preguntaba cuántos tenías.

No fue difícil discernir el momento exacto en el que comprendió lo que estaba intentando decirle. Apareció en sus ojos un recelo de naturaleza muy diferente.

–¿Por qué lo preguntas?

–¿Por qué crees que lo pregunto? No sé qué recuerdas de la otra noche, pero yo recuerdo que hicimos el amor tres veces.

–¿Estás segura?

–¡Sí! ¿Tenías tres preservativos?

Como él no contestó, Eve continuó diciendo:

–Y si los tenías, ¿los utilizaste? Quiero decir, a lo mejor te acuestas con tantas mujeres que tienes costumbre de llevar una caja encima. Pero no viniste en coche, y eso significa que solo tenías los que llevabas encima.

Brent inclinó la cabeza y se apoyó contra la pared.

–Mierda.

Eve esbozó una mueca.

–Eso es un no, ¿verdad?

–Solo tenía uno. Y era bastante viejo. ¿Pero estás segura de que…?

–Estoy segura. Hubo… –bajó la voz–, una primera vez en la que ni siquiera fuimos capaces de llegar al dormitorio. Y luego una segunda en la cama. Después, estoy convencida de que lo hicimos una vez más, cuando nos despertamos un par de horas más tarde.

–¿Fue entonces cuando tuve que bajarte para que no te golpearas con el cabecero?

Eve sintió que se sonrojaba.

–Sí. Así que hubo por lo menos tres.

Rex asintió solemnemente.

–Fue entonces cuando utilicé el preservativo.

A Eve se le hizo un nudo en el estómago.

–¿Pero no utilizaste preservativos antes?

–No, es imposible.

–¿Y no lo sabías?

Él alzó la mano.

–A lo mejor estaba evitando mentalmente las posibles… consecuencias, dando por sentado que solo lo hicimos una vez.

Eve se mordió el labio.

–¡Oh, Dios mío! –exclamó.

–Supongo que tú tampoco estás utilizando ningún método de control ni nada… –se interrumpió–. No importa. Ni siquiera tengo que preguntártelo. Si nos has estado acostándote con nadie, no lo necesitabas.

Se frotó la frente antes de continuar.

–¿Y en qué momento del ciclo estás? ¿Hay alguna posibilidad de que estés en el momento más fértil?

Eve ya había contado los días. Se había preparado antes de hablar con él.

–Me temo que no podríamos haberlo planificado mejor si hubiera estado intentando concebir.

Al oírla, él palideció.

–Ya entiendo.

–Eso no significa que esté embarazada –le tranquilizó–. Hay muchas posibilidades de que no lo esté. Esperemos lo mejor. Pero si lo estoy, no pienso abortar ni dar al niño en adopción.

–De acuerdo –contestó él, como si la noticia fuera tan mal recibida como la de un posible embarazo.

–Siento decepcionarte.

–No estoy seguro de que lo hayas hecho. Sencillamente, no sé qué decir ante todo esto.

–No tienes que decir nada hasta que no sepamos lo que ha pasado. Si estoy embarazada, tendré sola a ese hijo. Pero, puesto que pronto vas a irte de aquí, me gustaría saber exactamente con quién estoy tratando.

Él comenzó a caminar con la cabeza gacha.

–¿Entonces eres Brent Taylor? ¿O Taylor Jackson?

Brent se detuvo para mirarla con la mandíbula apretada.

–¿Has estado husmeando entre mis cosas?

–No como tú piensas. Pero alguien tiene que limpiar tu habitación y me fijé en la tarjeta de la maleta.

–Le pedí la maleta prestada a un amigo.

–Entonces, Brent Taylor es tu verdadero nombre.

–Sí.

–Muy bien. ¿Y puedes ofrecerme alguna manera de ponerme en contacto contigo? Solo por si acaso.

Él se frotó de nuevo la frente, como si necesitara un momento para recomponerse, o como si no le gustara la idea de darle lo que le estaba pidiendo. Había más que un ligero rechazo en su expresión.

–Te prometo que no me pondré en contacto contigo a no ser que sea absolutamente necesario –añadió, su voz mostraba su irritación.

–No lo comprendes –comenzó a decir él, pero se interrumpió de pronto–. No importa. Ahora mismo no puedo darte ninguna forma de ponerte en contacto conmigo. Estoy en un período de transición. Tendré que ser yo el que se ponga en contacto contigo. Pero cumpliré con mi parte, por eso no te preocupes.

¿Esperaba que confiara en su integridad cuando ni siquiera le constaba que tuviera alguna? Abrió la boca para decirle que le estaba pidiendo demasiado, pero él no la dejó continuar.

–Soy consciente de que para ello se necesita una gran dosis de confianza –reconoció–. Pero espero que puedas ofrecérmela, si… si yo también confío en ti.

Eve sintió un escalofrío, a pesar de que no hacía frío en la habitación.

–¿En qué sentido?

Él pareció pensar rápido, intentando proponer un acuerdo que pudiera ser justo.

–¿Tienes seguro médico?

–Sí, y también lo tienen todas mis empleadas –aquella era una de las razones por las que le costaba tanto mantenerse a flote.

–En ese caso, el parto está cubierto.

–Sí.

–Eso ya es algo. Pero aun así, habrá otros muchos gastos. ¿Qué te parece si te dejo algo de dinero? Si estás embarazada, puedes quedártelo para el bebé. Y te enviaré más, por su puesto. Como te he dicho, no pretendo eludir mis responsabilidades.

Eve odiaba haber fastidiado de tal manera su vida. En menos de veinticuatro horas, había terminado reducida a aquella clase de negociación.

–¿Eso significa que no quieres tener contacto con el niño?

Él cerró los ojos.

–Ahora mismo ni siquiera soy capaz de pensar lo que quiero. Lo único que puedo hacer es hacerme cargo de lo que tú quieres. Ya nos ocuparemos de lo demás más adelante, si es que estás embarazada.

–¿Entonces cuánto dinero pretendes dejar?

–Lo suficiente como para que puedas confiar, o al menos, no desconfiar, en que voy a seguir en contacto contigo. Di tú la cantidad.

No tenía idea de cuánto pedir, pero había algo muy extraño en aquel hombre. Aquello lo demostraba y la hizo elevar notablemente la primera cifra que se le ocurrió.

–¿Cinco mil?

Para su sorpresa, él no discutió. Se limitó a sacar esa cantidad de dinero, en billetes de cien dólares sujetos por un clip, de una bolsa de lona. Después de tenderle dos fajos, contó otros mil dólares.

–Toma.

–¡No me puedo creer que lleves tanto dinero encima! –ni siquiera podía empezar a imaginar cómo iba a explicárselo, pero le detuvo antes de que él empezara a intentarlo–. No importa. No quiero que me mientas.

Tenía que ser traficante de drogas o algo parecido. No era exactamente el tipo de padre que habría elegido para su hijo, así que quizá fuera mejor que quisiera marcharse. Ya solo le cabía esperar que no quisiera tener ningún contacto con ellos.

Después de salir del dormitorio, se guardó el dinero debajo del cinturón para que nadie pudiera verlo y tomó aire. Podría estar contemplando un futuro completamente diferente al que había imaginado cuando había empezado a pensar en hacer un viaja a Europa. Pero preocuparse por lo que iba a pasar no cambiaba nada. Podía ir al banco, depositar el dinero que le había dejado en custodia y prepararse para ir a San Francisco. Como iba a celebrar su cumpleaños, le había pedido a la persona que se encargaba de atender el hostal por la noche que llegara antes de lo habitual. En cuanto iniciaran la velada, sería capaz de disfrutar de la cena, del baile y, por lo menos durante unas horas, olvidar a Brent Taylor y los cambios que podrían estar teniendo lugar en su propio cuerpo.

Si estaba embarazada, se enfrentaría a ello. Podría ser una madre soltera. Llevaba tiempo añorando iniciar una nueva etapa en su vida, pero jamás había imaginado que lo haría sin un marido.

 

 

Aquella noche, Rex estaba más inquieto de lo habitual. Intentó trabajar con el ordenador. Hizo todos los arreglos necesarios para que Scarlet se reuniera con él al día siguiente y alquiló una habitación para cada uno en la casa que había visto anunciada en el Black Gold Coffee. Su nueva casera, una viuda de edad avanzada, estaba dispuesta a permitir que se instalaran allí inmediatamente. Pero los minutos iban pasando tan lentamente que el día siguiente, y su inminente traslado a otra parte del pueblo, se le antojaba algo muy lejano. Su mente continuaba regresando a Eve.

¿Estaría embarazada? Y en el caso de que así fuera, ¿qué podía hacer?

Le enviaría dinero, por supuesto, como le había prometido. Pero no podía imaginarse teniendo un hijo o una hija, especialmente porque no iba a ser capaz de conocer a ese hijo, no sin ponerlo en peligro.

Treinta minutos antes de que cerrara Just Like Mom’s, se acercó hasta allí para buscar algo de comer. La muchacha que le atendió se llamaba Tilly, por lo que decía su tarjeta. Se sonrojaba cada vez que la miraba, pero era muy joven. Demasiado joven para él. Debía de tener… unos veintiún años.

–¿Dónde te alojas? –le preguntó, mostrando sus hoyuelos mientras le llevaba la cuenta.

–En el Little Mary’s.

–¡Ah! En el hostal de Eve. Es un gran hostal.

Rex jugueteó con el salero y el pimentero mientras preguntaba:

–¿Conoces bien a Eve?

–No fui al colegio con ella ni nada parecido. Tiene diez años más que yo, pero la veo mucho por el pueblo. Es una persona encantadora.

–¿Ah, sí?

–Desde luego. No conozco a nadie a quien no le caiga bien. ¿La has conocido?

–Sí.

De pronto, se dio cuenta de que Eve le recordaba a Laurel, aunque el color de ojos y pelo fuera exactamente el contrario. Y Dios sabía lo mucho que había querido a la hermana de Virgil. Seguramente, aquella era la razón por la que se había sentido atraído por ella la noche anterior.

–Parece una buena persona.

–Lo es.

–¿Y por qué crees que no se ha casado?

Tilly torció la boca mientras buscaba una respuesta. A la mayor parte de la gente le parecería una pregunta extraña por parte de un desconocido, pero ella estaba poniendo demasiado esfuerzo en serle útil como para analizarla críticamente.

–No estoy segura. Creo que es la más guapa del grupo.

–¿Del grupo?

–Forma parte de una pandilla de amigos que se criaron aquí. Están muy unidos. A estas alturas, casi todos están casados… No tengo ni idea de por qué ella no ha encontrado a nadie.

–A lo mejor es difícil llevarse bien con ella –sugirió Rex para ver qué clase de respuesta le daba.

Tilly sacudió la cabeza con firmeza.

–De ningún modo. Si tuviera que aventurar algo, diría que a lo mejor todavía está enamorada de Ted.

–¿Ted es un antiguo novio?

–Estuvieron saliendo el año pasado durante algún tiempo. Pero él no había superado lo de Sophia, una novia que había tenido años atrás. Y cuando Eve le consiguió a Sophia un trabajo con Ted para intentar ayudarla, él decidió que prefería quedarse con Sophia.

Rex no conocía ni a Sophia ni a Ted, pero no podía imaginar a nadie capaz de rechazar a Eve. Le dio un largo sorbo a su refresco para que su siguiente pregunta sonara todo lo natural que pretendía.

–¿Y ella sufrió mucho?

–Fingió no estar sufriendo, pero todo el mundo sabía que le habían roto el corazón.

–Es una lástima.

–Ted era un gran partido. Es un famoso escritor de novelas de misterio, ¿sabes?

–¿Ah, sí?

–Tiene diez libros publicados. O quizá más. He perdido la cuenta –advirtió que Rex había terminado su refresco y le tomó el vaso–. ¿Quieres más?

–No, gracias. Tengo que irme.

Tilly titubeó un instante, cambió el peso de un pie a otro y se aclaró después la garganta.

–¿Eres nuevo en el pueblo?

–Solo estoy de paso.

–Ya. Bueno, si te apetece hacer algo esta noche, cuando salga, voy a ir con unas amigas a un bar. Si quieres, puedes venir con nosotras.

Rex deseó que le atrajera la mitad que Eve, pero no era así. En cualquier caso, ya tenía suficientes problemas.

Sonrió con cierto pesar para disculpar su rechazo y dijo:

–Parece divertido, pero me temo que mañana tengo que madrugar.

–De acuerdo. No importa. Si cambias de opinión, cualquiera puede decirte cómo llegar al Sexie Sadie’s. Y si no te veo, espero que disfrutes de tu estancia en Whiskey Creek. Vuelve pronto.

–Gracias –dejó un billete de veinte dólares en la mesa para pagar la cuenta y dejar algo de propina y salió.

Cuando se metió en el Land Rover, pretendía regresar al hostal y dormir algo. Pero no fue eso lo que hizo. Giró en el siguiente desvío y continuó conduciendo, adentrándose en el camino que había recorrido aquella misma mañana.