Capítulo 7

 

Como Eve era la que vivía más lejos del pueblo, la limusina dejó primero a todos sus amigos. Estaba lloviendo cuando la limusina aparcó en el camino de su casa. Las doce de la noche todavía era una hora temprana, teniendo en cuenta lo tarde que solían retirarse cuando celebraban algún acontecimiento especial.

Pero las noches con el grupo ya no eran como años atrás. Cheyenne estaba embarazada y no podía quedarse hasta muy tarde. Addy tenía un hijo recién nacido y no le gustaba dejarle durante más de dos horas y Ted y Sophia tenían una hija de quince años que estaba sola en casa, de modo que la diversión había terminado mucho antes de lo que lo habría hecho dos años atrás. Para gran consternación de Baxter, habían dejado San Francisco antes de que la fiesta hubiera empezado realmente.

Pero Eve no podía culpar a sus amigos. Si ella hubiera estado en su lugar, también habría querido volver a casa. El problema era que no tenía ninguna razón para querer volver, a no ser que quisiera continuar dando vueltas a lo que había ocurrido la noche anterior. Y no quería. Se decía a sí misma que no iba a pensar en ello hasta que no supiera si estaba o no embarazada. Pero apenas había sido capaz de pensar en otra cosa durante toda la noche.

Sonó su teléfono, anunciando la entrada de un mensaje:

Menuda fiesta de cumpleaños.

Era de Baxter. Ella le había escrito dándole las gracias por los pendientes que le había regalado.

No pasa nada –escribió ella–. Nos estamos haciendo mayores. Nuestras vidas están cambiando.

–¡Y una mierda! Deja que los demás envejezcan sin nosotros. Ven a pasar conmigo el próximo fin de semana. Yo me encargaré de que te diviertas.

Lo decía como si su vida no hubiera cambiado, pero también él tenía un compañero y Eve tenía la impresión de que Soctt no tenía mucho interés en los viejos amigos de Baxter. Baxter se había construido una nueva vida en la ciudad. Pero por mucho que Eve lamentara haber perdido el tiempo y la atención que Baxter le dedicaba, se alegraba por él. Sabía que había sufrido mucho para superar lo de Noah, que no tenía ninguna tendencia homosexual y en aquel momento estaba casado con Addy. Eve esperaba que, en Scott, Baxter hubiera encontrado a alguien con el que compartir sus intereses a todos los niveles.

Los fines de semana son complicados durante las fiestas –escribió–. El hostal está al completo. Pero te veré cuando vuelvas por Navidad. Scott me cae bien, por cierto. Hacéis muy buena pareja.

A Scott también le caes bien.

–Sí, claro –gruñó.

Apenas les conocía y…

Entró un segundo mensaje inmediatamente y por su tono parecía que Baxter quería poner fin a la conversación.

–¡Feliz cumpleaños! –leyó–. Y llámame si necesitas algo, aunque solo sea para maldecir tu vida.

Eve miró el teléfono con una sonrisa. Baxter entendía lo que sentía, pero estaba segura de que había conseguido engañar a todos los demás.

El chófer de la limusina echó el freno de mano y salió a abrir la puerta.

Sus amigos le habían dejado la propina al salir. Le habían dicho que no querían que ella pagara nada, así que se limitó a darle las gracias y suspiró mientras le observaba alejarse. Estaba a punto de quitarse los tacones para no torcerse un tobillo al caminar sobre la grava cuando reparó en el Land Rover que había aparcado al lado de la caravana de sus padres.

–¿De quién es eso? –no conocía a nadie que tuviera un Land Rover.

Solo se había llevado un jersey ligero a Bay Area porque le parecía que quedaba mejor con el vestido que su abrigo de lana gruesa. En aquel momento, al sentir el frío y la humedad, lamentó su decisión, pero tenía demasiada curiosidad como para dejar que el tiempo la metiera tan pronto en casa. Aquel Land Rover no tenía por qué estar allí.

Se estaba encaminando hacia él cuando se abrió la puerta del conductor. Salió Brent Taylor, pero no se dirigió hacia ella. Ni siquiera se apartó del vehículo lo suficiente como para cerrar la puerta. Se limitó a permanecer allí, como si estuviera esperando a saber si era bienvenido.

–¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó Eve sorprendida.

–Ojalá lo supiera.

–Supongo que tendrás alguna idea.

No respondió. Se limitó a dirigirle una mirada que decía que debería ser evidente.

–¿Has vuelto a por más?

–¿Por qué no? Anoche lo pasamos bien.

–Estabas borracho. Los dos lo estábamos. Y pensaba que no querías volver a verme, que querías poner fin a lo que había pasado entre nosotros. Esta mañana has agarrado tu ropa y te has ido de mi casa como si tuvieras miedo de que pudiera atarte a la cama.

–Lo sé. Y era eso lo que quería.

Eve pensó que debería mostrarse un poco más contrito y avergonzado después de haber dejado tan claro que no quería que se pusiera en contacto con él. Pero aquel tipo no se mostraba ni contrito ni avergonzado en absoluto. Era demasiado atrevido como para eso.

–Pero… –le urgió.

Él apoyó la mano en la puerta y la otra en la parte superior del coche.

–No puedo dejar de pensar en ti.

Eve se quitó los zapatos. Las piedras le cortaban las plantas de los pies, pero por lo menos así no iba a tropezar ni se iba a caer.

–Ya estamos suficientemente preocupados por un posible embarazo.

–Esta vez vengo preparado.

–Así que quieres estar conmigo. Pero no quieres que eso signifique nada.

Brent desvió la mirada y se frotó la frente.

–No voy a estar aquí durante mucho tiempo.

Nada de ataduras. Ya se lo había dicho antes. ¿Es que nunca iba a conocer a un hombre que estuviera dispuesto a enamorarse?

Volvió a invadirla aquella ya antigua decepción, haciéndola desear confesar lo que pensaba de aquellos encuentros tan poco trascendentes que él parecía preferir. Pero no tenía ningún derecho a juzgarle. Había sido ella la que había decidido llevarle a su casa la noche anterior. Eran dos personas diferentes y querían cosas diferentes. En cualquier caso, estaba decidida a ser educada.

–Gracias por tomarte la molestia de venir hasta aquí. Y entiendo que lo hayas hecho. Supongo que anoche te di la sensación de estar desesperada cuando te conté que era mi cumpleaños y todo eso. Pero hay otras mujeres que pueden darte lo que estás buscando. Creo que con ellas te lo pasarías mucho mejor.

Brent se irguió.

–¿Me estás diciendo que debería ir a buscar a otra mujer?

–Sí. Incluso puedo ayudarte a buscar a alguien, si quieres. Noelle, la camarera que nos trajo a mi casa, podría ser una buena apuesta. Todo el mundo sabe que está dispuesta a acostarse con cualquiera. Y, por si no lo notaste, tiene unos implantes enormes.

–Y eso debería resultarle excitante a un hombre tan superficial como yo, ¿verdad?

–A un tipo que quiere divertirse –le aclaró–. Y en el caso de que Noelle no esté trabajando esta noche, estoy segura de que si aguantas un buen rato en el bar, no saldrás solo.

Como él no dijo nada, Eve tomó aire.

–Puedo indicarte cómo llegar desde aquí.

Brent soltó una maldición e inclinó la cabeza. Después, la miró de nuevo a los ojos.

–No tengo ningún interés ni en Noelle ni en sus implantes, ni en nadie que esté en el Sexy Sadie’s, Eve. Sé lo que quiero, y quiero estar contigo.

Pareció sorprenderse cuando Eve soltó una carcajada y sacudió la cabeza.

–No, no es verdad. Mi comportamiento de anoche parece contradecirlo, pero, en realidad, soy una persona chapada a la antigua. Para mí, hacer el amor es estar cerca de alguien, mostrarte vulnerable, compartir miedos, preocupaciones y vivencias, adquirir un compromiso. Y es más que evidente que tú no quieres estar conmigo.

No obtuvo respuesta.

–Noelle se acerca mucho más a lo que estás buscando –añadió, puesto que no sabía si le había convencido–. Puedo llamar para ver si está trabajando. Si entras en el bar y le pides que te lleve a su casa, creerá que ha muerto y está en el cielo. Sobre todo si tiene la sensación de que me estás dejando por ella.

–Es posible que no pueda ofrecerte una relación con futuro, pero eso no significa que no quiera una relación significativa, igual que tú. Déjame estar contigo esta noche, por favor –añadió suavemente.

Los dos se estaban mojando. Eve se cerró con fuerza la chaqueta mientras parpadeaba para protegerse de la lluvia.

–Pero esto es una locura. Es posible que esté embarazada y…

–Ya te lo he dicho, he traído preservativos. Así que el hecho de que estemos juntos esta noche no va a empeorar las cosas.

–Aun así…

–¿Tú quieres estar conmigo? –preguntó él–. Sé sincera.

Eve era reacia a decir que sí, aunque aquella fuera la verdad, de modo que no dijo nada. Pero él comprendió lo que aquel silencio significaba.

–Entonces no me pidas que me vaya. Y deja de hablarme de mujeres como Noelle. Mi vida ya es suficientemente vacía.

 

 

Rex contuvo la respiración, esperando haber sido capaz de persuadirla. Necesitaba algo para combatir aquella sensación de llevar una vida sin rumbo. Eve podría ofrecerle un descanso. Lo sabía. Sentía con ella una conexión similar a la que había sentido con Laurel. Pero la hermana de Virgil había entrado en su vida demasiado pronto, cuando todavía era un desastre, cuando él también era un desastre que parecía incapaz de vencer sus demonios.

–¿Y bien? –le preguntó.

Eve continuaba de pie bajo la lluvia, mirándole con la boca abierta.

–No sé qué decir. Excepto ayer por la noche, yo nunca he… nunca he tenido una relación tan pasajera como esta. No estoy segura de que pueda… estar a la altura de tus expectativas.

–¿Qué expectativas? No pretendo que comiences a comportarte como una actriz porno. Lo único que quiero es un encuentro sincero. Eso es todo. Mañana haré lo que considero mejor para ambos y te dejaré en paz.

Eve se frotó los brazos, intentando alejar el frío.

–¿Por qué crees que es lo mejor?

–Tengo ciertas… consideraciones prácticas… Motivos que me obligan a moverme.

–¿Te busca la policía?

–No. Te prometo que no soy un delincuente.

Había llegado a estar en un programa de protección de testigos, pero lo había abandonado al descubrir que no podían ofrecerle la protección que necesitaba. Había descubierto que era mejor arreglárselas solo. No había nadie tan motivado a salvarle el pellejo como él mismo.

–¿Entonces cuál es el problema? –le preguntó.

–Llámalo espíritu viajero.

Tenía que decirle algo para que le creyera, para que dejara de cuestionarle o de interrogarse en silencio.

–En cualquier caso –continuó–, nunca seré la clase de hombre que necesitas.

Eve habría estado de acuerdo si hubiera conocido su pasado. Rex tenía que luchar cada día para superar todo lo que había hecho, todo lo que había sido. Aquello no le convertía en el candidato más adecuado para nadie, especialmente para una mujer tan buena. Eve se merecía a alguien tan inocente y sin complicaciones como ella, no un hombre con una mochila como la que él cargaba. No alguien que hacía años que no hablaba con su familia. No un expresidiario, un exdelincuente, un exadicto al OxyContin. Dudaba de que le dejara entrar siquiera en su casa si le contara su pasado. No tenía el aspecto de un hombre que guardara aquella clase de esqueletos en el armario, y era una suerte. Probablemente, no habría podido comenzar su negocio y haber tenido tanto éxito si hubiera sido de otra manera.

–¿Entonces qué dices? –le preguntó.

Cuando Eve asintió, Rex soltó el aire que había estado reteniendo. «Tengo una noche», se dijo a sí mismo. Una noche para fingir que era tan normal como cualquiera.

 

 

Lo estaba haciendo.

El corazón de Eve amenazaba con salírsele del pecho mientras Brent Taylor la levantaba en brazos para evitar que pisara las afiladas piedras y cruzaba con ella el jardín. Aquella era la mayor locura, y la más arriesgada, que había hecho en su vida. Sobre todo porque sus padres estaban durmiendo en su casa, a solo cien metros de allí. Pero también era muy emocionante. El olor de la piel de Brent, aquella fragancia a loción para después del afeitado, al desodorante o lo que quiera que fuera, revivió los recuerdos de la noche anterior. Y eran recuerdos condenadamente buenos.

Abrió la puerta mientras él la mantenía en brazos y él la empujó con el hombro. Pensó que la dejaría en el suelo una vez cruzado el vestíbulo, pero no lo hizo. La llevó directamente hasta el dormitorio.

–A lo mejor deberíamos abrir una botella de vino –sugirió Eve, esperando que el alcohol la ayudara a mitigar la ansiedad, como había ocurrido la noche anterior.

–No –contestó él–. Vas a tener que enfrentarte a tus propios nervios. Quiero sentirlo todo, y quiero que tú también lo sientas. Ya son más de las doce. No quiero seguir perdiendo el tiempo.

No parecía un hombre que estuviera buscando solamente un cuerpo caliente, para el que cualquiera mujer valdría. Eve no terminaba de creérselo, puesto que, en otros sentidos, encajaba con aquel estereotipo.

–¿Por qué? ¿Por qué esto significa tanto para ti, sin significar nada en absoluto? –le preguntó.

–Me recuerdas a alguien.

Por fin lo comprendía. Por eso no tenía interés en Noelle ni en ninguna otra mujer.

A Eve no la emocionó precisamente conocer la verdad, pero, por lo menos, estaba siendo sincero.

–Ya entiendo. ¿Cómo se llama?

–Preferiría no decírtelo.

–¿Y puedes decirme dónde vive?

La dejó en la cama.

–¿De verdad importa?

–Eres tú el que se comporta como si importara.

–En Montana.

–¿La dejaste tú o…?

–La relación no funcionó. Ahora está casada con otro.

De alguna manera, aquella declaración hacía que la situación le resultara menos amenazante que unos minutos antes. También le había resultado menos excitante saber que estaba pensando en otra mujer. Pero, Dios, aquel tipo sabía besar. Y en cuanto empezó a besarla, le resultó fácil olvidar que no era ella la mujer que deseaba.

 

 

Eve se parecía menos a Laurel de lo que Rex había pensado. Hablaba de forma diferente, se movía de forma diferente y reaccionaba de diferente manera a sus caricias. Al principio, temió haber inventado las similitudes entre las dos mujeres hasta el punto de que hacer el amor con Eve no le resultara tan satisfactorio como había esperado. Pero cuanto más la acariciaba, más se olvidaba de Laurel y más disfrutaba de la exploración de aquella mujer desconocida para él.

Físicamente, Eve no tenía el menor defecto, pero no era aquella la razón por la que la había elegido. Estaba buscando algo más y, aunque no fuera Laurel, Eve encerraba una cierta… promesa. Le gustaba que no hubiera ningún pasado entre ellos, ninguna de las turbulencias que habían terminando tiñendo su relación con Laurel. A pesar de las dudas que había despertado con sus silencios, Eve le había tratado como si fuera lo que parecía ser: un profesional, un exitoso hombre de negocios de treinta y tantos años. Aquello le daba una sensación de libertad que nunca había tenido con la hermana de su mejor amigo. Cuando estaba con Eve, era como si nunca hubiera sido Chico Guapo, como le llamaban los miembros de su pandilla. Como si nunca hubiera sido el chico que la liaba continuamente y había animado a su hermano pequeño a zambullirse desde lo alto de una roca, o el adolescente rabioso que se servía de las drogas para entumecer el dolor de saberse responsable de la pérdida de su hermano. Allí, en aquel pueblo, casi podía creerse la imagen que veía reflejada en los ojos de Eve. Se sentía casi como si fuera tan merecedor de cosas buenas como cualquiera.

–Creo que ni el diablo besa mejor que tú –le alabó Eve.

–Eso es porque el diablo me ha enseñado todo lo que sé –respondió.

Y estuvo a punto de echarse a reír al pensar que Eve no sabía hasta qué punto era cierto lo que acababa de decirle.

Deslizó los labios por su cuello, deleitándose en la suavidad de su piel.

–¿Qué es lo que te recuerda de mí a esa otra mujer? –le preguntó Eve.

–No hables de nadie más. Ha sido una estupidez mencionar eso. Estoy encantado de estar aquí contigo.

–Siento curiosidad.

–Hueles como ella. Debes de utilizar el mismo perfume.

A lo mejor esa era la razón por la que la había relacionado con ella. La noche anterior estaba demasiado borracho como para darse cuenta de que aquella fragancia le resultaba familiar.

–¿Y quieres que… diga algo de lo que esa mujer solía decir? ¿O que haga algo que ella hiciera?

Rex alzó la cabeza.

–No, sé tú misma –le quitó el sujetador y se apoderó de su seno–. Hasta ahora me gusta todo lo que estoy encontrando.

Eve cerró los ojos y jadeó suavemente cuando él inclinó la cabeza.

–En ese caso, me relajaré e intentaré disfrutar.

Él deslizó la mano por su vientre plano, buscando otro territorio más sensible todavía.

–Eso es lo único que tienes que hacer –le dijo.