Capítulo 8

 

Eve no estaba segura de por qué, a medida que aquel encuentro progresaba, crecía su determinación de hacer que Brent se olvidara de aquella otra mujer. No quería llenar el vacío de una antigua llama. Quería que la recordara mucho tiempo después de que aquella noche terminara. Pero eso implicaba lanzar todas las reservas e inhibiciones al viento, algo a lo que no era particularmente aficionada. Podría hacerlo en aquella ocasión porque Brent realmente no la conocía y aquella era una aventura de una sola noche. Tanto si la noche iba bien como si no, no volverían a estar juntos. Él se iría del hostal para dirigirse hacia donde quiera que pensara marcharse y aquello supondría el final de lo que había empezado en el bar.

Eve sospechaba que era aquel inmediato final lo que estaba haciendo que el sexo fuera tan espectacular. No estaba bebida, pero tampoco se sentía sobria. Y tenía la sensación de que tampoco para Brent era normal lo que estaba sintiendo. Cuanto más se excitaba ella, más se excitaba él y cuando alcanzaron por fin la cumbre del placer, aquella fue, con mucho, la mejor experiencia íntima que había tenido Eve en toda su vida.

–Supongo que no solo se te dan bien los besos –dijo cuando Brent se dejó caer contra la almohada, intentando recuperar la respiración.

–Ha sido increíble –se mostró de acuerdo él.

Brent no era un hombre que se excediera en los halagos, así que Eve asumió que podía creer lo que le estaba diciendo y sonrió cuando se acurrucó contra ella.

Se quedó dormido casi inmediatamente, pero ella no podía dormir. En lo único en lo que podía pensar era en que quizá llevara en su vientre un hijo de aquel hombre.

 

 

Eve esperaba que Brent se hubiera ido de casa para cuando llegara la mañana. Desde luego, la otra noche se había dado mucha prisa en marcharse. Pero aquella segunda noche parecía haber ido en busca de algo más que sexo. O a lo mejor era que no era capaz de saciarse, porque se habían despertado varias veces durante la noche y habían vuelto a hacer el amor una y otra vez. En aquel momento, por lo que marcaba el despertador digital, que fue lo primero que vio cuando abrió los ojos, eran más de las diez y alguien estaba aporreando la puerta.

–¿Eve? ¿Estás bien? Hay un Land Rover blanco que no conocemos en el camino de la entrada. ¿Sabes de quién es?

¡Su padre! El pánico la invadió y se incorporó de un salto. Pero todavía era de noche. ¿Entonces por qué el reloj marcaba las diez?

Lo recordó en aquel momento. Brent había bajado las persianas la noche anterior, algo que ella rara vez se molestaba en hacer. No tenía ningún vecino cerca, salvo sus padres, y la ventana de su dormitorio daba a varias hectáreas de tierra desierta.

–Maldita sea –musitó cuando volvieron a llamar.

–¿Qué pasa?

Brent ni siquiera abrió los ojos. Alargó la mano hacia su seno y la urgió a tumbarse otra vez.

–¿Eve? –llamó su madre.

–¿Quién es? –farfulló Brent, pero no parecía particularmente preocupado.

Eve le apartó el brazo para poder levantarse.

–Son Adele y Charlie.

–¿Quién?

–¡Mis padres!

Brent alzó la cabeza, inmediatamente en alerta.

–¿Los esperabas?

–No, pero viven enfrente. Vienen siempre que les apetece.

–¿Y no se te ocurrió comentármelo anoche?

–¿Para qué iba a decirte nada? –replicó–. ¡No se me ocurrió pensar que ibas a quedarte toda la noche!

–Ayer también me quedé toda la noche, ¿no?

–Sí, pero te fuiste al amanecer. Y ellos no suelen levantarse hasta dos horas después. Además, ayer no tenía por qué preocuparme por ellos. Estaban de viaje en la autocaravana que seguramente viste al aparcar.

–Sí, me preguntaba que de dónde había salido e imaginé que era de tus vecinos. Pero no se me ocurrió pensar que tus vecinos eran tus padres –se sentó inmediatamente y se pasó la mano por el pelo–. ¿Qué vas a hacer ahora?

–No estoy segura –estaba buscando en sus cajones, buscando un chándal–. No puedes esconderte. Ya han visto tu coche.

–Podemos fingir que solo somos amigos y que he dormido en el sofá.

–Mis padres conocen a todos mis amigos. En cuanto te vean, se darán cuenta de que eres el hombre que traje anoche a casa.

–Acabas de decirme que estaban fuera. ¿Cómo se han enterado de lo que pasó anoche?

–Tuve que contárselo.

–¿Por qué?

–Porque de todas formas iban a enterarse.

–¡Mierda! –apartó las sábanas de una patada–. A lo mejor debería vestirme y salir por la puerta de atrás.

–De ninguna manera. Eso solo empeoraría la situación. Tú solo… compórtate como si de verdad tuviéramos interés el uno en el otro. Cuando te vayas del pueblo, les diré que me has dejado.

Brent estaba ya de pie, vistiéndose, pero se detuvo durante el tiempo suficiente como para mirarla con expresión dubitativa.

–¿Y si estás embarazada?

–Se alegrarán. Quieren tener nietos.

–¡Se enfadarán! –la corrigió–. Y querrán que me case contigo.

–Y les diré que me diste un número de teléfono inactivo, pero que me dejaste dinero.

–¡Oh, mierda!

Eve estuvo a punto de soltar una carcajada, a pesar de su apuro.

–¿Qué más te da lo que piensen? Después de hoy, no vas a volver a verles.

–Eve, ¿estás ahí? –preguntó su madre.

Su padre se unió rápidamente a ella.

–¡Vamos a entrar!

–¡No, esperad! –gritó en respuesta–. ¡Dadnos un minuto!

–¿Dadnos? –repitió Brent, claramente disgustado.

–Yo no tengo la culpa de que nos hayamos dormido.

–¿La tengo yo?

–Fuiste tú el que bajaste las persianas. Podrás soportar unos minutos con ellos. Lo único que tienes que hacer es ser educado para que no piensen que he sido una estúpida al dejar que te metas en mi cama –añadió, considerando la situación desde una perspectiva diferente–. Después podrán decirle a mi hijo, si es que termino teniendo uno, que te conocieron. A mí me gustaría y podría ser bueno para el bebé.

Brent la miró como si estuviera a punto de maldecir otra vez, pero ella le ignoró. Se miró en el espejo para asegurarse de que estaba correctamente vestida y corrió hacia la puerta.

–¡Eh! –le oyó gritar–. ¡Yo no estoy vestida!

Eve estaba a medio camino cuando se volvió y le vio saltando sobre una pierna, mientras se ponía los vaqueros.

–Cierra la puerta y sal cuando estés vestido.

–Dile a tu padre que no me merezco un tiro.

No lo había dicho completamente en serio, así que ella no respondió. Podía ver el rostro de sus padres a través del cristal oval de la puerta y estaba demasiado pendiente de lo que iba a ocurrir en los próximos minutos.

Asomó la cabeza con una sonrisa.

–¡Hola!

Sus padres se la quedaron mirando fijamente.

–¿Estás bien?

–Por supuesto.

Su padre, alias Charlie, señaló hacia el camino de la entrada.

–Entonces… ¿de quién es ese Land Rover?

–Es de Brent –bajó la voz para darle más énfasis a sus palabras–. El hombre al que conocí la otra noche.

Su madre abrió los ojos como platos.

–Yo pensaba que había sido una aventura de una noche –susurró–. ¿Pero ha vuelto? ¿Fue a San Francisco con vosotros?

Eve sintió el rubor trepando por su cuello.

–No, vino después.

Un crujido en el pasillo le indicó que Brent estaba saliendo del dormitorio, pero ella continuó hablando.

–Estábamos a punto de desayunar –abrió la puerta–. ¿Queréis desayunar con nosotros?

Esperaba que dijeran que no. Seguramente, la situación les resultaría embarazosa. Pero ella era su única hija y sentían demasiada curiosidad sobre el nuevo hombre de su vida como para quitarse de en medio tan pronto.

–Nos encantaría –contestó su padre.

Lo siguiente que supo Eve fue que estaba haciendo las presentaciones.

–Encantado de conocerles –Brent les estrechó la mano a los dos.

A continuación, se dirigieron todos a la cocina para que Eve pudiera comenzar a preparar el desayuno.

–¿Cómo te gustan los huevos? –le preguntó a Brent.

Brent arqueó las cejas. Aquel ligero cambio de expresión le indicó a Eve que le habría gustado estar en cualquier otro lugar, pero ella fingió que estaba encantado de que le incluyeran en el desayuno.

–¿Fritos? –sugirió en el mismo tono en el que podía estar diciendo «solo serán unos minutos».

–Con un café tengo suficiente –farfulló.

–Yo los tomaré revueltos –dijo su padre.

Eve se volvió hacia su madre.

–¿Y tú, mamá?

–Como tú prefieras, cariño.

Adele no era capaz de quitarle a Brent la mirada de encima. Eve pensó que podría servirle un huevo crudo y no se quejaría.

Su padre se sentó enfrente de su invitado.

–¿De dónde eres? –le preguntó.

Brent se aclaró la garganta.

–Soy originario de Los Ángeles.

–¿Y a qué te dedicas?

–Soy propietario de un negocio.

–¿Qué clase de negocio? –preguntó su madre.

Eve les dirigió a sus padres una mirada de advertencia para que se contuvieran, pero estaba convencida de que no se dieron ni cuenta. Aquella era una pregunta lógica para planteársela al hombre que estaba saliendo con su hija, de modo que comprendía que no tuvieran la sensación de estar haciendo nada malo.

–Es una empresa de jardinería.

Aquello le llamó la atención a Eve, a pesar de su ansiedad y su angustia. Brent no le parecía un hombre que se dedicara a la jardinería. No tenía las manos suficientemente callosas, se habría dado cuenta. Suponía que podía tener cuadrillas que se encargaran del trabajo físico, pero aun así…

–¿Tienes hermanos? –preguntó Adele.

–Un hermano que es cirujano y otro que es ingeniero químico.

La silla del padre de Eve arañó el suelo cuando este cambió de postura.

–¿Y qué te ha traído por esta zona?

–Estoy de vacaciones y se me ocurrió probar suerte buscando oro.

–¿No hace demasiado frío en esta época del año?

Eve se encogió por dentro mientras su padre continuaba con el interrogatorio, pero, por lo menos, el café ya estaba preparado. Sirvió café para todo el mundo, excepto para ella. Ya estaba demasiado nerviosa y alerta. Y prefería evitar el café por si estaba embarazada.

–La verdad es que no. El tiempo en esta zona es casi templado comparado con el de otros muchos lugares.

–Eso es cierto –admitió su madre, poniéndose del lado de Brent.

Pero su madre era una romántica, como Eve. Había visto que Brent era un hombre atractivo y que se expresaba correctamente. Eso le bastaba para pasar por alto ciertos vacíos en la información que suministraba. Al fin y al cabo, Adele quería ver a su hija casada. Pero su padre no iba a mostrarse tan dispuesto como ella a quitarles importancia.

–¿Has encontrado algo? –preguntó Charlie.

–Todavía no –contestó Brent–, pero no llevo mucho tiempo por aquí.

–Encontrarse con alguien como Eve es encontrar oro –insistió su madre–. No encontrarás una chica más dulce en ninguna otra parte.

Cuando Brent desvió la mirada hacia ella, Eve le suplicó con su expresión que les siguiera la corriente durante unos minutos más.

–En eso sale a su madre –contestó él.

La carcajada de Adele casi pareció una risita nerviosa.

–¡Qué amable!

Eve esperaba que la situación comenzara a normalizarse, pero Charlie intervino casi inmediatamente.

–¿Y dónde vives ahora?

El titubeo apenas fue perceptible, pero Eve lo notó y se temía que su padre también.

–En Bakersfield.

–Así que has decidido venir al norte a pasar unos días, ¿eh? –intervino de nuevo Adele, ofreciéndole apoyo.

Eve se sentía mal por estar engañándola, pero se dijo a sí misma que no tenía otra opción.

–Había oído que esta zona era muy bonita –contestó Brent.

–¿Y estás de acuerdo?

Brent no contestó. No tuvo oportunidad porque Charlie volvió a abordarle.

–¿Cuánto tiempo estarás en el pueblo?

Decidida a hacerse cargo de la conversación, y a poner fin a aquel interrogatorio, Eve contestó antes de que pudiera hacerlo Brent.

–Solo va a pasar unos días aquí, papá. Tiene que regresar a su casa y ocuparse de su negocio.

El vapor se elevó de la taza de Brent cuando la levantó. Al parecer, tomaba el café solo, una opción que encajaba con la aparente austeridad de su carácter.

–En realidad, mi hermana Scarlet va a venir a quedarse conmigo hasta después de las fiestas.

Eve se quedó boquiabierta. No había mencionado que tuviera una hermana cuando su padre le había preguntado si tenía hermanos unos minutos antes. Y no solo eso, sino que en todo momento había hablado con ella como si su salida del pueblo fuera inminente. El hecho de que continuara alojado en el hostal y hubiera pedido que le permitiera quedarse una noche más le había confirmado aquella impresión.

–¿Qué quieres decir?

–He alquilado dos habitaciones en casa de la señora Higgins. ¿La conocen?

–¡Por supuesto! –exclamó su madre–. Es una mujer maravillosa. Pero fue muy triste lo de Buck. Murió el año pasado. Sé que le echa mucho de menos.

–¿Entonces piensas quedarte hasta después de Navidad?

Por mucho que compadeciera Eve a la señora Higgins, le estaba costando asimilar aquella información, no solo por la repentina aparición de una hermana, sino por el hecho de que Brent fuera a quedarse en el pueblo varias semanas más. Para cuando terminara la Navidad, ella ya sabría si estaba embarazada, lo cual cambiaba definitivamente el escenario que había previsto. A lo mejor había decidido quedarse para poder reclamar su dinero en el caso de que no hubiera hijo alguno.

Brent bebió un sorbo de café.

–Eso parece.

–Me alegro mucho –exclamó su madre–. Así tendremos oportunidad de conocerte.

–¿Y qué me dices del trabajo?

Charlie le miraba con los ojos entrecerrados, como si le costara creer que un hombre pudiera dejar su negocio durante varias semanas para dedicarse a buscar oro en medio del invierno. O quizá fuera por la incoherencia de la información que había dado sobre sus hermanos.

–Estoy dirigiéndola a distancia y, al menos de momento, todo funciona bien –Brent se encogió de hombros–. Ya veremos cómo va yendo todo.

Eve permanecía con la espumadera en la mano y el corazón palpitándole con fuerza. ¿Por qué no le habría dicho que pensaba quedarse todo el mes? ¿Y qué significaba aquel cambio para ella?

Él no quería que continuaran viéndose. Si pensaba marcharse, Eve prefería no tener más relación con él. Pero, aunque no fuera ese el caso, había demasiadas incoherencias entre lo que había dicho y lo que no, por no hablar de sus evasivas.

–Me sorprende que no me hayas dicho nada.

Brent le sonrió radiante.

–Supongo que estaba distraído.

Eve tenía ganas de dirigirle una mirada asesina. Sin lugar a dudas, a él le parecía graciosa la alusión a lo que habían hecho. Era su venganza por haberle hecho soportar aquella farsa de desayuno. Pero estando Charlie y Adele en la cocina, sabía que cuestionar aquella excusa haría todavía más embarazosa la situación.

Después de dar un rápido sorbo a su café, Brent señaló la sartén.

–Creo que deberías echar un vistazo a esos huevos. Huele como si se estuvieran quemando.