Eve le había engatusado. No era una palabra que Rex hubiera utilizado nunca. Ni siquiera estaba seguro de cómo había llegado a formar parte de su vocabulario. Pero parecía apropiada para aquella situación en particular. ¿Qué otra cosa podía explicar su conducta? Ya había hecho el amor con ella un buen número de veces, incluyendo dos sin utilizar ningún tipo de protección. No debería haber vuelto a su casa la noche anterior, y, definitivamente, no debería haber desayunado con sus padres.
Mientras se alejaba, con la invitación a sumarse a una cena para celebrar el cumpleaños de Eve resonando todavía en su cabeza, no pudo evitar maldecir su propia debilidad. Sabía que era preferible no dar lugar a ningún tipo de escándalo en un pueblo tan pequeño como aquel. Sabía que era preferible no crear un escándalo en ninguna parte. Y lo mismo podía decir de establecer vínculos demasiado personales. Había estado escondiéndose desde que había sido expulsado de La Banda. Si alguien había aprendido la mejor manera de sobrevivir, ese era él.
Pero…
Suspiró mientras observaba los buzones de delante de la casa de Eve disminuyendo de tamaño en el espejo retrovisor. ¿Pero qué más daba que hubiera aprendido a sobrevivir? Ya no creía que pudiera continuar haciendo todo lo que había hecho hasta entonces para evitar a La Banda. Estaba llegando a la conclusión de que una vida vivida sin crear ningún vínculo con otro ser humano no merecía la pena.
Como había sido su cumpleaños, Eve había pensado en tomarse el sábado libre. Así que cuando Brent se fue, se dio una ducha y arregló el resto de la casa. Pero después decidió ir al hostal de todas formas. No quería seguir holgazaneando. Le daba demasiado tiempo para pensar. Y siempre había algo que hacer para mejorar el éxito del negocio.
Pero al dirigirse hacia el pueblo, vio una exclusiva tienda de bebés en la que generalmente intentaba no fijarse. The Cat and the Fiddle estaba a solo dos manzanas del hostal, pero a no ser que tuviera que hacer algún regalo, nunca pasaba por allí. Aquella tienda la hacía demasiado consciente de que continuaba soltera y sin hijos a los treinta y cinco años, cuando no era así como quería estar.
Sin embargo, aquel día, aparcó junto a la acera y entró.
–¡Oh, Dios mío! ¡Es precioso!
Eve estaba sujetando el vestido rosa más bonito que había visto en su vida cuando aquella voz la hizo volverse. Descubrió a Noelle Arnold tras ella. El corazón estuvo a punto de detenérsele en el pecho por miedo a que Noelle pudiera imaginar el motivo de su interés. Pero no fue así. Antes de que hubiera podido responder, la propia Noelle continuó hablando.
–¿Es para el hijo de Cheyenne?
Eve suspiró aliviada, agradeciendo al cielo aquella excusa.
–Estaba pensando que sería bonito que fuera niña –contestó, y dejó de nuevo el vestido en su lugar.
–No sabe lo que va a ser, ¿verdad?
–Todavía no. Ella quiere un niño y Dylan una niña. Esperarán hasta el día del parto para averiguarlo. Así que yo también tendré que esperar para comprar el vestido.
–Le organizarás tú la fiesta a Cheyenne, ¿verdad?
Por supuesto. Era su mejor amiga. ¿Pero esperaría Noelle una invitación?
Sería muy propio de ella. Jamás había asumido la responsabilidad por haberle quitado el novio a su hermana Olivia, nunca se había disculpado por ello. Había continuado inventando mentiras para que todo el mundo creyera que no había seducido intencionadamente a Kyle.
–Probablemente lo haré después de que nazca el bebé –contestó Eve.
–Tiene sentido –Noelle comenzó a mirar ropa–. Yo también quiero comprarle algo. Por eso he venido.
Sí, claro. Si Eve no se equivocaba, Noelle había visto su coche aparcado delante de la tienda y había decidido aprovechar aquella oportunidad para regodearse de lo que había visto la noche del jueves.
–¿Qué te parece?
Le enseñó un gorro de lana con unos cuernos de vikingo. Era tan gracioso que Eve se habría echado a reír si hubiera estado con cualquier otra persona.
Alargó la mano para palpar la suavidad de la lana.
–Como no sabemos si va a ser niño o niña, cuesta decidir.
–A veces lo mejor es comprar una bolsa de pañales. A cualquier madre le vienen bien. Pero yo nunca he sido una persona práctica –añadió Noelle con un dramático suspiro.
Eve miró hacia la puerta. Estaba intentando encontrar un modo educado de poner fin a la conversación para poder escapar cuando Noelle sacó el tema de la noche en cuestión.
–Sobre lo que pasó en el Sexy Sadie’s…
Ya estaba.
–Me alegro de que tengamos oportunidad de hablar sobre ello –le dijo Eve–. Quería darte sinceramente las gracias, pero no estaba segura de por dónde empezar.
–No te preocupes. Estabas tan borracha que comprendí que tenía que hacer algo.
Eve se encogió por dentro.
–Exacto. Por supuesto, estoy terriblemente avergonzada por todo lo que ocurrió. Pero te agradezco que me llevaras a casa. Fue muy amable por tu parte.
–¡No tienes por qué avergonzarte! Una chica se merece divertirse de vez en cuando, ¿verdad? Y no se lo he contado a nadie, así que no tienes por qué preocuparte.
Aquella era una descarada mentira. Noelle ya se lo había contado a Kyle y, por lo menos, a otra persona más. Eso era lo que Kyle le había contado a Cheyenne.
–¿Ah, no? –Eve no pudo resistir la tentación de presionar para ver si conseguía sonsacarle la verdad, pero fue una pérdida de tiempo.
–No –respondió Noelle–. Así que si comienza a correr la noticia por el pueblo, no seré yo la culpable. En cualquier caso, yo no fui la única persona que te vio en actitud cariñosa con ese hombre.
Eve no había estado «en actitud cariñosa con ese hombre» dentro del bar. Y nadie más sabía que había llevado a Brent a su casa. Habían salido separados del bar. ¿Pero qué sentido tenía discutir?
–¿Pero quién es nadie para juzgarte? –continuó diciendo Noelle–. ¿Qué mujer en su sano juicio le habría dicho que no a un hombre como ese? ¡Dios mío, estaba buenísimo! Llevarte a alguien como él a la cama debe de compensar lo que te hizo Ted el año pasado.
¿También tenía que restregarle aquello?
Haciendo uso de toda su fuerza de voluntad, Eve consiguió esbozar una sonrisa.
–En el fondo, siempre supe que Ted y yo no estábamos hechos el uno para el otro, Noelle. Me alegro de que Sophia y él sean felices.
–Sí, claro –respondió ella en tono de incredulidad.
–Es cierto –insistió Eve.
–Muy bien, si eso es lo que quieres creer… Pero… –Noelle sonrió de oreja a oreja y le dio un codazo–, dime, ¿cuál es mejor en la cama?
Eve estaba deseando responderle violentamente. Noelle tenía aquel efecto en la mayoría de la gente. Pero no quería que fuera contando por el pueblo que habían terminado discutiendo por culpa de lo que había pasado el jueves por la noche.
–Había bebido tanto que no soy capaz de recordarlo –respondió en cambio.
–Es una lástima. A lo mejor deberías invitarle a salir en otra ocasión, en la que sí seas capaz de recordarlo.
Eve jugueteó incómoda con las manos, pero no respondió.
–O a lo mejor debería hacerlo yo –dijo Noelle, con una risa insinuante–. ¿Es nuevo en el pueblo?
Un sentimiento parecido a la posesión trepó por la nuca de Eve. No tenía ningún derecho sobre él, se recordó a sí misma. Pero no le gustaba la idea de que se acostara con Noelle, aunque ella misma se lo hubiera sugerido la noche anterior.
–Solo está de paso.
–¿Durante cuánto tiempo?
–Va a estar por aquí unos días.
La había sorprendido aquella mañana durante el desayuno, diciendo que pensaba pasar la Navidad en el pueblo, pero aquella era una información que Noelle no necesitaba.
–Es una lástima –dijo Noelle–. Pensaba que podría ser el hombre de tus sueños. Sé lo mucho que estás deseando casarte.
Al parecer, iban a seguir cayendo los golpes.
–¿Ah, sí?
–¿A quién más tenemos en el pueblo? –entornó la mirada–. Pero hazme caso, el matrimonio está sobrevalorado.
Eve no se podía creer lo que estaba oyendo. El ex de Noelle era uno de los mejores amigos de Eve y ella lo sabía. Y Eve sabía a su vez que Noelle le había hecho terriblemente desgraciado durante los seis meses que habían estado juntos.
–En realidad, me encantaría irme de este pueblo.
–¿Y por qué no te vas? –fue difícil formular la pregunta sin mostrar demasiado entusiasmo.
–Me encantaría, si tuviera dinero.
Después de haber pasado cuatro años pagándole una pensión exorbitantemente generosa, Kyle había acudido a los tribunales para intentar reducirla. Había ganado el caso el mes anterior y, probablemente, aquella era la razón por la que Noelle estaba trabajando de camarera además de fichar a diario en una tienda de ropa en la que llevaba años trabajando de manera intermitente. Noelle nunca había sido una persona ahorradora, ni que usara el dinero de forma responsable. Había invertido una gran cantidad en ropa, joyas y varias operaciones estéticas.
–Supongo que tendrás que empezar a ahorrar si lo estás pensando en serio.
–O casarme con un hombre rico –contestó riendo.
Pero Eve no fue capaz de reírle la gracia, sabiendo hasta qué punto se había aprovechado de Kyle.
–Será mejor que me vaya –contestó–. Tengo que volver al hostal.
Cecilia iba a sustituirla durante todo el día, pero Noelle no lo sabía. Normalmente, Eve solo libraba los domingos y los lunes.
–Antes de que te vayas… –Noelle alargó la mano hacia el bolso y sacó un trozo de papel–. El tipo con el que te fuiste se dejó esto en el asiento de atrás de mi coche. No le he visto desde entonces, así que he pensado que podrías devolvérselo.
Era una hoja de un bloc de notas de un motel de Placerville, otro pueblo del País del Oro situado a unos cuarenta y cinco minutos de distancia. Tenía un número de teléfono apuntado. Eve no reconoció el código, pero los teléfonos móviles no siempre estaban vinculados a una zona en particular, así que eso no significaba nada. Aunque la letra parecía la misma que la de los números que había visto en el bloc de notas de la habitación de Brent, no aparecía ningún nombre ni nada que indicara que pudiera ser algo importante.
–¿Qué te hace pensar que quiere que se lo devuelvas? –le preguntó.
Noelle tomó un par de botitas preciosas.
–A lo mejor no lo quiere, pero se me ocurrió devolvérselo como un gesto de amabilidad.
Noelle no hacía nada por amabilidad, lo cual llevó a Eve a preguntarse si no habría llamado ya a aquel número de teléfono y sabría que pertenecía a otra mujer. Pero consiguió contestar con un educado «gracias» mientras se guardaba la nota en el bolsillo.
–De nada. Es posible que te vea en la fiesta que le organicemos a Cheyenne, ¿verdad?
–A lo mejor –respondió Eve, y se volvió hacia la puerta.
Quince minutos después estaba sentada en su despacho, con la mirada fija en el número que Noelle le había dado. Brent se había marchado; Eve había subido a su dormitorio para comprobarlo. Había dicho que se alojaría en casa de la señora Higgins, de modo que podría pasarse por allí para entregarle aquella nota. Pero no quería que pensara que estaba inventando una excusa para volver a verle, de la misma forma que había hecho Noelle para acercarse a ella. Una vez se había ido, había terminado con él. Sería más fácil para ambos intentar olvidar lo que había ocurrido entre ellos. A no ser que estuviera embarazada y no pudiera hacerlo, por supuesto. En ese caso, tendrían que decidir qué hacer. Para él, el embarazo significaría tener que enviarle una cantidad mensual, suponía, si realmente estaba dispuesto a seguir hasta el final y se comprometía a pasarles algún dinero.
En cuanto a ella… Cambiaría su vida, pero, al fin y al cabo, ella siempre había querido ser madre.
Tiró el papel a la papelera y encendió el ordenador. Tenía un par de horas que llenar antes de ir a cenar con sus padres e imaginó que no le iría mal ponerse al día de todo lo ocurrido durante su ausencia.
Pero no podía dejar de pensar en Brent Taylor, y aquello azuzó su curiosidad por aquel número de teléfono…
En cuanto apareció su correo electrónico en la pantalla, se agachó para sacar el papel de la papelera.
¿Tendría alguna importancia?
Después de bloquear su propio número, marcó los diez dígitos. Quería saber quién contestaba. A lo mejor era el teléfono de una acompañante, o de algún negocio de alguna clase, y podía tirarlo sin preocuparse de tener una información que Brent podría necesitar. Si aquel papel era suyo, seguramente lo había llevado desde el hotel de Placerville por alguna razón…
Pero la persona que contestó el teléfono no era la empleada de ningún negocio. Eve dudaba de que fuera siquiera una joven. Contestó una mujer y por el sonido jadeante de su voz, parecía haber corrido a contestar el teléfono.
–¿Diga? ¿Diga? –repitió cuando Eve no dijo nada. Eve estaba a punto de colgar cuando oyó–: ¿Rex? ¿Eres tú? Si eres tú, no cuelgues, por favor. Háblame. Tu hermano está en el hospital. Tenía un paciente con un paro cardiaco, pero sé que le gustaría hablar contigo. La familia ya lleva demasiado tiempo distanciada, ¿no crees? Nadie te culpa de lo que le ocurrió a Logan. Nadie te culpa de nada. En cualquier caso, todo aquello ocurrió hace muchos años. Solo… si no quieres decirme nada a mí, por lo menos vuelve a llamar cuando esté Dennis, ¿quieres? Aunque quizá tu hermano no sea capaz de decírtelo, él te quiere. Él…
Eve colgó. No debería haber escuchado durante tanto tiempo, pero estaba sobrecogida por la voz suplicante de aquella mujer. Quienquiera que fuera había sonado sincera, dispuesta a solucionar la situación. Pero, seguramente, aquella mujer no tenía ninguna relación con Brent Taylor. Ella le estaba hablando a un hombre llamado Rex…
Volvió a tirar el papel. A lo mejor Noelle se había equivocado y era otro el que se había dejado el papel en el coche. O a lo mejor la mujer que había contestado era una compañera de trabajo de Brent que había dado por sentado que estaba recibiendo una llamada personal procedente de un número equivocado.
Excepto que… Brent había dicho que uno de sus hermanos era médico. La coincidencia era extraña. Y la letra era demasiado parecida a la que había encontrado en su dormitorio.
¿Sería todo una simple coincidencia?
Eve abrió la sección de notas de su teléfono. Allí había guardado el número que aparecía en la tarjeta de la maleta de Brent. Se alegró entonces de haberlo hecho. ¿Debería bloquear de nuevo el teléfono y amortiguar la voz para que no pudiera reconocerla si llamaba y preguntaba por Rex para ver lo que este decía?
Las mariposas revolotearon en su estómago mientras consideraba la idea. Había pasado dos noches con él y era posible que estuviera embarazada. Tenía derecho a saber si Brent era su verdadero nombre.
De modo que tomó aire, bloqueó su número, cubrió el teléfono con la mano y se preparó para hablar en un tono más agudo. Pero nadie contestó. Oyó una grabación indicando que el número había sido desconectado.
–¿De qué o de quién te escondes? –musitó mientras dejaba el teléfono a un lado.
Se llevó una mano al estómago. Los detalles sobre la vida de Brent no importaban. Para bien o para mal, habían hecho lo que habían hecho y lo único que podía hacer ya era aceptar lo que llegara.