Rex no había podido localizar a Scarlet. Lo había intentado varias veces. Scarlet no había contestado a sus llamadas el día anterior, cuando había estado esperando noticias de ella en un restaurante de Whiskey Creek. Pero entonces tenía un motivo para ello. No quería que la forzara a abandonar Bay Area, para ir a un pueblo que desconocía, no quería enfrentarse a la realidad del peligro que corría. Pero una vez sabía que no la esperaba hasta el día siguiente, debería saber que solo estaba intentando comprobar cómo estaba, y que se preocuparía si no contestaba.
¿Qué demonios estaba pasando entonces?
Soltó una maldición y lo intentó por décima vez. Después, llamó a Marilyn a su casa.
–¿Sabes algo de Scarlet? –le preguntó sin saludarla siquiera.
–No, pero es domingo, por si no lo has notado. No trabajo los domingos.
–Pero recibes llamadas de emergencia –normalmente era él el que las recibía, pero le había pedido que se ocupara de ello y le avisara si ocurría algo importante–. Esta clase de trabajo no puede tener un horario de oficina. Creo que lo dejé claro cuando te contraté, y cuando te pedí que asumieras algunas tareas adicionales cuando me fui.
–Lo sé. Es solo que… he estado muy estresada desde que te fuiste y esta noche no he dormido muy bien. Ayer estuve en el veterinario con el perro. Se hizo un corte con la verja de atrás.
–Espero que esté bien. No te lo pediría si estuviera más cerca, pero la vida de Scarlet está en peligro. Necesito que vayas a su casa y compruebes si hay algo que indique que está allí. Mientras tanto, llamaré a la policía y a diferentes hospitales.
Hubo un momento de vacilación, pero cuando Marilyn respondió, parecía casi tan preocupada como él.
–Estás realmente preocupado.
–Sí, mierda, estoy preocupado.
Oyó el tintineo de unas llaves.
–Te cuelgo. Te llamaré cuanto llegue a su casa.
–Gracias.
La señora Higgins continuaba escuchando villancicos y horneando en la cocina. Rex percibió el olor de las galletas de jengibre y deseó que Scarlet hubiera seguido su consejo y hubiera llegado hasta aquel refugio seguro cuando todavía tenía oportunidad.
No había muerto nadie en el desván, pero el lugar resultaba tan inquietante como el sótano, con el olor a moho, el polvo y las telarañas, por no mencionar la enorme cantidad de objetos viejos. Hasta la propia cuna de Eve estaba allí, junto a otras cajas llenas de ropa y juguetes. Sus padres también guardaban allí las pertenencias de sus hermanos, esperando que algún día pudieran disfrutarlas sus nietos.
Eve se preguntó si por fin tendrían para el próximo agosto aquel nieto que con tantas ganas esperaban, pero prefirió no ahondar en aquella posibilidad. Porque si lo hacía, pensaría en Brent, y pensar en él debilitaba su resolución de no volver a verle.
A lo mejor le resultaría más fácil cuando él se fuera.
–Mira todo lo que hay aquí –musitó en voz alta.
Ni siquiera estaba segura de que sus padres fueran conscientes de todo lo que tenían almacenado en el desván, pero le habían dicho que parte de aquellos objetos se remontaban a la época en la que la casa había sido construida. Harriett Hatfield, una de las propietarias originales, no se había llevado mucho más que una maleta de ropa. El sobrino de John y su esposa, Betsy, habían vendido todos los muebles de la casa antes de irse y probablemente no habían querido arrastrar con ellos aquellas cajas enormes llenas, seguramente, de objetos sin valor. Había sido entonces cuando había comenzado el proceso de acumulación. Después, Luddy había comprado la casa, había vuelto a amueblarla y había apilado allí sus propios objetos, encima de los que el sobrino de John y Betsy habían abandonado. Hacia el final de su vida, probablemente no había tenido fuerzas suficientes para seguir cargando cajas por las estrechas escaleras que eran el único acceso al desván.
Tras la muerte de Luddy, en mil novecientos cincuenta, si Eve no recordaba mal, su único hijo había llegado desde San Francisco. Había intentado abrir una floristería en Whiskey Creek, pero no había conseguido levantar el negocio. Por lo que los padres de Eve habían oído, se había dedicado a vender las antigüedades que había encontrado en el desván, además de otras posesiones de su madre, antes de volver a la ciudad. Pero ni siquiera él había revisado todas las cajas de periódicos y fotografías. Y si lo había hecho, no había sabido qué hacer con ellas y las había dejado en el desván, como habían hecho todos los demás.
La casa había cambiado de manos unas cuantas veces hasta que, en mil novecientos ochenta y cuatro, los padres de Eve la habían comprado y la habían convertido en un hostal. Seguramente, una gran parte de lo que había almacenado había sido vendido o tirado en el espacio de tiempo que había pasado desde que Luddy era propietaria de la casa hasta que la habían comprado sus padres, pero el desván nunca había terminado de vaciarse por completo. Eve imaginaba que nadie quería tirar cosas que podrían tener algún valor histórico. Por lo menos, aquella era la razón por la que sus padres no se habían deshecho de ello.
Tenía la sensación de que había llegado el momento de poner orden en el desván, pero no tenía ninguna prisa. Una limpieza a conciencia requería mucho trabajo y mucho tiempo, algo que no podía permitirse durante la temporada navideña. Además, el desván no era un lugar en el que resultara cómodo estar. No tenía ni calefacción ni aire acondicionado y alguna gente del pueblo comentaba que, tras la muerte de Mary, habían visto una figura asomada a la ventana en momentos en los que nadie había reconocido haber estado allí. Dos años atrás, la propietaria de la tienda de ropa del pueblo había declarado a la Gold Country Gazette, para el artículo de Haloween que el semanario dedicaba cada año al hostal, que el verano anterior había visto a una persona asomada a la ventana y sosteniendo una vela a última hora de la noche.
Aunque Eve siempre había contemplado la posibilidad de estar compartiendo el hostal con un fantasma, no tenía muchas ganas de pasar demasiado tiempo ni en el sótano ni en el desván, y menos sola. No creía que pudiera acostumbrarse nunca a aquella inquietud que la hacía sentir un frío constante. Y tampoco esperaba que retirar los materiales de Misterios sin resolver le llevara tanto tiempo. Estaba segura de que los había dejado al lado de la puerta, pero llevaba cerca de media hora buscando y no había sido capaz de localizarlos.
–¿Qué demonios hice con todo eso? –musitó mientras se abría camino entre montañas de recuerdos, juguetes viejos, objetos de bebés, álbumes de fotografías y adornos para las diferentes estaciones, salvo para la Navidad.
Eve y Deb habían sacado todos los adornos navideños y, para ello, habían tenido que mover todo lo demás. Seguramente aquella era la razón por la que la caja no estaba en el lugar que esperaba encontrarla.
Al ver el ataúd y el esqueleto que había comprado para Halloween unos años atrás, se sobresaltó.
–Vamos, Eve –se regañó, riendo ante su propia reacción.
Pero no pudo evitar dirigir una mirada nerviosa hacia la ventana en la que la gente decía ver aparecer al misterioso fantasma. ¿De verdad habrían visto algo aquellas personas que fuera indicio de una actividad paranormal? ¿O sería todo producto de su imaginación?
Eve prefería creer lo último. Ella era una persona pragmática de corazón. Si no podía confiar en lo que ella había visto y oído, ¿cómo podían hacerlo otros? Pero resultaba un poco inquietante que nadie pudiera acercarse a aquella ventana sin tener que apartar un montón de objetos que parecían llevar décadas allí.
Eve decidió abrirse camino en aquel momento. ¿Por qué no? Con un poco de suerte, encontraría la información que buscaba. Y si se asomaba, quizá pudiera comprender lo que veía realmente la gente cuando decía estar viendo el fantasma de Mary.
Una vez llegó a la ventana, no pudo menos que sonreír al pensar que alguien podría verla y asegurar después que había visto un fantasma. Pero en cuanto miró hacia el pueblo, se olvidó de Mary, de los periódicos e incluso de la ansiedad que le provocaba todo aquel misterio inexplicado, porque vio el Land Rover de Brent cruzando la calle a toda velocidad. Iba más rápido de lo que debería y aceleró de pronto para saltarse un semáforo en amarillo. Después, giró en una esquina y desapareció. ¿Adónde iba?
Eve tuvo la sensación de que se estaba yendo del pueblo.
Así que, a lo mejor, había cambiado de opinión sobre lo de quedarse a pasar las fiestas. A lo mejor se estaba yendo antes de lo que pensaba.
No le importaba, se dijo a sí misma. De hecho, ella misma había estado pensando que sería lo mejor.
Pero si aquello era cierto, ¿por qué sintió de pronto que se le hundía el corazón cuando retomó la búsqueda de aquellos documentos?
Cuando Scarlet abrió los ojos, Rex estaba sentado junto a su cama en el hospital. Sus padres habían estado antes que él, habían ido a recibirla cuando había salido del quirófano. En aquel momento habían salido a buscar algo de comer. Rex se había comprometido a quedarse con ella, y se alegraba de haberlo hecho. Aquello les permitiría pasar unos minutos a solas.
–Eh –musitó, acercándose a la cama cuando se dio cuenta de que estaba consciente–. Nos has dado un buen susto.
A Scarlet se le llenaron los ojos de lágrimas.
–Debería haberte hecho caso. Cuando llegué a casa para cambiarme y e ir a buscar mis cosas… esa mujer estaba allí –se atragantó–. Me… apuñaló… y estuvo a punto de matarme.
Rex sabía, por lo que le habían contado la policía y los padres de Scarlet, que la persona que la había estado acosando era una mujer llamada Tara Wilson. Era la novia de un chico con el que Scarlet había salido, además de una mujer muy celosa. Tara no tenía una trayectoria violenta y no había ninguna denuncia contra ella, de modo que la policía no había sospechado en ningún momento de ella.
Rex tenía que admitir que, al igual que la policía, él también estaba cien por cien seguro de que el acosador era un hombre. Tara había sido suficientemente inteligente como para hacerlo parecer de ese modo al enviarle a Tara la fotografía de un pene y robarle la ropa interior. El contenido sexual de ambos hechos les había empujado en la dirección equivocada. De modo que, ¿quién sabía durante cuánto tiempo podría haberse prolongado aquella locura si Scarlet no hubiera sorprendido a Tara en casa?
–La buena noticia es que ya no puede seguir acosándote –dijo él–. Y que no se va a ir de rositas después de lo que ha hecho. Está detenida. Todo ha terminado. Irá a la cárcel por agresión con arma blanca y, en cuanto te quiten los puntos, tú te pondrás bien.
–¿Pero por qué me ha apuñalado? ¿Qué le he hecho yo? ¡Nada! Solo la he visto una vez en mi vida, cuando estuvieron los dos en la fiesta de cumpleaños de un amigo que tenemos en común.
–A lo mejor le entró el pánico y pensó que tenía que matarte para que no la identificaras.
–Pero ni siquiera entiendo que se haya fijado en mí. Yo ya no tengo relación con Tom. Me llama de vez en cuando, pero hace años que no estamos juntos.
–Es posible que él nunca te haya olvidado.
–¿Eso ha dicho ella?
–Le ha dicho a la policía que Tom tenía fotografías tuyas por toda la casa y que cada vez que discutían, le echaba en cara que tú eras la mujer de su vida. Tara se resiente de haber tenido que vivir bajo tu sombra.
–No tiene ningún sentido –insistió Scarlet–. Tom me asustó un poco cuando rompimos. Nunca había visto a un hombre llorar y suplicar de aquella manera. Pero desde entones hemos estado bien. Cuando me llama, ni siquiera hablamos de cuestiones íntimas. Me limito a preguntarle cómo le va la vida y él me pregunta por la mía. Nada importante.
–Probablemente, no habrías aceptado sus llamadas si hubiera sido de otra forma.
–¿Entonces estaba fingiendo?
Rex le secó una lágrima.
–Hay muchas situaciones como esta que no tienen ningún sentido. Por lo menos, ahora estás a salvo y podrás pasar las fiestas con tu familia sin tener que estar constantemente preocupada por lo que puedes encontrarte al llegar a casa.
Scarlet miró alrededor de la habitación del hospital.
–¿Quieres decir que podré disfrutar de las vacaciones cuando salga de aquí?
–No creo que tengas que estar mucho tiempo aquí. Ha sido un milagro, pero la navaja no te ha tocado ningún órgano vital. Te recuperarás rápidamente.
Scarlet sorbió por la nariz.
–Nada de esto me habría pasado si me hubiera ido contigo a Whiskey Creek.
–Es cierto. No me gustó que ignoraras mi consejo, pero si no lo hubieras hecho, no la habrían detenido. Me alegro de que todo esto haya terminado para ti.
Scarlet se ajustó el tubo que iba conectado a la vía para poder quitarse el pelo de la cara.
–¿Cómo has sabido que estaba aquí?
–Llevaba todo el día llamándote, intentando saber cómo estabas. Como no contestabas las llamadas, le he pedido a la mujer que dirige la oficina que fuera a tu casa.
–A Marilyn.
–Sí. Ella ha visto los coches de la policía, me ha llamado y he venido hasta aquí.
–Es un viaje de casi dos horas.
–Lo sé.
Scarlet alargó la mano hacia él.
–Has sido muy amable al venir desde tan lejos.
Rex entrelazó los dedos con los suyos.
–Lamento no haber estado aquí cuando me has necesitado.
–Fui yo la que decidí quedarme un par de días más –consiguió esbozar algo parecido a una sonrisa–. Así que no voy a pedir que me devuelvan el dinero.
Rex se echó a reír ante aquella broma.
–Tengo otra pregunta que hacerte.
–¿Cuál es?
–¿Cuánto tiempo lleva Tom con Tara?
–Un año más o menos.
¿Un año? No podía ser.
–¿Y desde cuándo se conocían, antes de que empezaran a salir?
–Una semana o así después de que nos encontráramos, me llamó para saludarme y decirme que había conocido a una mujer en el trabajo. Eso fue varias semanas antes de que empezaran a salir.
–¿Entonces quién te estuvo acosando antes de que ella apareciera?
Scarlet le miró confundida y cuando comprendió lo que quería decir, se quedó boquiabierta.
–¡Dios mío! Todavía debo de estar dormida por la anestesia, porque tienes razón. No puede haber sido ella. Por lo menos la vez anterior. Ni siquiera me conocía cuando empezaron a aterrorizarme.
–Mierda –se lamentó Rex–. Ella no es la persona que te acosa.
–¿Estás seguro?
–Hay muy pocas posibilidades de que te estén acosando dos personas a la vez con una conducta similar.
–Pero estaba en mi casa. Y me atacó con un cuchillo.
–A lo mejor estaba buscando alguna prueba de que Tom y tú habíais estado juntos recientemente. Yo apuesto a que es él el acosador –dijo, y llamó a la policía.
–Los he encontrado.
Aquella noche, Eve estaba sentada en el despacho del hostal con la caja de Misterios sin resolver a los pies. Debería haber llamado a Ted para darle la noticia en cuanto había bajado la caja del desván, pero se había pasado varias horas leyendo lo que contenía. Si no hubiera sido tan tarde, habría acabado con la caja entera, pero sabía que Ted esperaba que le llamara antes de la hora de acostarse.
–¡Genial! –exclamó–. ¿Dónde estaba la caja?
–En el desván, como me imaginaba. Pero me ha llevado tiempo localizarla. No sabía que la habían metido tan adentro.
–Gracias por tomarte tantas molestias. Estoy seguro de que la Sociedad Histórica te lo agradecerá cuando termine el libro.
–Ya tienen copias de muchos de esos documentos, pero he pensado que seguramente les interesará revisar todo esto para ver si les falta algo.
–Claro, podremos hacerlo en algún momento. ¿Voy a buscarlos a tu casa o…?
–No, ven al hostal, todavía estoy aquí.
–Cuando me he ido, pensaba que no tenías intención de quedarte mucho más. ¿El domingo no es uno de tus días libres?
Normalmente sí, pero aquel día, Eve no tenía ganas de volver a casa. Temía ponerse a llorar por los rincones, pensando en Brent, y se negaba a sufrir por un hombre al que había conocido solo unos días atrás. Con Ted, la relación había sido más larga y había habido incluso algún tipo de compromiso, de modo que entonces sí que había tenido motivos para llorar.
En cualquier caso, había decidido terminar los menús de diciembre que Cheyenne había comenzado a organizar, revisar la despensa y hacer por Internet los pedidos de todo aquello que podrían necesitar. ¿Por qué no comenzar pronto en vez de dejar que el hostal sufriera los habituales retrasos provocados por la típica congestión navideña?
–Ya sabes lo que es un negocio –le dijo Eve–. El tuyo es distinto que el mío, pero también requiere un montón de esfuerzo y energía. No se trata solo de escribir libros.
–Has puesto el alma y el corazón en ese hostal –dijo Ted, ignorando lo que acababa de decirle sobre su propio negocio–. ¿Todavía estás pensando en dejarlo?
–No.
Por lo menos, no podría hacerlo si estaba embarazada. Si iba a tener un bebé, quería quedarse allí y proporcionarle a su hijo una vida maravillosa. Ser madre no era lo único que quería, ella preferiría tener también un marido. Pero había hecho todo lo posible para encontrarlo y no había tenido suerte.
–Me alegro de oírlo –dijo.
Ted llegó al hostal cincuenta minutos después, cuando ella todavía estaba organizando la caja. Pamela, que se dividía con Cecilia los turnos de noche y los días que Eve libraba, condujo a Ted al despacho.
–¡Ni siquiera sabía que estaba aquí! –la oyó exclamar Eve.
–Teniendo en cuenta lo mucho que trabaja, no me sorprende.
–No –respondió ella con una risa–. A lo mejor por eso no la he visto entrar.
Tampoco ella había visto a Pam por ninguna parte, pero Eve no lo comentó. Se limitó a alzar la mirada hacia Ted.
–Estás aquí –fue el saludo de Ted.
–Y aquí está lo que estabas buscando –tras dirigirle una sonrisa de agradecimiento a su empleada, Eve empujó la caja en dirección a Ted–. Espero que te ayude. He leído la mayor parte de lo que hay en esta caja y no he encontrado nada nuevo, pero te ayudará a documentar algunos hechos. Hay escrituras, descripciones legales, certificados de defunción y de nacimiento, ejemplares de periódicos, artículos y fotografías antiguas. Así que, hasta que termines y no vuelvas a necesitarlo, es todo tuyo. Después, me gustaría revisar todo este material con la Sociedad Histórica, como ya te dije.
–Por supuesto. Pero antes de irme, tengo algo para ti –le tendió un sobre por encima del escritorio.
–¿Qué es esto? –preguntó Eve mientras lo agarraba.
–Le pedí a Bennett que me hiciera un favor.
–¿Al jefe de policía? ¿Qué clase de favor?
–Le pedí que investigara la matrícula del Land Rover de tu amigo.
–¿Sin ningún motivo? ¿Eso no es ilegal?
–No le hemos registrado la habitación, Eve. Probablemente Bennett no necesita que se presente una denuncia para investigar una matrícula. Es algo que hace de forma rutinaria cuando está patrullando. Casi todos los policías lo hacen.
–Pero Brent no ha hecho nada malo. ¿Por qué iba a aceptar Bennett hacer algo así?
–Porque yo no se lo pediría a no ser que estuviera sinceramente preocupado.
Eve le fulminó con la mirada.
–¿Cómo sabes siquiera que Brent tiene un Land Rover? Cuando te hablé de él, me diste a entender que solo le habías visto cuando nos habías encontrado hablando en el salón.
–Esa es la única vez que le he visto. Pero las contradicciones entre lo que te dijo a ti y lo que le había dicho a Noelle me preocupaban, así que llamé a Cheyenne para saber qué opinaba ella de esta situación.
–¿Qué situación?
–Hay un hombre desconocido en el pueblo que parece estar aprovechándose de una persona a la que los dos apreciamos. Si se tratara de otra mujer, de cualquier miembro del grupo, ¿no esperarías que cuidáramos de ella? ¿Por qué no vamos a hacer lo mismo por ti? El caso es que Dylan se puso al teléfono y me dijo que le gustaría que investigáramos su pasado. Tenía la matrícula del coche de Brent. Pero él no tiene una relación tan cercana con Bennett como para pedirle que entrara en la base de datos del Departamento de Vehículos de Motor, así que me ofrecí a pedírselo yo.
–Ya entiendo –Eve se levantó–. ¿Y cómo es que tú tienes relación con Bennett? No lleva mucho tiempo en Whiskey Creek. ¿Cuándo llegó? ¿Hace un año?
–Es de Jackson, que está muy cerca de aquí, así que vivía en un entorno parecido –sonrió de oreja a oreja–. Y es un gran admirador de mis libros.
–Qué halagador –replicó ella–. Supongo que estarás muy orgulloso. ¿Pero no se te ocurrió pensar en ningún momento que Dylan y tú os estabas entrometiendo en algo que no era asunto vuestro?
Ted frunció el ceño, pero el gesto terminante de su boca le indicó a Eve que estaba perfectamente conforme con lo que había hecho. Por supuesto, Ted, siendo Ted, había considerado hasta el último detalle.
–Sí –contestó–. Ninguno quería hacer esto. Pero, por lo que sabíamos, ese tipo podría haber sido un asesino en serie. No hay nada malo en asegurarse de que es un tipo legal, ¿no? No queremos que te haga ningún daño, ni a ti, ni a nadie del pueblo.
En realidad, aquello era algo bastante habitual. Eran muchas las mujeres que pedían investigar el pasado de los hombres con los que salían. Se consideraba sensato ser precavido. Pero investigar a Brent sin que él lo supiera, sobre todo involucrando a la policía, le parecía… una intromisión. Un gesto desleal. Y también la hizo temer por él, preocuparse de que pudieran detenerle. Lo cual, era una locura. Si Brent era quien decía ser, ninguno de ellos tendría nada que temer.
–Jamás en mi vida he investigado a escondidas la vida de nadie –gruñó.
Ted inclinó la cabeza, como si Eve estuviera siendo terca al no darle la razón.
–Yo tampoco. Porque no ha sido necesario. Aquí, en Whiskey Creek, todos conocemos el pasado de todo el mundo. Pero él es nuevo en el pueblo, y no puede decirse que sea precisamente un libro abierto.
Eve suspiró mientras giraba el sobre entre sus manos.
–Mierda.
–¿Qué pasa? ¿De verdad estás enfadada con nosotros?
–No. Comprendo que vuestra intención era buena –sabía también que tenían motivos para preocuparse–. Es solo que me siento una hipócrita mirando lo que hay dentro de este sobre.
–No te sientas mal –respondió Ted–. No dice gran cosa, excepto que te ha estado mintiendo.
La sangre se le heló en las venas, aunque, en realidad, había sospechado desde el principio que Brent no le estaba diciendo la verdad.
–¿Sobre?
–Dylan me contó que en casa de tus padres, Brent le dijo a todo el mundo que tenía una empresa de jardinería en Bakersfield.
–¿Y no es verdad?
–Es posible que la tenga. Pero el Land Rover está registrado a nombre de una empresa de seguridad llamada All About Security, Inc, que tiene el código postal de Bay Area.
Eve pensó inmediatamente en los números de teléfono que Brent había apuntado en la libreta que tenía al lado del ordenador. Todos tenían los prefijos de Bay Area.
Pero unos cuantos números de teléfono no eran una prueba incriminatoria de nada.
–Eso no quiere decir nada –insistió con cabezonería.
–Échale un vistazo a la web de All About Security, Eve. Esa página nos dice que es mucho más probable que sea guardaespaldas que el que sea jardinero.
Tras decir aquellas palabras, levantó la caja con los documentos y salió.