–¿De verdad vas a ponernos a hacer galletas de jengibre en la fiesta? –le preguntó Eve a Cheyenne.
Estaban sentadas en la mesa del comedor de esta última, preparando las invitaciones para la fiesta. Dylan estaba en el taller de chapa y pintura del que era propietario junto a sus cuatro hermanos, así que tenían toda la casa para ellas solas.
–Pero eso implicará mucho tiempo de preparación.
–La fiesta es dos días antes de Navidad, ¿y qué puede haber más navideño que eso? –se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja–. A lo mejor podemos ofrecer un premio para la más creativa.
–¿Qué clase de premio?
–Una media llena de nueces, frutas y dulces, o una caja de bombones. O un jersey feísimo de Navidad que será como un distintivo que el ganador tendrá que ponerse en todas las futuras fiestas de Navidad. ¿Qué premio te parece el mejor?
–Cualquiera que elijas me parecerá bien.
Cheyenne se inclinó hacia delante.
–Eh, ¿has oído la parte de un jersey feísimo con motivos navideños?
Eve alzó la mirada.
–¿Qué jersey feísimo?
–Te he pillado –Cheyenne se echó a reír–. Se te ve muy preocupada, ¿estás bien?
Cheyenne comenzaba a hablar como Ted.
–Estoy bien, ¿por qué?
–Últimamente no pareces tú misma. ¿Qué te está pasando? –bajó la voz, como si quisiera dar más énfasis a sus palabras–. ¿Estabas pensando en Brent, por casualidad?
La verdad era que sí. No podía olvidar cómo se había levantado aquella mañana, la naturalidad con la que la había besado delante de Ted. Estaba tan sexy recién levantado, sin nada, salvo aquellos pantalones vaqueros, que se le había acelerado el corazón. Y, tanto si quería admitirlo como si no, le había gustado aquel gesto de posesión. Le había gustado que fuera suficiente atrevido como para levantarse y mostrar su interés delante de sus amigos.
Solo esperaba que aquello no hiciera que Ted soliviantara a todo el grupo y les indujera a protegerla de forma casi histérica. Eve no quería que le contara a todo el mundo esa historia de que, en realidad, Brent era guardaespaldas y trabajaba en Bay Area y no un jardinero de Bakersfield. Definitivamente, algo le pasaba a Brent, pero ella no iba a presionarle pidiendo respuestas. Ya había tomado la decisión de continuar cabalgando sobre aquella ola hasta que la dejara en la orilla, y la orilla era el momento en el que Brent dejara Whiskey Creek para siempre. Sí, terminaría estrellándose junto a la espuma de la ola. Pero él ya no estaría allí para verlo, y lo importante no era el choque final. Lo importante era tener el valor suficiente como para permanecer sobre la tabla.
Eve miró el reloj.
–Me sorprende que llevemos casi una hora haciendo esto y no hayas mencionado a Brent hasta este momento.
–Imaginé que hablarías de él cuando estuvieras lista. Estaba intentando darte tiempo para sacar el tema.
–Gracias, pero no hay mucho que decir.
–¿Sigues saliendo con él?
¿Saliendo con él? Desde luego, no en el sentido tradicional. Le veía por las noches. Pero no habían tenido una sola cita, a no ser que contara como tal el desayuno que habían compartido en Jackson.
Eve añadió la invitación que acababa de terminar a la pila que tenía a su lado.
–¿Ted no te ha llamado en cuanto ha salido de mi casa esta mañana?
Cheyenne la miró confundida.
–¿Ted ha estado en tu casa? ¿Qué quería?
–Está escribiendo un libro sobre el asesinato de la pequeña Mary. Ahora mismo está recopilando información.
–¡Por fin! Lleva años queriendo investigar ese caso.
–Exacto. Pero me encantaría que no hubiera elegido este momento para hacerlo.
–No te gusta tenerle a tu alrededor, ¿verdad? Pero tú has sentido curiosidad por ese caso desde que tus padres compraron la casa. Y yo también. A lo mejor por fin descubre algo.
–Eso espero. Pero ahora mismo no le necesito como espectador de primera fila de todo lo que está pasando en mi vida.
–Quieres decir que no lo aprueba.
Eve se desplomó en su asiento.
–Nadie lo aprueba.
–A lo mejor no nos gustan los riesgos.
–Es posible que la situación no sea tan mala como parece. A lo mejor Brent era guardaespaldas y ahora está pensando en montar una empresa de jardinería en Bakers-field.
–Esa es una interpretación muy generosa.
–Pero es posible –insistió Eve.
–Mira, Brent me cae bien. Es una persona reservada, pero, en cierto modo, me recuerda a Dylan, así que podría estar predispuesta a concederle el beneficio de la duda. Su actitud distante me hace pensar que es un hombre que ha sufrido mucho. En cualquier caso, ¿le has preguntado a Brent que si es guardaespaldas?
–No.
–Porque…
–Porque si él quisiera que supiera cuál es su situación, me lo habría dicho.
Cheyenne arqueó las cejas.
–¿No te importa que la mantenga en secreto?
–Claro que me importa. Es solo que… nos sentimos atraído el uno por el otro. Eso es todo. No estamos pensando en casarnos.
Cheyenne enderezó la pila de sobres.
–Creía que querías casarte.
–Y quiero. Cuando encuentre al hombre adecuado. Pero creo que las dos estaremos de acuerdo en que un hombre que no puede decirme cómo se gana realmente la vida no es el hombre adecuado.
–Me alegro de oírtelo decir. Pero todavía tengo otra pregunta.
–Y es…
–¿Estás segura de que puedes arriesgar tu corazón con alguien que no puede o no quiere ofrecerte el tipo de relación estable que estás esperando?
Eve fijó la mirada en la abultada barriga de su amiga.
–A lo mejor no es el candidato ideal para el matrimonio, pero puede darme… otras cosas.
Cheyenne se detuvo cuando estaba a punto de pegar un botón con forma de baya roja en la tarjeta que estaba haciendo.
–¿Sexo?
Eve tomó aire.
–Es posible que esté embarazada, Cheyenne.
–¡No!
–Sí.
Cheyenne dejó caer el botón y se limpió el pegamento de los dedos.
–Criar sola a un hijo no es fácil, Eve.
–¿Y crees que no lo sé? No era un riesgo que pretendiera correr.
–Así que fue un accidente.
–Si consideras que estar demasiado borracha como para tomar las medidas oportunas es un accidente, sí.
–Es horrible –musitó Cheyenne.
–¿Por qué tiene que ser tan horrible? –preguntó Eve–. Sé que no es así como se hacen las cosas habitualmente. Pero si tú puedes utilizar a tu cuñado para tener un hijo, supongo que yo puedo tener un hijo sin casarme y criarlo yo misma.
El rubor cubrió las mejillas de Cheyenne.
–Por favor, no vuelvas a mencionarlo… ni a aludir a ello en ningún sentido. Por lo que a mí concierne, y también por lo que concierne a Aaron, este hijo es de Dylan.
–¿Y Dylan también lo sentiría así si supiera que, en realidad, es hijo de su hermano?
–Eso espero –respondió Cheyenne quedamente. Eve sintió que tenía miedo de dar voz a la verdad–. Pero no sé por qué tendría que enterarse, y esa es la razón por la que no quiero hablar sobre ello. Ya ha pasado por suficientes cosas en su vida, ha dado mucho, ha protegido a todos aquellos que quiere. ¿Por qué hacerle sufrir por esto también? ¿Qué importancia puede tener que, en esta ocasión, haya sido yo la que haya intentado protegerle para variar? Lo único que quería era asegurarme de que consiguiera lo que quería sin que tuviera que sentirse menos hombre por no ser capaz de dejar embarazada a su esposa. No me acosté con Aaron. Fue un proceso de inseminación artificial llevado a cabo ante mi hermana. Fue todo perfectamente legal. Excepto el hecho de que Dylan no sabe que ha sido necesario recurrir al material genético de otra persona. Para mí, eso no tiene ninguna importancia. Somos nosotros los que querremos y cuidaremos de ese bebé. Aaron ni siquiera quiere que le recordemos el tema de su… donación.
Eve se sintió fatal por haberlo sacado a la luz. No estaba segura de por qué lo había hecho, salvo por sentirse mejor respecto a su propia situación.
–Lo siento –le dijo–. No volveré a mencionarlo.
Cheyenne le apretó cariñosamente la mano.
–Eve, sé que te has sentido un poco perdida desde que no funcionó tu relación con Ted. No tiene que haber sido fácil verle casarse como si fueras una amiga más cuando esperabas disfrutar de un papel protagonista en esa boda. Pero tú conseguiste superarlo. Permaneciste erguida y sonriente durante toda la ceremonia. Me siento muy orgullosa de ti, por tu capacidad de sobreponerte a esa decepción. Pero no permitiré que lo ocurrido te lleve a arruinarte la vida.
–¿Crees que tener un hijo me arruinará la vida?
–Creo que enamorarte del hombre equivocado lo hará. Y, si tienes un hijo con él, te resultará mucho más difícil olvidarle.
–No estoy enamorada de Brent –se defendió.
Cheyenne no respondió. Permaneció sentada donde estaba, mirándola en silencio.
–¿Qué pasa? –le espetó Eve.
–¿Entonces por qué estás haciendo tantas concesiones?
Rex estaba esperando una llamada de Eddie, un amigo sargento del Departamento de Policía de San Francisco, con el que quería hablar del caso de Scarlet. Sentado tras el pequeño escritorio que tenía en la habitación de la señora Higgins, consultó las páginas desde las que podía ver las imágenes de su casa. No se había producido ningún cambio desde la última vez que las había revisado, lo cual era una suerte, pero también le hacía pensar que se había escondido en Whiskey Creek sin motivo alguno. Cuanto más tiempo pasaba sin que hubiera nada que indicara que La Banda estaba intentando irrumpir de nuevo en su vida, más se preguntaba si Mona no estaría equivocada. Le había enviado un correo de respuesta, esperando una confirmación, pero, hasta entonces, no había encontrado nada.
Probablemente se estaría dando otro festín de drogas.
–¡Maldita sea, Mona! –musitó.
¿Debería dejar de jugar al escondite y volver al trabajo?
La tentación era fuerte. No podía salir asustado cada vez que hubiera una falsa alarma. Su pasado ya le estaba afectando más de lo que quería. Pero vivir en California requería una precaución añadida, especialmente cuando la persona que le había advertido lo había hecho también en otra ocasión y había acertado en un cien por cien al alertarle del peligro que corría.
Sonó el teléfono.
–Por fin –susurró.
Contestó ansioso por saber lo que había encontrado la policía al registrar el piso del antiguo novio de Scarlet.
–Estaban allí sus bragas –confirmó Eddie–. Escondidas entre el somier y el colchón de la cama.
Rex tamborileó con los dedos sobre el escritorio mientras continuaba viendo en directo el salón de su casa.
–¿Pero quién se las llevó? ¿Tom o Tara?
–No creo que lo hiciera ella. Estaba consumida por los celos.
–¿Eso lo ha dicho ella?
–Como ya sabes, no soy el responsable del caso. Y, por lo que he oído, ella solicitó rápidamente un abogado. Pero el detective Rollins me comentó que había dado muestras de sus celos de muchas maneras antes de comenzar a hablar. Al igual que tú, él cree que Tom es nuestro hombre. Pero todavía tenemos que hacer los deberes y asegurarnos que es su ADN el que está en las cartas, y no el de Tara. Eso cerraría el caso.
–¿Y si Tom usó guantes?
–Rollins encontrará pruebas de cualquier otra forma. Todavía no han podido acceder al ordenador de ese canalla. Pero también cuentan con ello. Si la fotografía de ese pene fue enviada desde una cuenta creada por él, ya tendremos un caso sólido.
–No olvides la sábana en la que orinó. Le dije a Scarlet que la guardara.
–Lo sé. Ya la ha entregado.
–Seguro que allí se encontrará también alguna muestra de ADN.
–Seguramente será el suyo. ¿Has oído que alguna vez una mujer haya hecho una cosa así? Necesitaría una buena ducha después –dijo entre risas.
–No pretendía llegar tan lejos, pero tienes razón.
El sargento soltó una carcajada.
Por lo que Rex veía, Scarlet estaba en buenas manos. Por lo menos podía estar tranquilo sobre su bienestar.
–Por cierto, ¿alguien ha aclarado por qué pasó tanto tiempo entre el momento en el que comenzaron a atormentarla y esta segunda vez?
–Hasta que ese miserable no admita lo que hizo y nos lo cuente, algo que es posible que no llegue a hacer nunca, no podremos explicarnos los motivos de ese lapsus. Pero quien quiera que lo estuviera haciendo antes, tiene que ser la misma persona que ha estado haciéndolo recientemente.
–Estoy de acuerdo. Aun así, estaría bien poder confiar en algo más que en nuestra intuición.
–Sabemos que estuvo yendo a una psicóloga durante todo ese tiempo –dijo su amigo–. Eso podría contar. A lo mejor eso tiene algo que ver. Es posible que ella le estuviera ayudando a controlar su conducta y sus obsesiones.
–¿Dejó de acudir a la psicóloga?
–Sí. Dejó de ir a la psicóloga unas semanas antes de que comenzaran a acosar a Scarlet otra vez.
–¿Por qué?
–La psicóloga dice que su novia le aguijoneaba constantemente por ese gasto. Le estaba presionando para que se casaran, quería comprar una casa y formar una familia. Es posible que haya sido la presión la que le ha hecho desbocarse. Alrededor de esa misma época, perdió el trabajo por hacerle insinuaciones sexuales a una compañera y se peleó con su hermana por culpa de un mueble que pensaba que debería haberse quedado él tras la muerte de sus abuelos. Supongo que todo forma parte de lo mismo.
–Sí, parece bastante probable. Espero que todo vaya bien. Ve contándome cómo va todo.
–Por supuesto.
Se oyó una suave llamada a la puerta en el momento en el que Rex estaba colgando el teléfono.
–¿Sí?
La señora Higgins asomó la cabeza en la habitación.
–Se está quemando algo. Me temo que puede haber habido un cortocircuito en las luces del árbol. Con todas esas agujas tan secas, puede ser peligroso, ¿verdad?
–Compró el árbol hace tres semanas, ¿no?
–Sí, pero últimamente los cortan tan pronto que antes de traértelo a casa ya está muerto y dejando caer las agujas. En cualquier caso, ¿te importaría ir a ver si también a ti te huele a quemado?
Cuando Rex había alquilado aquella habitación, no imaginaba que terminaría ayudando a su casera a decorar el árbol de Navidad. Tampoco pensaba en terminar comiendo galletas de jengibre junto a ella para que se sintiera valorada. Y mucho menos, terminar haciendo de chico para todo, siempre dispuesto a arreglar cuanto fuera necesario. Pero aquella mujer no tenía a nadie. Y a él, aquel papel le proporcionaba una suerte de extraño bienestar.
–Claro. Ahora mismo voy –contestó.
Ella pareció sinceramente aliviada.
–¡Oh! También quería saber si vas a quedarte a cenar. Estoy preparando un pollo y pastelitos salados con salsa de champiñones. ¿Hay alguna posibilidad de que pueda compartir la cena contigo?
Probablemente, le resultaba duro tener que cenar sola cada día.
–Por supuesto. Suena delicioso.
La señora Higgins sonrió mientras él pasaba por delante de ella. Después, le siguió hasta el salón.
–¿Huele a quemado?
–Me parece que no –contestó Rex.
–¿Estás seguro?
Rex se inclinó para volver a asegurarse de que no había un cortocircuito.
–Del todo. Las luces están perfectamente. Pero podemos desenchufarlas un rato si está preocupada.
–No, no pasa nada. Supongo que han sido imaginaciones mías.
O las ganas de tener una buena razón para interrumpirle.
–Cenaremos dentro de un par de horas –le dijo, y le palmeó el hombro.
–Magnífico. Tengo algunas cosas que hacer en el ordenador, así que llámeme cuando esté la cena preparada.
–De acuerdo. Termina el trabajo para así poder relajarte después.
Parecía tan agradecida por poder contar con su compañía que Rex no pudo evitar alegrarse de haber aceptado. Regresó de nuevo a su habitación para así no tener que estar con ella durante mucho más tiempo que la hora aproximada que dedicarían a cenar. No quería crear demasiadas relaciones personales en aquel pueblo. Pero la verdad era que tampoco tenía mucho que hacer. Como no podía asumir tareas de protección, ni entrenar a los nuevos guardaespaldas, ni dirigir a los otros, de lo único que podía ocuparse era del papeleo de All About Security, y llevaba más de una semana haciéndolo.
La buena noticia era que nunca había estado más al día. La mala era que estaba comenzando a aburrirse tanto como Marilyn había predicho. Mantenerse ocupado era lo único que le permitía seguir adelante.
Pero quería llamar a Scarlet, y también quería tomar una decisión sobre la información que le había pasado Mona. ¿Se estaría escondiendo de nada? Sabiendo ya que Scarlet no iba a ir a Whiskey Creek, tenía la sensación de que era una pérdida de tiempo seguir allí.
Lo primero que hizo fue llamar a Scarlet. Parecía estar recuperándose rápidamente, pero no podía hablar mucho. Los médicos querían que descansara. Así que colgó el teléfono rápidamente y volvió a conectarse con su casa, aunque acababa de comprobar que todo estaba en orden unos minutos antes.
No había cambiado nada. Se quedó mirando fijamente las imágenes durante algún tiempo. Después, buscó el mensaje que le había enviado Mona y lo escuchó probablemente por centésima vez.
Debía de estar colocada cuando lo había enviado, decidió. Ya le había dado demasiadas vueltas. Al día siguiente, volvería a su casa, aunque solo fuera para evitar estar demasiado cerca de Eve. No podía repetir lo que había vivido con Laurel. No, otra vez no. No después de todo el sufrimiento al que había tenido que enfrentarse. Su corazón no soportaba más rupturas.
«No te encariñes con nadie», era su mantra.
Como todavía estaba esperando a que llegara la hora de la cena, metió el nombre de Mona en el buscador, solo para ver si podía encontrar alguna información que le permitiera ponerse en contacto con ella. Si podía, quería hablar con ella. Ver hasta qué punto era convincente lo que había oído. Enterarse del contexto. Preguntar si conocía suficientemente bien a los miembros del grupo que lo habían dicho como para estar segura de que estaban realmente decididos a asesinarle, y si tenían la manera de hacerlo.
También quería convencerla de que buscara un buen centro de rehabilitación, aunque no había tenido mucho éxito cuando lo había intentado en otras ocasiones en el pasado.
Aparecieron algunos vínculos. Sin embargo, no tuvo oportunidad de buscar la manera de ponerse en contacto con ella. Lo que vio le causó un tremendo impacto, e hizo que intentar hablar con ella resultara del todo inútil.
–¡Oh, Dios mío! –farfulló mientras leía.
Mona Livingston, de treinta y dos años, fue encontrada muerta en Los Ángeles. Recibió dos disparos en la cabeza.
No podía creer lo que estaba leyendo; la habían matado. No había abandonado aquel mundo cuando él le había pedido que lo hiciera, cuando le había ofrecido su ayuda, y aquello había terminado costándole la vida a aquella pobre mujer, como temía que pudiera pasar.
«Maldita sea, Mona». Dio un clic en aquel extracto de información para leer el resto. La policía decía que había sido ejecutada el viernes anterior por un asaltante desconocido.
Rex estaba dispuesto a apostar que aquel asaltante no era completamente desconocido para él. Pero Mona había muerto cuatro días atrás y la fecha de su muerte le inquietaba tanto como el hecho de que estuviera muerta. ¿Por qué en aquel momento? ¿Por qué la habían matado precisamente entonces, cuando había conseguido sobrevivir durante tantos años a pesar de sus socios y su adicción?
La respuesta más obvia le provocó un nudo en el estómago. ¿Sería porque algún miembro de La Banda había averiguado que le había puesto sobre aviso?