Capítulo 17

 

¿Estaría Scarlet en el pueblo?

Eve no había tenido noticias de Brent durante todo el día, así que asumió que estaba preocupado por la visita de su hermana. Tuvo la tentación de llamar a la señora Higgins para ver si Scarlet y él habían hecho algún plan para la cena. Gracias a los años de experiencia en el hostal, donde había trabajado con diferentes chefs y ayudado en la cocina, tenía la impresión de que se había convertido en una cocinera bastante buena. Además, estaba deseando conocer a alguien que hubiera formado parte de la vida de Brent durante más tiempo que ella. A lo mejor Scarlet se mostraba más comunicativa a la hora de contar detalles de su vida que él se negaba a compartir. Lo que había oído cuando había hecho aquella llamada a Los Ángeles era tremendamente inquietante porque se temía muy mucho que aquella mujer que le había suplicado por teléfono conocía realmente a Brent. Y eso la hacía desear que todo lo que había habido en su vida se solucionara y que pudiera volver con su familia.

Pero vaciló a la hora de invitar a Scarlet y a Brent tan pronto. Acababa de estar con él aquella misma mañana. No quería parecer invasiva o demasiado entusiasta.

Al final, decidió que era mejor darle tiempo para que se estableciera con su hermana. Ya llamaría él si quería verla.

Sin embargo, una vez sola y con toda la noche por delante, se encontró a sí misma sin tener nada que hacer. ¿Qué solía hacer antes de que Brent apareciera en escena?

Muchas veces se quedaba trabajando en el hostal hasta tarde si no tenía planes con ninguno de sus amigos, y, a medida que habían ido haciéndose mayores, los planes eran cada vez menos frecuentes. De modo que, normalmente, era el trabajo el que llenaba aquellas horas. Pero el trabajo le pareció un pobre sustituto del placer y la intensa emoción que sentía cuando estaba con Brent.

Al día siguiente todavía estaría a tiempo de encargarse de los asuntos que había dejado pendientes en sus días libres. Volvió a entrar en la web de All About Security y en aquella ocasión apuntó el número que figuraba como teléfono de contacto. Eran más de las cinco, así que no creía que contestara nadie. Pero llamando a la empresa, quizá pudiera conectar con un buzón de voz que le permitiera acceder al directorio de empleados.

En el caso de que así fuera, ¿figuraría en él Brent Taylor?

Decidió averiguarlo.

Después de marcar, el teléfono sonó tres veces. A continuación, se oyó la voz grabada de una mujer.

Acaba de llamar a All About Security, una empresa en la que le ofrecemos profesionales entrenados en labores de protección y disponibles las veinticuatro horas del día para proporcionarle cuantos servicios de seguridad necesite. Si se trata de una emergencia y desea hablar con alguno de nuestros especialistas después de nuestro horario de oficina, por favor, marque uno y deje su número de teléfono. Recibirá una llamada de teléfono dentro de treinta minutos. Si prefiere hablar mañana durante el horario de trabajo habitual, marque dos. Si quiere más información sobre All About Security, puede seguir visitando nuestra web.

Eve ya había visitado la web. Y no había encontrado lo que buscaba.

Se echó hacia atrás en la silla mientras desconectaba.

¿Qué estaba haciendo? Ella no quería ser la típica mujer que se dedicaba a controlar a su amante a sus espaldas. Le parecía… mal. Desde luego, nunca había hecho nada parecido. Aun así, sentía suficiente curiosidad por Brent como para preguntarse cómo respondería aquella mujer de Los Ángeles si llamaba otra vez y preguntaba por Scarlet. Si el número correspondía a la casa del hermano de Brent y la mujer que había contestado era la esposa de su hermano, seguramente conocería a Scarlet. Aquello confirmaría su relación con Dennis y haría que Eve sintiera que tenía una pieza más del rompecabezas que era la vida de Brent.

Al cabo de varios minutos de luchar contra su propia renuencia, bloqueó su número y volvió a llamar.

–¿Diga?

En aquella ocasión, fue un hombre el que contestó. Y, a juzgar pos su tono autoritario, era el propio Dennis.

–¿Doctor? –preguntó Eve para asegurarse.

–¿Sí?

Advirtió cierto grado de vacilación en la respuesta. Probablemente se estaba preguntando cómo era posible que uno de sus pacientes hubiera conseguido el teléfono de su casa.

–¿Está Scarlet?

–¿Quién?

–Scarlet. Su hermana.

–No tengo ninguna hermana.

–Es curioso. Usted tiene un hermano que es ingeniero, ¿verdad?

–Sí, pero su mujer no se llama Scarlet. En cualquier caso, ¿de qué conoce a Mike? ¿Quién es usted?

Eve dijo el primer nombre que se le pasó por la cabeza.

–Soy Jessica.

–¿Jessica qué? –insistió–. ¿Cómo ha conseguido mi número de teléfono? Ni siquiera aparece en la guía telefónica.

Parecía sorprendido y ligeramente enfadado. Y no podía culparle.

–Siento haberle molestado –musitó, y colgó el teléfono.

Después, se levantó para poder moverse y dar una salida a los nervios que revoloteaban dentro de ella.

–¡Mierda!

Lo último que había conseguido al llamar a Dennis había sido tranquilizarse. Estaba más confundida que antes. Aquel tenía que ser, por fuerza, el hermano de Brent. Respondía a su nombre, era médico, vivía en Los Ángeles y su número de teléfono había aparecido en un pedazo de papel en el asiento trasero del coche de Noelle después de que Brent hubiera estado allí.

Pero si era el hermano de Brent, ¿por qué no conocía a Scarlet? Y si Mike era el ingeniero de la familia, ¿quién era Rex?

 

 

Rex no podía dormir. Le resultaba imposible después de lo que había sabido de Mona. No podía dejar de pensar en el día en que había visto a uno de los miserables miembros de La Banda utilizar sus servicios como prostituta y arrojarla después a la calle como si fuera basura. Había ido a buscarla y la había encontrado llorando, cubierta de heridas y arañazos. Era una imagen patética. Pero su propia situación era bastante dura en aquel entonces. Había comprendido lo que era caer realmente bajo. Le bastaba recordar aquella época para agradecer el haber sido capaz de encontrar las fuerzas necesarias para construir una vida mejor, para alejarse del lugar en el que se había instalado en aquel período en el que tanto se odiaba a sí mismo. Tenía que darle las gracias a Virgil por haberse convertido en alguien a quien apreciar y por haberle animado. Habían salido juntos del agujero.

Por un momento, le sobrecogió un sentimiento de inmensa gratitud hacia su amigo. Todo el mundo necesitaba que le echaran una mano de vez en cuando. Y él se temía no haber sido suficientemente insistente a la hora de ofrecérsela a Mona. Peor aún, se temía que no la habrían matado si no hubiera intentado advertirle. Que hubiera muerto en aquel momento era demasiada coincidencia.

¿Pero qué otra cosa podría haber hecho? El día que la había encontrado en la calle ocho años atrás, la había llevado a casa de su hermana con la esperanza de que esta pudiera ofrecerle un lugar en el que vivir hasta que dejara de consumir y se rehabilitara. Él no había podido quedarse con ella. Su propia vida estaba en peligro. Pero esperaba estar dándole la oportunidad de empezar de nuevo al alejarla de la calle en un momento tan crucial.

Desgraciadamente, no había sido así. Mona todavía no estaba preparada. O, a lo mejor, no había sido capaz. En cualquier caso, no podía culparla. Por muchas batallas que hubiera librado en prisión, en su familia, en La Banda, e, incluso con Laurel cuando estaba luchando por sacar adelante su relación, jamás había batallado tan duramente como contra el OxyContin.

Con un suspiro, revisó las habitaciones de su casa, como hacía todas las noches. Se sentía enfermo estando allí sentado, pensando en Mona y en la trágica pérdida de su muerte con la mirada fija en el ordenador, preguntándose cuándo volvería a aparecer La Banda en su propia vida. Porque estaba convencido de que aparecería.

Le había enviado un mensaje a Virgil para hacerle saber lo de Mona, pero cuando abrió el buzón de voz para ver si su amigo había contestado, el mensaje que le estaba esperando no era de su mejor amigo.

Era de su hermano Dennis. Decía:

¿Estás bien?

Sí, estoy bien –contestó.

Pensó que allí acabaría todo. Normalmente, sus mensajes eran así de breves e impersonales. Pero Dennis continuó escribiendo.

¿Conoces a una tal Jessica?

¿Jessica qué?

No lo ha dicho.

No, ¿por qué?

Ha llamado una mujer esta noche preguntando por una mujer llamada Scarlet. Ha dicho que Scarlet era mi hermana.

Eve. Tenía que haber sido ella. ¿Quién si no iba a pensar que tenía una hermana llamada Scarlet? Tenía que ser alguien que estuviera suficientemente preocupado, o interesado, como para investigarle. ¿Pero cómo demonios habría conseguido aquel número de teléfono?

Echó la silla hacia atrás, se levantó y rebuscó en los bolsillos del pantalón. Había escrito el número de Dennis cuando estaba en Placerville. Mike le había enviado un teléfono con ese número y le había pedido que llamara. Rex no lo había hecho, pero se había guardado el número en el bolsillo de aquel pantalón. ¿Se lo habría quitado Eve?

Al no encontrarlo, solo podía asumir que había sido así.

Mierda. Estaba ocurriendo. La vida real estaba cercándole antes de que hubiera podido disfrutar de aquellas tres semanas. Había sido absurdo pensar que podía robar aquellos días, encontrar un breve refugio de aquello en lo que su vida se había convertido.

La idea de no volver a verla otra vez le hizo sentirse peor. Pero sabía cuáles eran sus limitaciones. Jamás debería haberse permitido esperar nada más.

Cuando volvió al ordenador, encontró otro mensaje de Dennis.

No le habría dado la menor importancia, mencionó también a Mike, así que le he llamado. Él no tiene ni idea de quién es Scarlet y no conoce a ninguna Jessica tampoco. Ha sido una conversación extraña. Y en cuanto he presionado para que me dijera cómo había conseguido mi número, ha colgado. Todo ello me hace pensar que tienes problemas, una vez más.

«Una vez más». No podía dejar de añadirlo. Su hermano pensaba que era un experto en buscarse problemas y le culpaba de todo lo que le había ocurrido.

Él sería el primero en admitir que se lo merecía, pero la actitud inflexible de su hermano y su comportamiento moralista no iban a contribuir a salvar su relación. Dennis no confiaba en que realmente hubiera cambiado. Había dado por sentado que todos los problemas desaparecerían en cuanto él lo hiciera. Pero no comprendía lo que era La Banda, ni la posición que había ocupado dentro de aquella organización criminal, ni por qué sus miembros tenían un deseo tan fuerte de venganza. Las pandillas, las bandas, nunca habían formado parte de su privilegiada existencia, salvo por lo que había visto en los informativos de televisión, y le molestaba que él no hubiera llevado la misma clase de existencia intachable y sin complicaciones. A diferencia de Dennis, él había hecho sufrir a sus padres, algo de lo que su hermano se resentía.

Quizá Dennis lo hubiera comprendido, al menos en parte, si Rex se hubiera molestado en describirle la cadena de reacciones que se había activado tantos años atrás. Pero ni siquiera podía hablar de ello, porque no era capaz de hablar de Logan con nadie, y allí era donde había empezado todo.

De todas formas, era imposible acercarse a sus hermanos sin poner sus vidas en peligro, de modo que no tenía ningún sentido esforzarse en hacerles cambiar la opinión que tenían sobre él. Imaginaba que les hacía un favor manteniéndose a distancia, y eso era lo que pretendía hacer.

Pero eso no significaba que no echara de menos a Dennis y a Mike, o que le resultara fácil pasar tanto tiempo solo, especialmente en Navidad, cuando los recuerdos de lo que en otro tiempo había sido su vida le acorralaban, recordándole todo lo que había perdido. Eve había sido un respiro muy bien recibido, un regalo. Ansiaba sus caricias, su calor, su estabilidad.

Ojalá pudiera volver a perderse en ella una vez más…

Pero no podía pasar tres semanas con ella y continuar manteniendo el misterio. Eve estaba intentando averiguar quién era realmente él. Y cuanto más presionara, más peligrosa se tornaría la situación para ambos.

No tengo problemas –le escribió a Dennis.

Pero la verdad era que estaba comenzando a pensar que sus problemas no iban a acabarse nunca.

Un ruido en la puerta le alertó de que la señora Higgins se había levantado. Al parecer, el somnífero no había cumplido su función.

Lo lamentó por ella. Algunas noches parecían durar una eternidad. Pero él no podía hacerle compañía.

Tras cerrar el ordenador, comenzó a hacer el equipaje.