Capítulo 19

 

Un trueno retumbó en el cielo con tanta fuerza que hizo temblar las paredes. Rex llevaba una semana en casa, pero su casa ya no le parecía el mismo lugar que cuando la había dejado. Quizá fuera porque su criterio en cuanto a mobiliario y decoración, de pronto se inclinaba más hacia objetos que pudieran proporcionar seguridad y confort. Especialmente cuando comparaba aquel espacio con el acogedor bungaló de Eve, el hostal o el resto de Whiskey Creek. Y también era estresante tener que vigilar su espalda con mucho más cuidado estando allí, donde La Banda podía encontrarle. Se sentía como en los viejos tiempos.

–¿Cuándo terminará esto? –susurró para sí mientras se acercaba a la ventana y miraba a través de una rendija de las persianas la tormenta que se estaba desatando en el pequeño patio trasero de su casa.

Si La Banda había descubierto su dirección, aquella sería la noche perfecta para dar el golpe. Si disponían de miembros suficientes, podrían asaltar la casa entrando desde diferentes puntos y sus vecinos no oirían ni un disparo.

Se preguntó cuánto tiempo tardaría Marilyn o cualquier otra persona en encontrar su cadáver. ¿Un día? ¿Dos? Odiaba la idea de que tuviera que encontrarse con una escena tan sórdida. Además, no sabría cómo localizar a su familia, comprendió, y sacó el teléfono del bolsillo para dejarle un mensaje.

–Marilyn, soy yo –dijo cuando se activó el buzón de voz–. Te llamo para decirte que si me ocurriera algo, tendrías que ponerte en contacto con mis hermanos. Nunca te he hablado de ellos, pero tengo dos. Encontrarás mi testamento en la caja de seguridad de la oficina. Todo se repartirá entre ellos.

Se había ocupado de ese asunto en cuanto había regresado a California. Había cosas que cambiaría si pudiera. Si Eve estaba embarazada, le gustaría dejarle algo más que los cinco mil dólares que le había entregado. Y querría dejarles algo a sus empleados. Pero cuando había organizado su herencia, todavía no les conocía ni a ella ni a ellos.

Tras dejarle a Marilyn el número de teléfono de sus hermanos, pensó en darle también el de Virgil. Quería que supiera de su muerte lo antes posible. Pero no se atrevía a dejar más pistas, ni siquiera verbales, que pudieran ayudar a localizarle en Nueva York. Una vez estuviera muerto, La Banda no se molestaría en hacer ningún daño a su familia. No tendría sentido. Pero continuarían buscando a Virgil. Los correos electrónicos que habían intercambiado Virgil y él sobre la ejecución de Mona eran lo único que podían permitirse en aquel momento.

Tardó un minuto en escribirle una carta a Dennis, dándole el nombre de una mujer llamada Eve Harmon que vivía en Whiskey Creek y diciéndole que le diera todo el dinero que pudiera necesitar. Esperaba que su hermano cumpliera su deseo. Pensando en enviársela por correo al día siguiente, guardó la carta en el bolsillo. Después, fue del estudio al cuarto de estar para revisar la parte delantera de la casa y el jardín.

Había luces de Navidad en las casas de enfrente y sus colores se difuminaban a través de la lluvia. La mayoría de la gente andaba muy ocupada durante las fiestas navideñas, comprando regalos, organizando fiestas y preparándose para el fin de año, mientras él se estaba preparando para el final de su vida.

Mierda. Estaba cansado de estar mirando por las ventanas y pendiente de las cámaras a través del ordenador. Si iban a matarle, esperaba que llegaran cuanto antes para acabar con todo aquello. Llevaba la pistola a la cintura, así que no iba a morir sin luchar. No era que quisiera morir, pero aquella no era forma de vivir.

Cuando vibró su teléfono y lo sacó del bolsillo, se preguntó si sería alguno de sus clientes, que le llamaba en medio de una emergencia. Pero no era ninguno de sus guardaespaldas. Era Marilyn. Debía de haber recibido el mensaje mucho antes de lo que él pretendía. Había imaginado que estaría dormida. El día que había llegado, había reprogramado todo el sistema telefónico de la oficina para ser él el que recibiera los avisos, en vez de ella, fuera del horario de oficina. Si llegaba pronto por la mañana, cosa que habitualmente hacía, Marilyn salía a las cuatro.

–¿Diga?

Creyó detectar un movimiento en el jardín y estuvo a punto de sacar la pistola. Pero cuando miró con atención, vio que era la rama de un árbol siendo sacudida por el viento.

–¿Qué pasa? –preguntó Marilyn.

–Nada –contestó él, sin dejar de vigilar el movimiento de las sombras causado por las ramas de los árboles.

–¿Entonces por qué me has dado los contactos de tu familia?

–Solo por si acaso.

–¿Por si acaso qué?

–Ya te lo he dicho. Por si me ocurriera algo.

–Eso me asusta.

–Lo siento. No tengo a nadie más a quien dejarle esa información.

Marilyn se aclaró la garganta.

–Eso también me hace preguntarme si no debería decirte que… esta mañana hemos recibido un mensaje extraño.

La tensión de sus hombros aumentó. ¿Sería aquel mensaje extraño el principio del fin? Había estado esperando a que pasara algo extraordinario, algo que le indicara que La Banda se estaba acercando.

–¿Por qué no me lo has dicho? Has salido del trabajo antes que yo y a partir de entonces me he estado ocupando yo de los teléfonos.

–La llamada se ha recibido alrededor de las tres, cuando yo estaba hablando por otra línea y tú estabas en el banco, pero he pensado que era alguien que se había confundido de número.

–¿Por quién preguntaban?

–Por alguien llamado Brent.

La mente de Rex conjuró el rostro de Eve, haciéndole esperar, con la misma intensidad con la que debería esperar lo contrario, que estuviera intentando ponerse en contacto con él.

–¿Era una mujer?

–No.

–¿Y qué te ha hecho pensar en esa llamada ahora?

–Cuando me has llamado hace unos minutos, me he acordado. Por alguna razón, esa llamada me ha dejado una sensación extraña. Me ha hecho preguntarme si quizá no habías estado utilizando ese nombre por alguna razón.

Irritado por el hecho de que hubiera asumido que no tenía por qué informarle de aquella llamada, por la razón que fuera, se apartó de la ventana y se concentró en la conversación.

–Marilyn, no puedes ocultarme ninguna clase de información. No me importa quién llame o por quién pregunte.

–¿Por qué? Eso es lo que no entiendo.

–Porque podrían terminar matándome.

Se produjo un largo silencio.

–¿Lo ves? Gracias a comentarios como ese, esta noche no voy a poder dormir.

Rex no quería asustarla, pero tenía que conseguir que comprendiera la importancia de que le contara todo. ¿Quién podía saber si algo sin aparente importancia no podría advertirle de la presencia de su antigua banda?

–Trabajamos en una empresa de seguridad. Eso pone a mucha gente peligrosa contra nosotros y alguna de esa gente puede estar buscando venganza.

–¿Eso es lo que está pasando? Porque hasta ahora, nunca te habías ido de la ciudad durante más de dos semanas y media, ni me habías hecho encontrarme contigo en secreto para firmar cheques. Ni siquiera te habías tomado unas vacaciones. Y nunca habías tenido que utilizar un nombre falso.

Marilyn no sabía que el nombre que utilizaba con ella no era su verdadero nombre o, al menos, no era su verdadero apellido. Había pasado por diferentes cambios de identidad. Al principio, cuando Peyton, Virgil, Laurel y sus dos hijos habían entrado en un programa de protección de testigos y se habían trasladado a Washington D.C., había sido Perry Smith. Había llegado a odiar aquel nombre. Nunca se había adaptado a él, siempre le había hecho sentirse como si le hubieran arrebatado algo importante. Pero había tenido otros cinco nombres desde entonces y ninguno de ellos le había hecho sentirse mejor. Aquella era la razón por la que, cuando había vuelto a California, había vuelto a recuperar su nombre. Habiendo tanta gente en aquel estado, un Rex más no destacaría. Echaba de menos ser quien realmente era. Y, en aquel entonces, no había vuelto a tener noticias de La Banda ni de Mona desde que un tipo llamado Hiel había encontrado a Laurel en Montana un año antes.

–Hay alguien que me busca, Marilyn.

–¿Quién?

–Alguien a quien me enfrenté en el pasado. Eso es lo único que necesitas saber. Y, ahora, háblame de ese mensaje tan misterioso.

Sabía que a Marilyn no le gustaba que la mantuviera en la ignorancia. Parecía creer que su negativa a darle detalles sobre el peligro que corría significaba que no confiaba en ella. Y era verdad, hasta cierto punto. Pero solo porque no podía esperar que no le diera a un miembro de La Banda su dirección en el caso de que le pusieran una pistola en la cabeza. Y, seguramente, confesaría mucho más rápido si fuera su marido el que estuviera en peligro.

Marilyn era una empleada leal, pero La Banda hacía todo lo posible por sacar provecho de los puntos vulnerables. Y no podía pedirle que diera la vida por él.

–¿Y bien? –la urgió.

–El que llamaba era un hombre llamado Dylan.

El único Dylan que le conocía con el nombre de Brent era el que había conocido a través de Eve.

–¿Y dijo su apellido? –preguntó, solo para confirmar sus sospechas.

–No, lo único que dijo fue: «Brent, eres un cabrón. No tenías que haberlo fastidiado todo demostrando que yo tenía razón».

Definitivamente, aquel mensaje era del marido de Cheyenne. Con la ayuda de Ted, el amigo de Eve, Dylan había averiguado dónde trabajaba. Pero lo que Marilyn había dicho no encajaba con la imagen de un tipo duro como Dylan.

–¿De verdad dijo «fastidiado»?

Marilyn bajó la voz.

–No he querido repetirlo literalmente. Mi suegra está durmiendo en la habitación de al lado y lo de cabrón ya ha sonado suficientemente fuerte.

En otras circunstancias, Rex se habría echado a reír. A Marilyn no le importaba utilizar palabras fuertes en el trabajo. Pero suponía que él tampoco soltaría una palabra como aquella si pudiera oírla su suegra, en el caso de que la tuviera. Jamás había utilizado aquella clase de vocabulario delante de su propia madre, ni siquiera en sus peores días. Toda la rabia la llevaba por dentro.

–¿No ha dejado ningún número de teléfono?

–No. No me dio la impresión de que esperara que le devolvieras la llamada. Pero el número desde el que estaba llamando apareció en la pantalla, así que lo apunté.

Rex sabía que tenía que dejarlo pasar. Responder era una estupidez. Si llamaba a Dylan, Dylan avisaría a Ted y los dos sabrían de su relación con All About Security. Pero tampoco se habían tragado el cuento de que era jardinero en Bakersfield. La inquietud que últimamente se había apoderado de él se reafirmó, y también lo hizo el deseo de revelarse contra las restricciones a las que había tenido que someter su vida. «¡Vamos!», pensó mientras imaginaba, por millonésima vez, la confrontación con su antigua banda.

–Dame el número –le pidió a Marilyn, y se dirigió a su despacho para buscar lápiz y papel.

Dos minutos después, bloqueó su número de teléfono y llamó a Dylan.

Contestó Cheyenne.

–¿Diga?

–¿Está por ahí tu marido? –preguntó Rex.

–¿Quién le llama?

Rex vaciló un instante. Habría preferido no identificarse, pero dudaba de que le pasara a Dylan si no lo hacía.

–Brent.

–¡Ah! Brent. Muy bien. Espera un momento.

Parecía nerviosa, pero no le preguntó por qué se había marchado de forma tan precipitada cuando se suponía que tenía que haberse quedado a pasar allí la Navidad. Tampoco mencionó el hecho de que su hermana no hubiera aparecido en ningún momento, ni el que se hubiera ido sin despedirse de Eve. Corrió a buscar a su marido; Rex la oyó llamando a Dylan.

Unos segundos después, llegó hasta él la voz de Dylan.

–¿Brent?

–¿Crees que debería haberme quedado? –preguntó Rex sin ninguna clase de preámbulo–. ¿Es eso lo que piensas?

Se produjo un largo silencio. Después, en vez de empezar a despotricar contra él como Rex esperaba, Dylan dijo quedamente, con calma:

–No, lo que creo es que habrías preferido quedarte, porque si no, no habrías hecho esta llamada.

–Quizá tengas razón.

¿Por qué negarlo? ¿Quién no querría estar en un lugar que parecía seguro, acogedor, y protegido de todos los peligros que le amenazaban? Whiskey Creek era un lugar fuera del tiempo e ir allí casi había sido como disfrutar de una segunda oportunidad.

–¿Entonces por qué te has ido?

–Porque para mí era imposible hacer ninguna otra cosa. Al marcharme, le he hecho un favor a Eve. Os lo he hecho a todos.

Estuvo a punto de poner fin a la llamada. Acababa de hacerle saber a Dylan que no había utilizado a Eve, que no era tan miserable. O, a lo mejor, había buscado una salida para su frustración y su enfado, una pelea que no le costara la vida de nadie. Si así era, aquel deseo había sido sofocado por la perspicaz respuesta de Dylan.

Dylan habló antes de que pudiera hacerlo él.

–¿En qué clase de problemas andas metido? ¿Todo esto tiene algo que ver con tu hermana?

Rex se pasó la mano por el pelo, que tenía ya revuelto por la cantidad de veces que había repetido aquel gesto.

–No, no tengo ninguna hermana. Scarlet era una clienta. Iba a llevarla a Whiskey Creek para poder protegerla, pero la situación se resolvió.

Se produjo un largo silencio. Después, Dylan preguntó:

–¿Sobre qué más has mentido?

–Prácticamente en todo –admitió–. Pero lo que está ocurriendo ahora mismo en mi vida no tiene nada que ver con la policía, si es ahí a donde quieres llegar.

–Entonces eso significa que tiene que ver con gente que no es de la policía, lo que significa que la policía puede ayudarte.

–Ya lo intenté, pero no pueden hacer nada. Prefiero defenderme solo.

–¿De qué se trata entonces? ¿Testificaste contra alguien? O…

–Algo así –le interrumpió.

Rex estaba seguro de que Dylan estaba sorprendido de que estuvieran manteniendo aquella conversación. También él lo estaba. Apenas se conocían el uno al otro y, hasta entonces, nunca se había abierto con nadie, ni buscando su comprensión ni ninguna otra cosa. No podía explicar por qué con los amigos de Eve todo era diferente, pero le importaba que tuvieran una buena opinión sobre él. Seguía queriendo ver a Eve, quería explorar lo que sentía cuando estaba con ella.

–Sea lo que sea a lo que te estás enfrentando, tendrás que dejar de huir en algún momento –dijo Dylan.

Rex rio sin alegría. Si no hubiera llegado a tomar aquella decisión por sí mismo, no habría dejado Whiskey Creek.

–Exactamente. Pero confía en mí, estoy seguro de que no te gustaría que dejara de huir quedándome en tu pueblo –respondió, y desconectó.

No podía seguir hablando aunque quisiera hacerlo. No había visto a nadie aparcando en el camino de su casa. Pero una figura se estaba acercando a su puerta.

Contuvo la respiración como si estuviera a punto de recibir un golpe. Quizá aquel fuera el final de todo.