Capítulo 20

 

Brent había abandonado el hostal de Jackson el mismo día que se había registrado. Aquella era una información que, probablemente, la directora de Blue Bell no debería haberle dado a Eve, teniendo en cuenta la legislación sobre el derecho a la intimidad, pero la mujer se acordaba de que había pasado allí una noche y no sacó a colación ninguna cuestión legal. Eve agradeció que le hubiera proporcionado aquella información tan fácilmente. Y saber que no habría podido localizarle había mitigado su enfado con Ted por haber esperado tanto tiempo para decírselo.

Pero teniendo tan pocas pistas para continuar, jamás podría encontrar a Brent. Por lo que había averiguado, se había registrado en Blue Bell a última hora de la noche, había dormido unas cuantas horas y se había marchado… solo Dios sabía a dónde. ¿Por qué no habría pasado en casa de la señora Higgins aquellas últimas horas? A lo mejor pensaba que la señora Higgins intentaría convencerle de que no se marchara si le veía con el equipaje. Eso era lo que ella imaginaba, pero también era posible que hubiera emprendido el viaje, se hubiera dado cuenta de que estaba demasiado cansado y hubiera decidido dormir en el único lugar de la zona que le resultaba familiar al margen de Whiskey Creek.

Pero si su hermana había sido herida, si aquella era la razón por la que se había marchado en medio de la noche, era raro que hubiera parado tan pronto. Podría haber tomado un café, o un par de pastillas de cafeína para que le ayudaran a mantenerse despierto y así ir directamente con ella.

Eve suspiró. ¿Qué podía decir? No era ningún secreto que la relación de Brent con su familia era tensa. A lo mejor no se sentía cómodo corriendo al lado de su hermana porque otros miembros de su familia habían llegado antes que él y, al mismo tiempo, estaba demasiado afectado como para quedarse en Whiskey Creek.

El único problema de la teoría de la hermana en peligro era que, a aquellas alturas, Eve ya estaba convencida de que Dennis era el hermano de Brent, de que el verdadero nombre de Brent era Rex y de que Scarlet no era su hermana. Dennis había reaccionado como si ni siquiera conociera a Scarlet.

Y Dios no quisiera que fuera la novia de Brent, o de Rex.

–Dijiste que no eras un mentiroso –musitó en voz alta mientras se acercaba a Whiskey Creek.

¿Pero cómo se lo podía creer?

Comenzó a nevar cuando estaba llegando a las afueras del pueblo. El invierno había llegado tarde aquel año. Había llovido mucho, pero aquellas eran las primeras nieves. En circunstancias normales, se habría emocionado ante la perspectiva de disfrutar de una Navidad blanca. No había nada más maravilloso que su pintoresco pueblito descansando bajo un manto de nieve. Pero aquel año no tenía un gran espíritu navideño.

En aquel momento, lo único que le apetecía era meterse en la cama, de modo que no le hizo ninguna gracia ver el jeep de Dylan al girar en el camino de su casa. Las luces traseras estaban encendidas, como si hubiera ido a verla y estuviera yéndose al no haberla encontrado.

¿Estaría Cheyenne con él?

Estaba demasiado oscuro como para saberlo.

En el instante en el que la vio, Dylan volvió a aparcar, aunque le estaba bloqueando la entrada al garaje. Normalmente, a Eve no le habría importado. Pero no quería hablar sobre Brent. Ni con Ted, ni con Sophia, ni con Cheyenne ni con Dylan. No quería hablar con nadie. Tenía el corazón destrozado, tanto si tenía derecho a ello como si no, y necesitaba tiempo para enfrentarse a aquella decepción. Continuaba temiendo lo que la prueba de embarazo que tenía en casa podía llegar a revelar, por supuesto. Sus sentimientos estaban en tal estado de agitación que no estaba segura de lo que sentía ante la perspectiva de tener un hijo. Lo único que sabía era que no estaba preparada para renunciar a Brent cuando se había marchado, que no pensaba tener que hacerlo hasta tres semanas después.

La puerta del pasajero y la del conductor se abrieron al mismo tiempo, lo que contestó su pregunta sobre si Cheyenne había acompañado a Dylan.

A lo mejor Ted la había llamado al ver que se iba tan alterada del restaurante y habían ido para asegurarse de que estaba bien.

–¿Qué hacéis aquí a estas horas? –les preguntó.

Había aparcado en un lateral y Dylan tuvo que rodearla antes de entrar en casa.

Las llaves del coche tintinearon en las manos de Dylan mientras se acercaba a ella.

–He estado intentando localizarte.

Eve se acercó de nuevo a su coche para sacar el bolso y poder mirar el teléfono. Se había quedado sin batería.

–¡Ah! Supongo que me he quedado sin batería.

¿Tan absorta estaba en su objetivo de encontrar a Brent, o a Rex, que ni siquiera se había dado cuenta?

–Las luces estaban encendidas, así que pensábamos que estabas en casa y, a lo mejor, le habías dejado el coche a alguien.

Cheyenne sabía que Pam, una de las empleadas del hostal, tenía un coche más viejo incluso que el de Eve. Cada vez que tenía un problema en el motor, le pedía prestado el coche a Eve, en el caso de que esta no lo necesitara.

–No, hoy no.

Había dejado las luces encendidas cuando había ido al Just Like Mom’s porque no pensaba tardar mucho tiempo y, como mujer soltera, se sentía más segura regresando a una casa que no estaba tan completamente a oscuras.

–Pero todavía no me habéis dicho qué estáis haciendo aquí.

–Brent ha llamado a Dylan –anunció Cheyenne.

A Eve le dio un vuelco el corazón.

–¿De verdad? ¿Por qué? ¿Y cómo ha conseguido tu número?

Se produjo una ligera pausa. Cheyenne estaba esperando a que su marido contestara la pregunta.

Dylan le dirigió a Eve una mirada que sugería que no le haría ninguna gracia la respuesta.

–He llamado a su empresa esta tarde y le he dejado un mensaje.

–¿Que tú qué? –preguntó Eve.

–Sabía que estaba mintiendo cuando dijo que era propietario de una empresa de jardinería y quería que lo supiera –le explicó–. A mí también me ha fastidiado que irrumpiera de esa forma en tu vida para irse después como si no hubiera pasado nada. Te mereces algo mejor.

Como estaba enfadada con Brent, con Rex, por esa misma razón, Eve apreciaba que Dylan se alzara en su defensa. Pero aquel sentimiento llegó un segundo después que la curiosidad que aquella noticia había despertado.

–Así que llamaste a All About Security.

–Sí.

–Y él te devolvió la llamada.

–Lo cual es una forma de admitir que teníamos razón –dijo Cheyenne, señalando algo obvio.

Estaban mojándose, así que Eve señaló hacia la puerta.

–Seguro que él era consciente de ello.

Dylan asintió mientras entraban rápidamente en la casa.

–Sí.

Eve les condujo a la cocina.

–¿Te lo ha dicho él?

–Me ha dicho que tuvo que marcharse porque no le quedaba otro remedio. Eso era lo que quería decirte. He pensado que podría ayudarte a enfrentarte a… a esa marcha tan repentina.

–¿Ha tenido que marcharse por los problemas que tenía su hermana con su ex? –preguntó–. ¿Es eso lo que te ha dicho?

–No. No tiene ninguna hermana –respondió Dylan–. Scarlet era una clienta que había contratado los servicios de su empresa, pero, según él, la situación se ha resuelto por sí misma.

Eve dejó escapar un suspiro de alivio al comprender por fin quién era Scarlet. Así que no era ni la hermana ni la novia de Rex. El hecho de que Dennis no hubiera reconocido su nombre tenía sentido. Le habría gustado que aquello no la complaciera tanto, pero…

–Sea cual sea el problema al que se esté enfrentando ahora, es cosa suya, no de Scarlet –añadió Dylan–. Pero dice que es un problema que no tiene que ver con la policía.

–A mí me dijo lo mismo –Eve dejó el bolso a un lado y se quitó el abrigo–. ¿Tú le crees?

–Sí –contestó Dylan.

–¿Por qué, si ha dicho tantas mentiras? –le preguntó desafiante.

–Si no recuerdas mal, no las dijo de forma voluntaria. En realidad, él no quería decir nada. Le forzamos a contestar. Y no habría contestado a mi llamada para volver a mentirme. Si quieres saber la verdad, parecía… resignado.

Eve deseó haber podido hablar con él.

–¿Ha dicho algo de mí?

–No directamente. Pero toda la llamada estaba relacionada contigo.

–Pero ni siquiera me ha mencionado –dijo Eve mientras se sentaba en la silla de la cocina.

Dylan ayudó a Cheyenne a quitarse el abrigo y lo colocó encima del suyo.

–Por eso hemos venido. No creo que él quisiera dejar Whiskey Creek y he pensado que deberías saberlo.

Las palabras de Dylan aliviaban el dolor del orgullo herido, pero también le hacían desear que Rex volviera.

–¿Está a salvo?

Dylan frunció el ceño.

–Tengo la impresión de que él cree que no.

Sintiendo de pronto tanto frío como si estuviera bajo la nieve, Eve entrelazó las manos en el regazo.

–Él es el más indicado para saberlo, ¿verdad?

–Supongo que sí –la respuesta de Dylan fue apenas un gruñido.

Eve supuso que no quería ni pensar en ello.

–¿Y podemos hacer algo por él? –preguntó.

Dylan se sentó en frente de ella y estiró las piernas.

–Mantenernos lejos de la línea de fuego, supongo. Él no quiere traer el peligro que le acecha a Whiskey Creek. Y yo tampoco puedo decir que sea algo que quisiera ver yo.

Pero si Brent no estaba a salvo, ¿quién podía ayudarle?

–Me estás diciendo que lo deje pasar. Que se enfrente él solo a lo que quiera que le pase.

Dylan se encogió de hombros.

–Lo siento, pero no sé qué otra cosa se podría hacer.

Estando allí, mirando a Cheyenne y su abultado vientre, Eve comprendía que Dylan optara por mantenerse a salvo. Eve sabía que también ella podía estar embarazada. No quería que nadie más saliera herido, pero eso incluía a Rex.

 

 

Rex había estado a punto de disparar a su vecina. Jamás habría imaginado que Leigh Dresden, que vivía en la puerta de al lado, pudiera aparecer en la puerta de su casa a la una de la madrugada en medio de la peor tormenta que había sacudido San Francisco aquel invierno. Y no habría estado tan cerca de hacerlo si ella no hubiera tapado la mirilla con un dedo, a modo de broma. Pero comprendía que no fuera consciente de que algo así pudiera ponerla en peligro. Y estaba convencido de que Leigh no sabía qué demonios estaba haciendo. Por su risita tonta y por su forma de tambalearse, era evidente que había bebido demasiado. Quizá fuera aquella la razón por la que había desafiado al viento y a la lluvia para presentarse delante de su casa con una fuente de galletas decoradas con azúcar. Las había cubierto con un plástico, lo cual revelaba cierta lucidez, pero ni siquiera se había puesto un abrigo. Y aquella conducta no era propia de ella. Tenía dos hijos, dos hijos pequeños, y siempre le había parecido una mujer seria y entregada a su familia.

–Te he hecho… esto –dijo, arrastrando las palabras lo suficiente como para añadir más evidencias al hecho de que estaba bebida.

Rex podía sentir el peso de la pistola en su mano derecha. Había encendido la luz del porche, pero no la de la entrada, de modo que su vecina permanecía entre sombras. Por lo que él podía decir, no se había fijado en la pistola. Estaba demasiado ocupada mirándole a la cara y sonriendo.

–Has sido muy amable –escondió la pistola en la espalda–. ¿Pero cómo se te ha ocurrido venir en medio de la noche?

Leigh se puso de puntillas y miró por encima del hombro de Rex hacia el interior de la casa.

–He pensado que te gustaría. Parece que estás muy solo, ¿verdad? Nunca te he visto traer a nadie a casa. Nunca vienen amigos ni… ni nada.

–¿Has estado vigilándome?

Su risa sonó un poco nerviosa, como si aquella pregunta hubiera provocado un momento de lucidez.

–Las cosas han cambiado desde que Marcus y yo nos separamos.

Aquella ruptura era una novedad para él.

–¿Tu marido y tú ya no estáis juntos?

Ella le dirigió una mirada extraña.

–No. Nos separamos hace seis meses. Marcus decidió que prefería a la Barbie de dieciocho años que conoció en el gimnasio.

Rex se frotó la barbilla con la mano libre.

–Lo siento mucho. Supongo que no estoy muy al tanto de los chismes del barrio.

–No, supongo que no –contestó ella–. Pensaba que no había nadie que no se hubiera enterado de esa historia.

Se echó a reír, pero una repentina tristeza borró la alegría de su rostro.

–La estaba trayendo a casa. Fue Ben, el vecino de enfrente, el que me contó lo que estaba pasando.

–Vaya.

Leigh parecía deprimida, pero consiguió esbozar una sonrisa.

–En cualquier caso, he visto que tenías las luces encendidas. Sé que normalmente te acuestas tarde y… –hizo un gesto desgarbado–, no podía dormir, así que… se me ha ocurrido venir a verte para ver si te apetecía una galleta –pareció fijar la mirada en su boca–. O… a lo mejor prefieres venir a casa a tomar una copa y después comerte las galletas. Vivimos a diez metros de distancia y apenas nos conocemos.

¿Y pensaba que aquel era un buen momento para conocerse?

–¿Dónde están tus hijos?

–En casa, durmiendo –bajó la voz y batió las pestañas–. No nos molestarán.

Evidentemente, quería algo más que conversación. Rex no tenía ningún interés, pero no podía enviarla a su casa y dejar que terminara cayéndose o tropezando con algún miembro de La Banda. Así que empujó la pistola hacia el interior de la cintura y se sacó la camisa, ocultando aquel gesto con el tronco.

–Me temo que estaba a punto de acostarme, así que tendremos que dejar la copa para otro momento –dijo mientras tomaba la fuente de las galletas y la dejaba a un lado–. Pero déjame acompañarte a tu casa.

Leigh deslizó el brazo alrededor del suyo y posó la cabeza en su hombro casi en el mismo instante en el que Rex salió de casa. No agarró ningún abrigo. Aunque hacía frío, estaba demasiado nervioso por el hecho de que hubiera una mujer delante de su casa en un momento en el que estaba esperando un ataque. Lo único que quería era dejarla en su casa sana y salva, pero Leigh estaba tan borracha que apenas podía caminar. Su falta de coordinación y el viento contra el que tenían que luchar a cada paso hacía que avanzaran más lentamente de lo que había planeado.

–¿Nunca te sientes solo? –preguntó ella nostálgica, parpadeando mientras alzaba el rostro hacia el suyo.

Rex pensó en Eve. La única vez que no se había sentido solo desde hacía mucho tiempo había sido con ella.

–Sí –contestó.

Leigh ensanchó la sonrisa y volvió a fijar la mirada en sus labios.

–¿Entonces por qué no eres más sociable?

–Estoy muy ocupado.

–Todo el mundo tiene que darse un respiro de vez en cuando. Tiene que comer, dormir… y hacer… otras cosas de vez en cuando.

Por fin habían llegado a su casa. Leigh no parecía preocupada por la tormenta, pero a él no le gustaba estar empapándose.

–Ya hemos llegado. Será mejor que entres antes de que te resfríes.

–Ven conmigo –le pidió ella con un puchero.

Abrió la puerta y tiró de él.

–Leigh, lo siento –permitió que le arrastrara hasta dentro, pero permaneció en la entrada–, tengo que volver.

Leigh cerró la puerta tras él, le tomó la mano y la posó en su pecho.

–¿Por qué? En tu casa no vas a encontrar lo que puedes encontrar aquí.

–Lo siento, Leigh –repitió él, apartando la mano–, pero tengo una relación con otra persona.

Apenas podía creer que hubieran salido aquellas palabras de su boca. Eve y él no tenían una relación. Él no podía ofrecerle nada. Y, aun así, era posible que llevara en su vientre un hijo suyo.

Su vecina le rodeó el cuello con los brazos.

–Nunca llevas a nadie a tu casa –respondió, sacando el labio inferior con un puchero–. Lo sé. Te he estado observando desde que se fue mi marido.

–No vive aquí.

–¿Vive en otro estado?

–No tienes ninguna necesidad de preocuparte por eso.

Se desasió de sus brazos con delicadeza. Era evidente que Leigh estaba pasando por un mal momento. Probablemente la Navidad había revivido muchos recuerdos de cuando estaba con su marido y, aun así, tenía que obligarse a mostrarse feliz por el bien de sus hijos.

Comprendía los motivos que la llevaban a beber y a buscar consuelo y placer allí donde pudiera encontrarlos.

Pero justo cuando se estaba apartando y empezaba a abrir la puerta, vio que un coche se acercaba lentamente y se detenía delante de su casa.

Cerró rápidamente la puerta y echó el cerrojo.

–¿Qué pasa? –preguntó Leigh.

Rex no contestó. Corrió a la ventana y vio a cuatro hombres saliendo del coche. Por la determinación con la que caminaban hacia su casa, ocultando algo bajo las chaquetas, imaginó que llevaban armas.