Capítulo 21

 

Unos golpes en la puerta arrancaron a Eve de un sueño agitado. Se sentó en la cama, preguntándose si habría imaginado aquel ruido o lo habría confundido en alguna de las muchas secuencias de sueños que había tenido.

Pero volvieron a aporrear la puerta. Fue un sonido consistente e inconfundible. Alguien quería despertarla. No podían ser sus padres, ¿no? ¡Ni siquiera eran las seis de la mañana!

Ligeramente nerviosa, pues ya había pasado una mala noche, agarró la bata y el teléfono móvil y salió asustada al cuarto de estar. El sol todavía no había aparecido. No parecía que fuera a ser un día muy soleado. A juzgar por el viento que aullaba entre los aleros del tejado, el tiempo no había mejorado desde la noche anterior, cuando Dylan y Cheyenne habían ido a hacerle la visita. No estaba segura de que siguiera nevando, pero, desde luego, la tormenta no había terminado.

Se acercó a la ventana y se asomó. Había dejado de nevar, pero no vio ningún coche en el camino de la entrada.

–¿Quién es? –preguntó, a punto ya de pulsar una tecla del teléfono para llamar a la policía.

–Soy yo –respondió Rex.

El corazón estuvo a punto de caérsele a los pies. ¡Brent! No. Rex. Tenía que acostumbrarse a utilizar su verdadero nombre. Pero antes tenía que confirmarlo.

–¿Rex?

–Sí.

Eve consiguió esbozar una sonrisa después de abrir la puerta.

–Es agradable saber por fin quién eres realmente.

–Lo siento, Eve. He intentado mantenerme al margen de tu vida.

Estaba pálido y demacrado, mucho más pálido de lo que le había visto nunca. Eve se preguntó si estaría enfermo, pero imaginó que era agotamiento. El viento le había revuelto el pelo y lo tenía notablemente enredado. Llevaba la barba más crecida de lo habitual y tenía los ojos irritados.

–No quiero que desaparezcas de mi vida –dijo Eve, agarrándole para que entrara en su casa, donde hacía más calor.

–No puedo quedarme –le advirtió él.

Pero ella le ignoró. Necesitaba dormir, una buena comida y un poco de cariño y cuidados antes de pensar en ninguna otra cosa.

–Parece que no has dormido bien.

–Todavía no he dormido.

–¿Todavía no has dormido? ¡Pero si ya está a punto de amanecer!

Comenzó a dirigirle hacia el dormitorio, pero él retrocedió.

–Lo más inteligente sería que me echaras. Ahora mismo sería mucho más seguro para ti, para los dos, de hecho, que ninguno de nosotros estuviera aquí. Pero en algún momento volverán a encontrarme.

¿Quién? Eve no sabía a quién se refería. Y tampoco sabía qué podría haber hecho Rex, en el caso de que hubiera hecho algo, para provocar el peligro en el que se encontraba. Pero no se atrevió a preguntárselo en aquel momento. Su aspecto cansado y aquella actitud vigilante y a la defensiva le desgarraban el corazón.

–Hablaremos más tarde –le propuso–, cuando hayas tenido oportunidad de descansar.

–¿A qué hora tienes que ir al trabajo?

–Tengo que estar allí a las nueve, así que, si para cuando te despiertes ya me he ido, date una ducha y desayuna lo que te apetezca. ¿Necesitas mi coche?

–No. He alquilado un coche. Lo he aparcado a medio kilómetro de tu casa. No quería que lo vieran tus padres y se preguntaran si estaba pasando algo.

–¿Y el equipaje?

–No llevo gran cosa, pero lo tengo en el coche.

Eve se puso a quitarle la camisa, pero cuando empezó a desabrocharle los botones, Rex la detuvo y ella se dio cuenta de que era porque llevaba una pistola.

Se quedó paralizada cuando Rex sacó el arma, pero él no la dejó inmediatamente a un lado. Se detuvo como si temiera que la visión de aquella pistola pudiera afectarla lo suficiente como para no permitirle quedarse en su casa.

–Es para defenderme, Eve –le dijo–. Pero jamás te haría ningún daño. Me crees, ¿verdad?

Eve le creía. No se sentía amenazada por aquella pistola. Pero había motivos por los que Rex tenía que llevar un arma y eso sí que la asustaba.

–¿Has tenido que utilizarla alguna vez?

Eve sabía que tenía problemas, problemas serios, ¿pero una pistola? Aquello la hizo enfrentarse a la realidad: ¡Rex estaba hablando de un asunto de vida o muerte!

En vez de contestar, Rex volvió a deslizar la pistola en la cintura del pantalón.

–No debería haber venido aquí. No debería estar involucrándote en mis problemas.

Parte de ella, la parte que repetía lo que sus padres y la mayoría de sus amigos probablemente le habrían dicho, le decía que debería dejarle marchar. La otra parte, aquella que se preocupaba por él y sentía su agotamiento y su dolor, no podía soportar la idea de que se fuera sin ofrecerle el descanso y el confort que necesitaba.

–No te vayas –le dijo–. Admito que tengo que darte un voto de confianza para tener una pistola en mi casa, pero… déjala y acuéstate. Quiero tenerte a mi lado. Quiero oír tu corazón latiendo y saber que estás conmigo, seguro y a salvo.

Al verle titubear, Eve alargó la mano hacia la pistola, pero Rex le apartó la mano y colocó él mismo la pistola en la mesilla de noche. Después, Eve se quitó el camisón. Y no porque quisiera hacer el amor. No creía que Rex estuviera emocionalmente preparado en aquel momento. Ni siquiera estaba segura de que lo estuviera ella. Pero ansiaba sentir su piel contra la suya, y cuando se tumbó a su lado, él también pareció ansioso por estar cerca.

–Me encanta como hueles –musitó Rex cuando la atrajo hacia él.

Eran muchas las cosas que a Eve le gustaban de él. No podía decir por qué. No lo conocía demasiado bien, por no hablar de que al principio él ni siquiera le había dicho la verdad. Pero cuando estaba con él, se sentía satisfecha como no se había sentido nunca. Era como si hubiera estado echando de menos algo en su vida y él se lo hubiera proporcionado.

–Me alegro de que hayas vuelto –le dijo, y se movió para posar los labios en su sien.

Rex se durmió casi al instante, pero Eve no. No quería dormir. Sabía que tenían los minutos contados. Con un poco de suerte, Rex se quedaría con ella un día a dos. Así que permaneció despierta, escuchando su respiración y memorizando los rasgos de aquel maravilloso rostro mientras salía el sol. Quería conservar hasta el último detalle en su memoria porque, probablemente, lo único que le quedaría de Rex serían los recuerdos.

A no ser que estuviera embarazada…

 

 

Cuando Rex se despertó, la casa estaba en silencio. Eve debía estar en el trabajo. Alzó la cabeza para mirar alrededor del dormitorio vacío y repleto de detalles femeninos. Después, volvió a tumbarse y recordó cómo habían tiroteado su casa y su Land Rover la noche anterior. La Banda había dado por sentado que estaba en casa.

Necesitaba darse una ducha para ponerse a hacer gestiones. Cuando Eve volviera del trabajo, le pediría que le llevara al aeropuerto. Tenía que salir de California cuanto antes. También necesitaba averiguar cómo iba a vender su empresa, su casa y reconstruir después su vida. Sabía que debería agradecer el haber sobrevivido aquella noche gracias a que su vecina le había dado un motivo para abandonar su casa en ese preciso instante. Pero le resultaba difícil enfrentarse a la destrucción de todo lo que había construido, sobre todo cuando creía haber llegado a un punto en el que aquello no volvería a ocurrir. Hasta que había recibido el mensaje de Mona, pensaba que, siempre y cuando tuviera cuidado, había dejado atrás el pasado.

No debería haber asumido que se había liberado de él. Así no habría sido tan amarga la decepción. Jamás escaparía por completo a La Banda. Y aquella era la razón por la que no podía quedarse en Whiskey Creek.

Un ruido en la puerta le hizo incorporarse. Aunque era imposible que le hubieran seguido hasta Whiskey Creek, estaba suficientemente nervioso después de lo que había pasado la noche anterior como para agarrar su pistola.

–¡No te asustes, soy yo! –le avisó Eve–. ¡Te he traído algo de almorzar!

Rex comprendió que había tenido la precaución de avisarle porque sabía que iba armado.

–Todavía estoy en la cama –respondió.

Dejó la pistola en el último cajón de la mesilla de Eve para que no tuviera que verla nada más entrar en la habitación.

Eve apareció en el marco de la puerta, tan guapa como siempre, con un vestido ajustado de color gris con un ribete negro y unas medias negras.

–Estupendo. Espero que hayas dormido bien. Lo necesitabas –le sonrió–. ¿Tienes hambre?

–Me muero de hambre.

La recorrió con la mirada, empezando por su pelo oscuro y sus ojos azules y continuando después por su esbelta figura.

–Pero quizá deberíamos empezar por el postre.

En vez de capitular, Eve arqueó una ceja.

–Me temo que con esa propuesta estás intentando evitar algo. Una vez más, diría yo.

Rex esbozó una mueca.

–¿Eso significa que quieres que hablemos?

–¿A ti qué te parece?

–Tenemos poco tiempo. ¿Por qué desperdiciarlo?

–Enterarme de lo que está pasando para mí no será una pérdida de tiempo –se acercó a la cama y se sentó a su lado–. ¿Vas a confiar lo suficiente en mí como para contármelo?

Rex estaba tan acostumbrado a ocultar su pasado, su verdadera identidad, y todos los acontecimientos que le habían convertido en lo que era, que le resultaba extraño considerar siquiera la posibilidad de abrirse. Aun así, todos aquellos secretos se habían convertido en una pesada carga. Eve era la primera mujer, después de Laurel, que sabía algo de su vida, por poco que fuera.

–¿Qué sentido tiene mantenerme en la ignorancia? –insistió Eve, como si comprendiera la batalla que se estaba librando en su cabeza–. ¿Por qué no me dejas conocer al hombre que eres realmente?

Con un suspiro, Rex colocó la almohada contra el cabecero para apoyar la espalda.

–Mi verdadero nombre es Rex McCready. Ese es el nombre con el que nací. Desde entonces, he sido Perry Smith, Jackson Perry, Taylor Jackson… –había comenzado a contar los nombres con los dedos, pero ella le interrumpió.

–Y Brent Taylor. Creo que ya he descubierto el patrón de la serie –dijo Eve con una sonrisa irónica.

–Imaginé que sería más fácil recordar mi nombre si por lo menos parte de él me resultaba familiar.

Eve asintió, animándole a continuar. Rex esbozó una mueca.

–A veces ni siquiera sé quién soy.

–Eso es más profundo que un nombre.

–Quizá.

–Lo que necesito saber es por qué –le dijo–. ¿Por qué todas esas identidades?

Aquella era la parte más dura. La parte que habría preferido evitar.

–Hice algo cuando era adolescente, Eve, algo de lo que siempre me arrepentiré –todavía era incapaz de hablar en detalle del accidente de Logan–. Le costó a mi familia un gran dolor, abrió una brecha entre nosotros y me llenó de desprecio por mí mismo. Fue algo a lo que no supe enfrentarme. No podía asumir el hecho de ser responsable de algo tan trágico. Había momentos en los que me devoraba por dentro –bajó la voz angustiado–. Daría cualquier cosa por dar marcha atrás en el tiempo, pero…

–Eso es imposible –dijo suavemente Eve.

–Sí.

Esperaba que sus respuestas hubieran parecido reflexivas. Resignadas. Se estaba esforzando por que fuera así. Pero, de alguna manera, Eve comprendía lo que era él en realidad, y aquello hacía que le resultara más difícil mantener la verdad oculta en el compartimiento con el letrero de No abrir de su cerebro.

Eve escrutó su rostro con la mirada.

–¿No vas a contarme cuál fue ese acontecimiento tan trágico?

Rex volvió a ponerse la máscara con la que normalmente escondía sus sentimientos más profundos.

–Eso no importa. No está relacionado con el resto de la historia.

Eve debió advertir la determinación que encerraba aquella frase porque no siguió presionando.

–Así que ese desprecio que sentías por ti mismo fue el que te impulsó a actuar.

Rex asintió.

–¿En qué sentido? –quiso saber ella.

–Comencé a meterme en peleas, a faltar al instituto y a consumir drogas. Al principio solo marihuana. Después pasé a drogas más duras. Muy pronto tuve que comenzar a traficar para financiarme el vicio. Y poco después de cumplir dieciocho años, me detuvieron.

–Y cumpliste condena.

Rex se pasó la mano por la cara.

–Sí.

–Dylan se lo imaginó. Dijo que eras… un hombre receloso.

–Eso es evidente, ¿no? –Rex rio sin alegría–. La prisión es un infierno para un joven furioso y autodestructivo como era yo, porque lo único que consigue es aumentar tu rabia y las ganas de destruirte. Probablemente me habrían matado si no me hubiera unido a un banda llamada, precisamente, La Banda –por eso resultaba casi irónico que se hubieran convertido en una amenaza para su vida años después.

–¿Una banda? –repitió Eve.

Rex intentó dominar algunos mechones de pelo con los dedos.

–Puedo imaginar que supongo un gran impacto para alguien como tú, alguien que nunca se ha encontrado con lo que me he encontrado yo. Pero la prisión… es un mundo aparte, Eve. Cuando estás dentro, o te unes a otros o tienes que enfrentarte tú solo a cuanto te ocurra, y es posible que no dures mucho estando solo.

Eve no necesitaba saber todas las razones por las que se había unido a aquel grupo, pero no era la menos importante el hecho de que en aquel entonces no tenía ninguna esperanza de alcanzar la treintena. Si no iba a sobrevivir, el futuro no importaba. No tenía ningún motivo para no sumarse a aquel grupo y ocupar, aunque solo fuera durante algún tiempo, el punto más alto de aquella particular cadena trófica.

–Quieres decir que necesariamente tenías que ser malo.

–En aquel momento lo sentía de aquella manera. Esos hombres, los miembros de cualquier banda, se convertían en tus hermanos. Lo que vivías podía ser terrible, pero les querías tanto que estabas dispuesto a dar la vida por ellos. Yo sentía que para mi familia no tenía ningún valor, pero podía contar con la fiera lealtad de unos hermanos que estaban dispuestos a aceptarme y tampoco eran mejores que yo. Era la primera vez desde hacía años que sentía que pertenecía a algo importante, que era alguien que importaba. No estaba dispuesto a perder algo así.

–Pero…

–Entonces conocí a Virgil.

–¿Otro interno?

–Sí. Al cabo de unos meses se convirtió en mi compañero de celda.

–¿Y él también estaba en esa banda?

–Al cabo de un tiempo, también se metió –apoyó la cabeza contra el cabecero mientras hablaba–. Estaba en prisión por haber matado a su padrastro, que era un maltratador.

Eve palideció.

–Ese amigo tuyo… ¿mató a alguien?

–No, pero tardaron catorce años en descubrir al verdadero asesino. Fue una chapuza –sintió que se le tensaban los músculos–. Todavía siento rabia contra la institución cuando pienso en lo que tuvo que pasar Virgil sin ningún motivo. Él llevaba más tiempo en prisión que yo. Era algunos años mayor. Pero era diferente, una buena persona, y llegamos a hacernos muy amigos. Después le liberaron.

–Y salió antes que tú.

–No mucho antes. Yo salí unas semanas después. Pero había un problema.

–¿Cuál?

Rex le tomó la mano. Sabía que ninguna mujer querría oír algo así.

–Cuando te unes a una banda, tienes que seguir en ella mientras vivas. No te dejan abandonarla.

–¿Quisiste dejar La Banda cuando saliste de prisión?

–No, al principio no. Como ya te he dicho, esos tipos eran la única familia que tenía. Mi propia familia, básicamente, me había repudiado. Pero Virgil se encontró con una nueva oportunidad. Quería empezar de cero y sabía que no podía hacerlo a no ser que encontrara la manera de proteger a su hermana.

Eve bajó la mirada hacia sus manos entrelazadas.

–¿De qué manera se vio ella involucrada con esa banda?

–Cuando la banda no puede retenerte, se encargan de la gente a la que quieres. Buscan hacerte daño de cualquier forma.

Cuando Eve retrocedió, Rex temió haber ido demasiado lejos. Pero nunca le había contado a nadie todo aquello y tenía que terminar. No quería sentir que había mentido contando solo parte de la verdad. Era importante saber si Eve sería capaz de mirarle de la misma manera una vez supiera todo lo que se escondía tras aquel rostro atractivo.

Aunque le parecía imposible que pudiera.

–No era solo su hermana –le dijo–. Ella tenía dos hijos. Estaba divorciada y estaba luchando para salir adelante, no tenía un marido que pudiera protegerla, que la cuidara.

–Y toda mujer necesita un hombre.

–¿Estás siendo sarcástica?

Eve se echó a reír.

–Por supuesto. Actualmente, la mayoría de las mujeres somos capaces de cuidar de nosotras mismas. Pero tu pasado pone ese comentario en otro contexto, así que supongo que no puedo esgrimirlo en tu contra.

–¿Crees que serías capaz de disparar a un hombre? –le preguntó Rex.

–Probablemente no –admitió–. Y no creo que fueran capaces de hacerlo la mayor parte de los hombres con los que he salido. En cualquier caso, ¿qué hizo Virgil?

–Llegó a un acuerdo con el Departamento de Corrección de California. Aceptó infiltrarse para intentar acabar con una banda incluso peor en una prisión diferente a cambio de que incluyeran a Laurel en un programa de protección de testigos.

–Así que Laurel era la hermana de Virgil –dijo Eve al reconocer el nombre.

–Fue así como la conocí.

–Tiene sentido –cambió de postura en la cama–. Pero me sorprende que permitieran que Virgil pusiera su vida en peligro de aquella manera.

–Un miembro de esa banda acababa de matar a un juez, así que pensaron que, al final, salvaría muchas vidas. Y no iban a encontrar a nadie más convincente que Virgil. Era un hombre duro. Tenía experiencia en la vida en prisión. Había pertenecido a una banda y no olía a policía. Pensaron que era perfecto para el trabajo.

–¿Y consiguió hacer lo que querían y seguir vivo?

–Sí y no. Hubo cosas que salieron mal. La Banda encontró a su hermana y estuvieron a punto de matarlos a ella y a sus hijos. Y lo habrían hecho si yo no hubiera estado allí para impedirlo.

No le contó que aquel había sido el momento en el que había tomado su propia decisión. Había tenido que elegir entre el camino que Virgil había tomado y el que él había dejado detrás. Aquel día había cambiado todo.

Eve le miró recelosa.

–¿Cómo conseguiste impedírselo?

Rex abrió el cajón de la mesilla de noche y Eve abrió los ojos como platos al comprender lo que le estaba queriendo decir cuando vio la pistola.

–Ya ves, tuve que disparar a alguien.

¿Eve le pediría que se marchara cuando terminara aquella conversación? No podría culparla si lo hiciera. Sabía lo mal que sonaba todo aquello, sobre todo para alguien que vivía en un lugar como Whiskey Creek.

–No tuve otra opción, Eve. Deberías haber visto lo que estaba intentando hacerle.

Eve tragó saliva.

–¿Y después?

–Después tuvimos que meternos todos en un programa de protección de testigos. Virgil había ayudado a desmantelar la Furia del Infierno, una banda de Pelican Bay.

–¡Pelican Bay es una prisión muy famosa!

–Y por buenas razones.

–Y él sobrevivió a todo eso.

–Sí, pero aquello estuvo a punto de costarnos la vida, de ahí que decidiéramos meternos en un programa de protección de testigos. Lo último que necesitábamos era que La Banda comenzara a perseguirnos otra vez.

–Y supongo que lo hicieron, de lo contrario, no estaríamos manteniendo esta conversación.

–Sí, nos encontraron en D.C. Escapamos por segunda vez, pero a duras penas. Después, dejamos el programa, pensando que estaríamos más seguros defendiéndonos por nuestra cuenta. Fue entonces cuando Laurel se mudó a Montana para comenzar una nueva vida sin nosotros.

–¿Y dónde fuiste tú?

–Más hacia el norte. Me quedé para ayudar a Virgil a reconstruir la empresa de seguridad que habíamos abierto en el área de D.C.

–¿No estabas entonces con Laurel?

–No, ya no. Habíamos roto. Esa fue parte de la razón por la que se fue.

Eve alisó la sábana antes de mirarle a los ojos.

–¿Por qué no funcionó vuestra relación? Es evidente que la querías mucho.

Rex no sabía hasta qué punto quería contestar sinceramente a aquella pregunta. Pero ya había habido suficientes mentiras.

–Fue culpa mía –dijo–. No estaba preparado para el tipo de relación que ambos queríamos tener. Cuando mi madre murió, volví a fastidiarlo todo otra vez, aunque le había prometido que no lo haría.

–¿En que sentido?

Rex advirtió la sutil tensión que acababa de aparecer alrededor de los ojos y la boca de Eve.

–Comencé a consumir otra vez.

–Te refieres a consumir drogas.

–Sí.

–¿Qué tipo de drogas?

–OxyContin. Es un analgésico que recetan los médicos. Esa porquería es adictiva. Estuve consumiéndola durante un buen número de años.

Eve vaciló un instante.

–¿Y ahora?

–Llevo limpio casi cuatro años. Ni siquiera me acuerdo de la última vez que me emborraché antes del día del Sexy Sadie’s.

–¿También tienes que tener cuidado con el alcohol?

–Tengo que tener cuidado con todo tipo de desencadenantes. No quiero volver a pasar por eso.

Eve se cruzó de brazos.

–Lo entiendo. Así que ninguno de vosotros estaba casado cuando Laurel se fue a vivir a Montana.

–Solo Virgil.

Revelar tanta información probablemente cambiaría los sentimientos de Eve hacia él, pero Rex no pudo menos que sonreír al pensar en la mujer de Virgil, una mujer muy sensata. Siempre le había gustado Peyton.

–Se casó con la subdirectora de Pelican Bay, la conoció cuando estaba allí infiltrado, por increíble que te parezca.

Eve rio sorprendida.

–¿Qué?

–Es cierto. Tienen dos hijos y son felices, realmente felices, algo de lo que me alegro profundamente. El único problema es que ambos viven pendientes de cualquier posible amenaza, como yo.

–¿Dónde viven?

–No viven en California.

Eve le miró con atención.

–Esa no es una respuesta.

Rex pensó en Mona, pero decidió no hacer cargar a Eve con aquella parte de la historia.

–Es mejor que no sepas ciertas cosas.

–¿Tienes miedo de que pueda contarlas?

–La Banda podría torturarte si alguna vez te encontraran y podrían sonsacarte información. Estoy intentando protegeros tanto a ti como a Virgil.

El color abandonó el rostro de Eve.

–¿De qué estás hablando? Todo esto me resulta tan… ajeno. Lo que quiero decir es que el mayor problema al que me he enfrentado en mi vida ha sido el de cómo encontrar al hombre adecuado para comenzar a formar una familia.

Rex no pudo evitarlo. Fijó la mirada en su vientre.

–¿Y qué tal va esa familia?

–Si me estás preguntando que si estoy embarazada, todavía no me he hecho la prueba. Cuando me la haga, quiero estar segura de que es el momento adecuado.

–Me dijiste que podrías hacértela al cabo de una semana. Así que ya es el momento adecuado.

Eve asintió.

–Compré la prueba hace unos días. Me la haré pronto.

El silencio se alargó durante un par de minutos. Al darse cuenta de que debía de estar asustada, Rex lo interrumpió, intentando tranquilizarla.

–Así que ahora ya sabes por qué te mentí, por qué me fui y por qué tengo que irme otra vez. No quiero que mi pasado me atrape, y menos aquí. No quiero que te hagan daño.

Eve se levantó y comenzó a caminar.

–Es imposible que sigan buscándote. Llevas fuera de prisión, ¿cuánto? ¿Cinco años?

–Ocho.

–¡Esto es una locura! –Eve se interrumpió para volverse hacia él–. Seguramente a estas alturas ya te habrán olvidado.

Rex rio con amargura.

–No, no me han olvidado, Eve. Y no creo que me olviden nunca.

–¿Por qué? ¿Por qué les importa tanto?

–Tienes que comprender lo que en su mundo es importante. Se juegan su propio crédito en las calles al dejarnos escapar a Virgil y a mí. Acabamos con varios de sus líderes y conseguimos escapar. No pueden dejar algo así sin castigo. Aquel que nos meta una bala será un héroe, y eso es un incentivo para todos los imbéciles del club. Después de lo que pasó, Virgil y yo somos como… como dos conejos gigantes que varios cazadores han visto, pero que ninguno ha sido capaz de atrapar. Hablan de nosotros, sueñan con nosotros, hacen planes pensando que serán ellos los que podrán reclamar la presa…

Eve comenzó de nuevo a pasear nerviosa.

–Aun así. ¿Cómo sabes que han vuelto a encontrarte?

–Ayer por la noche tirotearon mi casa y mi coche, Eve. Por eso lo sé.

Eve se tapó la boca con la mano.

–No.

–Sí.

–¿Y dónde estabas tú cuando eso ocurrió?

–En casa de unos amigos, al final de la calle.

No veía ninguna razón para hacerla pensar que se había acostado con otra mujer si le decía que, en realidad, estaba en casa de una vecina que se había divorciado recientemente.

–Así que estaba tu coche en casa.

–Sí. Como era tarde y las luces estaban encendidas, pensaron que estaba en casa. Probablemente, no habrían parado y habrían disparado si hubiera sido de otra manera. Deberías haber visto cómo quedó mi cama y todo lo demás cuando se dieron cuenta de que no estaba en casa.

–¡Es preferible que destrocen tu casa y tu coche a que te disparen a ti! ¿Y si no hubiera estado allí tu coche? Habrían esperado a que llegaras, ¿verdad?

–Probablemente.

–No parece aliviarte que no te hayan matado –se quejó.

–Llevo ya mucho tiempo con esto, Eve. Estoy cansado. No sé durante cuánto tiempo más voy a poder seguir librando esta batalla.

Eve se volvió a los pies de la cama.

–¡No tienes otra opción!

–Sí, tengo otra opción. Pero no es la que la mayoría de la gente espera que elija.

Eve se frotó los brazos como si se le hubiera puesto el vello de punta.

–Eso suena a suicidio.

–No soy un suicida. Tengo tantas ganas de vivir como todo el mundo. Pero cuanto más huyo, más ganas tienen ellos de perseguirme –se encogió de hombros–. El problema es que… he intentado plantar cara y luchar. Pero eso tampoco me ha llevado a ninguna parte. Cuantos más mate, más enviarán a por mí.

–Cuantos más mates… –repitió Eve.

Rex no dijo nada.

–¿Has llamado a la policía?

–Ha llamado alguien, pero no me he quedado a esperarles. No pueden hacer nada por mí, Eve. Eso es lo que estoy intentando decirte.

–Tienen que tener alguna manera de ayudarte –insistió–. Tiene que haber alguien a quien puedas recurrir.

–No, a no ser que vuelva a formar parte del programa de protección de testigos y, en este momento, no creo que el gobierno esté dispuesto a gastarse ese dinero. La última vez fuimos nosotros los que abandonamos el programa. Y, de todas formas, no me interesa volver.

–¿Y qué pasará ahora?

–Tendré que desaparecer, volver a organizar mi vida en cualquier otra parte. Empezaré comprándome un ordenador nuevo y ropa esta misma tarde. Lo he perdido todo. Afortunadamente, tenía dinero para pagarlo. Había sacado todo su dinero del banco cuando había vuelto a San Francisco, y La Banda no lo había encontrado. Ellos no buscaban dinero, lo único que pretendían era hacerle todo el daño posible. Probablemente, podría haber recuperado parte de su ropa y de sus pertenencias mientras estaba allí, pero había oído las sirenas y había comprendido que tenía que marcharse cuanto antes. No podía permitirse el lujo de retrasar su huida contestando preguntas cuando aquellas preguntas no le iban a servir de ninguna ayuda.

–¿Y tu empresa?

Aquel era otro tema complicado. All About Security era lo único que tenía. Le había dado algo en lo que centrarse, le había reportado un cierto éxito que le había permitido establecerse al margen de Virgil, le había ayudado a sentirse alguien. Todo aquello le había ayudado a recuperarse. Pero tendría que despedirse de todos sus guardaespaldas y de Marilyn, no volvería a hablar con ellos nunca más. Había tenido cuidado de no intimar demasiado con ninguno por si al final todo acababa como había acabado, pero era imposible no conectar a cierto nivel.

–Tendré que venderla, cortar las ataduras.

La expresión compasiva de Eve le indicó que comprendía lo mucho que le iba a costar empezar de nuevo.

–No se pueden cortar esa clase de ataduras de la noche a la mañana.

–Lo único que espero es poder arreglarlo todo cuanto antes, y eso significa que tendré que vender barato.

Eve se frotó la frente mientras se acercaba de nuevo a él.

–¿Cuánto tiempo puedes quedarte aquí?

–No me seguirán inmediatamente –contestó él–. No hay nada ni en mi casa ni en la oficina que pueda conducirles hasta Whiskey Creek. Mi asistente sabe que he estado aquí, pero también he estado en otros pueblos. Y esta mañana le he dejado un mensaje diciéndole que iba de camino a Arizona. No creo que espere que vuelva al País del Oro sin decírselo antes.

¿Por qué iba a pensarlo? Por lo que Marilyn sabía, Whiskey Creek solo era un lugar de paso, un punto en el mapa en el que había encontrado refugio durante unos días. No sabía que había conocido a Eve, no sabía lo mucho que le gustaba aquel pueblo, porque el día que se habían encontrado para que firmara las nóminas, Eve todavía no significaba tanto para él.

Se alegró de ello en aquel momento. En caso contrario, no habría podido permitirse aquel respiro antes de tener que enfrentarse, inevitablemente, a un nombre nuevo, a una ciudad nueva, a una nueva empresa.

–Por lo menos ahora lo comprendo –dijo Eve.

–Siento que la verdad sea tan dura.

–No puedo decir que no me lo hayas advertido.

Consiguió esbozar una sonrisa, pero fue demasiado nerviosa y vacilante, como si acabara de enterarse de que el gato al que había estado cuidando durante varios días tuviera la rabia.

–Vamos a comer algo –propuso, dirigiéndole hacia la cocina–. Después tengo que volver al trabajo.

Rex habría preferido que se metiera en la cama con él, para así tener la oportunidad de volver a abrazarla. Quizá no tuvieran futuro, pero todavía podían contar con el presente.

¿O estaría dando pasos sin sentido, intentando encontrar algo o alguien a lo que aferrarse? Aquella sería una reacción natural. Nadie se sentía bien sintiéndose aislado, o expulsado, bajo ninguna circunstancia. Él ya llevaba tiempo suficiente caminando por aquella selva como para saber lo solo que podía llegar a sentirse. Pero no quería ser la clase de canalla que arrastraba a una mujer a hundirse con él. Y menos a Eve.

–Sí, vamos a comer algo.