Capítulo 22

 

–¿Así que ahora está en tu casa?

Cheyenne había llegado al trabajo veinte minutos antes. Los martes solo trabajaba cuatro horas, pero había pasado ya veinte minutos hablando de Rex.

–Si es que no se ha ido –Eve volvió a colocar los objetos que tenía en el escritorio mientras Cheyenne se quitaba por fin el abrigo y la bufanda–. Estaba allí cuando he ido a llevarle el almuerzo, pero es posible que se haya ido para la hora de la cena. No sé qué puedo esperar y me ha dado miedo preguntar. Después de todo lo que ha confesado, no estaba segura de que quisiera oír la respuesta.

–Es comprensible –Cheyenne se apoyó en la mesa al tiempo que se inclinaba para dejar el abrigo y la bufanda encima del archivador.

–Apenas puedo creer todo lo que me ha contado –dijo Eve–. Sé que últimamente he estado muy preocupada, obsesionada incluso, por conocer a alguien. Y ligar en un bar no fue la mejor manera de hacerlo, pero…

–Cualquier mujer se habría fijado en un hombre como él –respondió Cheyenne.

–En mi caso, no es solo su aspecto. Hay algo especial en él, en su forma de hablar, en su manera de mirarme… Cuando me acaricia, lo que siento no se parece a nada de lo que he experimentado antes –Eve sacó un bálsamo de labios de su cajón y lo extendió sobre sus labios–. ¿Crees que esto es mi karma por haber intentado forzar algo que deseaba? ¿Por haber rebajado mis requisitos de tal manera que terminé acostándome con un desconocido?

–No, en absoluto. Piensa en todas las cosas buenas que haces, y que siempre has hecho. Eso debería traerte un buen karma, no uno malo.

–Pero no puedo tener peor suerte. El año pasado me enamoré de un hombre que estaba enamorado de otra mujer y ahora me he humillado delante de todo nuestro grupo de amigos, delante de todo el pueblo.

–Eso no es verdad –replicó Cheyenne.

–Claro que es verdad. Y Noelle me lo recuerda cada vez que empiezo a olvidarlo.

–Noelle está celosa. Te mereces encontrar a un hombre genial. Y no me gusta decirlo, pero, con esa mujer, cualquier persona decente terminaría dándose a la bebida. Y Kyle puede hablarte de ello.

Eve alzó la mano para hacerle saber a Cheyenne que no había pretendido que cambiaran de tema.

–Probablemente Noelle volverá a casarse por segunda vez antes de que me haya casado yo la primera.

–Con el historial que tiene, no tardará tampoco en divorciarse.

–Por lo menos ella no se ha enamorado de un hombre que tiene detrás a una banda de delincuentes armados intentando matarle. Eso parece más propio de una serie de televisión… como Breaking Bad, o Sons of Anarchy.

Cheyenne se echó a reír.

–El protagonista de Sons of Anarchy también está muy bien.

–Pero ese tipo de cosas no deberían ocurrir en la vida real –le discutió Eve–. Y menos a mí. Y, además, aquí.

–Aquí también suceden cosas. Si en este momento fueras capaz de pensar con claridad, te acordarías de algunas de ellas. En cualquier caso, lamento que Rex esté metido en este lío. Me cayó bien cuando le conocí en casa de tus padres, de verdad. Pero no puedes permitir que lo que está destrozando su vida te destroce también la tuya.

–Estás diciendo que tengo que dejar que se vaya.

–¿Qué otra opción tienes?

–¿Y él? –preguntó Eve, comenzando a levantarse.

–¿Y él, qué?–repitió Cheyenne, mirándola con el ceño fruncido–. No quiero juzgar a nadie, pero hay personas que se ponen a sí mismas en situaciones complicadas.

Eve puso los brazos en jarras.

–¡Cuando era un adolescente, Cheyenne! ¿Quién de nosotros no ha cometido un error cuando era joven?

–Tú. Por eso te mereces algo mejor. Y estamos hablando de algo más que de un error estúpido. Traficó con drogas, le pillaron y entró en prisión. Se unió a una banda, tuvo que matar para salir de ella y como no quieren dejarle en paz, puede haber otras… repercusiones. ¡Todo esto es muy serio!

Pero había habido un desencadenante de todo aquello, algo que le había sucedido cuando era adolescente y le había afectado tan profundamente que ni siquiera quería compartirlo con ella.

–¿Me estás oyendo? –le preguntó Cheyenne–. No puedes tener la vida que tú quieres con un hombre así.

Eve tomó el bolígrafo que había dejado caer antes.

–¿Y si estoy embarazada?

Cheyenne se reclinó hacia atrás en la silla.

–Pensaba que, si estuvieras embarazada, a estas alturas ya me lo habrías dicho.

–No me lo has preguntado.

–¡Porque no me he atrevido!

–Así que esperabas que ya no fuera un problema.

–Todavía lo espero. Imagino que un embarazo solo serviría para complicar una situación ya suficientemente complicada.

–Todavía no me he hecho la prueba –reconoció–. Pensé que era más inteligente esperar hasta estar segura de si Rex iba a desaparecer de mi vida para siempre antes de enfrentarme a las consecuencias de haberle conocido y… y de haberme comportado como lo hice.

Cheyenne se aferró a los brazos de la silla mientras se inclinaba hacia delante, repentinamente seria. Después de lo mucho que había sufrido durante la infancia, odiaba menospreciar a nadie. Aquella era una de las cosas que Eve adoraba de ella. También sabía que Cheyenne estaba realmente preocupada cuando se posicionaba en contra de Rex.

–¿Qué duda puedes tener? Él mismo te ha dicho que tiene que comenzar de nuevo otra vez.

–No puedo olvidarme de él tan fácilmente, ni limitarme a dejar que se convierta en una víctima de su propio pasado. Si yo fuera él, no me gustaría que me trataran así –alzó ligeramente la voz, adoptando un tono burlón–. ¡Todo esto es culpa tuya y ya está!

Cheyenne inclinó la cabeza.

–Pero ni tú ni él tenéis ningún control sobre la situación. Ese es el problema.

–Eso no significa que no sea algo por lo que merezca la pena luchar.

–¿Quieres decir que es algo por lo que merece la pena arriesgar la vida?

Eve pensó en lo que le había contado Rex sobre su amigo Virgil.

–El otro tipo, el que fue exonerado, está casado. Y tiene hijos.

–¿Y tú quieres asumir los mismos problemas que tiene su esposa?

Eve no podía decir con seguridad qué clase de sacrificios estaba dispuesta a asumir. No conocía a Rex suficientemente bien como para decidirlo. Pero se negaba a dejar que las amenazas a las que Rex se enfrentaba les impidieran explorar lo que ambos sentían.

–Para serte sincera, no lo sé. Pero estoy dispuesta a hacer muchas cosas por amor.

Cheyenne esbozó una mueca.

–No utilices esa palabra todavía. Solo lleváis juntos un par de semanas.

A lo mejor era demasiado pronto para hablar de amor. Pero lo que sentía era suficientemente cautivador como para hacerla desear estar con él a pesar de todo. Se había sentido muy desgraciada cuando se había ido. Y no había sido capaz de rechazarle cuando había aparecido en la puerta de su casa la noche anterior. Aquel habría sido el momento de hacerlo.

–No quiero que desaparezca de mi vida.

Cheyenne suspiró.

–Lo comprendo. Para algunas parejas, el flechazo es algo innegable, y es algo que ocurre muy rápidamente.

–¿Eso es lo que os pasó a Dylan y a ti?

–Algo así.

–Supongo que Dylan tenía razón sobre Brent. Sobre su pasado.

–Dylan nunca va a decirte «ya te lo dije».

Pero no era Dylan el que la preocupaba.

–De lo único que me alegro es de que Ted no esté en el pueblo.

–¿No vas a contarle lo que me has contado a mí?

–¡Claro que no! Y tú tampoco. No te atrevas a contárselo a nadie.

–Pero Ted sabe que ocurre algo. Y no es propio de ti el esconder nada.

Eve negó con la cabeza.

–Me resultaría demasiado difícil enfrentarme a su desaprobación.

–Ni siquiera sabía que estaba fuera –dijo Cheyenne–. ¿Adónde ha ido?

–A Carolina del Sur, siguiendo una pista sobre el asesinato de Mary.

–¿Cuándo se fue?

–Hace un par de días.

–Un buen momento. Aunque, si estuviera aquí, sabes que él solo quiere lo mejor para ti.

Eve no podía discutirlo. A pesar de su breve romance con Ted y la posterior decepción, siempre había sido su gran defensor. Él era un buen ejemplo de lo que había estado intentando señalar antes: todo el mundo cometía errores. Hasta el mismísimo Ted Dixon, en su desesperación por no enamorarse de la mujer que no debía, la había hecho sufrir cuando, de otra manera, ella podría haber permanecido como una inocente espectadora.

–Quizá, lo que es aparentemente mejor para mí, no es lo que parece –reflexionó.

Cheyenne se mordió el labio.

–¿Esa es una ilusión?

Aquella no era la respuesta que Eve estaba buscando.

–A lo mejor, pero, pienses lo que pienses, no le cuentes a nadie la situación de Rex, ¿de acuerdo? Él no está en condiciones de soportar los cotilleos que corren por el pueblo, no puede arriesgarse a que alguien revele cuál es su paradero. El rumor podría llegar a su antigua banda, o a alguien que conoce a un miembro de La Banda. Esa es la razón por la que en un primer momento no quiso decirme la verdad. No quería que ninguno de nosotros se viera… envuelto en esa situación.

–¿Eso te ha dicho?

–Básicamente.

A Cheyenne pareció gustarle que se preocupara por Eve.

–Por supuesto, si no quieres que lo haga, no se lo contaré a nadie. Pero ninguno de nuestros amigos le delataría.

Eve recordó entonces el comentario de Rex sobre su antigua banda y los métodos que utilizaban para sacar información. Aquello le había producido tal impacto que prefirió no repetirlo.

–Es mejor que nadie lo sepa.

–Excepto a Dylan, no diré una palabra. Te lo juro –Cheyenne posó los brazos sobre su abultado vientre–. Pero quiero que hagas algo por mí.

–¿Qué es?

–Averiguarlo.

–¿El qué…?

–Si estás o no embarazada.

Eve sintió un hormigueo de ansiedad. No estaba segura de si se debía a la emoción o al miedo. Había estado retrasando el momento de la verdad.

¿Y si estaba embarazada? Y si por alguna suerte de milagro Rex se quedaba en Whiskey Creek, ¿sería ella la que terminaría pidiéndole que se fuera por el bien de su hijo? ¿Y si de pronto aparecía La Banda sin previa advertencia? ¿Y si Rex y ella tenían que ir cambiando de residencia una y otra vez?

Eve no quería dejar a un niño sin arraigo, de la misma forma que no estaba dispuesta a renunciar a relacionarse con sus amigos y su familia, con todos aquellos que formaban parte de su vida. ¿Cómo se sentirían sus padres si por fin tenían un nieto y no podían verle nunca? Y tendría que ser así. Rex le había contado que había tenido que empezar desde cero numerosas veces. ¿De verdad quería colocarse en la situación de tener que elegir a un hombre por encima de todas las personas a las que amaba?

–¿No crees que ya están pasando suficientes cosas en mi vida? –le preguntó a Cheyenne.

–Creo que ese niño debería figurar en cualquier decisión que tomes.

Eve asintió con desgana.

–Entonces…

–Me haré la prueba esta noche –le prometió.

Cheyenne se levantó de la silla y agarró el abrigo que se había quitado.

–Voy a ir a la farmacia a comprarte una prueba para que te la hagas ahora mismo.

–No –Eve señaló la obvia condición de su amiga–. Mírate. Cualquiera que te viera sabría que no la estás comprando para ti. Con los rumores que han corrido sobre Rex y sobre mí y lo unidas que hemos estado siempre, la verdad sería más que evidente.

–Si estás embarazada, no vas a poder disimularlo. Por lo menos no durante mucho tiempo.

–Pero si no estoy embarazada, no hace falta que dé motivos para hablar. Durante estas últimas semanas ya han hablado de mí más que suficiente.

–¡Un momento! –exclamó Cheyenne–. Tengo una en mi casa. Tengo varias, de hecho, de la época en la que me las hacía tan a menudo. Comprobaré la fecha de caducidad, pero estoy bastante segura de que duran bastante tiempo.

–Yo también tengo una en mi casa –dijo Eve–. Podría esperar y utilizar esa.

–¿Y si Rex está allí cuando vuelvas? –preguntó Cheyenne en tono desafiante.

Eve no podía evitar desear que estuviera, pero no iba a hacerse la prueba estando él allí. Si estaba embarazada, tendría que analizar la situación desde una perspectiva diferente, y sabía que, probablemente, aquello incluiría negarse lo que más deseaba.

–Muy bien –contestó–. Trae una de esas pruebas de tu casa –tragó con fuerza–, y ya veremos lo que me depara el futuro.