Capítulo 23

 

Eve estaba temblando de tal manera que apenas podía abrir la caja.

–De verdad, me gustaría que me dejaras retrasar todo esto –le dijo a Cheyenne, que estaba esperando en la puerta del cuarto de baño.

–Retrasarlo no va a servir de nada –respondió su amiga, hablando en voz muy baja para que nadie pudiera preguntarse en el hostal que estaban haciendo juntas en el cuarto de baño–. Es mejor saberlo.

–No estoy tan segura.

Si no estaba embarazada, Rex podía quedarse tranquilo. Y también ella se quedaría más tranquila. Después, podría disfrutar de las fiestas con él sin tener que preocuparse del impacto que podría tener todo aquello en otra vida. Pero, ¿y si estaba embarazada?

–¿Ya lo tienes? –preguntó Cheyenne.

–¡Deja de meterme prisa! –le espetó ella.

–¡Solo quiero saber si necesitas ayuda! –Cheyenne parecía igualmente nerviosa.

–Puedo averiguar perfectamente cómo se hace… ya sabes, lo que queremos hacer.

Se sentó en la tapa del inodoro y leyó una y otra vez las instrucciones. Los pasos a dar parecían bastante simples. Pero el resultado…

–Estás retrasando el momento –la acusó Cheyenne–. Lo sé.

–Es evidente que no vas a dejarme descansar hasta que lo haga, así que…

Tomó aire, dejó las instrucciones a un lado, sacó el dispositivo de plástico para analizar la orina e hizo lo que había que hacer.

–¿Y? –preguntó Cheyenne cuando terminó.

En vez de contestar, Eve dejó el indicador encima del tocador, se alisó el vestido y abrió la puerta del cuarto de baño.

–Ven a verlo por ti misma.

Cheyenne entró tan nerviosa como la propia Eve.

–No recuerdo cuánto tiempo hay que esperar exactamente.

–Dos minutos. Si sale una línea significa que estoy embarazada.

–Dios mío, Eve. Qué locura –Cheyenne tenía los ojos fijos en el indicador, pero Eve no se atrevía a mirar.

De hecho, no decía nada. Contuvo la respiración y contó hasta sesenta antes de atreverse a comprobar el resultado. Después, se sentó sobre la tapa del inodoro.

–¡Oh, no!

–Hay una línea –confirmó Cheyenne.

Dejando caer la cabeza entre las manos, Eve intentó asimilar el hecho de que iba a tener un hijo. Un hijo de Rex. Y aquel era un motivo más para que no pudieran estar juntos.

 

 

Aquella noche, cuando Rex oyó que se acercaba un coche al camino de la casa, se asomó para asegurarse de que era Eve. Después, permaneció junto a la ventana, viéndola sacar las bolsas de la compra del asiento de atrás. Por un segundo, se permitió imaginarse lo que sería salir a recibirla como si fuera un hombre normal con problemas normales, problemas que podrían superar si de verdad querían hacerlo.

Después, desvió la mirada hacia el ordenador que se había comprado en una tienda de electrónica que estaba a cerca de una hora de distancia, casi en Bay Area, cuando Eve se había ido a trabajar. También había comprado algunas prendas de ropa, zapatos y artículos de afeitado en un centro comercial que no estaba mucho más lejos. Al regresar a casa, había vuelto a cargar los programas y a recuperar sus archivos. Acababa de descargar todo lo que las cámaras habían grabado mientras La Banda le había destrozado la casa. Aquellas imágenes habían sido suficientes para disipar sus ilusiones. El pasado siempre apartaba de su alcance aquello que quería.

No estaba seguro de que Eve fuera a alegrarse de que continuaba por allí. No, después de haber tenido tiempo para pensar en todo lo que le había contado. Seguramente, comprendería que lo más sensato era deshacerse de él lo antes posible.

Salió para ayudarla a pesar de todo.

–¡Eh!

La sonrisa de Eve parecía tensa.

–Pensaba que te habrías ido.

Rex vaciló.

–¿Era eso lo que querías?

Eve le miró durante varios segundos. Después, sacudió la cabeza.

–No, no puedo decir que quisiera que te fueras.

Él le quitó las bolsas de los brazos y ella se volvió para sacar una caja del asiento de atrás.

–¿Estás bien? –preguntó Rex–. Pareces un poco… estresada.

–Estoy bien –alzó la caja y se dirigió hacia la casa–, solo un poco cansada.

–¿Por qué no me dejas hacer a mí la cena? Después me iré a casa de la señora Higgins para que puedas descansar.

Eve no le ofreció quedarse, como él secretamente esperaba. Una vez que estaba allí y que retomar la vida en San Francisco no era una opción, quería estar con ella todo el tiempo que pudiera. Comprendía que aquello podría hacer las cosas más difíciles para ambos cuando tuviera que irse, pero estaba harto de tener que librar la misma batalla una y otra vez. Necesitaba un respiro, una razón para volver a distanciarse de La Banda. Si tenía que marcharse para proteger a Eve, estaba dispuesto a ello. Pero salvar su propio pellejo ya no significaba tanto para él, no si lo único que le esperaba era lo mismo que había tenido que soportar durante los últimos ocho años.

–Voy a hacerte yo la cena –se ofreció Eve.

–Pero si he sido yo el que se ha pasado la tarde durmiendo.

Eve le miró con cansancio mientras él se apoyaba contra la puerta para mantenerla abierta.

–Porque no habías dormido en toda la noche.

Rex dejó las bolsas en la mesa de la cocina mientras ella dejaba la caja en el mostrador. Empezaron a sacar la comida. Rex no sabía dónde guardar la mayoría de los productos, así que se encargó de lo más obvio, de guardar la comida que necesitaba estar en la nevera.

Eve señaló con la cabeza el portátil. Rex lo había dejado al final de la mesa que no estaban usando.

–Parece que has ido de compras.

–Nunca es fácil perder un ordenador.

–Espero que tuvieras toda la información almacenada.

–Sí.

–Gracias a Dios. Pero supongo que lleva tiempo recuperar tanta información.

–No es ninguna broma. Probablemente me llevará la mayor parte de la noche.

–Tienes que estar muy cansado.

Estaba agotado, pero no por la falta de sueño. Estaba soportando una carga emocional mucho más pesada que la que había tenido que arrastrar hasta entonces, excepto cuando Laurel y él habían roto. Pero en aquel entonces se había permitido adormecer el dolor con OxyContin.

No había alivio para el dolor del presente, excepto las caricias de Eve, su sonrisa, y el calor de su cuerpo bajo el suyo en la cama.

–¿Has informado de lo ocurrido a la policía? –le preguntó Eve.

–No. No servirá de nada.

–Es posible que les pillen y les pongan tras las rejas.

Odiaba destruir sus esperanzas, pero por una parte estaba el delito y por otra el lado práctico de la situación.

–¿Cuánto tiempo crees que les caería por haber disparado a unas cuantas paredes y a unas lámparas cuando un violador pasa normalmente en la cárcel cinco o seis años? Y no puedo darle a la policía mi contacto, así que…

–¿Por qué no les das el mío? –propuso ella.

–Eso es lo último que haría.

Eve pareció sorprendida por lo tajante de su respuesta.

–No creerás que…

–No voy a correr el riesgo.

–¿Ni siquiera confías en la policía?

–La Banda tiene esposas, novias, hermanas, tíos, primos, por no mencionar padres, amigos, antiguos profesores y todo lo demás. No viven en el vacío.

–Eso quiere decir…

Eve sacó unos cuantos ajos y unos tomates para empezar a preparar la cena.

–Tienen una red muy extensa, Eve. Y toda la gente que les aprecia sienten cierto grado de lealtad hacia ellos. Tienen trabajos normales y es posible que incluso algunos sean policías, o administrativos u oficinistas en cualquier agencia del gobierno. Te sorprendería la cantidad de información que maneja La Banda. Yo he formado parte de ese grupo, ¿recuerdas? Sé cómo funciona. Si he sobrevivido ha sido evitando arriesgarme.

–Pero la policía…

–Fue un infiltrado el que nos traicionó cuando estábamos en el programa de protección de testigos. Aprendí a no confiar en nadie de la forma más dura.

Aparecieron arrugas en la frente de Eve.

–Es frustrante que no puedas conseguir la ayuda que necesitas.

–Todo el mundo sabe que la violencia de las pandillas y de este tipo de bandas es difícil de parar. Míralo con cierta perspectiva: un detective normal se encuentra con delitos mucho peores cada día, asesinatos, por ejemplo. Y las víctimas tienen familiares que están reclamando justicia constantemente. A la policía le importan una mierda las ventanas de mi casa cuando nadie ha resultado herido.

–Podrían haberte herido a ti –terminó de cortar el ajo y alzó la mirada hacia él antes de agarrar la sartén que necesitaba–. Podrían haberte matado. Es posible que a alguien le importe.

–No, cuando he sido yo el que se ha metido en este lío.

–No sabías lo que estabas haciendo cuando lo hiciste.

–Eso no importa –contestó.

Pero no quería continuar con aquella conversación. Había pasado ocho años pensando en La Banda y maldiciendo su situación. Ya había tenido suficiente. Prefería pasar el resto de la noche pensando en aquella mujer tan atractiva que le estaba preparando la cena, así que cambió de tema.

–¿Cómo puedo ayudarte con la cena?

Eve señaló la caja que había en el mostrador, que todavía no habían vaciado.

–Si pones agua a hervir para la pasta, yo puedo hacer la salsa.

–Ahora mismo.

La comida ya estaba comenzando a oler bien. Rex dobló las bolsas y las levantó para preguntarle dónde debería colocarlas.

Eve miró hacia él.

–Allí –señaló una pequeña despensa–. Espero que te gusten las alcachofas.

–¿Vas a ponerlas en la salsa? –preguntó.

–No, empezaremos con una salsa de alcachofas para untar con galletas. Después una ensalada verde y pasta con ajo, tomate y aceite de oliva. Pam ha preparado ya la crema y la ensalada. El resto no tardará mucho.

–¿Y de postre?

–He comprado una tarta de chocolate, y hay helado en la nevera.

Rex sonrió.

–¿Tarta de chocolate y helado? Parece que estamos celebrando tu cumpleaños otra vez.

–No, definitivamente no.

Parecía preocupada y angustiada cuando Rex se colocó tras ella.

–¿Podrías hacerme un favor? –le preguntó, deslizando los brazos por su cintura y estrechándola contra su pecho.

Al principio, Eve permaneció muy tensa, como si pretendiera resistirse a la caricia. Pero cuando Rex le acarició el cuello, se ablandó y se reclinó contra él.

–Casi me da miedo preguntar qué es.

–Esta noche no quiero hablar de mis problemas. No quiero hablar de mi pasado, ni de mi familia, ni de lo que voy a hacer en el futuro. Solo quiero estar contigo como… como si todo fuera normal. ¿Es mucho pedir?

Eve dejó la espátula que había estado utilizando para freír el ajo y se volvió en sus brazos. Al principio no dijo nada, se limitó a mirarle fijamente. De modo que él insistió.

–¿Es mucho pedir?

–No –respondió rotunda–. No es mucho pedir. Afortunadamente, los Días Victorianos no son hasta mañana, así que estoy disponible.

–¿Los Días Victorianos?

Eve le rodeó el cuello con los brazos.

–Es una celebración navideña que se organiza todos los años en el pueblo. Cantamos villancicos en el parque y alguien lee la historia del nacimiento de Jesús. Durante algunos días, abro el hostal y vendo sidra caliente y galletas, además de los adornos de uno de mis árboles. Todo el dinero que saco es para comprar juguetes para niños de familias necesitadas. Después, envuelvo los regalos, mi amigo Kyle se disfraza de Santa Claus y los lleva a cada casa unos días antes de Navidad. Hay otros vendedores que venden objetos artesanales y otras cosas. Contribuye un buen número de gente. Es muy divertido, y una fiesta que espero con ganas cada año.

–Y parece que lo merece.

–Pero esta noche no tengo nada que hacer, a no ser que te apetezca ir al Sexy Sadie’s a tomar una copa.

–No estoy buscando ese tipo de diversión –fijó la mirada en su boca–. Solo quiero pasar una noche tranquila contigo.

Eve le miraba con expresión intensa. Le estaba pasando por la cabeza algo importante, pero él no sabía exactamente lo que era y tampoco iba a preguntárselo. Él mismo había pedido que aquella noche no la estropearan los aspectos más sórdidos de su vida.

–¿Qué dices?

Tenía el corazón en la garganta, por miedo a ser rechazado. Pero Eve no le rechazó. Tomó su rostro entre las manos, se puso de puntillas y presionó su boca contra la suya.