Capítulo 24

 

Eve había pensado en dejar que Rex fuera a pasar la noche a casa de la señora Higgins. Con la noticia del embarazo, tenía demasiadas cosas en la cabeza; no podía permitir que sus sentimientos hacia él complicaran la decisión que debía tomar. Así que besarle había sido un error.

Debería haber sabido que no sería capaz de detenerse ahí. Cualquier contacto con él era algo potente, tan potente, de hecho, que, en prácticamente nada de tiempo, cualquier pensamiento sobre lo que le convenía o no a su hijo, la abandonó.

El bebé llegaría al cabo de nueve meses. Para entonces, ya sabría lo que quería hacer. Lo que estaban haciendo era inevitable. No habían sido capaces de dejar de acariciarse desde la noche que se habían conocido. Y aquella atracción no iba a desaparecer por el mero hecho de que supiera que Rex había tenido un pasado complicado. Le deseaba a pesar de todo, y sospechaba que el momento del año en el que se encontraban tenía mucho que ver con ello. En Navidad todo parecía posible, todas las transgresiones eran mágicamente perdonables, por lo menos si uno quería ser perdonado, si uno quería cambiar.

O a lo mejor todo era una excusa. En cualquier caso, había sentido el deseo ardiendo por sus venas desde el momento en el que Rex había salido a ayudarla a bajar la compra del coche.

Intentando olvidar la prueba de embarazo, pues ya tendría tiempo de pensar en ella más adelante, se permitió concentrarse en lo maleables que eran los labios de Rex y en lo bien que utilizaba la lengua.

–Es una suerte que no besen como tú todos los hombres –dijo.

–¿Lo único que te gusta de mí son mis besos? Y yo que he estado intentando impresionarte con todos mis talentos.

Le gustaban muchas cosas sobre él. Su aspecto era una de ellas. Pero cualquier mujer admiraría una belleza tan poco común. Sobre todo, le gustaba cómo la hacía sentirse, como si todo fuera a ir bien siempre y cuando estuviera con ella.

–Me impresiona el paquete completo.

–Me encanta que digas cosas sucias.

–¿Eso es decir cosas sucias? –le preguntó sorprendida.

–Has dicho que te gusta también mi paquete.

Eve se echó a reír, lo que erosionó todavía más su capacidad de resistencia.

–Haces que me resulte imposible hasta pensar.

–Entonces no pienses. Yo tampoco pensaré.

Le había pedido que aquella noche se dedicaran a disfrutar el uno del otro y ella no veía motivo para no hacerlo.

–La cena –musitó, recordando vagamente que tenía algo al fuego y que se iba a quemar si no lo retiraba.

Él alargó la mano y apagó el fuego.

–¿Tienes mucha hambre? –susurró contra sus labios–. ¿Puedes esperar quince o veinte minutos?

–Te deseo a ti más que a ninguna otra cosa –le sintió tensar los brazos a su alrededor, sintió su beso hacerse cada vez más decidido e intenso.

–Hueles maravillosamente.

–Huelo a ajo.

–Exactamente.

–Parece que estás demasiado hambriento como para esperar.

Rex posó la boca en su cuello mientras buscaba el cierre del sujetador.

–A lo mejor decido cenarte a ti.

–Eso suena muy prometedor.

–En ese caso, ayúdame a quitarte la ropa.

Estaba haciendo rápidos progresos por sí mismo. La blusa ya se había convertido en un charco de tela a sus pies.

–Deberíamos ir al dormitorio –le dijo–. Estas ventanas no tienen persianas. ¿Qué pasará si aparecen mis padres en el camino de la entrada?

–¿Se dejan caer por aquí muy a menudo?

–En realidad, no. No les gustan todos los surcos que hay entre las dos casas. Pero aun así…

–Déjame buscar antes un poco de tarta.

Rebuscó en la caja hasta encontrar la tarta y sacó un puñado de cobertura. Después, condujo a Eve hacia una esquina, fuera de la vista de las ventanas, y la extendió sobre sus senos.

–Maldita sea, esto va a estar riquísimo –dijo.

Eve dejó caer la cabeza hacia atrás mientras él cerraba su boca sobre ella. Sí, la sensación también fue riquísima.

 

 

Rex había utilizado un preservativo. No le había preguntado que si estaba embarazada. Había abierto el paquete de un preservativo y se lo había puesto antes de hundirse dentro de ella. Aquello bastó para indicarle a Eve que estaba asumiendo que no lo estaba.

De modo que no le contó que se había hecho la prueba en el hostal, con Cheyenne esperando nerviosa en la puerta del cuarto de baño. Y tampoco le contó que la prueba había sido positiva.

Tras dormitar durante algunos minutos, Rex se movió a su lado.

–¿Estás despierto?

Eve estaba tan calentita y relajada acurrucada contra él que no quería moverse. Deseó que no tuvieran que levantarse nunca de la cama.

–Sí.

–¿Lo preguntas porque tienes hambre?

–En realidad, no.

–¿En qué estás pensando entonces?

–Esa es una pregunta complicada, teniendo en cuenta todos los temas que son tabú esta noche.

–A lo mejor. Pero estás demasiado pensativa para ser una mujer que debería estar satisfecha y relajada. No puedo evitar sentir curiosidad.

–No creo que te apetezca hablar de ello.

–Si es sobre ciertas partes de mi vida, es muy probable.

Eve había estado pensando en su hijo, y en que Rex había dicho en una ocasión que le disgustaría que estuviera embarazada. Pero como también había temas que ella prefería evitar, acarició una de las cicatrices que Rex tenía en el pecho.

–¿Y esto cómo te lo hiciste?

–Haciendo un trabajo de seguridad que nunca debería haber aceptado.

Cambió de postura para que Eve se pusiera más cómoda y le acarició el pelo mientras hablaba.

–Aunque te cueste creerlo, no he recibido un solo disparo de mi antigua banda. Han intentado hacerme daño, pero nunca lo han conseguido. Todas estas cicatrices son de la época en la que estaba empezando a montar la empresa.

–¿Eso significa que son heridas recientes?

–Si consideras que heridas de hace tres años son recientes…

–¿Te las hicieron todas al mismo tiempo?

–Sí. Justo después de trasladarme a San Francisco y montar All About Security.

Eve se incorporó, apoyándose sobre los codos.

–Parecen heridas serias. ¿Cómo es que sobreviviste a ellas?

–Estuve a punto de morir. Pasé un mes en el hospital.

Eve odiaba pensar que hubiera estado tan cerca de la muerte, y también odiaba que todavía estuviera en peligro.

–¿Y había alguien en San Francisco para apoyarte?

–¿Apoyarme cómo?

Lo preguntaba como si le resultara algo extraño. Eve ya había imaginado que había pasado demasiado tiempo solo, pero aquella respuesta se lo confirmó.

–Alguien que fuera a verte, alguien que te diera ánimos durante el proceso de recuperación.

–Qué comentario tan femenino.

Eve le dio un fuerte codazo.

–¿Cómo puedes ser tan machista?

–Tranquilízate. El lado bueno es que es eso lo que me gusta de ti.

–¿Entonces por qué te parece tan gracioso?

–Si me contaras que estuviste a punto de morir, en lo primero que pensaría no sería en quién te apoyó –le pellizcó la barbilla–. Así que borra esa expresión ofendida de tu rostro. En realidad, no tenía a nadie en quien confiar, aparte de Marilyn, mi asistente, y los dos guardaespaldas que había contratado hasta entonces. Se pasaron por el hospital un par de veces. Virgil estaba dispuesto a ir a verme, pero yo no quería ni oír hablar de ello.

–De todas formas, debería haber ido.

–Tiene hijos. No le resulta fácil dejarlos. Y Peyton se preocupa mucho cada vez que se va. Y con motivo.

–¿Y tu familia? ¿Y Dennis y Mike?

Rex se puso serio.

–Ellos no lo sabían. Nunca lo han sabido.

–¿No se lo has contado nunca?

No podía imaginarse pasando ella sola por algo así. Su familia y sus amigos siempre habían sido muy importantes para ella, una parte fundamental de su vida.

–No. Saben lo más básico, pero no están al tanto de los detalles.

–¿Por qué?

–Es complicado.

–Puesto que pronto te vas a ir, no tienes nada que esconder. Conmigo puedes ser como un libro abierto.

–Nunca voy a ser como un libro abierto.

Eve soltó un suspiro de exasperación.

–Muy bien. No te gusta hablar de tu familia. ¿Entonces me vas a contar por qué elegiste ese trabajo? ¿Un trabajo en el que podías salir herido? ¿Estabas desesperado por trabajar o…?

–No. Sencillamente, necesitaba el dinero. Acepté un contrato con una persona con la que no debería haberme involucrado nunca. Me dijo que debía bastante dinero a gente muy peligrosa, que tenía el dinero y pretendía pagarles, pero quería que fuera con él para asegurarse de que todo iba bien.

–Casi me da miedo oír lo demás.

–La cosa no fue bien. Lo que me había contado no era cierto. El problema había sido un trato respecto a una enorme cantidad de drogas que había ido mal. En cuanto llegamos al lugar en el que habíamos quedado, aparcaron varios coches a nuestro alrededor y nos asaltaron un montón de tipos. Conseguí que el miserable al que estaba protegiendo volviera al coche antes de que pudieran hacerle daño o quedarse con su dinero, y el chófer se marchó inmediatamente, tal y como le habían ordenado.

Eve se mordió el labio nerviosa a pesar de que aquello era algo que había ocurrido en el pasado.

–¿Te abandonaron? ¿Llamaron por lo menos a la policía para que pudieran prestarte alguna ayuda?

–¿Estás de broma? ¿Qué podían decir sin explicarles los motivos por los que estábamos allí? Y el hecho de que yo hubiera salvado el dinero hizo que los tipos que todavía estaban allí se enfadaran todavía más.

–¿Cuántos eran?

–Unos ocho –dio media vuelta en la cama para enseñarle las otras cicatrices, como si no se hubiera fijado ya en ellas–. Me dispararon tres veces y recibí dos puñaladas.

–¡Espero que el miserable que te enredó se esté pudriendo en alguna prisión!

–No tengo ni idea de dónde está. Lo peor de todo es que ni siquiera me pagó. Cuando intenté localizarle después, tenía el teléfono desconectado. No he sido capaz de seguirle la pista desde entonces.

–Probablemente se sorprendería si se enterara de que todavía estás buscándole, de que no estás muerto.

–Fue un milagro que sobreviviera. Si no hubiera sido por un vagabundo que me encontró cuando estaba buscando un lugar en el que dormir, me habría desangrado, de eso no tengo la menor duda. Habrían bastado con cinco o diez minutos más.

–¿Dónde te dejaron?

–En el patio de un almacén.

–¿Y el vagabundo fue a buscar ayuda?

–Eso es lo que me contó después la policía. Yo solo me acuerdo de que alguien me dio la vuelta, se dio cuenta de que estaba vivo y se fue. Cuando volví a abrir los ojos, estaba en la cama de un hospital.

El peligro que entrañaba su trabajo había palidecido frente a la amenaza de su antigua banda, pero Eve sabía que ya solo aquel trabajo sería una dificultad para cualquier mujer.

–No sé si me gusta tu manera de ganarte la vida.

Rex la estrechó contra él.

–Normalmente, no es tan terrible. Ahora que ya sé que no soy invencible, tengo más cuidado con los trabajos que acepto.

–¿Y no puedes enviar a otros guardaespaldas?

–Sí, lo hago. Pero cuando hay otros guardaespaldas involucrados tengo que tener más cuidado.

–Por supuesto.

No le gustaba la idea de que fuera él el que asumiera los trabajos más peligrosos, pero comprendía que no quisiera ser el responsable de que otras personas resultaran muertas o heridas.

–¿Alguna vez han hecho daño a alguno de tus hombres?

–Cuando estaba con Virgil y teníamos juntos la empresa, uno de los guardaespaldas recibió una paliza terrible. Y, más recientemente, uno de los míos fue apuñalado cuando estaba intentando sacar a un cliente de un bar. Tuvieron que recurrir a la cirugía plástica para reconstruirle el hombro. Su esposa le obligó a renunciar al trabajo.

–No me extraña.

–Para este trabajo son mejores los tipos solteros. Eso es lo que he decidido.

–Tipos solteros como tú.

Rex dio media vuelta en la cama y se la quedó mirando con aquel verde intenso de sus ojos.

–¿Qué pasa? –preguntó Eve.

–Creo que no había hablado tanto desde hacía años. Estoy seguro de que he sobrepasado mi cuota anual. Será mejor que comamos.

Eve sonrió, pero le agarró del brazo antes de que hubiera podido incorporarse.

–¿No vas a contarme nunca por qué estás tan distanciado de tu familia?

Aquel estado de ánimo abierto y comunicativo pareció evaporarse.

–No íbamos a hablar de nada de eso esta noche, ¿te acuerdas?

–Tiene que haber sido algo terrible, Rex.

Por un instante, vio la expresión desolada de su rostro y se arrepintió de haber sacado el tema.

–Lo es –respondió Rex, con la mente a miles de kilómetros de distancia. Probablemente, reviviendo lo ocurrido.

–Tengo algo que decirte –dijo entonces Eve, arrastrándole de nuevo al presente.

Rex volvió a mirarla.

–¿Qué es?

–La primera vez que llamé a casa de tu hermano…

–¿La primera vez? –la interrumpió.

–Llame dos veces.

–Porque…

–Por simple curiosidad. ¿Por qué otro motivo iba a llamar? Sabía que no me estabas contando la verdad.

–Para empezar, lo que no entiendo es cómo conseguiste el teléfono de mi hermano. ¿Me revisaste los bolsillos?

Eve esbozó una mueca.

–No. Jamás te he revisado los bolsillos.

–Pero estuviste revisando mi habitación en el hotel.

–Te limpié la habitación. Hay una ligera diferencia. Además, te había pedido que te marcharas. Si lo hubieras hecho, no habrían estado allí tus cosas.

La sonrisa traviesa que tanto le gustaba a Eve apareció en su rostro.

–¿Entonces la culpa fue mía?

Eve sintió el calor del rubor.

–No rebusqué entre tus cosas ni nada parecido.

–Hay ciertas líneas que nunca cruzarías ¿eh?

Deshaciéndose de la vergüenza, Eve le estrechó contra ella para darle otro beso.

–A lo mejor ya no.

Aquel gesto tan impulsivo pareció sorprenderle.

–¿Qué pasa? ¿No querías que te besara? –preguntó Eve.

–La verdad es que me ha gustado. Me ha gustado mucho.

–Estupendo –le miró fijamente, atrapada por una profundidad que no acertaba del todo a comprender.

–Si estás intentando distraerme, está funcionando –le dijo.

–¿Distraerte de qué? ¿De la cena?

–¿Cómo conseguiste el número de mi hermano?

Eve suspiró y se separó ligeramente de él.

–Se te debió caer del bolsillo en el coche de Noelle. Se encontró conmigo varios días después de habernos llevado a casa y habérselo contado a todo el mundo y me lo dio. Me dijo que era tuyo.

Rex se colocó las sábanas, que tenía enredadas alrededor de las piernas.

–¿Y por qué no me lo devolviste?

–Ya te lo he dicho. Sentía curiosidad sobre tu verdadera identidad –no estaba segura de si debía contarle lo que tenía en la cabeza, pero pensó que, de alguna manera, quizá encontrara algún consuelo al enterarse de lo que había oído aquel día–. Y mi curiosidad creció cuando hablé con alguien que creo que era tu cuñada.

Rex se tensó.

–¿Por qué? ¿Qué te dijo Connie?

–Que Dennis quería hablar contigo, que te quiere. Te suplicaba que le devolvieras la llamada cuando no estuviera en el quirófano. Parecía querer unir de nuevo a la familia.

Rex se sentó.

–¿Creyó que era yo el que llamaba?

–La primera vez no dije nada.

–¿Pero por qué iba a llamar yo para no decir nada?

–¿Porque podías sentirte solo?

Un músculo se movió en la mejilla de Rex.

–Tengo hambre –dijo–. Vamos a comer algo. No quiero que la señora Higgins se quede despierta hasta tarde. Le cuesta dormir desde que su marido murió.

Eve le vio levantarse y comenzar a vestirse. Aquellas cicatrices eran la prueba de lo que había sufrido físicamente y sospechaba que había sido mucho más profundamente herido por dentro, pero Rex no mostraba la menor compasión hacia sí mismo.

–Connie también dijo que nadie te culpaba de lo que le había pasado a Logan –añadió.

Durante un instante, Rex se quedó paralizado. Después dijo:

–Soy yo el que se siente responsable.

Su voz, ligeramente quebrada, le rompió a Eve el corazón. Quería decirle que quizá ya fuera siendo hora de que se perdonara a sí mismo por lo que había hecho, que la Navidad pronto llegaría, y también el Año Nuevo, una época perfecta para empezar desde cero. Pero Rex se mostró de pronto tan distante que no estaba segura de que pudiera acceder a él. Y tenía miedo de alejarle todavía más si presionaba.

De modo que se levantó, se vistió y fue a terminar de preparar la cena.

 

 

Compartieron la cena en un cómodo silencio. Cuando Eve se levantaba a por más pan, o a servirle otro refresco, a menudo le tocaba. En una ocasión, se colocó tras él, le pasó los brazos por los hombros y presionó la mejilla contra la suya durante varios segundos antes de tomar la fuente y servirle más pasta en el plato. La noche fue… perfecta, decidió Rex. Eve era una persona tranquila, serena como pocas. Y aquello aliviaba a Rex de la obligación que a menudo sentía de intentar mejorar las vidas de aquellos que le rodeaban. Sin tener que soportar aquella carga, le resultaba más fácil refugiarse en sus propios pensamientos, en sus propios sentimientos.

Ni siquiera Laurel, a pesar de lo mucho que la había querido, había podido ofrecerle aquella estabilidad emocional. Ella misma había sufrido mucho. Eve le hacía sentirse en un terreno seguro, le daba la oportunidad de respirar, de aclarar sus ideas, de poder, por fin… descansar.

–¿Cómo crees que te localizó La Banda? –preguntó Eve cuando ya casi habían terminado la cena.

Rex se lo había preguntado muchas veces.

–Lo único que se me ocurre es que hayan investigado todas las empresas de seguridad privada de los Estados Unidos, buscándonos a Virgil y a mí.

Eve partió un pedazo de pan de ajo.

–¿Y cómo sabían que estabais metidos en ese negocio?

–Teníamos el mismo tipo de empresa en D.C. Parece lógico pensar que seguiríamos haciendo algo con lo que estábamos familiarizados. Los dos fuimos a prisión antes de haber terminado el instituto. Yo conseguí el título de bachiller estando en prisión, pero no hemos ido a la universidad ni tenemos más experiencia laboral. De alguna manera tenemos que ganarnos la vida.

Eve lo miró preocupada mientras decía:

–Eso significa que tampoco estarías a salvo aunque dejaras Whiskey Creek. O el estado.

Le tomó la mano, le encantaba que sus dedos encajaran tan cómodamente con los suyos.

–Si cambio de identidad, todo saldrá bien. Las bandas también tienen en cuenta consideraciones prácticas. No tienen gente para seguir a todos los guardaespaldas del país. Eso les costaría una fortuna. No debería haber recuperado mi nombre de pila. Supongo que eso les puso tras la pista.

–¿Por qué lo hiciste? –le preguntó–. Rex no es un nombre especialmente habitual.

–Uno termina cansándose de no poder ser uno mismo –contestó, encogiéndose de hombros.

El rebelde que llevaba dentro había decidido tentar al destino. Era una conducta muy propia de él.

Eve agarró el vaso de agua con su mano libre.

–Entonces te cambiarás el nombre y después, ¿adónde irás a vivir?

–Todavía no lo sé. Adonde quiera que aterrice. Volver a California ha sido otro error. Virgil intentó convencerme de que no lo hiciera, pero… no le escuché. Supongo que estaba intentando reclamar lo que era mío. Mi nombre. Mi casa. Viniendo al norte supuse que estaría poniendo suficiente distancia entre La Banda y yo.

–¿Y por qué no fue así? ¿Qué salió mal?

–¿Quién sabe? Lo único que se me ocurre es que me descubrieron a través de algún recluso.

–¿Cómo?

–La Banda tiene miembros en todas las prisiones de California. Probablemente, incluso como funcionarios de prisión, pero esa no es la cuestión –quitó algunas migas de la mesa–. En cualquier caso, se dice que tienen a alguien en San Quentin, muy cerca de San Francisco. Pueden haber conseguido que alguien que estaba visitando a ese tipo se enterara de si el propietario de All About Security era el mismo Rex que ellos recordaban.

–Pero en tu web no aparece ninguna dirección, ni siquiera figura tu nombre. Y tendrían que haber empezado por ahí, ¿no?

–Probablemente lo hicieron. Seguramente investigaron al azar diferentes empresas, esperando tener suerte. A lo mejor, por algún motivo, All About Security entró en la lista de posibilidades. Lo único que habrían tenido que hacer es llamar y hacerse pasar por un cliente. No es raro que a un cliente le llegue mi nombre. Quizá, incluso algún conocido suyo llegó a contratar mis servicios, me hizo una fotografía y así pudieron compararla con mi foto policial. Y ya está, así pueden haberme identificado.

–Pero, aun así, no podían encontrar tu dirección.

–Es posible que ese cliente haya seguido trabajando conmigo. Que alguna noche yo no haya podido ocuparme de su seguridad y haya asignado a algunos de mis guardaespaldas el trabajo. Se hacen amigos y el guardaespaldas termina mencionando por casualidad el lugar en el que está ubicada la oficina.

–Entonces ellos te esperan fuera y te siguen un día a tu casa.

–Ahí lo tienes.

–Pero fueron a tu casa en medio de la noche, cuando tú ya estabas allí.

–Es posible que lo hayan intentado en alguna otra ocasión y hayan tenido que retirarse porque había demasiada gente alrededor. Tengo vecinos que tienen hijos. Así que probablemente decidieron que era preferible hacerlo de noche. Habría menos testigos y en la oscuridad les resultaría más fácil retirarse.

–Y después te fuiste y viniste aquí.

–No sabían que yo tenía mi propio infiltrado. Me dijeron que andaban detrás de mí, así que me fui.

–De modo que una vez averiguaron dónde vivías, se limitaron a esperar.

–Dieron por sentado que terminaría regresando, sí. No sabían a dónde me había ido, así que lo único que podían hacer era esperar.

–¿Quién te avisó?

–Tenía una amiga que continuaba con ellos. Me envió un mensaje para avisarme.

–¿Tenías?

Rex hizo un gesto con la mano.

–No creo que quieras que te lo explique.

Eve volvió a quedarse en silencio.

–No hay nada que pueda conducirles hasta aquí.

–Ahora mismo, no. No estaría aquí si lo hubiera. Jamás te pondría en peligro.

–Lo que estoy diciendo es que, si quisieras, podrías quedarte. ¿Cómo van a encontrarte?

–El dinero no me durará eternamente, Eve. ¿Cómo voy a poder trabajar?

Eve no tuvo oportunidad de contestar. El teléfono sonó, distrayendo su atención. Lo ignoró y se levantó para empezar a recoger los platos. Pero entonces llegó un mensaje de texto, lo leyó y Rex la oyó soltar una exclamación.

–¿Qué pasa? –preguntó.

–¡Cheyenne está de parto!

Rex acababa de comenzar a llevar los platos al mostrador. Al oírla, vaciló.

–¿Todo va bien? Lo que quiero decir es si va todo dentro de la fecha prevista, ¿verdad?

–Salía de cuentas el día veintiocho, así que ha llegado con diez días de adelanto. No creo que haya nada de lo que preocuparse. Espero que tanto ella como el bebé estén bien.

–¿Dónde lo va a tener? ¿Hay algún hospital en la ciudad?

–El Stutter Amador, en Jackson.

–¿Espera que tú vayas?

–Por supuesto. Y yo también quiero estar allí. Estoy segura de que todos queremos estar allí para apoyarla.

–¿Quiénes sois todos?

–Nuestro grupo de amigos. El mensaje era de Dylan. Iba a avisar a Kyle, a Riley a Callie y a todos los demás.

–¿Pretendéis entrar todos en la sala de partos?

–No. Solo puede haber dos personas, Dylan y otra más. En cualquier caso, tampoco queremos entrar todos en tropel. Su madre pensaba acompañarla, pero vive en Colorado y no llegará hasta después de Navidad. Así que ahora…

Rex dejó los platos en el fregadero.

–Parece que queda un puesto vacante.

–Aun así, su hermana Presley ha vuelto al pueblo hace poco tiempo. Ella se encargará de acompañarla. Yo esperaré en el vestíbulo con el resto de los amigos.

Rex la detuvo cuando Eve salió corriendo a buscar el abrigo y el bolso.

–¿Quieres que te acompañe?

Sí, porque en caso contrario, temía que desapareciera para cuando volviera a casa. Odiaba aquella sensación de no saber nunca cuándo podría decidir marcharse. Pero también estaba nerviosa por su amiga, temía que algo pudiera revelar el secreto de Cheyenne: una marca de nacimiento que solo Aaron poseía o cualquier otro detalle que pudiera despertar las sospechas de Dylan. No estaba segura de lo que haría Cheyenne si la verdad saliera a la luz, y tampoco podía imaginar lo que estaba pensando una vez había llegado el gran día. ¿Estaría preocupada por la mentira, una mentira bienintencionada, que estaba viviendo? En el caso de que así fuera, Eve no podía hacer nada para aliviar sus temores. Cheyenne la había hecho prometer que no volvería a sacar el tema de la paternidad de su hijo nunca más y Eve pretendía cumplir aquella promesa.

–Si no te importa –le dijo–. Estoy tan nerviosa que no sé si voy a poder conducir.

El hecho de estar ella embarazada probablemente tenía algo que ver con ello. Ella misma tendría que pasar por algo parecido durante el verano siguiente, pero ella tendría que hacerlo sola.

–No, no me importa –contestó–. Cheyenne me cae bien. ¿Tienes todo lo que necesitas?

–Creo que sí.

–Muy bien, yo te llevaré.