Aunque Eve se moría de ganas de enterarse de lo que había descubierto Ted, era demasiado orgullosa para llamarle. Sobre todo porque Rex no había vuelto en todo el día. Sabía que Ted le preguntaría si sabía algo de él. Así que intentó no pensar en aquel asesinato que había proyectado tan larga sombra sobre el hostal de su familia. Probablemente no había encontrado nada definitivo, nada que pudiera contestar a sus preguntas. En caso contrario, la verdad ya se sabría a aquellas alturas.
A Eve siempre le habían gustado más los Días Victorianos que otras de las fiestas que antecedían a la Navidad. Pero aquel año no era capaz de poner su corazón en ello. No conseguía que llegaran a importarle ni la decoración ni la comida de las fiestas, todas ellas cosas de las que normalmente disfrutaba. Pero no eran solo las fiestas. Ni siquiera estaba pendiente del nivel de ocupación del hostal, algo que siempre había vigilado muy de cerca.
Lo único que quería era estar con Rex.
A las cinco de la tarde, se obligó a cambiarse de ropa y a correr al hostal. Pero debería haber llegado mucho antes.
–¿Qué te ha pasado? –preguntó Pam cuando la vio entrar en la cocina.
La culpa la abrumó al comprender que había dejado a sus empleadas solas con todo el trabajo cuando no estaban acostumbradas a trabajar sin su dirección y su apoyo. Normalmente, todo llevaba su sello. El hostal era un escaparate, especialmente en Navidad.
–No sé a qué te refieres. Hoy he estado muy ocupada –musitó para ahorrarse las inevitables preguntas.
Cecilia salió en aquel momento de la despensa con una fuente de galletas con forma de muñecos de nieve.
–¡Estás aquí! ¿Qué te ha pasado? En esta época del año, te pasas todo el día en el hostal, ayudándonos a hornear. He intentado llamarte, pero no he conseguido localizarte.
Eve había visto las llamadas del hostal. Las había ignorado, algo que había justificado diciéndose que sus empleadas eran perfectamente capaces de organizarse solas. Y la mayor parte de las veces era verdad. Ella trabajaba más que cualquiera de sus empleadas, pero, por lo menos, podía haberles dicho cuándo pensaba acercarse.
–Tengo una fe absoluta en que sois capaces de hacer un trabajo fabuloso.
Pam y Cecilia intercambiaron una mirada que sugería que aquella no era la respuesta que esperaban, que les costaba creer que no hubiera estado revoloteando por el hostal, supervisando todo lo que hacían.
–Cheyenne dio a luz anoche –les contó, en parte para escapar de la lupa con la que parecían estar observándola.
–¿De verdad? –exclamó Cecilia–. No lo sabía.
Durante los años anteriores, había sido Cheyenne la única que la ayudaba a preparar los Días Victorianos para evitar que sus empleadas tuvieran que hacer horas extra en la época del año menos propicia para ello. Cheyenne la ayudaba de forma gratuita para contribuir a la causa. Pero aquel año, estando embarazada su mejor amiga, les había pedido a Pam, a Cecilia y a Deb que estuvieran a mano, y en aquel momento se alegraba de haberlo hecho. No había imaginado que Cheyenne iba a ponerse de parto tan pronto.
Pam quitó el plástico que cubría las galletas.
–¿Qué ha tenido?
–Un niño. Pesa más de cuatro kilos.
Cecilia sonrió.
–Vaya, sí que ha sido grande.
–Así que has estado con ella –dijo Pam–. Ahora lo entiendo. ¿Cómo se encuentra?
Eve no la corrigió. Había estado mucho menos tiempo en el hospital del que ellas pensaban.
–Genial, y el niño también. Tendrá que quedarse una noche más y…
–¿Por qué? –la interrumpió Cecilia preocupada–. No ha pasado nada malo…
–No. Tuvo el niño a las doce de la noche, así que ni siquiera lleva veinticuatro horas en el hospital. El seguro le cubre cuarenta y ocho horas de hospitalización, así que querrá aprovecharlo.
–Estupendo. A lo mejor puede descansar un poco –dijo Pam–. Mi primer hijo era como un reloj, no me permitía descansar más de tres horas seguidas.
–Esperemos que Kellan no tenga ese problema.
Eve le deseaba lo mejor a Cheyenne, pero le había costado comportarse con naturalidad cuando había pasado por el hospital aquella mañana. Le había llevado una planta y una tarjeta y después había prometido llamar o escribir un mensaje a la lista de invitados de Cheyenne para avisar de que había dado a luz antes de lo previsto y aquel año no podría celebrar la fiesta de Navidad. La visita había durado apenas unos minutos. Se había marchado rápidamente con la excusa de que tenían que organizar los Días Victorianos.
Pero no había ido directamente al hostal al salir del hospital. Tampoco había vuelto a casa. Se había pasado por casa de la señora Higgins, por Just Like Mom’s, y por cualquier otro lugar en el que pensara que podría estar Rex, lo cual había demostrado ser una pérdida de tiempo. No había encontrado el menor rastro de él.
«Estoy pensando que sería un milagro que volviera».
¿Se habría ido para siempre?
–¿Eve?
Eve parpadeó cuando Deb le tendió otra bandeja de galletas.
–Eh… ¿no deberíamos sacar estas?
–Desde luego.
Recuperando su habitual eficacia, tomó la bandeja y salió de la cocina. Afortunadamente, sus empleadas habían limpiado el hostal de arriba abajo y todas las luces estaban encendidas. El hostal estaba precioso, incluso sin la atención extra que ella le prestaba. Adoraba aquel lugar, adoraba su trabajo. Pero, aun así, desde que había conocido a Rex, ya no significaba para ella lo mismo que antes.
–Tengo que intentar recuperarme cuanto antes –musitó.
–¿Has dicho algo?
Eve se volvió desde donde acababa de dejar la fuente. Sophia acababa de entrar en aquel momento.
–No, lo siento. Yo solo… hablaba sola.
–He venido para ofrecerme como voluntaria. He pensado que, estando Cheyenne en el hospital, te vendría bien algo de ayuda. Durante los Días Victorianos el hostal es uno de los puntos centrales.
Sophia era una persona muy considerada. Eve no pudo menos que reconocérselo.
–Eres muy amable, pero estoy segura de que lo tenemos todo cubierto.
Sophia se acercó un poco más a ella.
–Ted me ha contado lo de esta mañana, Eve. Lo siento. Se siente fatal. No pretendía hacerte sufrir. Él solo quiere… protegerte.
–Te refieres a que todavía se siente culpable por haberme abandonado por ti.
Sophia esbozó una mueca.
–No utilices esa palabra. Él no te abandonó. No es así como yo lo veo.
–¿De verdad? –Eve se cruzó de brazos–. Entonces, a lo mejor no te importa explicarme cómo lo ves tú. Siempre me lo he preguntado.
Sophia cruzó las manos ante ella. Desde que había aparecido junto a Ted en la puerta de su casa para disculparse, cada vez que estaban cerca de ella, Eve se limitaba a fingir que nunca había estado con Ted. Pero aquello casi le resultaba más violento que asumir la realidad.
–Prefiero pensar que, por las razones que sean, Ted y yo estábamos destinados a estar juntos, y te agradezco infinitamente que fueras tan elegante cuando… cuando nos dimos cuenta de lo que sentíamos el uno por el otro.
–No sé si el hecho de que no lo hubiera sido tanto habría supuesto ninguna diferencia –replicó con una risa carente de humor.
–Eso no es cierto –le discutió Sophia–. Tus sentimientos nos importaban mucho a los dos. Todavía nos importan –la agarró del antebrazo–. Fuiste muy amable conmigo cuando no tenía a nadie, cuando no podía caer más bajo. Eso no lo olvidaré nunca.
Eve la abrazó en un impulso. ¿Qué más daba que la inseguridad causada por su actual situación hubiera avivado recuerdos del rechazo que había sufrido en el pasado? Era egoísta permitir que lo que estaba sucediendo en su vida afectara negativamente a sus amigos.
–No te preocupes, estoy bien. Es solo que estoy…
–¿Embarazada?
Sophia terminó la frase antes de que Eve hubiera encontrado las palabras para explicar la angustia y la soledad que la hacían sentirse tan triste.
Eve miró tras ella. No quería que nadie más oyera lo que acababa de decir. No quería que les llegara la noticia a sus padres antes de que estuviera preparada para dársela ella misma. Pero estaban las dos solas y Sophia lo había dicho en voz muy baja.
–Te lo ha contado Ted, ¿verdad?
Sophia asintió.
–¿Estás contenta, asustada o…?
–Todavía no lo sé –respondió Eve–. Me están pasando demasiadas cosas por la cabeza y por el corazón. Pero estoy convencida de que, pase lo que pase, será algo bueno.
–Por supuesto que sí. Y… sabes que no tendrás que enfrentarte sola a todo esto. Haré todo lo que esté en mi mano para facilitarte las cosas. Puedo acompañarte al médico, cuidar del bebé… Por supuesto, Cheyenne también te ayudará, pero como ella también tendrá a su hijo, es probable que puedas necesitar más ayuda, y quiero que sepas que estaré encantada de hacer cualquier cosa por ti.
Sonaba conmovedoramente sincera.
–Me parece que me estás ofreciendo demasiado cuando es probable que pronto tengas otro hijo tú también –Eve no pudo evitar recordar el comentario que le había hecho Ted a Cheyenne cuando habían visto cómo se movía su hijo.
–Estoy pensando que deberíamos retrasarlo un año por lo menos, para poder ocuparnos antes de esto.
Aquella respuesta hizo que a Eve se le llenaran los ojos de lágrimas.
–Jamás en mi vida había oído nada tan generoso.
–Tú me salvaste la noche que viniste a verme después de la muerte de Skip, Eve. Gracias a eso, ahora soy mucho más feliz y puedo ofrecerle a mi hija la seguridad que necesita. No puedo expresar lo mucho que aquello significó para mí. Haré cualquier cosa por ti, te lo prometo.
–Entonces, a lo mejor puedes contarme lo que ha descubierto Ted en ese viaje –bromeó.
–¿No te lo ha contado esta mañana?
Eve esbozó una mueca.
–No hemos llegado tan lejos.
–Fue Harriett.
–¿Qué?
–Sí. Ted me contó que eran los descendientes de John los que tenían una historia que contar, no los de Harriett. El sobrino nieto de John, un hombre llamado Patrick Hatfield, dice que Harriett mató a Mary.
Después de haber creído que John era el culpable durante tantos años, a Eve le costaba asimilar la nueva teoría. Harriett le había dicho a su hermana que John era inocente, pero Eve nunca lo había creído.
–¿Por qué? ¿Qué pudo llevar a una madre a hacer algo así?
–¿Qué puede llevar a una madre a hacer algo así en la actualidad? ¿Una depresión? ¿Una enfermedad mental? ¿Un narcisismo extremo? ¿La rabia?
–¿Qué ocurrió en este caso?
–No conocemos todos los detalles. Ted consiguió localizar a Pat casi por casualidad.
–No creo que la familia de Harriet haya seguido en contacto con los Hatfield. ¿Cómo los localizó él?
–Es un tanto enrevesado, pero el marido de una de las primas de Mary fue a la universidad con Pat durante un año. Incluso jugaban juntos al rugby los fines de semana. No fueron conscientes de la conexión familiar hasta que surgió un buen día. Así que cuando Ted se puso en contacto con los familiares de Mary, ellos le pusieron en contacto con Pat. Para hacer la historia más espectacular, Pat vive actualmente en Londres. Está casado con una mujer que nació aquí. Pero se dedica a hacer documentales y ahora mismo está en Toronto con uno de sus proyectos. Así que Ted habló con él y después voló hasta allí para verle.
–Y parece que mereció la pena.
–Desde luego. Pat dice que Harriett nunca estuvo bien de la cabeza, que John la protegió y la cuidó durante años. Sentía que no tenía otra alternativa. No soportaba la idea de que la enviaran a prisión. Por aquel entonces, la mayor parte de la gente no creía posible que una mujer pudiera hacer algo tan terrible. Y él pensó que si la encerraban en un manicomio sería mucho peor.
–¿A pesar de lo que había hecho?
–Al parecer, Harriett había intentado advertirle que no le gustaba su propia hija, que estaba celosa de su amor por Mary y no la quería en casa. Él pensó que era otra de las locuras que a veces decía, jamás sospechó que pudiera llegar a hacer lo que hizo. Cuando estaba bien, era una persona maravillosa. Pero, por lo que le dijo su hermano, durante aquellos días estaba de un humor muy sombrío. Él no sabía a qué se debía mi cómo ayudarla. En aquella época, las cosas no eran como ahora en lo relativo a la depresión o las enfermedades mentales, ¿sabes? Así que John manejó la situación lo mejor que pudo, intentó mantenerla separada de otra gente y asegurarse de que no hiciera daño a nadie.
–No me extraña que la gente pensara que era él el malo de la película. La controlaba completamente. Pero… la gente contaba que, en las pocas ocasiones que la veían, solía tener moratones.
–Es muy probable que en algunas ocasiones costara tenerla bajo control. A lo mejor intentaba escaparse y él tenía que ejercer la fuerza física para retenerla. O, a lo mejor, le exasperaba de tal manera que terminaba perdiendo la paciencia. No estoy diciendo que fuera un santo. Pero tampoco fue un asesino. Por lo que Ted ha averiguado, es incluso posible que se lesionara a sí misma. En algunas ocasiones, lo hacía.
–¿Y por qué le quemó el tren?
–Ted también se lo preguntaba. Cree que le recordaba al sótano y lo que había hecho allí.
–Qué situación tan trágica.
De alguna manera, a Eve le resultaba más duro pensar que Harriett había sido la culpable. ¡Pobre Mary!
–En todos los sentidos –se mostró de acuerdo Sophia–. Tanto el hecho de que Harriett pudiera hacerlo como el de que John no solo tuviera que soportar la tristeza de la pérdida de Mary sino también cuidar de una mujer que estuvo trastornada durante el resto de su vida.
–John ocultó la verdad durante mucho tiempo. ¿Por qué terminó revelándosela a su hermano?
–Tuvo que hacerlo. Cuando se cayó por las escaleras y se rompió la cadera, comprendió que no podía continuar protegiendo a su mujer. Si moría, alguien tendría que cuidar de ella y saber que no podía tener niños cerca –se interrumpió–. Willard, el sobrino de John, y su esposa, Betsy, se quedaron la casa con la condición de cuidar de Harriett.
–¿Y ella huyó porque no confiaba en que el sobrino de su marido fuera a ser bueno con ella?
–Es posible que no lo hubiera sido. Era un hombre considerablemente más joven y estaba recién casado. En cualquier caso, eso es lo que cree Ted.
–Vaya –Eve sacudió la cabeza–. ¿Ted va a contar todo eso en el libro?
–Sí. Al final, ha conseguido encajar todas las piezas. No podrá presentar ninguna prueba forense, por supuesto, pero restaurará el buen nombre de John, por el bien de Patrick y del resto de los descendientes de John. Y por el de Mary también.
¿Sería eso lo que Mary había estado esperando? ¿Cesarían ya los ruidos y los movimientos extraños en el hostal? Fuera como fuera, Mary había muerto justo antes de Navidad. De alguna manera, parecía lógico que la verdad hubiera salido a la luz también por aquellas fechas.
–Gracias por todo –dijo Eve–. Y, por favor, dile a Ted que le agradezco mucho todo lo que ha hecho. La verdad, por muy triste que sea, permite por lo menos dar por cerrado el tema.
–A lo mejor puedes llamarle más tarde para que te lo cuente él mismo –Sophia le guiñó el ojo.
Cuando Eve asintió, Sophia le apretó las manos y se fue.
Pam salió de la cocina con el recipiente del ponche.
–Espero que venga una multitud esta noche.
Con los ojos llenos de lágrimas por Mary y por la amistad que Sophia acababa de demostrarle, Eve desvió la mirada y fingió alisar una arruga del mantel.
–Estoy segura de que vendrá un montón de gente.
–Esta temporada ha sido tan frenética que no he tenido tiempo de disfrutarla –dijo Pam–. Pero esta noche estoy sintiendo el espíritu de la Navidad.
Aunque Eve no podía alzar la mirada porque no quería que Pam viera que tenía los ojos llenos de lágrimas, no pudo menos que mostrarse de acuerdo. Aquella noche estaba dedicada a reunir dinero para ayudar a niños que, de otra forma, no recibirían ningún regalo por Navidad. Aquello, sumado al sacrificio que había hecho años atrás John por su esposa, una mujer con una enfermedad mental, y al propio sacrificio de Sophie, ofreciéndole postergar el tener otro hijo, aunque Eve jamás tendría valor para pedirle algo así, era el verdadero espíritu navideño.
Rex observaba a Eve desde la distancia. Eve había pasado la mayor parte del día en el salón principal del Little Mary’s, sirviendo bebidas calientes y galletas y saludando y sonriendo a todos los que entraban en el hostal. Lo sabía porque todo el hostal estaba iluminado con luces navideñas y, desde la calle de enfrente, en la que estaba apoyado contra su coche alquilado, había podido reconocerla de vez en cuando moviéndose entre la multitud. Sus padres también llevaban allí un buen rato. En aquel momento, cuando ya empezaba a hacerse tarde y no quedaba demasiada gente, podría comenzar a disfrutar ella misma de la celebración. Agarrada del brazo de Callie algo, Rex no era capaz de recordar el apellido, pero la recordaba como una de las personas a las que había conocido en la sala de espera del hospital, Eve deambulaba de mesa en mesa.
–¡Eh!
Sobresaltado al oír una voz tan cerca, Rex se volvió y vio a otro de los amigos de Eve tras él. Había conocido a mucha gente el día que Cheyenne había dado a luz y tampoco fue capaz de recordar el nombre de ese tipo.
–Hola.
–Así que has decidido mantenerte al margen de la acción, ¿eh?
–Supongo.
–¿Qué haces aquí, en medio de la noche?
–Estoy esperando a la señora Higgins. La he traído en coche y tendré que llevarla a casa.
Algunos de los vendedores estaban empezando a recoger sus cosas. No creía que la señora Higgins tardara mucho en marcharse.
–Soy Kyle –le tendió la mano–. Nos conocimos ayer por la noche.
–Sí, ya me acuerdo –Rex le estrechó la mano y volvió a apoyarse en el coche.
–Noelle Arnold es mi exesposa.
Aquel era un nombre que Rex no iba a olvidar fácilmente.
–Lo siento.
–Ya veo que la conoces –dijo Kyle con una risa.
–Sí.
–Me comentó Eve que, eh, que os conocisteis en el Sexy Sadie’s, pero no sabía que, bueno, ya sabes, hasta ayer por la noche no me enteré de que estabais saliendo.
¿Estaban saliendo? En aquel momento, Rex describiría su relación como la de un conductor fugitivo tras haber atropellado a un peatón. Sabía que debería dejarla sola, pero no era capaz de mantenerse alejado.
–No estaré por aquí durante mucho tiempo.
–Eve apenas nos ha visto durante estas últimas tres semanas. Supongo que no estoy muy al tanto de lo que está pasando en su vida.
–¿No os ha visto? ¿Te refieres a Noelle y a ti?
–No, Eve y yo tenemos un grupo de amigos que se reúne todos los viernes a tomar café en el Black Gold.
Rex asintió, pensando que sería agradable contar con una red social como aquella. La gente ya no solía mantener relaciones de ese tipo, de modo que algo así era raro.
–Eso solo podría ocurrir en Whiskey Creek.
Kyle no parecía saber cómo tomarse aquel comentario.
–¿No te gusta cómo se vive aquí?
–Sí, claro que me gusta. Es como uno de esos globos de cristal llenos de nieve –dijo, expresando en voz alta lo que había pensado en muchas ocasiones sobre aquel lugar.
Kyle soltó una carcajada.
–¿Por eso prefieres quedarte aquí, observando a todos los demás?
Rex había preferido quedarse allí porque no pertenecía a aquel lugar, nunca podría pertenecer y no quería perturbar las vidas de aquellos que sí lo hacían.
–Nadie necesita que me interponga en su camino.
–¿Te refieres a la fiesta? –preguntó Kyle con el ceño fruncido.
Se refería a la vida de Eve, a todo aquello que esperaba de ella. Cuando había salido de San Francisco la última vez, pensaba quedarse solamente unas dos noches, el tiempo suficiente como para comprar algo de ropa y un ordenador. Pero había pagado a la señora Higgins todo el mes de diciembre. Teniendo en cuenta que el dinero podía escasear hasta que consiguiera sacar adelante una empresa, imaginaba que debería ahorrar todo lo que le resultara posible. ¿Y qué diferencia podía haber entre marcharse en aquel momento o hacerlo después de Navidad?
–A las relaciones que mantenéis aquí.
–No somos tan ariscos con los forasteros como podría parecer –agarró a Rex por los hombros, le sacó de entre las sombras y le condujo hacia el flujo de peatones que cruzaban la calle.
Rex detectó el olor a alcohol en el aliento de Kyle y sospechó que andaba un poco achispado. Pero no podía decirse que estuviera borracho y no pudo evitar una sensación de alivio al encontrarse con un poco de cordialidad.
–¿Qué te parece si te invito a una cerveza? –preguntó Kyle.
Se detuvieron frente a un vendedor de cerveza, pero antes de que Rex hubiera podido pedir, Kyle advirtió que Eve no estaba lejos y la llamó.
–¡Eh, Harmon! ¡Mira a quién me he encontrado!
Cuando Eve alzó la mirada, le dijo algo a Callie, que asintió y llamó a Kyle. Un segundo después ambos se alejaban, dejando que Eve se acercara sola hacia Rex.
–No sabía si ibas a aparecer esta noche –reconoció.
Rex le dirigió una sonrisa ladeada.
–La señora Higgins no habría soportado que me quedara en su casa y me perdiera la celebración.
Eve miró a su alrededor.
–¿Dónde está?
–La he traído en coche, pero en cuanto he aparcado, ha salido corriendo para colaborar vendiendo una colcha para unos huérfanos o algo así. No la he visto desde entonces.
–En realidad, esa colcha es para nuestro proyecto Conviértete en Santa Claus. Junto a los otros miembros de la Sociedad Histórica, la señora Higgins cose una cada año.
–Un gesto bonito.
–Sí –Eve se frotó las manos para protegerse del frío–. ¿Eso significa que piensas quedarte en su casa?
–Durante algún tiempo.
–Porque…
–Porque es lo mejor, Eve. No finjas lo contrario.
–¿Y ya está?
–Cuanto antes, mejor. Retrasarlo solo lo haría más difícil.
Eve le analizó durante varios segundos. Después dijo:
–Dime una cosa.
Rex la miró a los ojos.
–¿Qué?
–¿De verdad estás huyendo porque estás asustado? ¿O es porque voy a tener un hijo tuyo? –comenzó a alejarse, pero él la agarró del brazo.
–Si ese es el problema, sigo dispuesto a pasarte dinero.
–Definitivamente, ese no es el problema. Ni siquiera quiero tu dinero.
–¿Entonces de qué me estás acusando? –le preguntó–. Tengo treinta y seis años. ¿Crees que a esta edad podría asustarme la responsabilidad de tener un hijo?
Eve se apartó bruscamente.
–Creo que tienes miedo de acercarte demasiado a mí o a cualquiera. Pienso que crees que les has fallado a tus padres y a tus hermanos, a Laurel y a todos aquellos que han significado algo para ti y tienes miedo de volver a fallar. Así que has decidido encerrar tu corazón en una jaula y rechazas el amor cuando se cruza en tu camino.
–No intentes psicoanalizarme, Eve –le advirtió.
–¿Me puedes decir sinceramente que estoy equivocada? –le preguntó–. ¿Alguna vez te has preguntado por qué mantienes a todo el mundo a distancia? ¿Por qué te mantienes siempre en la periferia para poder escapar rápidamente? ¿Por qué les dices a las mujeres que se acuestan contigo que no esperen nada de ti?
–No necesito preguntármelo. El hecho de que hayan tiroteado mi casa contesta endemoniadamente bien todas esas preguntas –contestó–. Ese asunto de La Banda no es ningún juego, Eve. ¡Y no es a mí a quien tengo miedo de que hagan daño!
–Sí, claro que tienes miedo –insistió ella–. A lo mejor no te dan miedo las balas. Eso lo has demostrado. Pero tienes miedo de otras cosas, y no solo de La Banda. Si no fuera así, conservarías el nombre de Brent Taylor y te quedarías aquí.
–¿Ah, sí?
Eve alzó la barbilla.
–Sí. En realidad, quieres quedarte. Si no, ya te habrías ido. Sabes que Whiskey Creek sería un buen sitio para ti, probablemente es el mejor lugar que has encontrado, por lo menos últimamente. Pero no vas a permitirte echar raíces porque crees que no te lo mereces.
–Eso son tonterías –farfulló Rex.
–¿Ah, sí? Dime una cosa. ¿Estarás mejor en Fénix, en Portland o en Seattle que aquí? No, pero esos lugares están más lejos. Eso es todo.
–¡Allí tendré oportunidad de ganarme la vida!
–¿Y cómo te ganas la vida? Arriesgándote una y otra vez. Tú mismo admitiste que crees que ha sido así como te han localizado. Necesitas dejar ese trabajo y empezar de nuevo. Empezar de verdad.
–¿Haciendo qué?
–Eres suficientemente inteligente como para averiguarlo.
–¿Entonces quieres que me quede? ¿Quieres que…? ¿Quieres que esté contigo? ¡Pero si solo nos conocemos desde hace tres semanas!
Eve sacudió la cabeza con aparente disgusto.
–¿Y eso es todo? ¿Lo que sentimos no cuenta porque es algo nuevo?
–¡No creo que sea la base de una relación!
–Si te vas, no tendremos oportunidad de basarla en nada más, de eso puedes estar seguro.
–¡No tengo otra opción!
–Sí, claro que la tienes. Puedes luchar por lo que podríamos tener, por la oportunidad de ser padre. Creo que si te creyeras merecedor de la felicidad que eso puede proporcionarte, lo harías. Pero te marcharás, y continuarás huyendo cada vez que conozcas a alguien que pueda significar algo para ti hasta… ¿hasta cuándo? ¿Cuándo terminará todo esto?
–¡Ya basta! –replicó él–. No puedo amarte, Eve. Eso solo serviría para convertirte en otra persona a la que puedo perder. ¿Por qué voy a ponerme a mí mismo en esa situación?
–¿Por qué se puso Virgil en esa situación? –preguntó ella a su vez.
Como Rex no contestó, lo hizo ella por él:
–Porque por tener a alguien merece la pena arriesgarse. Pero si sigues mintiéndote a ti mismo, si continúas diciéndote que es La Banda la que te impide comprometerte, continuarás vagando tú solo durante el resto de tu vida.