–¿Puedes quedarte con la pila de descarte? –preguntó la señora Higgins.
Rex miró los veintiún naipes que tenía en la mano, buscando una pareja de ochos. Estaban pasando el tiempo jugando a la canasta, un juego al que Rex no había jugado hasta aquel momento, pero al que la señora Higgins había jugado a menudo con su marido.
–No.
–Entonces tienes que descartar –le explicó–. Con un tres negro congelas el pozo.
Rex tenía una pareja de tres negros, y los tres negros no parecían tener ninguna otra utilidad en el juego, así que lanzó uno. Se sentía mal por haber tenido que sacar a la señora Higgins de su casa justo antes de Navidad, pero a ella no parecía importarle. Amaba la emoción y el carácter clandestino de lo que estaban haciendo, y también poder contar con la atención absoluta de Rex.
–Ya está, ¿lo ves? Ahora ya no puedo utilizar el pozo.
Extendió seis nueves ante ella, una mano que Rex pensó probablemente era mejor que la suya.
–Esos son muchos nueves –dijo, frunciendo el ceño ante el hecho de que la señora Higgins estuviera mucho más cerca de terminar su mano que él–. Eso no presagia nada bueno para mí, ¿verdad?
La señora Higgins puso un gesto de compasión.
–Solo me falta un nueve para conseguir los siete que necesito para formar una canasta limpia. Probablemente ganaré esta mano, sobre todo si no puedes poner más cartas sobre la mesa.
Ayudaría saber exactamente lo que quería decir. A Rex le estaba costando entender el mecanismo del juego. Estaba demasiado preocupado por la llamada que acababa de recibir de Eve, diciéndole que Eric Gunderson y sus tres compañeros asistirían a los Días Victorianos y que habría diez personas de su grupo paseando por allí con intención de que alguien les preguntara por la fotografía. ¿Serían capaces de hacer lo que habían planeado?
Rex tenía que admitir que, en teoría, sonaba magnífico. Ted era un tipo inteligente y, desde luego, Kyle parecía un hombre muy capaz. ¿Pero qué ocurriría en el caso de que funcionara? ¿Cómo se sentiría entonces? Llevaba ocho años mirando con miedo por encima del hombro, prácticamente desde que había salido de prisión, y había ido a prisión a los dieciocho. No había tenido una vida normal desde que había dejado de ser niño. ¿Sabría vivir sin una amenaza constante?
–¿Cómo puede irse? –preguntó Rex, refiriéndose al juego.
La señora Higgins se levantó a servirse otra taza de café mientras se lo explicaba. Después, se sentó otra vez, se colocó las gafas de leer y le miró por encima del borde.
–Eve y sus amigos son muy buenas personas, ¿verdad?
Rex miró alrededor de la casa de invitados en la que se alojaban. No era grande, pero tenía dos dormitorios, dos cuartos de baño, una cocina pequeña unida al cuarto de estar y una chimenea. Todo lo que Ted poseía era bonito, pero, especialmente, la enorme casa en la que vivía.
–Desde luego. A Ted ni siquiera le caigo bien, pero está intentando ayudarme.
–No es que no le caigas bien. A Ted le cae bien todo el mundo. Pero se muestra muy protector hacia Eve. Crecieron juntos, y tú todavía tienes que probar tu valía.
–¿Tendrían esa misma actitud con cualquiera? –preguntó Rex.
–Me gustaría pensar que sí, con cualquiera que se lo mereciera –respondió–. Así que no te sientas demasiado culpable.
–Me siento… –estuvo a punto de decir «como una mierda» pero cambió aquella expresión por respeto–, terriblemente al haber venido al pueblo y haber afectado a tantas vidas. Especialmente a la suya.
No se merecía todos los sacrificios que todo aquello estaba suponiendo. Apenas conocía a aquella gente y había pasado el poco tiempo que había estado con ellos apartándoles de su lado.
–No importa –alzó la mirada de las cartas que tenía en la mano y le sonrió–. Me siento útil intentando entretenerte mientras todo el mundo se encarga de su tarea.
–Pero es Navidad y estoy seguro de que se sentiría mucho más cómoda en su propia casa.
–En esto consiste la Navidad, ¿verdad? Paz en la Tierra y buena voluntad. En cualquier caso, no me sentiría mejor en mi casa si La Banda decidiera hacerme una visita. Creo que prefiero quedarme aquí contigo –le dijo con una risa.
–¿No va ir a los Días Victorianos?
–¡Claro que sí! Tengo que ayudar a terminar esa colcha. Iré con Sophia. Me refiero hasta entonces –lanzó un siete–. ¿Puedes hacer algo con esto?
Rex le mostró los tres sietes que tenía en la mano.
–Pues la verdad es que sí.
Eve estuvo pendiente de Eric Gunderson y sus acompañantes. Pero pasó la mayor parte de la noche trabajando en el hostal sin verlos ni una sola vez. Estaba empezando a dejarse llevar por el miedo, a pensar que no iban a preguntar a nadie más por aquella fotografía de Rex, cuando apareció Ted.
–¿Cómo van las cosas por aquí? –preguntó.
Eve miró hacia Deb, que estaba recogiendo los objetos a los que había estado marcando el precio.
–Estamos muy ocupadas. ¿Qué tal va la fiesta?
–Este año está siendo uno de los mejores. Cada año viene más gente, y eso significa que se recauda más dinero para actos benéficos y para los vendedores.
–Aquí no ha parado de venir gente –le dijo.
Ted se inclinó hacia ella y le susurró al oído:
–¿Puedo quedarme un rato a solas contigo?
Eve le tendió a la clienta a la que estaba atendiendo una bolsa con sus compras. Era una mujer a la que no había visto nunca, pero aquellos días de fiesta atraían a gente de todas partes.
–¿Puedes arreglártelas un momento sin mí? –le preguntó a Deb–. Voy a descansar un poco.
–Por supuesto. De todas formas, ya son más de las diez. La cosa debería ir relajándose.
Eve se alegraba, excepto por el hecho de que no quería que terminara la noche hasta que hubieran conseguido el objetivo que se habían marcado.
–Gracias –contestó.
Se dirigió con Ted hacia su despacho y cerró la puerta tras ellos.
–¿Qué ha pasado? ¿Ha habido alguna señal de La Banda? –preguntó.
Ted frunció el ceño.
–No que yo sepa. ¿No han vuelto por aquí?
–No. Llevo toda la noche esperándoles –se mordió el labio, considerando posibles opciones–. ¿Ha pasado alguien por casa de la señora Higgins por si acaso?
–Kyle ha pasado por allí hace unos minutos. Todo estaba tranquilo.
–¿Dónde pueden haber ido?
–Esta noche ha salido mucha gente –contestó–. A lo mejor están en medio del gentío y no les hemos visto.
–Destacan demasiado como para pasar inadvertidos. Sobre todo en un pueblo como este.
Ted se sentó en la silla de Cheyenne.
–Es cierto. Y es verdaderamente frustrante, porque contamos con la aprobación de Bennett.
–¿Te lo ha dicho?
–Sí. Esta me mañana me ha llevado a un aparte y me ha dicho que no le hace particular emoción tener que informar de algo que no es cierto, pero, por lo que ha contado el tipo del programa de protección de testigos, Rex ya ha sufrido bastante. Si no podemos impedir lo que está pasando por medios legales, ya es hora de que se haga de cualquier otra manera.
Eve se frotó las sienes para aliviar el dolor de cabeza que comenzaba a sentir detrás de los ojos.
–No me puedo creer que lo hayamos conseguido todo, incluyendo la parte que pensaba que sería más difícil, y esos idiotas no estén dando vueltas por el pueblo, enseñando esa maldita fotografía a todo el mundo. Estaba convencida de que lo harían.
–Como te he dicho, a lo mejor… –el teléfono, que llevaba en la mano, comenzó a sonar. Ted se interrumpió para ver de quién era la llamada–. Es Sophia –dijo, y contestó.
–¿Qué pasa? ¿Lo has conseguido?
Cuando le miró a los ojos, Eve reconoció la emoción en su rostro. Imaginó que alguien había encontrado por fin a Gunderson y a su séquito y apretó las manos presa de la ansiedad, la curiosidad y la impaciencia.
–¿Dónde? ¿Quién lo ha dicho? ¡Vaya! Para eso hace falta tenerlos bien puestos… Muy bien, estoy en el hostal. Se lo diré y llamaré a Kyle yo mismo. Alex y tú volved a casa inmediatamente y echad un vistazo a Rex de vez en cuando. Yo también te quiero.
Suspiró y dio por terminada la llamada.
–¿Les han visto? –preguntó Eve.
–Han tenido el valor de preguntarle a Bennett si había visto alguna vez al hombre de la fotografía –contestó con una risa incrédula.
–No…
–Sí. Supongo que han pensado que si hay alguien capaz de reconocer un rostro nuevo en el pueblo, tenía que ser alguien que perteneciera a las fuerzas del orden.
–Pero… ¿qué excusa han puesto para estar buscando a Rex?
–Han dicho que era el hermano de Gunderson. Sophia me ha comentado que Bennett cree que estaban borrachos.
–En ese caso, es muy probable que acabaran de salir del Sexy Sadie’s.
–Sí, hay bastantes posibilidades.
–¿Y Bennett les ha dicho que había visto a Rex?
–No.
–¿Por qué no? –gritó Eve.
–Porque ha pensado que no sería creíble, y yo estoy de acuerdo. Un hombre de su posición no daría esa clase de información a unos desconocidos con pinta de delincuentes y completamente bebidos. Pero ha avisado a Sophia, que se lo ha dicho a la señora Higgins en cuanto les ha visto, y la señora Higgins ha salido a su encuentro.
–¿Crees que estará a salvo?
–Por supuesto. No están en un callejón sin salida ni nada parecido y no tienen ningún motivo para hacerle daño, puesto que les va a dar la información que quieren.
–Sin darles ninguna dirección.
–Exacto, y así dispondremos de los pocos minutos que necesitamos para adelantarnos a ellos.
Eve se mordió el labio.
–Eso significa que todo podría suceder durante la próxima hora. Será mejor que llames a Kyle.
Ted ya estaba marcando el teléfono.
Rex estaba sentado en el cuarto de estar, a oscuras, mirando por la ventana. Para entonces, probablemente la señora Higgins ya estaría durmiendo en la casa de invitados. Sophia estaba en el piso de arriba, en el dormitorio principal. Rex podía oír el rumor de la televisión que llegaba desde aquella parte de la casa.
–Vamos, vamos –musitó.
Su ansiedad aumentaba con cada segundo que pasaba. Kyle debería haber llamado a aquellas alturas, pero Rex no había oído nada. Por supuesto, estaba sin teléfono. Lo habían dejado en la casa para que muriera al mismo tiempo que, supuestamente, él. Pero Kyle podía llamar a casa de Ted.
Cuando sonó el teléfono, dejó que contestara Sophia y esperó conteniendo la respiración a que le dijeran cómo estaba yendo todo.
Tardó varios minutos, pero, por fin, apareció Sophia al final de la escalera.
–¿Rex?
–¿Sí?
–¿Puedes contestar? Es Eve.
El alivio fluía por sus venas mientras se dirigía a grandes zancadas a la cocina para utilizar la extensión.
–¿Diga?
–Ya está hecho.
Rex se frotó la frente.
–¿Y? ¿Cómo ha ido?
–Kyle acaba de llamar. Dice que las llamas son considerables.
–¿Y por qué ha tardado tanto en avisar?
–Porque ha tenido que esperar a que el edificio estuviera completamente destruido para notificarlo. No queríamos que algún bombero intentara salvarte y perdiera la vida.
–¿Así que el fuego ya está apagado?
–En su mayor parte. Bennett está allí, puesto que Kyle ha llamado a la policía para informar de que el coche que habías alquilado estaba en el camino de la casa.
–Pero el fuego no ha amenazado en ningún momento el coche ni ninguna otra cosa…
Dejar el coche tan cerca había sido un riesgo que habían tenido que correr. Aparcar lejos de la casa sin ningún motivo aparente habría parecido extraño.
–No. Lo han humedecido todo de tal manera que no hay ningún peligro de que el fuego se extienda.
–Esa es una buena noticia –Rex se preguntaba cómo sería capaz de soportar Eve tanta tensión–. ¿Cómo estás?
–Cautelosamente esperanzada.
–Yo también. ¿Has visto a Gunderson?
–No. No han venido todavía y eso me preocupa un poco. ¿Dónde pueden estar?
Rex sabía dónde estaría él si todavía fuera uno de ellos.
–Supongo que están contemplando el fuego. Y seguramente han estado husmeando en el coche que alquilé mientras todo el mundo está intentando apagar el fuego.
–Genial. Así verán el nombre de Rex Taylor en el contrato que está guardado en la guantera.
–Para eso lo dejamos allí.
–Me quedaré en el hostal hasta que vuelvan y te llamaré antes de volver a casa.
–Eve –Rex la retuvo antes de que pudiera colgar–, me gustaría verte.
–Esta noche no –contestó, y colgó el teléfono.
Gunderson y sus amigos llegaron media hora después. Eve fingió estar ocupada haciendo algo en el mostrador, pero estaba demasiado cansada como para trabajar de verdad. Se había dedicado a jugar al solitario mientras les esperaba, pero se alegraba de haberse quedado. Notó el olor del humo en cuanto entraron. Sabía exactamente dónde habían estado.
–¿Han estado en los Días Victorianos? –les preguntó con una amable sonrisa.
Gunderson le dirigió una desagradable mirada. Eve pensó que iba a subir a su habitación sin responder, pero se detuvo y se volvió.
–¿Se acuerda del tipo por el que le pregunté?
Eve parpadeó con aire de fingida inocencia.
–¿Qué tipo?
–El de la fotografía.
–¡Ah! Era su hermano, o algo así.
–Sí. ¿De verdad no le ha visto?
–No, ¿por qué?
–Porque hay mucha gente en el pueblo que le ha visto.
Eve frunció el ceño.
–Esa es una buena noticia, ¿verdad? Estaba buscándole, ¿no es cierto?
–Y le encontraré, si es que sigue vivo.
–¿Si sigue vivo? –repitió.
–Es igual.
En cuanto sus amigos y él se dirigieron a sus habitaciones, Eve corrió al despacho, cerró la puerta y llamó a Kyle.
–¿Qué está pasando?
–Los bomberos se han ido –contestó.
–¿Queda algo de la casa?
–No mucho. Solo los restos achicharrados.
–Así que podrás terminar de derribarla muy fácilmente.
–Desde luego. Y no tendré que hacer tantos viajes al vertedero.
–Eso que has ganado. ¿Bennett está todavía allí?
–No.
–¿Y está de acuerdo en decir que cree que Rex Taylor ha muerto en el incendio? Para que esto funcione, eso es lo más importante.
–Hemos tomado un café esta mañana. Me ha dicho que no le gusta mentir, pero que si esa es la única manera de salvar la vida de un hombre… Una cosa es lo legalmente correcto y otra lo moralmente correcto, ha dicho. Y para él lo más importante es el aspecto moral de una situación. Es un buen hombre.
–Desde luego. ¿Ha encontrado el teléfono de Rex entre los escombros?
–No, todavía no han podido investigar nada. Todo está ardiendo. Pero Ed Hamilton estuvo haciendo fotografías del incendio. Publicará la noticia esta misma semana, estoy seguro.
–¿Cómo se ha enterado del incendio? –le preguntó Eve.
Kyle sonrió.
–Como periodista que es, se supone que tiene que estar controlando las llamadas de emergencia de la policía, pero estaba en casa de sus suegros y se había quedado dormido en el sofá. Así que… he tenido que llamarle.
–Estás de broma.
–No. Le he dicho que seguramente no querría perderse algo como esto. Es mejor que otro artículo sobre el árbol de Navidad del pueblo.
–Apuesto a que te lo ha agradecido.
–Desde luego. Ha dicho que se encargará de que su mujer me haga unas galletas. Creo que me voy a sentir culpable al aceptarlas.
Demasiado cansada para reír, Eve se limitó a sonreír.
–No tiene muchas noticias como esta. Pero seguramente estaría más interesado en la historia real.
–No tiene forma de averiguarla. Nadie va a averiguar lo ocurrido.
–¿Has visto a Eric Gunderson y a sus compinches por allí? –preguntó.
–No, pero eso no significa que no hayan venido. Estaba demasiado ocupado asegurándome de que todo ocurriera cuando se suponía que tenía que ocurrir.
Eve fijó la mirada en la distancia, ligeramente aturdida.
–No me puedo creer que hayamos hecho lo que hemos hecho.
–Yo tampoco –admitió él–. No había prendido fuego a nada jamás en mi vida. Espera, rectifico. En una ocasión, ayudé a mi abuelo a quemar las malas hierbas cuando era adolescente. Pero esto… esto ha sido completamente diferente. ¡Maldita sea! Desde luego, una casa antigua arde a toda velocidad. Todavía estoy un poco asustado por la potencia de las llamas, y aliviado porque todo ha salido como lo habíamos planeado.
–Gracias por todo, Kyle. Te lo agradezco mucho. Eres un auténtico amigo.
–De nada. Entonces… ¿no te importa que, a pesar de todo lo que hemos hecho, no vayas a poder estar con Rex? No puede quedarse aquí después de haber dejado a tanta gente en un limbo legal por haber falsificado su muerte.
–Hemos matado una identidad, una identidad que, para empezar, era falsa.
–Es posible que Rex siga queriendo ir a alguna parte para empezar de nuevo, Eve.
Ella lo sabía. Pero por lo menos aquella sería la última vez.
–Por supuesto. Y estaré bien.
No estaba realmente segura de que fuera cierto. Estaba abrumada e insegura frente a lo que podría ocurrir al día siguiente tanto si habían conseguido como si no cerrar aquel asunto tan limpiamente como esperaban. También se preguntaba si Rex la echaría de menos, y si sería capaz de aprovechar la oportunidad que estaban intentando ofrecerle.
–Parece un hombre muy receloso ante la gente, como si temiera abrirse –dijo Kyle–. Pero supongo que es comprensible en sus circunstancias. Me cae bien.
–¿Kyle?
–¿Qué?
Eve cerró los ojos, batallando contra los efectos de toda la adrenalina acumulada durante los últimos días.
–Voy a tener un hijo suyo.
Se produjo un largo silencio.
–¿Él lo sabe?
–Sí.
–Entiendo. Bueno, Eve, todo va a salir bien. Nos aseguraremos de ello.
Eve irguió la espalda.
–Nadie tiene unos amigos mejores que los míos.
Tenía muchas cosas por las que estar agradecida. Por lo menos, cuando pensara en Rex en el futuro, podría imaginarle viviendo sin la amenaza constante de La Banda y sabría que habían sido sus amigos y ella los que habían conseguido liberarle.