Capítulo 2

Marlene abandonó el hotel y se adentró, sin pretenderlo, en el mercadillo navideño. No era que quisiera hacerlo, era que en cuanto dabas dos pasos, estabas caminando entre sus puestos, una hilera de casas de madera que se extendían a lo largo de la calle ofreciendo sus productos. Desde comida rápida y vino caliente hasta los clásicos adornos navideños. Salió de inmediato de este y desembocó en una de esas calles cuyas casas estaban adornadas con guirnaldas, campanas u ositos de peluche, que reclamaban la atención de los viandantes, lo cual no arregló para nada el humor de Marlene.

A ella no le gustaba la Navidad. Así de simple. No creía en la buena voluntad y los buenos deseos de las personas en esos días. Tal vez perdió la ilusión cuando creció y se dio cuenta de que la vida no tenía nada que ver con la magia y la ilusión que ofrecían las Navidades. Tenía suficiente experiencia como para saber de qué hablaba. Caminó con paso ligero hasta que dio con otro de los mercadillos navideños. En esta ocasión, este estaba situado junto a la iglesia de los Dominicos.

Pero ¿era que, fuera donde fuera, iba a toparse con un mercado de Navidad?, se preguntó parada en mitad de la calle buscando un sitio para comer. Era más sencillo encontrar una caseta de madera decorada con motivos navideños antes que un restaurante en aquella ciudad. Sus esperanzas casi habían desaparecido cuando el cartel que anunciaba el plato del día captó su atención y le levantó el ánimo. Sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia el salón de té. Empujó la puerta y aguardó a que la condujeran a una mesa.

Luc charlaba con Vincent de manera animada mientras ambos comían.

—¿Piensas quedarte mucho en Colmar?

—Solo los días de Navidad. Después regreso a París. El trabajo no perdona. Ya lo sabes.

—Tal vez podrías pasarte por el hotel en Nochebuena y quedarte a cenar. E incluso a comer en Navidad. Ya sabes que siempre eres bienvenido.

—No había pensado en ello, pero ahora que lo dices… Puede ser una buena idea.

Luc asintió en silencio. Fijó su mirada por encima del hombro de Vincent en dirección a la puerta. ¿Era ella? ¿La nueva huésped?, se preguntó entrecerrando sus ojos.

—¿Qué pasa? ¿Por qué pones esa cara? ¿Has visto a alguien que conoces? —inquirió Vincent girándose hacia donde miraba Luc. Emitió una risita y asintió mientras la chica era conducida a una mesa cercana a la de ellos. Vincent frunció sus labios y guiñó un ojo a Luc, como dándole su aprobación. Pero lo que no esperaba era que él la saludara y le dedicara una sonrisa—. ¿Quién es? ¿Un nuevo ligue? —susurró Vincent para no llamar la atención de ella.

—No. Acaba de llegar al hotel esta mañana. El tren con destino Estrasburgo se ha detenido aquí porque la nieve le impide avanzar.

—¿Y dices que se aloja en tu hotel? —preguntó con un toque bastante significativo que Luc desechó.

—Acabo de decírtelo. Sí.

—Desconocía que tus huéspedes estuvieran tan… bien —asintió Vincent con ironía—. ¿Ha venido sola?

—Sí.

—En ese caso… Puedes invitarla a la cena de Nochebuena y a la comida de Navidad.

A Luc no se le había pasado por la cabeza este hecho hasta ese momento en el que Vincent lo sugirió. Se quedó pensativo ante las posibilidades que había de que ella aceptara.

Marlene no pudo evitar una sensación de calor cuando vio al chico de la recepción del hotel comiendo en compañía de otro hombre en una mesa cercana a la suya. Lo saludó y se centró en su smartphone para evitar quedarse mirándolo. No podía negar que él había sido muy simpático y que había hecho lo posible por hacerla sentir bien pese al cabreo que ella traía. Le debía una disculpa porque en algún momento ella pareció echarle la culpa de lo sucedido. Tal vez, si más tarde lo pillaba a solas, con algún pretexto aprovecharía para hacerlo. Entonces sería mejor que se centrara en comer algo dada la hora que era. No fuera a ser que se lo pensara demasiado y le cerraran la cocina. Ya puestos era lo que le faltaba. Estaba muerta de hambre. «Todo aquel viaje para nada», se dijo ofuscada pasando la vista por el menú para elegir. Se había preparado el tema de la reunión para que en ese momento se quedara colgada en aquella ciudad tan navideña. Tanto que parecía ser una sucursal de la ciudad de Papá Noel.

Cerró los ojos y se pasó las manos por el rostro en un intento por despejarse y relajarse. No podía hacer nada, de manera que sería mejor que intentara disfrutar. Tampoco era plan pasarse los cuatro días encerrada en la habitación. Aunque no fuera una fan incondicional de las navidades, tendría que recorrer la ciudad y por qué no… sus mercadillos. E incluso tomarse un vaso de vino caliente.

—Piensa en lo que te he dicho —le recordó Luc cuando se disponía a levantarse de la mesa. No quería desviar su mirada hacia Marlene, pero no podía evitarlo. Este gesto no pasó desapercibido para Vincent, quien esperaría a salir del local para decirle cuatro cosas a su amigo.

—¿Lo de ir al hotel a cenar y a comer?

—Eso mismo.

—Sí, bueno, ahora hablamos —le aseguró señalando la calle con el pulgar.

Marlene levantó la mirada del plato de comida, se colocó varios mechones del pelo detrás de su oreja y, sin pretenderlo, su mirada quedó fija en la de él. Inspiró hondo sintiéndose algo estúpida porque él la hubiera pillado contemplándolo. Pero un impulso desconocido la instó a hacerlo. En ese instante, solo esperaba que no se detuviera junto a su mesa para decirle algo, solo pedía eso. Pero sus deseos no parecían que fueran a cumplirse en ese día.

—¿Mejor?

Marlene se quedó sin capacidad de reacción ante su pregunta. En parte porque había deseado que no le dijera nada, y él lo había hecho. Y, por otro lado, porque su mirada y su sonrisa le estaban provocando palpitaciones.

—¿Cómo dices?

—Que si tu cabreo ha remitido un poco.

Marlene entreabrió los labios y tomó aire antes de responderle.

—Oh, bueno, sí. No te preocupes. Ya se me ha pasado —le aseguró restándole importancia.

—Bueno, te dejo que comas. Ya nos veremos.

Marlene se limitó a asentir y lo observó caminar hacia la salida del local, pero antes de hacerlo, él se volvió para lanzarle una última mirada acompañada de una tímida sonrisa. Ella sacudió la cabeza sin entender qué coño le pasaba. ¿Por qué narices se había vuelto? ¿Para ver si ella lo estaba mirando? Por suerte, el camarero llegó para tomarle nota de algún postre o café. Y el pensamiento en torno al tío del hotel desapareció momentáneamente.

Luc y Vincent salieron a la calle mientras la imagen de ella revoloteaba en la mente del primero.

—Lo dicho, si te animas a cenar pasado mañana, dame un toque.

—Ya —Vincent chasqueó la lengua con toda intención—. No me cambies de tema, ¿quieres? Creo que deberías invitarla a ella también —asintió Vincent sonriendo con malicia por lo que había observado.

—¿A quién te refieres?

—Sí, vale, dame largas. Sabes muyyyyy bien a quién me refiero. Acabas de detenerte frente a ella para saber si estaba mejor.

Luc sonrió.

—Olvida cualquier pensamiento calenturiento que se te esté pasando por la cabeza. ¿Querrás?

—Imposible hacerlo después de haber sido testigo de las miradas que le has lanzado desde que entró en el local. Y una última cuando ibas a salir de este.

—Solo me ha llamado la atención su situación —se excusó Luc buscando algo que pudiera convencer a su amigo de que era así.

—Pues por eso mismo debes comentarle lo de la cena. Está sola. Invítala —le aseguró palmeando a Luc en el hombro.

Luc resopló.

—¿Qué pretendes?

—No sé de qué coño me hablas. Solo te estoy diciendo que vuestra familia tenéis la costumbre de hacer una cena en Nochebuena en la que los huéspedes pueden apuntarse. Y lo mismo sucede con la comida de Navidad.

—Ella está de paso. Dentro de cuatro días regresa a Madrid.

—Suficientes, ¿no crees? Una cena y una comida.

—Ya sé por dónde vas —le aseguró agitando un dedo delante de su amigo como si lo acusara de algo.

—Sí, me conozco de memoria el camino a casa. Y eso que vengo poco.

—¿Sabes que estás como una puta cabra? Deja de vacilarme.

—Es posible que lo esté, no te lo discuto. Y no te estoy vacilando. A ver, ¿qué puedes perder por intentar hacerle la estancia más agradable los días de Navidad? Ah, y por si te sirve de algo…, también la he pillado mirándote.

—Seguro. Me vuelvo al hotel. Supongo que Sophie ya se habrá largado.

—Piénsalo.

Luc se despidió de Vincent sin terminar de creerlo. Lo que su amigo le insinuaba era una gilipollez. No tenía la más mínima intención de plantearse algo con una mujer y menos con una huésped del hotel. Pretendía pasar unas Navidades tranquilas, disfrutando de estas en el tiempo libre que le dejara el trabajo. Solo eso. De manera que las ideas de Vincent mejor que se las quedara él.

Marlene se dio una vuelta por la ciudad cuando terminó de comer. Estaba algo resignada ante aquel ambiente tan navideño. Pero no sería tan necia de no visitar los lugares más emblemáticos. Compró una guía y se encaminó al hotel. Le echaría un vistazo tranquilamente en la sala que había visto al llegar. Esperaba que Luc no estuviera en recepción. Desconocía el motivo por el que no le hacía gracia esta idea.

De repente sintió vibrar y sonar su teléfono.

—Dime, Esther.

Hey, ¿qué tal por Estrasburgo?

—Más bien por Colmar —le corrigió Marlene con ironía empujando la puerta del hotel para no quedarse en la calle pelando frío. Se centró en la llamada camino del acogedor saloncito junto a la chimenea y se sentó al dejar la guía de la ciudad sobre la mesa. Cuando acabara de hablar con Esther, se pondría a hojearla.

—¿Colmar? ¿Y qué coño haces ahí?

—Han cerrado la línea del tren, así que no me ha quedado otra que buscar un hotel para pasar los días. Y antes de que me lo preguntes, te informo que las carreteras también lo están debido a la nieve —le aclaró sentándose en un sillón.

—Pero entonces, ¿no puedes ir a Estrasburgo?¿Y el trabajo de mañana?

—Lo cubrirán con alguien que esté allí. Ya está todo solucionado. Llamé a Robert para contarle cuál era mi situación.

—Vaya coincidencia.

—¿Cuál? —preguntó Marlene sin comprender a qué se refería su amiga.

—Que te dijera que no cogieras el vuelo directo a Estrasburgo y que fueras por Basilea. La próxima vez no te digo nada.

—Ya, bueno, ¿quién iba a esperarse estas nevadas? Ya da igual, no se puede hacer nada —comentó resignada, y se dejó caer hacia atrás en el sillón. Cruzó las piernas y se desabrochó el abrigo. Luego se desprendió de la bufanda que dejó sobre uno de los brazos del sillón.

—¿No has cambiado el vuelo de regreso?

Marlene se incorporó sacudiendo la cabeza con los ojos cerrados. El pelo ocultó su rostro por unos segundos durante los cuales Luc la contemplaba intrigado desde detrás del mostrador de recepción. La había visto entrar, pero no había dicho nada. Bueno, ni siquiera había pedido su llave.

—No, no lo he cambiado. ¿Para qué? ¿Para que me cobren por ese cambio? —le dijo desviando su atención hacia la recepción, lo que hizo que se percatara de la presencia y de la mirada de Luc. Este se dirigía al otro chico que estaba sentado frente al ordenador. Ese momento le permitió observarlo sin que él se diera cuenta—. He pensado quedarme aquí y conocer la ciudad.

Pero si es un lugar muy navideño. No creo que…

—Ya me he dado cuenta de ello. No te preocupes, sobreviviré. Apuesto a que en cualquier momento me encontraré a un elfo o un duende de Papá Noel cruzando la calle. O al doblar una esquina. ¡Joder, si hasta tienen ositos de peluche colgados en las ventanas como si fueran adornos! No quiero ni pensar cuando alguno se desprenda y le caiga encima a alguien —le confesó ironizando con el sentido navideño de la ciudad.

—Por eso mismo lo digo. Porque a ti la Navidad no te hace mucha gracia.

Marlene emitió una especie de gemido o gruñido de aprobación apartando la mirada de Luc, no fuera a ser que la pillara.

—En fin, que pienso pasarme aquí estos días hasta que regrese.

—En ese caso, que lo disfrutes.

—Ja, ja, qué graciosa.

—Cuídate. ¿Vale? Y pásatelo bien. A lo mejor descubres que la Navidad no es solo consumo y poner buena cara. Por cierto, ¿y Robert?

—En Estrasburgo.

—¿Qué le ha parecido que no vayas?

—No debe de haberle supuesto mucho trastorno. Ya te he dicho que buscarán una persona que haga el trabajo.

—¿Y en lo personal? Me refiero a que, según me comentaste el otro día, él parecía tener muchas ganas de volver a verte.

—Pues se va a quedar con ellas porque, por lo que soy yo, ni puedo ni pienso ir.

—Tal vez se presente él ahí.

—Que lo intente. Si la nieve se lo permite…

—De acuerdo. He captado el mensaje —le aseguró con un tono cargado de ironía y con segundas—. En serio, pásatelo lo mejor que puedas. Y ya me contarás.

—Sí. Descuida. Nos vemos a mi regreso. —Marlene dejó el teléfono encima de la mesa y luego se puso de pie para desprenderse de su abrigo ante la expectante mirada de Luc.

Él se había quedado observándola de manera fija mientras ella se desprendía del abrigo. La conversación con Vincent volvió a su cabeza y se preguntó si no tendría razón después de todo. A lo mejor, debería comentarle lo de la cena y la comida de Navidad. Al fin y al cabo, ella era huésped del hotel y, si quería, podía optar por esa opción.

Marlene desvió la atención hacia la recepción cuando dejó el abrigo sobre la silla. Para su sorpresa e incómoda, se encontró con que Luc la estaba mirando con una expresión que no creía que fuera la más acertada para dirigirle a un huésped. Ella sintió un repentino calor sofocante invadir su cuerpo hasta acentuarse en su rostro; calor que achacó al fuego que ardía en la chimenea. Sacudió la cabeza sin comprender a qué venía aquella manera de mirarla, parecía que se la estuviera imaginando sin ropa. Le hizo un gesto con la cabeza para saber si quería algo. Y cuando esperaba que él sacudiera la cabeza o agitara su mano para descartar cualquier comentario, lo vio caminar hacia ella.

—Disculpa, quería preguntarte si quieres cenar en Nochebuena y comer en Navidad aquí en el hotel. Verás, tenemos la tradición de celebrar esos dos días con los huéspedes que quieren. Es para reservarte un asiento en la mesa, ya que has venido sola y tal vez te apetezca pasar un rato en compañía de otros. O si prefieres cenar sola —le aclaró con sus manos en alto y la mirada entornada hacia ella—, te advierto que esa noche todos los establecimientos estarán cerrados a eso de las siete.

Marlene se quedó sin palabras cuando escuchó aquella proposición que, desde luego, no esperaba ni por asomo. Sintió que sus pulsaciones se ralentizaban como si fueran a detenerse de un momento a otro. Entrecerró los ojos y sacudió la cabeza.

Luc comprendió que había sido demasiado directo en su propuesta y que no se había explicado de la manera correcta.

Ella pensó que nada podía ir a peor después de que, por causas de la climatología, tuviera que quedarse en aquella ciudad de Navidad. Pero aquello…

—Bueno, me pillas con el pie cambiado —fue lo primero que se le ocurrió decirle. Se apartó el pelo del rostro y se sentó porque, para su gusto, él estaba demasiado cerca de ella y, en cierto modo, esa cercanía la incomodaba. Sin duda que aquel ofrecimiento la había sorprendido y no sabría decir, en ese momento, si aceptaba o no.

—Bien, si quieres pensarlo, tienes tiempo hasta pasado mañana. Cuando bajes a desayunar, deberás dejar dicho en el comedor si hay que ponerte un cubierto. No estás obligada a hacerlo si no te apetece, ya te lo he dicho. Solo quería que lo supieras. —Luc se apartó de ella para no incomodarla más y dejarla a solas.

—Lo tendré en cuenta. Gracias —se apresuró a decirle antes de que él se alejara del todo de su lado. Lo vio girarse de la misma manera que había hecho cuando se despidió de ella en el salón de té donde había comido: lanzando una mirada y una sonrisa en su dirección. Marlene trató de recomponer sus pensamientos y sus emociones. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué, de repente, sentía una agitación desconocida para ella? Tenía la impresión de estar viviendo su particular cuento de Navidad. ¿Qué papel desempeñaría él en todo aquello? Sacudió la cabeza y decidió apartar cualquier pensamiento que tuviera que ver con él. Cogió la guía de la ciudad y se dispuso a echarle un vistazo en un intento por abstraerse. Ya que iba a quedarse allí, qué menos que visitarla.

Luc regresó tras el mostrador de recepción. No quiso ser demasiado directo y seguir mirándola. Además, tenía que echar un vistazo a las reservas para la semana siguiente. Pero a cada instante que el trabajo se lo permitía, apartaba la mirada de la pantalla solo para comprobar que ella seguía allí. La contempló fruncir el ceño, entreabrir los labios, sacudir la cabeza y hacer más gestos que le impidieron centrarse. Era atractiva, algo tímida, en ocasiones; y fría en otras. Pero creía que su comportamiento se debía a que se había quedado atrapada allí a causa de la nieve y no tenía manera de llegar a Estrasburgo. Imaginaba que, en el fondo, no era lo que aparentaba, sino más bien que las circunstancias de aquel viaje le habían afectado y de qué manera. Luc se dio cuenta de que no había dejado de pensar en ella desde que regresó al hotel. Decidió centrarse en los asuntos que tenían que ver con el trabajo. Las reservas posteriores a las Navidades descendían de manera notable, como era de esperar. Una vez que llegaban los primeros días del año, los huéspedes se marchaban porque las atracciones en Colmar tocaban a su fin y la ciudad recuperaba el aspecto habitual.

—Disculpa que te pregunte.

Luc se sorprendió al escuchar la voz de ella y, de repente, volvió a tomar conciencia de la presencia de Marlene. Bajaba la mirada hacia la guía de la ciudad.

—Tú dirás. —Él se levantó de la silla tras apoyar sus manos abiertas sobre el mostrador.

—¿Qué es la pequeña Venecia? ¿Consta de canales la ciudad?

Marlene pasó las páginas de la guía turística para centrarse en esta parte de la ciudad. Sabía de la cercanía de Luc y que, si levantaba la mirada, se encontraría con la de él escrutando su rostro.

—Sí, pero no te vayas a pensar que son como la ciudad italiana —le aclaró sonriendo divertido, fijando su mirada en el rostro de ella—. Déjame.

Marlene sintió el roce de los dedos de él sobre los suyos cuando Luc le cogió la guía para echarle un vistazo. Luego le entregó un mapa de la ciudad y, con un bolígrafo, le explicó la ubicación mientras la controlaba por el rabillo del ojo. No podía dejar de hacerlo y de imaginarse cosas que no tenían razón de ser. «¡Vincent y sus malditos comentarios!», se dijo.

—El hotel está justo aquí. Si coges esta calle...

—¿La del mercadillo navideño? —preguntó ella levantando la mirada para fijarse en él. De inmediato, se dio cuenta de que fue un error porque su cercanía seguía provocándole una sensación extraña y agradable.

—Sí, correcto. Y giras aquí caminando por el barrio de los curtidores en dirección al mercado central de Colmar. Puedes ir viendo el río y cómo pasa por debajo del puente. También se recomienda admirar la decoración de las casas que hay en ambos márgenes. Se la llama la pequeña Venecia por el estilo arquitectónico de algunas de estas.

Marlene asintió sin decir nada. Estaba más pendiente de la manera en la que él se dirigía a ella que de la historia de la ciudad. Su forma de mirarla, de sonreírle en alguna ocasión y de que sus rostros estuviesen separados por escasos centímetros, porque él se había inclinado sobre el mapa.

—Entiendo.

—Me alegra saber que mi explicación te ha servido —le aseguró incorporándose sin dejar de mirarla y hacerse infinidad de preguntas sobre ella.

—Sí, espero no perderme.

—No te perderás. La ciudad no es muy grande, y tienes letreros que te indican el camino a seguir. Lo que no puedo asegurarte es si, en estos días, podrás dar un paseo en barca.

—Oh, no te preocupes. No tengo intención —le aseguró encogiéndose de hombros sin darle importancia—. Además, con el frío que hace no creo que sea una buena idea recorrer el río.

—En eso te doy la razón. La temperatura ha descendido bastante pese a la nieve. Pero estoy seguro de que hace menos frío que en Estrasburgo. Esta queda más al norte.

Marlene asintió en silencio. Se quedó parada en el sitio contemplándolo sin saber qué demonios estaba haciendo.

—Bueno, gracias por la explicación.

—Espero que te guste el paseo. Dentro de poco, todas las casas estarán iluminadas. Aprovecha para sacar alguna que otra foto de recuerdo —le aconsejó cogiendo la llave de una pareja mayor que salía del ascensor en ese momento.

La mujer se dirigió a Marlene con toda confianza, como si la conociera de toda la vida.

—Tiene razón. La ciudad al atardecer es una preciosidad. Las fachadas de las casas se iluminan, lo que hace resaltar toda la decoración. No deje de sacar alguna que otra fotografía, como le dice el joven.

—Sí, seguro —asintió Marlene de manera educada y vio a la pareja salir del hotel mientras ella permanecía todavía allí, como si estuviera esperando algo.

—Hazlo. No te arrepentirás. Ya me contarás que tal te ha ido —le pidió señalándola con un dedo.

Marlene no comentó nada más porque se quedó pensativa. No entendía muy bien todo aquello que le estaba sucediendo. «¿Sacar fotos a las fachadas de las casas?», se preguntó recordando el consejo de la señora. No, no creía que le diera por ahí. No le gustaban las Navidades. Pero entonces, ¿por qué permanecía en aquella ciudad sacada de una película de Disney? ¿Por qué no había cambiado el vuelo de regreso como le preguntó Esther? ¿Qué diablos hacía allí si no le gustaba el ambiente navideño? Pues eso precisamente quería saber ella porque no comprendía por qué no se había vuelto al aeropuerto. El problema de la nieve era de Colmar hasta Estrasburgo, pero nadie le había dicho que no pudiera regresar a Saint Louis o a Mulhouse. Estaba convencida de que había acabado en Colmar por algún motivo, y eso era lo que pretendía descubrir los días que pasara allí.

Marlene se dio cuenta de que todavía seguía allí, en mitad del pequeño vestíbulo del hotel.

—¿Hay algo más que pueda hacer por ti? —La voz de Luc dirigiéndose a ella hizo que se sobresaltara, como si la hubiera pellizcado.

Ella entreabrió los labios para responderle, pero su intento quedó en un suspiro de resignación.

—No. Has sido de gran ayuda. Es mejor que vaya a ver la pequeña Venecia así como las casas iluminadas y adornadas de las que hablas —le aseguró con un toque de resignación que Luc no pasó por alto.

Luc la observó salir del hotel sin decir nada más. Pero había algo en ella que le llamaba la atención de manera poderosa.

—A esa chica no le gusta la Navidad —señaló Marc a su espalda.

—La verdad es que no parece muy contenta de estar aquí. Y no se lo discuto porque ha sido una putada que tenga que estar mañana en Estrasburgo y no pueda ir.

—Ya, el temporal parece no dar tregua. He escuchado en las noticias que han estado trabajando a pleno rendimiento para despejar algunos tramos de las carreteras. Pero teniendo en cuenta que está anocheciendo… y que ha vuelto a empezar a nevar, dudo mucho de que puedan lograrlo.

—Y, con las bajas temperaturas de esta noche, la nieve se convertirá en hielo y no podrá irse.

—Pero si no le gusta el ambiente de las navidades, ¿por qué no ha cogido un vuelo de regreso a su casa? Todos los turistas vienen a la Alsacia atraídos por la decoración, los mercadillos navideños y demás. ¿Qué pinta ella aquí?

La pregunta de Marc hizo que Luc también se lo planteara.

—No tengo ni la menor idea.

—¿Ha venido sola? —preguntó Marc lanzando una mirada de curiosidad a su colega y jefe, quien se limitó a asentir en un primer momento.

—Tal como se acaba de marchar.

—Pues, en cierto modo, es una lástima no tener a alguien con quien recorrer esta ciudad. La verdad… —Marc chasqueó la lengua decepcionado por este caso—. Esto parece tranquilo, ¿no?

Luc apretó los labios formando una delgada línea al tiempo que asentía.

«Sí que lo es».

—Eh, sí, sí. No te preocupes. Date una vuelta por ahí si quieres. Ya me quedo yo por si llegan más huéspedes. Aunque lo cierto es que podemos admitir alguno más. Apenas si quedan un puñado de habitaciones —comentó con la esperanza de colgar en la puerta el cartel de completo.

Marlene caminó por las calles que Luc le había marcado en el plano. A cada paso que daba, el ambiente navideño la iba cercando hasta que se vio formando parte de este. No quería estar allí. No era su lugar. A esas horas, debía estar en un hotel moderno de Estrasburgo repasando el tema de la reunión del Parlamento para el día siguiente. Y aunque allí también encontraría el típico ambiente navideño en la plaza cerca de la catedral, con su tradicional mercado navideño y su gran árbol en el centro, ella no tenía la mínima intención de pisar por allí. Había llamado al hotel para cancelar la reserva, pero le habían asegurado que ya era tarde para hacerlo. Se le había pasado el plazo y tendrían que hacerle el cargo. Lo único que consiguió, después de negociar durante unos minutos, fue que le rebajaran a la mitad. El hecho de no haberse presentado en el hotel no había sido voluntario, sino debido a la climatología.

En ese momento, su teléfono vibró en el interior de su abrigo. Intentó cogerlo con los guantes puestos, pero, al ver que le resultaba imposible, tuvo que quitárselos y aguantar el frío. Resopló de mala gana cuando leyó el nombre de Robert en la pantalla. Marlene pensaba si tenía ganas de hablar con él o no. Pero, ante la insistencia del tono, decidió deslizar el dedo por la pantalla y hablar con él para dejarlo todo claro.

—Dime, Robert.

—Hola, cielo, me preguntaba si finalmente habías tenido oportunidad de venir a Estrasburgo.

Marlene permaneció en silencio durante unos segundos asimilando aquel comentario. ¿Cielo? ¿A qué cojones venía aquel apelativo por parte de él?

—No, no he hecho intento de ir. Ya te he dicho que el tren no circula más allá de Colmar —le repitió con un tono que denotaba ironía y cansancio por tener que repetirle las cosas. Resopló cerrando los ojos y sacudiendo la cabeza.

—Ya, bueno, pero tengo entendido que se puede llegar por carretera. La autovía parece estar casi despejada. Por eso te llamo. Para ver si tenías opción de llegar por autocar.

—No, no lo he hecho. Y no voy a hacerlo a estas horas. Estoy cansada y de muy mala hostia. De manera que déjalo. ¿Quieres? Además, está empezando a nevar otra vez.

—Tal vez podrías intentarlo mañana por la mañana. La sesión del Parlamento no comienza hasta las diez.

—He cancelado el hotel de Estrasburgo.

—Por eso no tienes que preocuparte. Tienes mi casa.

Marlene abrió la boca y arqueó sus cejas en un gesto bastante expresivo. Cada vez estaba más convencida de que, en realidad, lo del trabajo en el Parlamento era una excusa para verla. Seguro que, después de todo, él lo había organizado para que fuera ella quien acudiera a Estrasburgo, y de paso para que se quedara con él y acabara en su cama. Pues no. Ella no estaba por la labor. De manera que no iba a coger ningún tren, autobús o taxi para llegar a Estrasburgo. Había decidido quedarse allí.

—Ya, y aquí he pagado las cuatro noches al registrarme y, la verdad, no creo que me lo devuelvan. No quiero seguir regalando dinero a los hoteles franceses. Ya me han cobrado la mitad del de Estrasburgo. De manera que no voy a moverme de aquí a estas alturas.

—Venga, no me jodas, tú no tienes problemas de dinero con tu puesto de traductora en el Parlamento. ¿O vas a decirme ahora que cobras una miseria? ¿En serio no vas a poder venir?

Robert empleó un tono algo zalamero para hacerla sentir culpable, para ver si reaccionaba.

—No. Estoy cansada por todos los acontecimientos de este día y quiero descansar. Y ahora, si me disculpas, estoy en la calle y me estoy quedando helada. De manera que voy a colgar. Adiós.

Marlene no dio opción a que él dijera algo más. E incluso silenció el móvil y lo devolvió al interior de su abrigo. Luego, resopló convencida de que había hecho lo que debía. No iba a ir a Estrasburgo para darse un revolcón con Robert. Además, ella se lo había dejado muy claro la última vez que estuvieron juntos. No iba a dejar Colmar. No tenía ganas de moverse del hotel. Ya había tenido bastante con ese día. De manera que siguió caminando en dirección a la pequeña Venecia, como le habían sugerido en el hotel.