Marlene se levantó como si fuera una zombi. No había conseguido pegar ojo y eso que el día anterior había sido intenso con el viaje y todo lo demás. Pero, a pesar del cansancio que arrastraba, no había sido capaz de dormir de manera profunda, sino más a bien a cabezadas. Y, cada vez que despertaba, se quedaba con la mirada fija en el techo de la habitación. Esperaba que un café y un buen desayuno le bastaran para sentirse como nueva.
Después de una ducha que esperó que la terminara de despejar, se vistió y dejó la habitación en busca de una buena dosis de cafeína. Descendió las escaleras y, tras lanzar una mirada hacia la recepción para ver si Luc estaba allí, se sintió algo decepcionada cuando descubrió que no era él quien atendía el teléfono. De manera que abrió la puerta que conducía al pequeño patio y una corriente de aire gélido la obligó a poco menos que correr a refugiarse en el interior del comedor. Este era pequeño pero acogedor. Por supuesto contaba con una batería de adornos navideños por todas partes, pero que no le afectaron. Y menos a esas alturas. Eran algo a lo que ella ya se estaba más que acostumbrando. Se quedó pensativa buscando una mesa libre en la que sentarse cuando al volverse, chocó con alguien.
—Disculpa… —Marlene levantó la mirada encontrando el rostro de Luc; su mirada de desconcierto, tal vez por haberse chocado con ella, y su inmediata sonrisa. Esa que a Marlene parecía hacerla entrar en un calor relajante.
—Buenos días. Iba pensando en recoger cuanto antes esa mesa para que estuviera disponible. No te he visto. Ven, siéntate —le indicó descendiendo junto a él un pequeño tramo de escaleras. El comedor tenía dos pisos: el superior contenía, aparte de varias mesas, todo lo necesario para desayunar. Y el inferior daba a la parte trasera del hotel, a una calle por la que la gente transitaba desde temprano.
Ella se quedó de pie contemplando a Luc retirar los restos del desayuno de otros huéspedes. Se sentía algo cohibida observándolo de manera detenida, sin echarle una mano. Por eso mismo, desvió su atención hacia la ventana.
Luc desplegó al momento un mantel y colocó una taza con su plato y cubiertos.
—Tienes todo lo que necesitas en la alacena. Si no encuentras algo, me lo dices. O si prefieres alguna otra cosa. ¿Eres alérgica a algo?
—No, que yo sepa.
—¿Qué tal dormiste?
—Creo que, de lo cansada que estaba ayer, no he logrado descansar como merecía —le respondió esbozando una media sonrisa llena de ironía.
En ese momento fue él quien se quedó contemplándola como si sintiera deseos de quedarse a su lado. Marlene acusó en su estómago su manera de mirarla, sonrió y se colocó el pelo tras la oreja antes de ir en busca de un café que la despejara.
Durante el tiempo que ella pasó en el comedor, ninguno de los dos pudo abstraerse al juego de miradas directas e indirectas. Daba la impresión de que ambos se buscaban entre las idas y venidas de los huéspedes y cuando coincidían se limitaban a sonreír o a intercambiar algún gesto que Marlene comenzaba a interpretar como de mucha confianza. Vale que el día anterior él se hubiera mostrado atento ante su situación; que él se ofreciera a enseñarle Colmar de noche y que pasaran tiempo en los mercadillos navideños, pero… Se quedó pensativa mirando a la calle con la taza en las manos.
—¿Necesitas algo más?
Marlene se sobresaltó al escuchar la voz de él tan cerca. Estaba tan ensimismada en sus pensamientos y en su intento por no pensar en él que escucharlo hizo que estuviera a punto de dejar caer su taza. Sintió su corazón latir más y más deprisa tratando de controlarse.
—Te he asustado.
—Estaba pensando en que, a estas horas, debería estar en el Parlamento Europeo disponiéndome a entrar en mi cabina. Y, sin embargo, estoy tomándome mi desayuno con calma en un pequeño hotel en Colmar —le resumió mirándolo por un instante.
—¿Desearías estar allí en este momento? —la pregunta de él vino precedida de una mirada interrogante.
Marlene pareció tener dificultades para responderle. Por primera vez no sentía la necesidad de hacerlo de manera rápida y aludir a su trabajo. Se quedó callada con la mirada perdida en el vacío durante unos segundos.
—La verdad, no sabría qué decirte. Aunque ayer te debí parecer una loca por la manera en la que me comporté —comenzó diciendo mientras observaba a Luc sacudir la cabeza y fruncir sus labios—, hoy lo cierto es que tal vez hasta haya agradecido que la nieve no permitiera al tren llegar a Estrasburgo.
—Vaya cambio, ¿no? Te dije que probablemente todo estaría solucionado y que podrías llegar a Estrasburgo esta mañana.
—Sí, pero no he sentido la necesidad de salir corriendo para hacerlo. Además, no estaba segura de querer ir. —Marlene arqueó las cejas y se mordisqueó el labio.
—¿Era muy importante para ti estar hoy en el Parlamento?
Marlene cogió aire y lo soltó de manera lenta y calculada.
—Ayer lo era. Pero a medida que pasaban las horas, me fui dando cuenta de que no se podía hacer nada y que lo mejor era tomarse las cosas como venían. Tampoco era cuestión de alquilar un coche y largarme tal y como estaban las carreteras. Tal vez el destino quería que me detuviera aquí.
—No te lo hubiera permitido —le aseguró él con determinación, lo que dejó a Marlene con el esperado gesto de asombro e incomprensión—. No era una noche para viajar. Y sí, tienes razón en lo del destino.
Luc se apartó de la mesa para proseguir recogiendo las demás. Marlene lo siguió con la mirada por unos segundos hasta que su móvil comenzó a vibrar. Se había quedado sin capacidad de respuesta cuando le escuchó decirle que no le habría permitido irse en un coche la noche pasada. El tono de su móvil siguió sonando y ella reaccionó antes de que todo el comedor se la quedara mirando. Era Robert. ¿Qué narices quería entonces?, se preguntó malhumorada. ¿No le había quedado claro que no iba a ir? Y menos a esas horas. A ella le había sentado mal que la llamara en ese preciso momento.
—¿Qué quieres, Robert? —El malhumor quedó impreso en el tono de su pregunta.
—Vaya, te noto algo irascible. ¿Has dormido mal?
—Lo cierto es que casi no he descansado. Ayer tuve demasiados sobresaltos. Dime. —Marlene descansó la frente sobre la palma de su mano.
—Saber si te habías decidido a venir a Estrasburgo. He escuchado a la gente hablar sobre el estado de las carreteras, y de que ayer, a la noche, ya se podía circular. Y lo mismo para los trenes esta mañana.
—No, no he ido.
—¿Sigues en Colmar, entonces?
—Sí, ya te lo dije ayer. No es de recibo que vaya a Estrasburgo si ya no me necesitáis en el Parlamento.
—Ya, pero esperaba verte. Creía que ahora, que ya se puede viajar, vendrías después de todo.
—No, no voy a moverme de aquí. No me gustaría que me volviera a suceder lo de ayer y que perdiera el vuelo a Madrid.
—Te podría acercar yo. ¿Pasarás la Nochebuena y la Navidad sola?
En ese momento, Marlene desvió la mirada hacia el centro del comedor. Descubrió que Luc la estaba contemplando una vez más. Ella se mordisqueó el labio y sacudió la cabeza antes de responder a Robert.
—No te preocupes. La pasaré con la gente del hotel.
—¿Con la gente del hotel? —repitió Robert alarmado por esa decisión—. Pero si ni siquiera la conoces. Y, además, ¿cómo va a…?
—Me he apuntado a la cena de Nochebuena que organizan para los huéspedes que quieran. Ah, y a la comida de Navidad —se apresuró a decir antes de que Robert emitiera alguna protesta.
—Pensaba que pasaríamos juntos esos dos días. Si no puedes desplazarte aquí, iré yo al hotel.
—No hace falta, así que no andes viniendo.
—Oye, tengo que dejarte. Ya hablamos más tarde.
—Como quieras, pero no voy a cambiar de opinión. —Marlene cortó la llamada y dejó el teléfono sobre la mesa. Siguió desayunando en silencio dándole vuelta en su cabeza a la conversación con Robert. Decidió que no merecía la pena dedicarle más tiempo, de manera que terminó su café y se levantó de la mesa con la sola idea de hablar con Luc.
—¿Te marchas?
—Sí. ¿Me apuntaste para la cena de Nochebuena y la comida de Navidad? —le preguntó, para asegurarse de este hecho, contemplando cómo el rostro de él parecía iluminarse con una sonrisa que alarmó a Marlene.
—Sí, lo dejamos hecho anoche cuando llegamos. Quédate tranquila que no te dejaría sin un asiento. Por cierto, ¿qué vas a hacer esta mañana? —le preguntó, lo que la pilló desprevenida una vez más.
Ella no supo qué decirle. Todavía pensaba en la cena de Nochebuena y en Navidad.
—Pues recorrer la ciudad de día. ¿Hay algo más que pueda hacerse? Supongo que visitar algún museo… Tomarme un café a media mañana… Comprar algo…
—Te propongo algo mejor.
Marlene entrecerró los ojos mirando a Luc con inusitado interés. Podía esperarse cualquier cosa de él.
—Me estás dando miedo.
—No es esa mi intención. De verdad —le aseguró contemplándola abrir los ojos como platos y haciendo un gesto de no estar segura de ello.
—Está bien. ¿Qué me propones?
—Pasar el día lejos de Colmar. Tomar un autobús que nos lleve a uno de los pueblos más pintorescos que hay cerca de aquí.
Marlene abrió la boca para darle su opinión, pero al momento se quedó sin palabras. Sacudió la cabeza y logró controlar sus, ya de por sí, excitadas pulsaciones.
—¿Has dicho que nos lleve? ¿Te refieres a que vayamos juntos? ¿Tú y yo? —Marlene entornó la mirada hacia Luc porque no terminaba de creer que él estuviera hablando en serio. Que ayer se hubiera ofrecido a echarle una mano pase. Pero que esa mañana pretendiera que se largaran los dos por ahí comenzaba a ser algo peligroso.
—Si estás de acuerdo en aceptarme como tu guía particular. También puedes irte sola. Te diré dónde puedes coger el autobús. Es justo frente a la estación de trenes.
Marlene tenía dificultad para respirar porque sin duda alguna que aquella situación era cada vez más irreal. De verdad. Debía decirle que no la acompañara, que si le apetecía iría ella sola más tarde, o que prefería quedarse en Colmar pasando el día. Pero entonces una extraña sensación se asentó en su pecho. Una sensación agradable. ¡Joder, Luc comenzaba a gustarle, pero no quería seguir con aquella locura porque sabía lo que terminaría por pasar! Pero ¿por qué no lo paraba a tiempo?
—¿No será una de tus artimañas para que siga considerando la Navidad como un tiempo de paz, de buenos deseos y todo ese rollito? —Marlene sonrió con picardía presuponiendo que así sería.
—No. Es más bien una excusa para estar contigo —le dijo acercándose a ella hasta que sus palabras fueron un susurro que confundió a Marlene.
Lo contempló atónita por su declaración que fue acompañada por un guiño y una sonrisa cínica.
—Yo…
Marlene tuvo la sensación de que se ahogaba porque aquella afirmación de él era lo que menos podía esperarse. Era un buen momento para salir huyendo solo que su cuerpo parecía que no coordinaba de la manera que debería. Y permaneció allí, quieta, delante de él.
—¿Pensabas que te lo decía en serio? —le preguntó él al ver la cara de confusión que se le había quedado—. Tranquila. Estaba bromeando. Tienes razón en lo de seguir mostrándote la Navidad en la Alsacia, pero que sepas que no estás obligada a ir ni nada por el estilo.
—No, claro. Pero ¿y el hotel?
Luc asintió sin decir nada más. Prefería que ella pensara que era una broma por parte de él, pero lo cierto era que había algo de verdad en las palabras de él. Le apetecía estar con ella.
—¿Qué le sucede? Estoy seguro de que seguirá aquí a nuestra vuelta.
—¿No tienes que quedarte a trabajar?
Marlene no pudo evitar sentir una mezcla de nervios, excitación y temor a partes iguales. Le gustaba la idea de pasar el día con él sabiendo el riesgo que estaba corriendo. Le atraía. Era un tipo simpático, agradable y atento con ella. Eso era lo que le estaba afectando. Con el que podía hablar de diferentes temas y con quien se reía. Alguien por el que si no lo detenía en ese momento, podía acabar sintiendo algo más que una simple atracción.
—Eso está todo controlado. No te preocupes. Bueno, ¿qué me dices?
—Que te tomas demasiadas atenciones conmigo. —Marlene se quedó en silencio mirándolo de manera fija sin saber qué más decir o hacer. Solo era consciente de que, por alguna extraña razón, la noche pasada había deseado que él la besara, igual que le estaba sucediendo en ese instante.
—No puedo permitir que pases sola las Navidades.
—Sigues con las mismas, ¿eh? Bueno, si es por eso… Aunque imagino que el lugar al que vayamos será otra sucursal de Papá Noel —ironizó en un intento por parecerle fría y esquiva, mientras en su interior la calidez que él le estaba regalando amenazaba con incendiarlo todo de un momento a otro. Solo tenía que estar preparada para cuando llegara. Pero ¿cómo lo haría?
—Esa es mi única intención.
Marlene asintió pensando que ojalá fuera cierto y que sus propósitos no fueran más allá de su propósito navideño.
—Subo a la habitación un momento y quedamos.
—Te espero en recepción.
La vio salir por la puerta del comedor, ajeno a las miradas de su madre y de su hermana. Y cuando Luc se volvió y las encontró a ambas cruzadas de brazos moviendo la cabeza comprendió a qué venían aquellas miradas. Supo lo que ambas pensaban.
Marlene no sabía cómo parar aquello. Agradecía las atenciones de Luc con ella, pero no pretendía que él entendiera que podía tener algún interés en él. Bastante había pasado con dar por concluida su relación con Robert como para lanzarse de cabeza a algo que no tenía visos de futuro. No. De manera que se mantendría alerta ante cualquier señal de que la cosa se estaba saliendo del guion.
—¿Hacia dónde vamos? —le preguntó ella minutos después de abandonar el hotel y caminando al lado de él por las calles de Colmar.
—Vamos a la estación del tren. Justo frente a esta, podremos tomar un autobús de uno de los dos circuitos que hay para recorrer los pueblos de esta región. No tardaremos más de quince minutos en llegar a Kaysersberg, por ejemplo. Te gustará —le aseguró desviando la mirada hacia ella y sonriendo—. Te vendrá bien salir de Colmar, ya que esta no es una ciudad al estilo de Estrasburgo.
—Es más pequeña pero, en cuanto al ambiente navideño, no sabría qué decirte. ¿Qué pasa en esta región que toda la gente vive la Navidad como si fuera a acabarse el mundo?
—Es una tradición tan arraigada como la vendimia. Esta región es rica en vinos. Son los dos acontecimientos de más popularidad. Venga, vamos —le dijo señalando el autobús que estaba parado mientras el chófer charlaba de manera afable con algunos pasajeros—. Quédate aquí mientras compro los billetes.
—Eh, espera. —Marlene lo retuvo por el brazo, lo que lo obligó a volverse. Ninguno de los dos fue tal vez consciente de que sus cuerpos se habían quedado tan cerca el uno del otro que apenas si pasaba el aire entre estos.
—¿Por qué? ¿Qué sucede? —Luc la contempló contrariado por su repentino gesto.
—Porque no voy a dejarte pagar los billetes después de que anoche me invitaras a todo. Es mi turno o no iré contigo —le aseguró con las cejas formando un arco de expectación y una sonrisa deliciosa que Luc sintió ganas de borrarle con un beso.
Se vio incapaz de reaccionar ante aquella imagen de ella. No dijo nada. No podía, ya que se preguntaba por qué no la había besado de una maldita vez si era lo que le despertaba cada vez que estaban tan cerca. Sintió la mano de Marlene apartarlo de su camino hacia la taquilla, que no era sino otra caseta de madera como la de los mercadillos.
Él se acercó a ella con la necesidad de volverla a sentir cerca.
—A Kaysersberg, ¿verdad? —le preguntó contemplándolo asentir mientras le devolvía la mirada con los ojos entrecerrados. Marlene se volvió con los billetes en su mano preguntándose qué narices estaría pensando él por su manera de mirarla—. ¿Por qué me miras de esa manera, como si me estuvieras estudiando?
—Nada más lejos de la realidad. Anda, vamos al autobús. Está a punto de irse.
Durante el corto trayecto que los llevó de un lugar al otro, Luc le comentó que aquella región era muy rica en vinos. Marlene solo tenía que fijarse en las extensiones de viñedos cubiertos por la nieve que encontraban en ambos márgenes de la carretera. Luc pretendía mantenerse distraído en todo momento, ya que, de ese modo, dejaría de pensar en ella como en una mujer atractiva y deseable. En ocasiones podía aspirar su perfume, sentir en leve roce de su pelo en su propio rostro, contemplar su perfil o cómo se mordisqueaba los labios.
Marlene apenas si se atrevía a moverse cuando sentía que Luc se acercaba un poco más para señalarle algo en el camino. Ella permanecía con la mirada fija en el paisaje nevado porque si la volvía hacia él, no sabía lo que se encontraría. Dio gracias a que llegaron enseguida a Kaysersberg.
—Prepárate. Quedas advertida.
Lo cierto era que ella prefería enfrentarse a la decoración navideña de aquella zona que a la mirada y a la cercanía de Luc. ¿Qué narices le pasaba con él? ¿A qué coño venía aquella sensación de creer que podía perder los papeles? Más le valdría templar los nervios y mantenerse fría como la nieve que cubría los tejados de las emblemáticas casas de aquella localidad.
—Como puedes ver, el pueblo se extiende entre montañas y al pie del castillo.
—Gracias a Dios que no está decorado con ositos de peluche —ironizó ella resoplando, lo que provocó en Luc una mirada de diversión.
—Espera y verás.
Las calles estrechas y adoquinadas se extendían a ambos lados de la vía principal. Numerosos grupos de turistas las recorrían para contemplar tanto la típica arquitectura de la zona como los adornos navideños con los que sus inquilinos las adornaban.
—¿No crees que es demasiado? —preguntó Marlene alzando la mirada hacia Luc con el convencimiento de que así era—. Demasiado empalagoso para mi gusto. ¿Un árbol de Navidad en el balcón mientras un Papá Noel trepa por este? Por favor, creo que voy morir de un ataque de azúcar —le aseguró Marlene poniendo los ojos en blanco.
—Es la tradición.
—Es gastar el dinero y el tiempo. Estoy segura de que muchos adornan sus casas para que la gente las vea o porque es la tradición y no porque en verdad les importen estos días —precisó Marlene muy segura de lo que decía.
—Apuesto a que tú sí lo harías.
—Ni de coña. Ya te he comentado que no tengo ni un solo adorno en mi apartamento. Y, después de estos días, menos todavía —le aseguró señalando los diferentes adornos en las calles, ventanas y balcones de las casas.
—A cada minuto que pasamos juntos, me convences más y más para tratar de hacerte cambiar de opinión.
—Pues lo tienes claro —le aseguró acercándose tanto a Luc que ella le permitió rozarle la cintura con su mano de una manera involuntaria. Tuvo la impresión de que él la sujetaría y la retendría contra él. Pero finalmente la dejó marchar.
—¡Fíjate en ese carrito de mimbre adornado! —Luc se apresuró a desviar su atención de ella, de tenerla tan cerca que podía sentir su respiración agitada—. Podrías ponerte y hacerte una foto.
—Me estás vacilando, ¿verdad?
Luc estalló en una sonora carcajada al ver la cara que Marlene había puesto. Pero sobre todo por el tono que había empleado: algo frío y cortante.
—Entremos en la calle principal.
Marlene lo siguió sin decir nada más. Le registraron el bolso a la entrada de esta, puesto que entraban en un área restringida. No circulaban ni los coches ni las motos. Y la policía estaba bastante presente. Sin duda que el miedo a un atentado, después de lo de Niza, había elevado el nivel de seguridad en acontecimientos como aquel.
Ella se quedó inmóvil en la entrada con una sonrisa de «lo sabía». Miró a Luc sacudiendo la cabeza mientras él se acercaba a ella, le pasó el brazo por los hombros y la atrajo hacia él de una manera casual, natural, entre risas.
—Me lo temía. Más ositos y peluches en las fachadas —dijo frunciendo sus labios y poniendo los ojos en blanco.
—No todas están adornadas como dices.
—¡Pero si hasta los salones de té y los restaurantes lo están!
—Tal vez deberíamos entrar en uno de estos a tomar algo.
—Creo que si entro en uno de ellos, acabaré cantando villancicos.
—Dime la verdad, Marlene. —Luc detuvo sus pasos y se situó frente a ella. Esta percibió el gesto serio en su rostro. Temía que fuera a decir o a hacer algo que estuviera fuera de lugar—. ¿Preferirías estar a estas horas trabajando en el Parlamento?
Ella no esperaba la pregunta. Y se debía a que no había vuelto a pensar en ello, y una buena parte de culpa la tenía él. Había conseguido hacer que se olvidara del motivo por el que había ido hasta allí. Sonrió de manera tímida bajando la mirada al suelo y sacudiendo la cabeza. No, no creía que pudiera cambiar aquello por estar en su cabina de interpretación. Pero confesárselo a él no creía que fuera lo más apropiado. Levantó su mirada e inspiró hondo.
—Da igual lo que piense porque ya no se puede hacer nada. El tiempo para ir al Parlamento ha pasado. El trabajo es trabajo, todos los sabemos. En cambio, estar aquí contigo es algo que no podría haber imaginado. ¿Y tú? Bueno, qué pregunta acabo de hacerte —le dijo de inmediato cerrando los ojos y apoyó la frente contra él de una manera inconsciente que dejó a Luc helado.
Luc apretó los labios y asintió contemplando el pelo de ella. Marlene levantó la mirada hacia él y cuando intentó reaccionar, se dio cuenta de que él enmarcaba su rostro entre sus manos pasándole los pulgares por las mejillas.
Marlene sintió el temblor en todo el cuerpo porque estaba convencida de que él la besaría en ese momento. Y todo saltaría por los aires sin que ella pudiera evitarlo. Tal vez, después de todo, aquel ambiente la estaba atrapando sin que ella lo remediara. O la personalidad de Luc era la culpable de que estuviera deseando que la besara. Sintió la caricia de los pulgares de él sobre su rostro mientras el de Luc se acercaba más y más hasta que ella cerró los ojos como si no quisiera ser testigo de aquel encuentro. Sus labios se entreabrieron de manera lenta, perezosa, y sintieron la caricia tímida de Luc. Este jugueteó con la boca de Marlene sin apartar sus dedos de las mejillas de ella. Fue un momento breve pero que reveló algo que comenzó el día anterior sin que ninguno de los dos lo supiera ni se opusiera a ello. Una atracción, un deseo y una locura. Luc se recreó en demasía en la suavidad de la boca de Marlene, absorbiendo su aliento, e hizo suyo su gemido de aceptación del beso.
Ella se apartó de Luc. Bajó la mirada al suelo apretando los labios en una especie de culpabilidad. No debió haber sucedido y lo sabía, pero…
—Creo que sería mejor dejarlo estar y continuar viendo el pueblo —le pidió en un arranque de genio por parte de ella.
—Yo… —Luc intentó decir algo, pero la mano en alto de Marlene y su gesto con la cabeza le pidieron que no siguiera. Él se sintió extraño, contrariado por la reacción que había tenido. Se dijo que tal vez se había precipitado, pero entonces ya no tenía sentido. Había sucedido y no cabían reproches a algo que había deseado hacer cuando la vio. Marlene le parecía una mujer atractiva y deseable, y él no iba a negárselo.
Caminaron por la calle principal en la que se concentraban la mayoría de los negocios: tiendas de recuerdos, de alimentación, salones de té y un mercadillo de casetas de madera en un rincón idílico alrededor de una fuente. Para sorpresa de Luc, Marlene se adentró en este recorriendo los puestos. Absorta en sus pensamientos en torno a lo que había sucedido hacía unos minutos. ¿Por qué lo había permitido?, se preguntaba en ese instante que ya no tenía remedio. Ya no podía volver atrás para evitarlo. Ni tampoco estaba segura de que, aunque volviera a encontrarse en esa situación, ella cambiara de parecer. Luc se estaba filtrando en su interior de una manera que no lograba comprender por el momento. Pero estaba ahí, ganándose su confianza hasta el punto de que había permitido que la besara, y ella había correspondido al beso. Se volvió buscándolo y cuando lo vio, se dio cuenta de que estaba sonriéndole, lo que le hizo sentir en su interior un calor y un regocijo desconocidos.
—¿Te apetece comer una tarta flambée? Es una especie de pizza pero con la masa más fina.
—Sí, ¿por qué no? —Marlene caminó hacia él, segura de que ya no tenía sentido lamentarse y que era mejor aprovechar ese día. Además, él se estaba esforzando por hacer que, en aquellos días, a ella no le quedara la sensación de haberlos perdido.
Disfrutaron de la comida en una especie de patio del que salía el humo de los hornos que trabajan a pleno rendimiento. Permanecieron juntos, charlaron, rieron e intercambiaron miradas llenas de complicidad y de curiosidad. Pero no hablaron del beso ni, mucho menos, lo repitieron.
La mayor parte del camino de regreso transcurrió en un silencio casi total. Y, aunque ambos parecían querer entablar una conversación, lo sucedido parecía pesar más que el mero hecho de conversar. Luc lanzaba alguna que otra mirada a Marlene, quien permanecía observando el paisaje a través de la ventanilla del autocar. Prefería no volver la mirada hacia Luc porque en verdad que no sabía qué decir. O incluso pensaba que ella podría inclinarse sobre él y devolverle el beso. No comprendía qué le estaba sucediendo. Le gustaba su compañía, su personalidad, el hecho de que le hubiera arrancado alguna que otra carcajada, pero ambos sabían que ella se acabaría marchando de allí el día después de Navidad. Y que, por el momento, no tenía pensado regresar a la Alsacia.
Cuando el autobús llegó de vuelta a Colmar y ambos se apearon de este, fue Luc quien hizo la sugerencia.
—¿Qué te parece si comemos por aquí por el centro? Conozco un buen sitio frente a la iglesia de los Dominicos. No en el mercadillo que hay justo en frente, por hoy creo que ya has tenido suficiente —le aclaró antes de que ella pudiera pensar en esta posibilidad.
Marlene frunció el ceño y se mordisqueó el labio en un gesto de estar pensándolo. ¿Era buena idea seguir disfrutando de la compañía de Luc?
—¿Y el trabajo? Insisto en que no pretendo quitarte tiempo de este. Y, además…, yo puedo comer sola en cualquier lugar.
—Me sabe mal que lo hagas. Y en cuanto al trabajo en el hotel, ya te dije que no tienes de qué preocuparte. Pero si prefieres quedarte sola, te dejaré y regresaré a este.
—Creo que me quedaré por aquí dando una vuelta.
Luc asintió comprendiendo la postura de ella.
—Sin duda que lo sucedido en Kaysersberg te ha afectado.
—No entiendo el motivo por el que lo hiciste, la verdad. Pero menos me entiendo a mí misma por haberte correspondido.
—¿Tal vez porque ambos nos sentimos a gusto con la compañía del otro? —se aventuró a preguntarle arqueando las cejas en busca de una aclaración.
—¿Y qué? Vale, existe una atracción que ha desembocado en un beso. No te lo discuto, pero es mejor pararlo ahí. —Marlene extendió el brazo con la mano abierta, como si lo estuviera deteniendo—. No tiene sentido proseguir con algo que ambos sabemos que no tendrá continuación cuando regrese a España.
—Está bien. Si es lo que quieres… —Luc se encogió de hombros mirándola entre la fascinación y la sorpresa.
Marlene se quedó contemplándolo, como si acabara de insultarlo por rechazar su invitación. Con los ojos como platos mientras dejaba escapar una sonrisa por entre sus labios.
—¿Qué pretendes? ¿Tener algo conmigo? Déjame decirte que estás como una puta cabra si está considerando esa posibilidad. En serio.
Marlene se acercó a hasta que su dedo se posó en el pecho de él recalcando su postura. Luego, se volvió y comenzó a caminar lejos de él sin importarle dónde iba o qué pretendía hacer. Ella lo tenía muy claro en ese momento; alejarse de él lo más lejos posible antes de que sintiera el cosquilleo por todo su cuerpo cada vez que él la miraba.
Luc inspiró hondo contemplándola marcharse. Lo cierto era que ella tenía razón. Dentro de dos días ella se marcharía y, con toda probabilidad, no la volvería a ver. Y todo indicaba que ella no quería complicarse la vida. La había observado y escuchado hablar. Marlene le parecía la clase de mujer que no buscaba atarse de por vida en una relación. Él había deducido que no tenía pareja, que estaba sola. Se debatía entre salir en busca de ella o regresar al hotel. No había pensado que ese día terminaría tan pronto, pero los acontecimientos lo habían precipitado todo. Solo esperaba que ella no se echara atrás y que al final decidiera no asistir a la cena de Nochebuena en el hotel.
Marlene estaba furiosa con ella misma por haber dado pie a aquella situación. Sentada en una brasserie, esperaba a que le trajeran la comida mientras le daba vueltas en su cabeza a lo sucedido. Si había conseguido superar lo de Robert, no era precisamente para meterse en otro lío como el que llamaba a su puerta. El sonido de su móvil hizo que se sobresaltara. Lo miró como si fuera a morderla pensando que podría ser Luc, pero al momento desechó esa idea porque él no tenía su número. Por suerte, era su querida Esther.
—Dime, ¿qué tal? —Marlene trató de parecer cordial en todo momento, pero aun así no consiguió evitar que su pregunta sonara algo borde.
—Uhhh, vaya. Como estamos, ¿eh? ¿No se te ha pasado el cabreo todavía por no haber podido ir a currar o qué?
—En parte, pero no se trata del todo de eso —le dijo más calmada cuando se dio cuenta de la manera que había respondido a su amiga—. Disculpa, todo este viaje me está pudiendo.
—Ya lo percibo por el tono de tu voz. Bueno, ya te queda poco para volverte. Dos días y te subirás al avión de regreso a casa. Entiendo que estar atrapada en una sucursal de la Navidad es duro para alguien que no cree en esta, pero…
—Ese ya no es el problema. Después de casi dos días que llevo aquí… Bueno, lo cierto es que por el tiempo que llevo aquí ya me he acostumbrado a la decoración de los lugares, el olor a galletas de mantequilla, al vino caliente con especias y demás.
—Es comprensible. Entonces, ¿a qué viene ese tono de desgana?
Marlene apretó los labios pensando en contarle lo sucedido esa mañana con Luc. Y, antes de que tomara una decisión, ya se lo estaba relatando.
—Me he besado con el chico de la recepción del hotel.
Marlene se apartó de la mesa cuando el camarero depositó su plato de comida y le sonrió en agradecimiento. Al otro lado de la línea, no se escuchaba nada.
—Joder.
Marlene ni siquiera había tocado la comida esperando a que Esther le diera su opinión. Al darse cuenta de que esta tardaba en hacerlo, Marlene decidió preguntarle.
—¿Qué te sucede? Te has quedado sin palabras.
—Pero ¿se puede saber qué hacías tú con el chico de la recepción? Eso para empezar.
—Me sugirió pasar la mañana en un pueblecito turístico cerca de aquí.
—¿De esos que tienen osos de peluche adornando las fachadas?
—Esos mismos.
—¿Sabes? Para no gustarte la Navidad, te estás dejando envolver por esta. Bien, al lío, niña. ¿Cómo que te has besado? A ver, explícamelo.
—Ni yo misma sé por dónde coño empezar, pero ha sucedido y ahora mismo estoy algo jodida, ¿sabes?
—No, no lo sé, cariño. Pero podrías ilustrarme un poco más. ¿Por qué te has ido a otro pueblo con el recepcionista?
—Me lo sugirió al ver que yo no tenía adónde ir.
—De acuerdo, la gente que trabaja en la recepción de un hotel conoce la ciudad como nadie, y los alrededores, hasta ahí bien. Pero ¿por qué te has ido con él?
—Porque no tenía nada que hacer. Porque no me apetecía estar sola. Porque Luc me atrae. ¿Qué más quieres que te diga?
—Luc… te… atrae —repitió Esther en modo lento.
—Si me he besado con él, ¿por qué narices va a ser? —Marlene apretó con fuerza su smartphone y bajó la voz debido al cabreo que le había producido el comentario de su amiga.
—Supongo que ahora mismo no estás con él.
—Te estoy llamando desde su cama. Acabo de echar un polvo maravilloso y él me está haciendo ojitos —le comentó en modo irónico sin poder creer que su amiga estuviera hablando en serio.
—Vale, lo capto. ¿Qué vas a hacer estos dos días? ¿Te lo vas a tirar de verdad? Como regalo de Navidad, por ejemplo. Si el tío está bien.
—Lo que me faltaba para que este desastroso viajecito terminara de ser perfecto. ¡No te jode!
—Me encanta cuando sale tu vena italiana, esa que te hace parecer a un personaje de las novelas de Mario Puzzo.
—No tengo pensado irme a la cama con él.
—Ya, claro. Y supongo que tampoco esperabas enrollarte con él. No deberías comerte tanto la cabeza. Ha pasado y punto. Dentro de dos días, estarás aquí en Madrid otra vez, y el tío de la recepción será un recuerdo que olvidarás antes de que te des cuenta.
Marlene sonrió.
—Sin duda que así será.
—¿Y de Robert? ¿Sabes algo?
—No. Ni hace falta. Ya tengo bastante follón con Luc.
—Ya te digo. En fin, te dejo que tengo que currar y la factura del teléfono sube. Ya me contarás cómo acaba lo tuyo con el recepcionista —le comentó con un tono irónico y burlón.
—Él quedándose aquí, y yo de regreso a Madrid.
—De acuerdo. Como tú quieras. Pero no te estreses, ¿vale? Es Navidad. Nos vemos a tu vuelta.
—¡Ciao!
Marlene cortó la comunicación y siguió comiendo. ¿Cómo coño iba a terminar algo que ni siquiera había empezado?, se preguntó sin dar crédito a las palabras de Esther. Que se hubieran besado no significaba nada. De hecho, en ese momento, cada uno estaba en un sitio diferente: ella en un salón de té y él habría vuelto a la recepción del hotel. No habría nada más. Esta conclusión la llevó a pensar en la cena del día siguiente y en que tendría que verlo y compartir el tiempo con él. Y con más personas, claro estaba. Siempre podría echarse atrás en el último momento. Decir que estaba cansada, mala o que no le gustaba la cena de Nochebuena. Pero entonces sonaría a disculpa barata propiciada por el beso. Quedaría algo infantil de su parte. Y esa etapa de su vida la había dejado años atrás. Entrecerró los ojos asintiendo y diciéndose a sí misma que asistiría a la cena. No iba a huir. Además, no era la primera vez que se liaba con un tío. Ni que fuera una quinceañera. Pero ¿y si en el transcurso de la noche sucedía de nuevo? Esa posibilidad la dejó algo tocada. No podía saber lo que sucedería ni cómo reaccionaría ella misma si, llegado el caso, se encontraba frente a Luc, a solas.