Capítulo 5

Luc estaba algo callado y taciturno pese a ser la víspera de Navidad. Sophie lo había notado algo más reservado y distinto desde que el día anterior; ella supo que su hermano se había ido a Kaysersberg con Marlene. Y, en ese momento, se preguntaba si su comportamiento tenía que ver con ese viaje. Lo cierto era que Luc siempre había sido algo receloso con el tema de sus relaciones y de sus ligues. Pero Sophie presentía que algo había sucedido entre ellos dos. Además, la había visto a ella ir y venir sola las últimas horas, cosa que le había llamado la atención dado que Luc se había mostrado muy atento con ella.

—¿Tienes todo controlado para la cena de esta noche? —le preguntó Sophie contemplándolo revisar las reservas de esos días.

—Que yo sepa, todo está bajo control. ¿Por qué? ¿Hay algún contratiempo de última hora? —Luc le devolvió la mirada a su hermana esperando enterarse de algo que hubiera sucedido en el último momento.

—No, no. Solo preguntaba.

—Pues ya te digo…

—¿Qué tal en Kaysersberg? No te he preguntado si le gustó el lugar a Marlene.

—Supongo que no, porque ella no es muy aficionada a estas fiestas.

—Pero está apuntada a cenar esta noche. —Sophie entornó la mirada hacia su hermano confirmando que Marlene estaría.

—Eso me dijo.

—Te noto algo raro.

—¿Quién? ¿Yo? ¿Por qué?

—No sé. Has cambiado de ayer a hoy.

Luc frunció el ceño fingiendo no comprender lo que quería decir su hermana. Esperaba que esta no hubiera percibido que su cambio de carácter se debía precisamente a Marlene. A que desde que se separaron a la llegada de Kaysersberg no habían vuelto a quedar. Luc tenía la sensación de que ella lo evitaba. Esa misma mañana, había bajado a desayunar y, sin decirle nada, se había marchado. Lo sabía porque su llave estaba en el casillero. Ni siquiera la había visto bajar de la habitación y dejarla.

—Será por el trabajo. Estos días estamos a tope y con la cena de esta noche y la comida de mañana. Ya sabes… —se excusó él sin darle más explicaciones. No iba a contarle que había besado a Marlene. No sería algo muy profesional, le diría. Por ese motivo, se lo guardaba—. Por cierto, he de confirmar que Vincent viene. —Luc se levantó de la silla y cogió el móvil para llamar a su amigo—. ¿Te importa? —le hizo un gesto a su hermana para que se ocupara de la recepción mientras él hablaba con su amigo. Necesitaba un momento lejos de su hermana o, de lo contrario, acabaría sabiendo que él besó a Marlene, y que ella lo correspondió.

—¿Diga?

—Vincent, soy Luc.

—Precisamente estaba pensando en llamarte para lo de esta noche.

—Supongo que vendrás —le dijo con un toque de expectación. Necesitaba de su mejor amigo esa noche, ya que no quería estar pendiente de Marlene en todo momento. Y la presencia de Vincent le vendría de perlas.

—Sí, sí. Por eso mismo te iba a llamar. Quería saber a qué hora debía estar.

—Las ocho es buena hora. Podemos tomarnos una copa de vino antes.

—Sí, y de paso me pones al día de tus avances con tu querida huésped.

Luc escuchó las carcajadas de su amigo al otro lado de la línea y se tensó. No le había hecho gracia la manera en la que Vincent se había referido a esta.

—Ya, tú procura ser puntual, que te conozco.

—Lo seré. Tranquilo.

Luc cortó la llamada, pero permaneció unos minutos con la mirada perdida en el vacío. ¿Ponerlo al día respecto de Marlene?, se preguntó con una media sonrisa. No había mucho que decir después de que se hubieran besado. Sacudió la cabeza y regresó a la recepción.

* * *

Marlene se había escabullido de manera rápida y sigilosa entre algunos de los huéspedes que desayunaban en el comedor aquella mañana. Había percibido la presencia de Luc de reojo en una ocasión que fijó su atención en la recepción. Aprovechó un momento en el que él estaba centrado en la pantalla del ordenador para subir las escaleras a su habitación y, luego, bajarlas justo cuando él no estaba. La verdad era que tenía la impresión de que la casualidad estaba de su parte porque, minutos antes, él había estado sentado tras el mostrador de recepción y, justo en ese momento en el que ella bajaba para salir del hotel, él había desaparecido. Dejó la llave con rapidez y salió a la calle para recibir la ya consabida bofetada de frío en pleno rostro. Pero casi lo agradecía.

Había pasado todo el día sola recorriendo la ciudad para dejar de pensar en Luc. En un arranque de locura, la pasada tarde había estado navegando por la web de la compañía aérea para ver lo que le costaría cambiar su vuelo y regresar ese mismo día o al siguiente. Pero lo malo de hacerlo era que no había vuelos el día de Navidad y el anterior estaba ya cerrado. No quedaba ni un solo asiento libre. Total, que tendría que quedarse hasta el día después de Navidad. No entendía muy bien a qué había venido quererlo cambiar todo de repente si ya tenía decidido que asistiría a la cena de Nochebuena y a la comida de Navidad en el propio hotel. Era como si hubiera querido gastar un último cartucho antes de comprender cuál era la realidad. Y esta parecía estar clara. El destino parecía estar diciéndole que tendría que quedarse allí hasta el día de su marcha. No se podía cambiar. Pero ella no estaba tan segura de ello. Tal vez no pudiera cambiar de vuelo, pero ¿y de hotel y ciudad justo la víspera del día de Navidad?

El sonido de su móvil la detuvo. Era un mensaje de WhatsApp. Lo leyó sin poder creer que aquello le estuviera pasando a ella. ¡No! Alguien le estaba tocando las narices y a base de bien. Sacudió la cabeza en repetidas ocasiones al leer el mensaje de Robert. ¡Este acababa de llegar a la estación de trenes de Colmar! Pero ¿qué clase de broma era aquella? ¿Cómo que él estaba allí? ¿Por qué? Marlene deseó que el suelo se abriera bajo ella y la tragara. No podía ser cierto. ¿Es que no le había quedado claro que no quería pasar esos días con él? Robert le pedía que fuera a buscarlo porque él no conocía la ciudad. Marlene resopló muy cabreada por todo lo que estaba sucediéndole. No tenía bastante con Luc que entonces Robert se presentaba allí. Bien, ¿dónde estaba la cámara oculta?, se preguntó. Ya estaba bien de tanta broma.

El teléfono comenzó a vibrar en la palma de su mano reflejando el nombre de Robert en su pantalla. Marlene movió el dedo por encima de esta, pensando en aceptar o rechazar la llamada. Sabía que si no contestaba, Robert insistiría hasta que ella respondiera, y tampoco podía apagar el móvil o bloquearlo. Después de todo, era quien contaba con ella para los trabajos eventuales en el Parlamento.

—Dime, Robert, ¿qué sucede?

¿No has visto mis mensajes? Acabo de llegar a la estación de tren de Colmar.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó Marlene de forma desinteresada, queriendo demostrarle que no le importaba que estuviera allí.

He venido a verte. A pasar estos dos días contigo. Necesito que vengas a la estación porque no tengo ni idea de dónde queda el centro de la ciudad. Y está oscureciendo. Y de paso podríamos tomarnos un café y charlar, ¿no crees?

¿Qué otra opción le quedaba? Tal vez, después de todo, aquella charla que él quería mantener con ella le vendría bien para dejarle las cosas claras de una vez. Permaneció en silencio durante unos segundos antes de suspirar resignada.

—Estaré allí en diez minutos, más o menos.

—De acuerdo.

Marlene devolvió el móvil al interior de su bolsillo y siguió caminando en dirección a la estación del tren. Al parecer la tranquilidad de ese día tocaba a su fin. Al menos había conseguido salir de puntillas del hotel evitando a Luc esa mañana. Había tenido la suerte de no verlo para no tener que enfrentarse él. Tenía pensando hacerlo esa noche en la cena y porque no le quedaría otra. Además, no tenía nada que esconder ni le tenía miedo, solo que… solo que Luc le gustaba y creía que lo mejor era pararlo antes de que le hiciera daño. Pero el destino parecía burlarse de ella una vez más. Y, no contento con eso, añadía a su ex a la partida. ¡Genial! «Si monto un circo, me crecen los enanos», se dijo de malhumor.

O los elfos de Papá Noel, ya puestos.

Robert la recibió con una amplia sonrisa y un leve encogimiento de hombros queriendo hacerle ver que no le quedaba otra que contar con ella. Con su abrigo de color oscuro hasta los pies y su traje bajo este, no dejaba de tener el aspecto de un ejecutivo. Esta imagen le gustó a Marlene en un principio, cuando empezaron a salir, pero después comenzó a aburrirse un poco. Robert era demasiado recto y estricto incluso fuera del trabajo. Era como si nunca se desprendiera de esa imagen que le aportaba la vestimenta. Parecía que vivía con la corbata apretándole el cuello todo el día. Ella no necesitaba tanto control ni tanta rectitud en su vida. Y él no parecía una persona que pudiera encajar en su vida. Por ese motivo, ella había decidido poner tierra de por medio y regresar a Madrid.

Marlene se mantuvo a cierta distancia de él, y Robert no vaciló en acercarse e inclinarse sobre los labios de ella para rozarlos de manera casual. Pero se encontró con cierta frialdad por parte de ella. Marlene no le devolvió el beso, lo que provocó que Robert la contemplara extrañado. ¿Acaso hablaba en serio cuando le dijo que no quería seguir adelante con aquello?

—¿A qué ha venido el beso? —Marlene arqueó su ceja manteniendo el rictus serio. No le había hecho ni pizca de gracia que él la besara.

—He creído que era la mejor manera de saludarnos.

—Para ti, pero no para mí. ¿Qué haces aquí? —lo miró con los ojos entrecerrados preguntándose qué pretendía con su presencia en Colmar.

—Lo del Parlamento terminó y, ya que las carreteras están despejadas así como las vías, comí, cerré todos los asuntos pendientes y cogí el tren de la tarde. Decidí venir a verte y a pasar juntos el tiempo que te queda hasta que te vuelvas a Madrid. ¿Hice mal? —Robert la contempló con los ojos como platos y las cejas formando un arco de expectación.

Marlene sacudió la cabeza sin comprender todavía qué era lo que estaba sucediendo con su vida. Desde que llegó a Colmar, todo estaba saliendo del revés. Y entonces allí estaba Robert dispuesto a pasar las navidades con ella. Pero, mientras tanto, ella pensaba en Luc y en el beso que compartieron y en que nada había tenido que ver con el que acababa de recibir.

—No hacía falta que vinieras, ya te lo dije. ¿Dónde piensas quedarte? ¿Tienes hotel aquí?

—Pensaba alojarme en el mismo en el que estás tú.

—¿A estas horas? La verdad no creo que queden habitaciones para estos días —le cortó de inmediato para dejarle claro que no era bienvenido. ¿Qué le pasaba? ¿Que no se enteraba de nada o qué?

—Bueno, tal vez podemos compartirla. —Había un toque de esperanza en la voz de él que no gustó nada a Marlene.

—Imposible. Es una habitación individual con el espacio justo para una sola persona. De manera que olvídalo —le dejó claro mirándolo de manera fija y contundente antes de emprender el camino hacia la salida de la estación—. Ahí delante tienes un hotel.

—¿En serio no vas a compartir tu habitación conmigo?

—¿En qué idioma quieres que te lo diga? —Marlene estaba cabreada por todo lo que sucedía a su alrededor y entonces parecía pagarlo con Robert.

—De acuerdo, probaré suerte en el hotel donde te alojas. Al menos podrías llevarme hasta este, ¿no? ¿Qué te sucede, Marlene? Entiendo que ha sido una putada hacerte venir para nada, pero no ha sido culpa mía. Yo no he programado la nieve —le dijo algo molesto por el trato que estaba recibiendo de ella.

—No te culpo de nada de lo que ha sucedido. De manera que no te montes historias, ¿quieres?

—Venga, no te lo tomes así. Es Nochebuena. ¿Sigues pensando pasar la noche en el hotel?

—Creo que fui muy explícita cuando te lo comenté. Me he apuntado a una cena con los demás huéspedes y los dueños.

—Creo recordarlo… Bien, en ese caso, si tengo habitación, también me apuntaré a esa cena, ya que estoy convencido de que no querrás cenar fuera, tú y yo solos.

La mirada que Marlene le dedicó le dejó claro a Robert que lo que pretendía no era para nada una buena idea.

Dudo de que encuentres un sitio abierto a estas horas. Pero allá tú…

Si nada lo evitaba, esa noche iba a ser de lo más divertido que Marlene había pasado en mucho tiempo. Resopló y su aliento formó nubes de vapor debido al frío. Trató de dejarlo estar y caminar de regreso al hotel para ver si Robert podía alojarse en este.

Luc la vio aparecer acompañada de aquel hombre vestido de manera elegante. Esa mañana no habían coincidido en el comedor durante el desayuno. Ni en recepción. ¿Cuándo demonios había salido? Y, en ese instante, regresaba acompañada. ¿Qué capítulo se había perdido?, pensó adoptando un rictus serio y profesional.

Marlene se sintió algo cohibida por la escena. Podía imaginar lo que Luc estaría pensando al verla aparecer en compañía de Robert. Pero, en ese momento, él se mostró atento y cordial como era de esperar pese a que en su interior se sintiera de una manera distinta.

—Hola. Robert acaba de llegar de Estrasburgo y quería saber si os quedan habitaciones libres. Una individual, por favor —le dijo Marlene manteniendo su atención fija en Luc para luego volver a Robert cuando se refirió a este.

—Deja que mire —le pidió volviendo su atención al portátil.

Marlene lo contempló tecleando y moviendo el ratón mientras fruncía el ceño y asentía. No quería parecer que tenía un especial interés en él, por eso desviaba su atención. Hasta que Luc se dirigió a ella y no le quedó otra que mirarlo de manera detenida mientras le explicaba.

—Queda una habitación individual en el último piso.

Marlene apretó los labios sintiendo una mezcla de sensaciones en su interior. Por un lado, habría querido que no quedara sitio y que, de ese modo, Robert se viera obligado a marcharse a otro hotel, si es que encontraba una habitación libre en Colmar ese día. También le habría gustado estar a solas con Luc para charlar sobre lo sucedido entre ellos, pero con Robert allí sabía que lo tendría difícil.

—Me la quedo —intervino este acercándose a la recepción, ya que hasta ese momento había permanecido en segundo plano, por lo que había dejado que Marlene se ocupara del asunto por ser huésped del hotel y conocer al chico de la recepción.

—Perfecto. Déjeme la documentación para hacer la reserva. ¿Cuántas noches serían? —Luc levantó la mirada hacia Robert. No quería fijarse en Marlene por el momento.

—Dos. Hoy y mañana. De ese modo, podré acompañarte al aeropuerto el día que te marches —comentó lanzando una mirada a Marlene en busca de su aprobación.

Pero ella ni se molestó en devolvérsela. Se apartó de manera casi imperceptible de Robert sin darle importancia a la gilipollez que acababa de decir.

Marlene pensó que más le valdría dejar las cosas claras entre ellos, porque si Robert creía que aquellos dos días iba a suponer algo entre ellos, era que no la conocía. Se fijó en Luc mientras este formalizaba el registro. Deseaba acostarse y levantarse en su piso compartido con su amiga Esther en Madrid. Olvidarse de todo aquello de una vez por todas.

—De acuerdo, pues si es tan amable de echar una firma —le señaló Luc en el papel. Marlene lo contempló girarse hacia el casillero de las llaves y coger la que sería la habitación de Robert—. Esta es la llave. En el cuarto piso. Ahí tiene el ascensor. El desayuno se sirve entre las siete y las diez, y el comedor está cruzando esa puerta que conduce a un pequeño patio interior.

—Marlene puede explicarme todos los pormenores —lo interrumpió lanzándole una mirada como si en verdad fueran pareja. Se pegó a ella y sonrió mientras Marlene deseaba, por todos los medios, que el suelo se abriera bajo los pies de él y lo engullera.

Luc desvió su atención hacia esta y, por una fracción de tiempo, sus miradas se encontraron.

—Sí, claro. Ella puede explicarte todo.

—Me ha comentado que esta noche hay una cena…

Luc pareció reaccionar tarde, ya que en un principio no supo de qué le hablaba. La aparición de ella en el vestíbulo del hotel acompañada de aquel hombre lo había dejado sin palabras. Por suerte había capeado el temporal de la mejor manera posible. Ante todo estaba el negocio.

—Sí, esta noche celebraremos una cena de Nochebuena para los huéspedes, nada del otro mundo —se excusó Luc con una sonrisa—. ¿Estás interesado en asistir?

—Sí, sí.

Luc tomó nota.

—Pues está todo. A las nueve, en el comedor, se servirá la cena. No hace falta arreglarse mucho, ya le digo que es algo sencillo.

—De acuerdo. Voy a instalarme —dijo mirando una vez más a Marlene, como si esperara que ella fuera con él—. ¿Subes?

—No. Voy a sentarme en el salón —le dijo esperando que se marchara y la dejara a solas con Luc.

—Entonces nos vemos luego.

Luc estaba de espaldas a ella, preparando el cartel de «Completo» para colgarlo de la puerta. Por un instante, se centró en su trabajo olvidando que Marlene permanecía allí. Y, al volverse hacia ella, Luc no pudo evitar sentir un vacío en su interior.

—Por fin vamos a colgar el cartel de «Completo» gracias a tu amigo. —La miró de manera fija esperando que lo corrigiera y le aclarara si entre ellos había algo. Le parecía extraño, ya que, de lo contrario, ella no se habría entregado en el beso de la manera en la que había hecho. Luc había tenido la impresión de que Marlene misma lo había deseado.

Pasó a su lado rozándola y percibió el ligero sobresalto de ella. Se volvió de nuevo hacia Marlene. La encontraba preciosa, todo había que decirlo, pero no sabía si ello se debía a la presencia de su amigo.

—¿Hay algo más que necesitéis?

Marlene permaneció con la boca abierta durante unos segundos en los que reaccionaba.

—No… no… yo estoy bien. No tengo ni idea de lo que Robert pueda necesitar.

—De haberme avisado con tiempo, habría reservado la habitación para él. De ese modo, no habría corrido el riesgo de no tenerla ahora.

—No lo hice porque ni siquiera sabía que iba a presentarse aquí —le rebatió Marlene cabreada por la manera en la que se estaba desarrollando todo. Se había acercado a Luc dispuesta a dejarle claro que ella no tenía nada que ver con la aparición de Robert. ¿Por qué diablos se tomaba tantas molestias con él? En dos días, ella partiría de regreso a Madrid y no volvería a verlo—. Me envió un mensaje y después me llamó para confirmarme que estaba en la estación del tren. Me comentó lo de buscar un hotel y que tal vez, en el que me alojaba yo, hubiera una habitación.

—Siento no poderos dar una doble.

Marlene entrecerró sus ojos mirando a Luc con expectación. ¡Pensaba que ellos eran pareja! Lo había supuesto desde que entraron juntos, ella estaba segura.

—No tienes que hacerlo porque entre nosotros no hay nada. Robert trabaja en el servicio de traducciones del Parlamento. Fue él quien me pidió que viniera a realizar una interpretación porque una compañera estaba enferma.

Luc sonrió complacido en parte por la aclaración de Marlene. Pero, por otra parte, la presencia del tal Robert quería significar otra cosa muy diferente.

—Bien, si necesitas algo…, dímelo. Ahora tengo que ir al salón a preparar la cena de esta noche —le dijo sacando el timbre que colocó en el mostrador por si alguien llamaba—. ¿Tú no ibas hacía allí?

Marlene sacudió la cabeza sin poder creer que estuviera manteniendo aquella conversación.

—Sí, creo que necesito una tila porque sin duda que todo esto va a acabar conmigo.

—Deberías disfrutar. Es víspera de Navidad —le recordó con una amplia sonrisa que complicó todavía más el estado emocional de ella—. Por cierto, ¿qué tal se te da cantar villancicos?

—Eh… —Marlene sintió como si acabaran de echarle una soga al cuello porque no era capaz de articular una sola palabra. Frunció el ceño y sacudió la cabeza mientras sus labios formaban un «No». O mucho se equivocaba o Luc estaba dispuesto a hacerla cantar villancicos.

—Es una tradición.

—Ni de coña. Pase que me hayas enseñado la ciudad con su maravillosa y empalagosa decoración —comenzó a recordarle acercándose de manera peligrosa e inconsciente a él—. Que hayamos visitado ese pueblecito al que me llevaste ayer, que haya bebido vino caliente con especias y comido en su mercadillo navideño, pero de ahí a cantar un villancico…

Luc la contempló ensimismado. Sonriente y dichoso porque, sin duda, le encantaba cuando adoptaba esa postura tan arrogante y llena de ira con lo que representaba la Navidad. La besaría en ese momento para acallarla, pero se arriesgaba a que bien apareciera alguien conocido o algún huésped. Ni qué decir del compañero de trabajo de ella.

—¿Ni siquiera una estrofa? —insistió él disfrutando del momento en el que ella retrocedía hacia la pared. Luc experimentó el deseo de apoyar sus manos por encima de la cabeza de ella. De ese modo, evitaría que se escapara y podría besarla de manera lenta, disfrutando de la textura suave de sus labios. Ella tenía las mejillas encendidas por la energía que derrochaba en ese momento de enfado, lo que le hizo ver que no cantaría un villancico. Divertida y atractiva, con algunos mechones de pelo que sobresalían por debajo de su gorro, del que por cierto no se había dado cuenta de desprenderse hasta que él lo hizo.

Marlene se quedó clavada con la mirada fija por encima de su cabeza, más en concreto, donde estaba su gorro en ese instante.

—Dámelo —le exigió con voz serena y tono autoritario mirando a los ojos a Luc.

—Te lo cambio por uno de Navidad.

—No hay trato.

—¿Qué más te da a estas alturas? Acabas de contarme todo lo que hemos hecho estos dos días pasados. ¿Qué importa que esta noche y mañana dejes salir a la niña que llevas en tu interior? Vamos, Marlene, disfruta de la Navidad por un solo momento. Pasado mañana volverás a tu vida, a tu rutina y todo esto habrá pasado. Será solo un recuerdo si tú lo quieres así.

Marlene cambió el gesto cuando percibió el tono pausado y cálido de la voz de él. Pero sobre todo su forma de mirarla, que parecía estar diciéndole adiós e incluso echarla de menos. Sintió un escalofrío recorrer su espalda hasta erizarle el vello de la nuca. No había sentido nada parecido en mucho tiempo y esta sensación la asustaba. No quería sentir por Luc algo parecido a lo que ella había percibido en la mirada de él. Allí estaba él, con el brazo extendido en cuya mano descansaba el gorro de ella, mirándola como si aquella noche fuera la última que iban a compartir.

Marlene sintió la extraña palpitación en su pecho. El ahogo en su garganta y la necesidad de acortar la distancia entre ellos para fundirse en un abrazo con él. Dio un paso, lento y medido, como si fuera a asomarse al precipicio. Extendió su mano y sus dedos encontraron los de Luc, por un segundo, el tiempo que tardó en arrebatarle el gorro. Lo vio apretar los labios como si sintiera que habían dejado pasar un momento para mostrar, una vez más, lo que sentían. En cambio, ambos se habían retirado.

—Ah, estás aquí. —La voz de Robert hizo que los dos se sobresaltaran.

Luc se volvió hacia las mesas que debía juntar para dentro de unas horas. Lanzó una última mirada a Marlene, quien lo correspondió. Luc sonrió. Pero en esta ocasión la sonrisa no era de alegría, sino que se correspondía con el estado de ánimo que sentía en ese momento.

Marlene trató de sacudirse los pensamientos relativos a Luc y a lo que había visto en su mirada. No tenía sentido que se sintiera de esa manera. Era una locura. Y era mejor dejarlo estar.

—Sería mejor dejar a este chico trabajar e irnos a dar una vuelta. O a tomar una taza de chocolate en los mercadillos. Y, de paso, nos ponemos al día.

A Marlene aquella sugerencia la pilló desprevenida. Robert tenía razón. Iba siendo la hora de aclarar su situación. Sin duda que ella iba a hacerlo.

Luc desapareció tras la puerta que daba al patio en cuyo centro había un pozo de piedra cerrado para que ningún niño tuviera la ocurrencia de asomarse a este. Empujó la puerta del pequeño comedor, donde se servían los desayunos, y se topó de bruces con Sophie.

—¿Dónde vas tan acelerado?

—Oh, disculpa. No te había visto.

—¿Se puede saber a qué viene esa cara? —Sophie se apartó de su hermano para observarlo desde la distancia y calibrar qué era lo que le sucedía.

—Iba pensando en la cena de esta noche.

—Ummm. Bueno, todo está controlado… o eso creo. Dime, ¿Marlene…?

—Se ha ido con su amigo.

—¿Amigo? —Sophie tuvo la sensación de que acababan de pincharla porque reaccionó mirando a su hermano sin creerlo—. Pero ¿no había venido sola?

—Sí. Su amigo acaba de llegar a Colmar, le ha pedido que fuera a buscarlo y han venido juntos hasta el hotel.

—¿Se va a alojar él también? —la pregunta parecía obvia, por ese motivo Sophie la hizo.

—Sí. La última habitación que quedaba libre. Estamos completos —le informó con una sonrisa de oreja a oreja.

—Ya. —Sophie chasqueó la lengua y contempló a su hermano con inusitada expectación por si decía algo más. Pero cuando se dio cuenta de que no iba a ser así, decidió proseguir—. ¿Se ha apuntado a la cena de esta noche?

—Sí, a eso venía. Hay que poner un cubierto más —Luc le informó con naturalidad, con la intención de ocultar el shock que le había producido ver a Marlene en compañía de su jefe en el Parlamento. Que hubiera venido desde Estrasburgo para estar con ella era más que un detalle. Y la manera en la que él la contemplaba le hacía pensar a Luc.

—Soy yo o te noto algo… ¿tocado? —le advirtió Sophie con un toque burlón.

—¿Tocado? ¿Qué quieres decir?

—Me refiero a que no parece que te haya hecho mucha gracia que el amigo de Marlene se haya presentado sin avisar.

—¿Por qué debería importarme?

—Dímelo tú.

—No hay nada de lo que hablar.

—Bien, lo que tú digas.

—Y ahora, me vuelvo a recepción.

—Pero si acabas de decirme que estamos completos —le recordó Sophie, extrañada por aquella repentina prisa de su hermano.

—Pero hay que pensar en la semana que viene. Es fin de año y todavía quedan habitaciones por cubrir. Había pensado rebajar un poco el precio si a mitad de semana no hemos cubierto la mitad del alojamiento. ¿Qué te parece?

—Por mí, bien. Pregúntaselo al gran jefe, a ver qué te dice. Ya sabes… —Sophie arqueó las cejas y sonrió por la referencia a su padre que, a la postre, era el que tenía la última palabra.

—Descuida. Lo haré.

Luc regresó a la recepción para no tener que aguantar el interrogatorio de su hermana respecto de Marlene y su amigo. No le apetecía lo más mínimo hacerlo.

—Te repito que no tendrías que haber venido. —Marlene trataba de mostrarse convincente en todo momento. No llegaba a comprender por qué Robert era tan corto. O, más bien, sí lo entendía, pero no quería aceptarlo.

—Tenía ganas de verte. Me sabía mal haberte hecho venir para luego nada.

—Primero: si he venido, ha sido porque yo he querido. Me ofreciste cubrir la baja de una compañera. Segundo: yo decidí tomar otra ruta en esta ocasión. Y tercero y último, debí informarme acerca de la climatología antes de venir. De ese modo, me habría evitado estar aquí. Lo cual nos lleva a dejar claro que tú no tienes la culpa de que, al final, me haya quedado en Colmar.

—Ya, tienes razón, pero no deja de ser una putada hacerte gastar dinero para nada. Y encima quedándote en esta ciudad que parece sacada de la obra de Charles Dickens.

—No importa. En dos días, me habré largado de regreso a Madrid —le recordó de pasada agitando la mano delante de él y cogiendo su vaso de vino caliente con la otra. Robert había insistido en que tomaran algo juntos en un mercadillo mientras charlaban de cómo les iban las cosas, algo que Marlene había tenido que aceptar a regañadientes para que dejara de darle la tabarra.

Por un momento, Marlene se acordó de la tarde en la que ella llegó. Luc la había llevado a ese mercadillo donde entonces, con el vaso de vino caliente en la mano, la asaltaban los recuerdos. Sintió una ola de calidez invadirla y no pudo evitar esbozar una media sonrisa tierna mientras dejaba su mirada fija en el contenido de su vaso.

—¿Cuándo piensas volver a Estrasburgo?

Marlene fijó su atención en Robert y sacudió la cabeza.

—No voy a regresar. He estado considerando dejar la bolsa de trabajo del Parlamento.

—¿Lo dices en serio? —Robert no podía creer que ella estuviera pensando en cometer semejante locura.

—Sí. Lo cierto es que con el trabajo que tengo en Madrid me basta.

—Pero cerrarte la puerta de Estrasburgo… —Robert entornó la mirada hacia ella, tratando de averiguar a qué se debía ese cambio.

—Se debe a que ha llegado el momento en el que necesito un cambio, renunciar a ciertas cosas, situaciones —le dijo antes de llevarse el vaso a los labios para beber un sorbito con la mirada ausente y el espíritu en otro lugar.

—No puedo creer que después de…

—Pues vete haciendo a la idea. Esta ha sido la última vez que acepto un encargo del Parlamento. Puedes sacarme de la lista de intérpretes freelance cuando gustes. No voy a volver.

Robert resopló.

—¿Esto tiene algo que ver con que lo nuestro esté atravesando un bache?

Marlene permaneció callada durante unos segundos. Daba la impresión de que no había escuchado lo que él había dicho. Pero, de repente, ahogó la risa y dejó el vaso sobre la repisa de la caseta de madera.

—¿Bache? —repitió arqueando las cejas, sin duda, sorprendida por aquel calificativo—. Lo nuestro, como tú lo has calificado, no ha pasado por un bache, porque en verdad que nunca hubo nada.

—Vamos, Marlene. ¿Vas a decirme ahora que no has sentido nada por mí? ¿En estos dos años?

—Que nos hayamos divertido juntos, en algunos momentos, no ha significado que yo estuviera buscando algo. Somos mayorcitos, Robert —le recalcó con ironía.

—Moví los hilos para que contaran contigo en la mayoría de las veces que se necesitaron intérpretes externos.

—¡Oooh! ¿Vas a soltarme ahora que todo lo que he hecho y conseguido ha sido gracias a ti? —Marlene comenzaba a sentir la rabia crecer en su interior por la suposición que Robert acababa de hacerle.

—Pues en parte… sí. Ha sido así.

—¿Debo sentirme halagada entonces?

—No lo sé. Es algo que debes decidir tú.

—Si lo hiciste, fue porque tú también sacabas ventaja de ello. Esos casi dos años que compartimos, ¿no te parecen suficientes a estas alturas? —Marlene entrecerró los ojos dirigiéndole una mirada que pretendía hacerle ver lo furiosa que estaba con toda aquella historia.

—Te largaste a Madrid de la noche a la mañana sin casi despedirte. ¿Qué querías que hiciera? ¿Cómo pretendías que me lo tomara? No respondías a mis mensajes ni cogías el teléfono cuando te llamaba. Al menos pudiste haber dado una explicación. Y luego apareces, de repente, en el Parlamento para decirme que lo nuestro se acabó el día que te fuiste de Estrasburgo —le reprochó Robert cabreado con todo aquello.

—No pensé que tuviera que darte una razón para largarme. Acabé las jornadas de trabajo en el Parlamento y regresé a Madrid. Eso fue todo.

—¿Y lo que teníamos?

—¿Insistes con ello? No creo que follar de vez en cuando sea tener algo, como tú pareces dar a entender —le recalcó cabreada consigo misma por haber aceptado ir con él a tomar algo y no quedarse con Luc, aunque fuera cantando un villancico con un gorro de Papá Noel puesto en su cabeza.

Robert dio un paso atrás sin perderla de vista. Dejaba claro lo que para ella habían sido aquellos casi dos años que se habían visto. Bien era cierto que no había sido algo continuo pero era lo que había por entonces. Asintió con los labios apretados.

—Creo que he venido para nada. —Robert le entregó un billete de veinte euros al dueño de la caseta para que se cobrara.

—Te pedí que no lo hicieras. Que no hacía falta, pero te has empeñado.

Robert sacudió la cabeza cuando el hombre le entregó el cambio.

—Está bien. Si es tu decisión… Pasaré por el hotel a recoger la maleta. Me marcharé de vuelta a Estrasburgo en el primer tren que salga.

Marlene no dijo nada. Prefirió permanecer en silencio para dejar que fuera él quien se diera cuenta de que entre ellos no había nada, que ella estaba dispuesta a cambiar su vida, a dejar atrás el pasado y empezar desde cero.

Cuando llegaron al hotel, Marlene esperó a que Luc estuviera en recepción. Sin embargo, quien acudió a la llamada del timbre fue su hermana. Se dirigió a ellos con una sonrisa.

—¿Qué sucede?

—Venía a comunicaros que tengo que marcharme de regreso a Estrasburgo esta misma noche. Y, por lo tanto, debo dejar el hotel. Por supuesto que abonaré el coste de la habitación por las molestias causadas.

—No hace falta. No ha dormido ni ha hecho uso de esta.

—Solo pasaría a por mi equipaje que, por otra parte, no está desecho. Tampoco asistiré a la cena de esta noche.

Sophie le entregó la llave para que Robert subiera a la habitación a recogerlo. Luego se sentó a anular la reserva, lo que dejó la posibilidad de volver a poner la habitación libre. Caminó hasta la puerta y descolgó el cartel de «Completo». Sonrió al pensar en Luc y en que había deseado colgarlo durante días. Y cuando lo había conseguido, el huésped tenía que marcharse. Claro que, tras lanzar una mirada a Marlene, no estaba segura de si a su hermano le molestaría del todo que ya no estuviera aquel cartel en la puerta.

Marlene se quedó sentada en uno de los sillones del vestíbulo sin decir nada. No tenía más que decir de su parte. Desde el primer momento, era consciente de que la presencia de él era un completo error; pero él prefirió seguir adelante y arriesgarse.

—¿Deseas alguna cosa más? —le preguntó Sophie incorporándose de su silla para mirar a Marlene.

—Ah…, no. No. Yo seguiré hasta pasado mañana. Gracias.

Robert apareció en el vestíbulo con el equipaje en su mano. Devolvió la llave a Sophie, con una leve inclinación de cabeza, y se volvió hacia Marlene. Se sintió fuera de lugar en ese momento. Y, por ese motivo, no iba a demorarse demasiado con ella. No merecía la pena.

—Me marcho. Hay un tren en media hora según he comprobado por el móvil. Debería decirte que lo pases bien y que todo te marche bien, pero me es difícil hacerlo después de nuestra conversación. —Robert apretó los labios y asintió.

Marlene lo vio abandonar el hotel mientras ella se quedaba en el sitio bajo la atenta mirada de Sophie. Esta tenía el ceño fruncido como si intentara averiguar qué había sucedido entre ellos dos. ¿Una pelea de pareja? Por lo que había escuchado decirle a él, estaba molesto o incluso dolido con ella. Esta se había quedado quieta en el sitio sin capacidad de reacción por ese instante.

Marlene inspiró hondo sintiéndose algo más liviana después de todo. Por supuesto que la decisión que había tomado durante la charla con Robert sería la decisión más acertada. Pero ya tendría tiempo de averiguarlo cuando regresara a Madrid. Tendría que replantearse su vida porque acababa de cerrar una puerta que tal vez en el futuro necesitaría abrir. Sabía que Robert no le echaría una mano. Y sonrió con ironía al recordar sus palabras acerca de los favores que había pedido para que ella hubiera gozado de una posición de ventaja respecto de los demás.

—¿Todo bien? Ya sé que no me compete meterme en tu vida, pero es que…

—Sí, sí. Todo bien. Nunca mejor. Créeme. Acabo de dar una patada a la puerta para cerrar el pasado. Creo que tomaré una taza de chocolate caliente.

—Bien… Creo que Brigitte está en el salón. Pídesela a ella.

Marlene se sintió decepcionada de nuevo. Esperaba que Luc estuviera por allí. Una parte de ella tenía ganas de verlo y de charlar con él. Lo que necesitaba, en ese momento, era distraerse, y Luc había conseguido que ella lo lograra desde que salieron por la ciudad el día que ella llegó. Eso y algo que hacía mucho tiempo que había olvidado plantearse.