Capítulo 8

Marlene estaba levantada antes de que sonara la alarma de su móvil. Tenía tantas ganas de regresar a casa que apenas si había pegado ojo. Quería marcharse cuanto antes, como si pasar allí más tiempo del que debía pudiera afectarle de alguna manera que desconocía. No iba a echarse atrás y a quedarse porque Luc se lo hubiera pedido. No lo conocía lo suficiente como para cometer semejante locura. Ni estaba dispuesta a pasarse el tiempo en una ciudad que parecía sacada de Cuento de Navidad.

De manera que dejó su habitación y, con la maleta, bajó a desayunar. Tenía tiempo hasta la salida del tren hacia Saint Louis y luego el autobús hasta el aeropuerto.

Luc había sido de los primeros en aparecer en el comedor del hotel para desayunar.

—¿A qué vienen esas prisas? —le preguntó su madre al verlo desayunar a toda velocidad, como si alguien lo persiguiera.

—¿Tengo que irme?

—¿Irte? ¿Adónde?

—Al aeropuerto.

—¿Al aeropuerto? ¿Para qué? ¿Te marchas? —La mujer no daba crédito a las palabras de su hijo.

—No, no me marcho. Solo tengo que ver a una persona antes de que se vaya.

—¿Te refieres a Marlene?

Luc no dijo nada. Se quedó con la taza levantada en alto mientras observaba a su madre mirarlo con una ceja arqueada y una media sonrisa irónica.

—Eh…

—Déjalo, anda. Ya me lo contarás después.

—Yo te lo explico —le dijo Sophie entrando en el comedor para comprobar que hubiera de todo para la primera tanda de huéspedes que bajarían a desayunar.

—De acuerdo. Luego os veo.

—Conduce con cuidado.

Luc levantó el pulgar para darles a entender que las había escuchado. En ese momento, no tenía tiempo para detenerse y darle detalles a su madre. Había revisado los vuelos que salían ese día con destino Madrid y debía darse prisa si quería llegar al aeropuerto con el tiempo necesario para intentar encontrar a Marlene.

Esta escuchaba música durante el corto trayecto en tren, primero, y en autobús después, hasta el aeropuerto. Pensaba que, de esa manera, lograría distraerse. Cuando se apeó del autobús frente a la entrada de la terminal de salidas, se sintió un poco más aliviada. Cada vez le quedaba menos tiempo para estar en casa y olvidar aquellos días. No era que guardara tan mal recuerdo de su paso por la Alsacia, pero creía que era mejor echarlos a la papelera de reciclaje particular porque no le servían de nada.

Marlene caminó con paso firme, llegó al vestíbulo del aeropuerto y buscó en las pantallas informativas el estado de su vuelo: sonrió cuando comprobó que saldría a la hora. Bien, era el momento de dirigirse hacia la zona de seguridad, no fuera a ser que después hubiera demasiada gente y le tocara esperar interminables colas. Para evitar que la entretuvieran en demasía, se había desprendido de todos los metales habidos y por haber que llevaba encima. Se dirigió a las escaleras mecánicas, ajena a que en ese momento Luc estaba cruzando las puertas de acceso al vestíbulo.

Luc se detuvo ante los paneles informativos que informaban de las llegadas y las salidas de los vuelos. A Madrid, por entonces, solo había uno. Tenía que ser el que cogería Marlene. Comprobó los números de los mostradores de facturación para ir a echar un vistazo cuando al apartar la mirada del panel, la divisó a ella en las escaleras mecánicas camino del primer piso, donde se encontraba el control de pasajeros. Si ella cruzaba el torno de lectura de billetes, él no tendría nada que hacer. Luc emprendió una frenética carrera en la que chocó con varias personas que lo increparon, alguna maleta que acabó en el suelo ante el estupor de su dueño y subió por las escaleras mecánicas a empujones apartando a las pocas personas que encontraba. Llegó arriba con el pulso acelerado, el corazón retumbando en su pecho hasta el punto en que pensó que le daría un infarto allí mismo cuando por fin logró llegar. La vio junto al torno, dispuesta a pasar su billete por el lector.

—¡Marlene! ¡Marlene! —llamó, pero ella no lo escuchó en ninguna de las dos ocasiones porque no se había desprendido de los auriculares de su teléfono móvil. La luz del torno se puso verde, y ella cruzó hacia el control policial, ajena a lo que sucedía detrás de ella. Luc se detuvo delante del torno. No podía pasar porque no tenía billete y porque la guardia de seguridad lo contemplaba con cara de pocos amigos.

—Si no va a cruzar, apártese. Entorpece el paso al resto de pasajeros. Por favor.

—¡Joder! —se maldijo por haber llegado cinco putos segundos tarde. Allí estaba ella en el momento crucial.

Luc se apartó hacia un lado y, durante un momento, permaneció noqueado, sin capacidad de reacción. No podía hacer nada porque sabía cómo actuaría el personal de seguridad del aeropuerto. No tenía ganas de que lo detuvieran. Todo su esfuerzo no había servido para nada después de todo. Ella se largaba de regreso a Madrid y no volvería a verla. Resopló abatido y se sentó en uno de los asientos que la gente empleaba para retocar sus maletas y guardar en estas todo lo posible, buscar su documentación y demás. Luc dejó la mirada perdida en el vacío con las manos unidas en alto. Resopló, recuperó las pulsaciones y, por último, se levantó y caminó de regreso al vestíbulo del aeropuerto. Tendría que regresar al hotel y proseguir con el trabajo como si nada.

Marlene echó un vistazo a su smartphone esperando el momento para embarcar. Seguía con los auriculares puestos, como si escuchar música la mantuviera abstraída de todo. Respondió a los correos que hacían referencia a sus dos encargos para los próximos días. Si los horarios se cumplían, llegaría a Madrid para comer con Esther como habían acordado. Y todo lo sucedido en esos días en Colmar quedaría atrás como un mero recuerdo que no le convendría guardar. Nunca debió acabar en esa ciudad y menos dar pie a todo lo que sucedió. Pero entonces ya le daba igual, puesto que en un par de horas regresaría la normalidad a su vida. Se prepararía para celebrar el nuevo año junto a sus amistades y punto. Las Navidades habrían acabado ya porque para ella el día de Reyes no significaba nada: la ilusión se la dejaba a los niños. Y la última noche del año era para divertirse hasta el amanecer y, al igual que lo vampiros, debía regresar a su morada.

Observó a las auxiliares comenzar a colocarse en el mostrador de la compañía junto a la puerta de embarque.

Luc se subió al coche e inició el camino de regreso al hotel con una sensación de frustración. Había llegado tarde por poco. Y, además, ella no lo había escuchado porque llevaba los auriculares puestos. ¡Joder, qué putada!, pensó golpeando el volante. Apoyó su cabeza con los ojos cerrados y resopló. ¿Por qué narices el destino ponía a aquella intrigante chica en su camino y luego se la arrebataba?, se preguntó tratando de encontrar una respuesta a ello. ¿Qué significado tenía? Creía que habían conectado y eso no podía negarlo ni la propia Marlene por mucho que saliera huyendo de él. Necesitaba una aclaración de lo sucedido por parte de ella. Y estaba dispuesto a obtenerla.

Sentada en su asiento en el avión, Marlene procuraba relajarse. Cerró los ojos para dormir un rato mientras se iniciaba el despegue y, cuando el avión ganó altura y se estabilizó en el aire, pareció sumirse en un estado de relax que no deseó abandonar hasta que aterrizara. Una parte de ella parecía mostrarse en contra de su determinación de marcharse de aquella manera, de dejarlo atrás sin aclararlo, puesto que él no se merecía ese desplante, la verdad. Sí. Aunque lo intentaba, no podía borrar de sus recuerdos a Luc ni los días pasados con él. Creía que había sido un rollo, un polvo más y que no le afectaría de aquella forma tan rara. Pero le estaba sucediendo pese a la música, a mirar por la ventanilla contemplando las nubes y a tratar de convencerse de que, en cuanto llegara a Madrid, todo habría terminado.

Desconocía el motivo, pero en algún que otro momento había conseguido tocarle un punto en el que ella sintió pavor. Sí, por eso salió corriendo la otra noche de la cama; por ese motivo había desaparecido de Colmar un día antes de regresar a casa. Sintió pánico a lo que percibió en la mirada de Luc cuando le pidió que se quedara con él.

Luc llegó al hotel y, nada más abrir la puerta, se encontró con la cara llena de expectación de Sophie. Sin embargo, su gesto cambió cuando lo vio resoplar y sacudir la cabeza.

—No hace falta que me cuentes lo que ha sucedido. Puedo hacerme una idea por el gesto que traes en tu cara —le comentó Sophie contemplando a su hermano avanzar con paso cansino hasta el mostrador y apoyar las manos sobre este mientras la miraba.

—La vi —le aseguró haciendo que Sophie abriera los ojos como platos y casi se cayera de la silla.

—¿Cómo que la viste? ¿Y entonces… qué ha sucedido? ¿Por qué no ha venido contigo? —Entornó la mirada hacia su hermano deseando conocer su explicación.

—Llegué justo cuando estaba cruzando el torno hacia la zona de seguridad. La llamé, pero no me escuchó. Llevaba puesto los auriculares del móvil —le aclaró él con un gesto de desesperación.

—Joder…

—De manera que no he tenido manera de hablar con ella.

—¿Y ahora? ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a pasar página? —Sophie entornó la mirada hacia su hermano.

—Debería hacerlo, pero… ahora mismo no puedo. No sé… No entiendo por qué ha aparecido en mi vida para luego desaparecer de esta manera. Sin decir nada ni despedirse. No es normal, Sophie.

—Pues déjame decirte que ya son dos. —Luc frunció el ceño al escuchar aquella explicación de su hermana—. No he visto a Vincent en toda la mañana. Y tan solo he recibido un mensaje que dice, cito textualmente: «Nos vemos. Despídeme de Luc».

Este se quedó pensativo durante unos segundos asimilando la manera de despedirse de su amigo.

—Bueno, ya conocemos a Vincent y que es muy dado a aparecer y desaparecer de las maneras más inesperadas. ¿Algo más?

Sophie tardó en reaccionar, puesto que seguía dándole vueltas a la despedida de Vincent. Ni siquiera la había llamado o se había pasado, ¡qué menos! Pero al parecer esa era la tónica de la gente últimamente: despedirse sin decir nada. Lo de ella con Vincent parecía tener los días contados. Cada vez que se veían y él se marchaba, ella estaba más convencida de que acabaría sucediendo. Se sentía dolida con la manera de actuar de él. Y encima no se lo podía contar a Luc porque ellos eran amigos desde niños. Estaba segura que de hacerlo la relación de amistad se vería afectada, y eso era algo que ella no pretendía que sucediera. De manera que era mejor centrarse en el trabajo y dejar a Vincent a un lado de su vida.

—No, nada más. Estaba repasando las reservas de las personas que deben irse y las que tienen que entrar de cara a esta última semana del año.

—¿Colgaremos el cartel de completo? —preguntó un esperanzado Luc.

—No. Siento decirte que no lo conseguiremos. Oye, disculpa si insisto, pero ¿has pensado en llamar a Marlene?

Luc pareció dudar al respecto de este hecho.

—No, no por ahora.

—¿Por ahora?

—Necesito unos días para digerir todo esto.

—Bien, pero no te olvides de tu ex.

Luc resopló. No había vuelto a pensar en Christine con todo aquel follón de Marlene.

—Sí, bueno. Tampoco estoy muy seguro de cuáles son sus intenciones.

—Ya, pero ¿qué te dijo el otro día? ¿Te ha aclarado el motivo de su vuelta?

—Al parecer ha regresado para ocuparse del negocio de su familia. París no ha debido ser lo que ella esperaba. —Luc apretó los labios y arqueó sus cejas con total expresividad.

—¡Anda, mira! ¿No era ella la que no quería quedarse aquí a cargo del salón de té que tiene su familia? —Sophie hizo la pregunta empleando un tono sarcástico porque no se le había olvidado que esa fue la excusa que ella puso para irse. Y la mirada de su hermano así se lo constató—. ¿Y Pierre?

—No tengo la más mínima idea de si ha venido con ella. Algo que tampoco me quita el sueño.

—Deja que te diga que si lo que pretende es volver a retomarlo contigo, ya puedes irle dando una patada en culo. Siempre puedes decirle que te gusta otra.

—Si lo dices por Marlene, lo llevo claro. Ella está en Madrid y yo aquí. Sin ni siquiera tener nada.

—¿Crees que sería la compañera perfecta para ti? —El tono de la pregunta de su hermana cambió de manera radical. Dejó a un lado las bromas y el sarcasmo mirando de manera fija a Luc.

—No podría asegurarlo del todo, Sophie. ¿Lo es Vincent para ti? —Luc lanzó la pregunta sin pensarlo dos veces y con la mirada entornada hacia su hermana, quien como él esperaba se quedó poco menos que petrificada.

Luc la había sorprendido con ese último comentario acerca de la relación que Vincent y ella mantenían. A Sophie no le pillaba de sorpresa del todo, ya que intuía que su hermano sabía algo. Era imposible si era tan buen amigo de Vincent. Se quedó mirándolo con gesto de culpabilidad. En ese momento, no tenía ni idea de qué decir. No podía rebatir la afirmación de su hermano porque era cierto y porque él no le creería si le aseguraba lo contrario.

—Dime, ¿qué piensas hacer con Vincent? Él tiene su vida en París como fotógrafo para la moda. Y tú estás aquí, en el hotel. ¿Has pensado mudarte a París?

—Lo sé. Soy consciente de la situación que atravesamos.

—¿Y? A ver, no te estoy diciendo que tomes una decisión precipitada de la que luego te puedas arrepentir —comenzó explicándole al recordar lo sucedido con Christine.

—Si piensas que va a sucederme lo mismo que a tu ex…

—No tengo ni idea de lo que habéis hablado al respecto.

—¿Qué puedo hablar con alguien que se ha largado esta mañana despidiéndose con un mensaje? —le preguntó ella cabreada por ese motivo.

—Sí, pero ambos conocemos a Vincent y sabemos que no es muy dado a las despedidas cariñosas.

—Si te estás preguntando si esto me afecta, mi respuesta es no.

—Me alegra saberlo. Es curioso que él no me haya contado nada.

—Si no lo ha hecho, es porque no quiere que vuestra amistad se vea afectada. Por eso.

—¿Por qué debería?

—Piensa que si entre nosotros las cosas no marcharan, tú…

—¿Qué? ¿Piensa que le partiría la cara? ¿Qué dejaría de hablarle? —preguntó a una Sophie sorprendida por la reacción de su hermano—. Los dos sois adultos para saber dónde os metéis y cuáles pueden ser las consecuencias de vuestros actos. No me voy a entrometer ni a decirle lo que tiene o no tiene que hacer. Y mucho menos a ti.

Hubo una pausa entre los hermanos en la que ambos parecieron asimilar la información dada y recibida, hasta que Sophie rompió el silencio.

—¿Cómo lo sabías? Él me ha asegurado que nunca te lo ha dicho.

Luc sonrió.

—Cierto. Pero solo tengo que escucharle hablar de ti. Y, que yo sepa, no tiene ninguna relación en París, aunque oportunidades imagino que no le faltan, dado el mundo en el que se mueve. Ah, y para corroborar mis sospechas, anoche os vi marcharos juntos —precisó él con un gesto de complicidad con su hermana.

—¿Cuándo? Si tú estabas…

—Charlando con Marlene, sí. Pero ello no me distrajo de veros salir del hotel. Y, a juzgar por vuestros gestos de complicidad, no me quedó duda alguna de que esa noche acabaríais juntos.

La puerta del hotel se abrió en ese momento para dar paso a una pareja que arrastraba sendas maletas. Luc se situó detrás del mostrador ante la atenta mirada de su hermana. Parecía algo tocada después de la conversación con su hermano. Sin capacidad de reacción. Entonces también lo sabía él. Lo que ni ella ni él podrían saber era en qué derivaría la cosa.

—Buenos días, tenemos una reserva.

Sophie sonrió de manera amable a la pareja mientras Luc tomaba nota de la reserva. Se giró hacia el casillero y les entregó la llave mientras este terminaba con el registro y entonces la vio sobre el mostrador, junto al teléfono. Extendió la mano con cautela y pasó los dedos por el frío cristal de la bola de nieve.

—¿Qué hace esto aquí? —preguntó cogiéndola con su mano y mirando a Sophie en busca de una respuesta que, por desgracia, él ya conocía.

—Ah, me la entregó Lauren. Estaba en la habitación de Marlene. Al parecer se la ha dejado.

Luc asintió con los labios apretados al tiempo que bajaba la mirada hacia la bola de nieve que él le había regalado. Luego, esbozó una ligera sonrisa llena de añoranza y la dejó donde la había encontrado.

* * *

Marlene permanecía abstraída contemplando las nubes por debajo del avión cuando las auxiliares de vuelo pasaron con el carrito para ofrecerle algo para picar. Ella sacudió la cabeza, por lo que desechó la invitación que le habían hecho.

—Entre tú y yo, estos bocadillos están recalentados. Y el café… —El chico sacudió la mano delante de él y arrugó el gesto de su rostro dando a entender que era mejor no pedirlo.

Marlene escuchó la voz de su compañero de vuelo. Hasta ese momento, no se había dirigido a ella.

—No tengo por costumbre tomar nada en los aviones.

—Yo tampoco. Suelo desayunar bien en el hotel antes de llegar al aeropuerto o, en su defecto, lo hago en este, aunque menudos precios.

—Bueno, se aprovechan de que no te dejan subir comida al avión porque en este te la venden. Y no es de calidad.

Marlene desvió su atención una vez más hacia la ventana. No tenía muchas ganas de mantener una conversación con aquel pasajero, la verdad. Pero al parecer él no iba a dejarla tranquila, ya que al momento sintió su aliento cerca de su cara. Se había inclinado un poco hacia ella para preguntarle.

—¿De regreso a casa?

Marlene se giró hacia él con cara de pocos amigos. Se limitó a lanzarle una mirada de «No quiero hablar. ¿Te ha quedado claro?» y asintió. Pero su compañero de asiento no parecía darse por enterado, ya que insistió como si tuviera especial interés en ella.

—¿Vives en Basilea o se trata de un viaje de placer?

Ella hizo como si no lo hubiera escuchado. No tenía ganas de hablar y menos de contarle su vida a un completo desconocido. No tenía nada contra él, solo que el horno no estaba para bollos. Y lo único que podría ganarse era una mala contestación. Que ella sacara su parte más borde y despiadada. Por eso era mejor no seguirle el rollo y responder a su pregunta, porque ella estaba segura de que después de esa vendría otra y otra. De manera que se colocó los auriculares y se dejó arrastrar por Perfect, de Ed Sheeran. Su mirada permanecía fija en el paisaje que comenzaba a vislumbrar tras las nubes más bajas. Miró el reloj de su smartphone para calcular si ya estaban en España. Le quedaba una media hora antes de aterrizar en Barajas y después al metro. Echaba de menos el trasiego de gente corriendo de aquí para allá por el metro. El bullicio del día a día. Sin duda que su breve estancia en Colmar había sido como irse a un spa relajante, solo que ella no necesitaba nada de eso. No estaba cansada ni agobiada del día a día. Y, en ese momento, lo que necesitaba con urgencia era dejarse engullir por el ambiente de una gran ciudad como Madrid. Tal vez sonara como una loca por desear ese ritmo de vida, pero era el que necesitaba.

Su compañero de viaje pareció darse cuenta, por fin, de que ella pasaba de mantener una conversación. No obstante, le lanzó un par de miradas de reojo a ver qué hacía. Tenía los ojos cerrados y la cabeza contra el respaldo, como si estuviera echando una cabezada. Marlene sonrió sarcástica. A lo mejor había sido algo brusca con la miradita que le había echado, pero la prefería a una mala contestación. De repente notó cómo el estómago se le encogía por el repentino descenso del avión. La había pillado desprevenida como a casi todo el resto del pasaje. Su mirada se cruzó con la de su compañero de vuelo. La maniobra del avión lo había despertado y entonces la miraba con los ojos abiertos como platos y una tímida sonrisa. Para suerte de ella, él no dijo nada esta vez. Solo se limitó a mover sus cejas.

Quince minutos después, el avión tomaba tierra. La gente comenzó a desabrocharse los cinturones antes de que la señal para hacerlo se apagara. Y los más inquietos empezaron a levantarse de los asientos para recoger su equipaje de cabina.

—Hay que ver la prisa que tienen algunos —comentó él.

—A lo mejor tienen que enlazar con otro vuelo. Puedo entenderlo.

—Sí, claro. Por suerte ese no es mi caso.

—Ni el mío. —De repente Marlene se dio cuenta de que le volvía a dar conversación cuando minutos antes se la había negado. Tal vez se debía a que se sentía algo culpable de este hecho, o a que una cosa era hablar de cosas banales como los aviones y sus pasajeros, y otra que le hiciera preguntas sobre ella.

La gente comenzó a desfilar hacia la puerta delantera del avión, pero Marlene tuvo que esperar a que el pasillo se despejara para poder acceder a este.

—¿Es esta tu maleta? —le preguntó él cogiendo una del compartimento al tiempo que se la mostraba.

—Sí. Gracias.

Marlene la cogió y enfiló su camino hacia la salida. Se despidió de los auxiliares de vuelo y caminó por la pasarela que la llevaría a la terminal de llegadas. Respiró cuando por fin entró en esta. Se desentendió del que había sido su compañero de vuelo al verlo hablar por el móvil. No quería que la acompañara hasta el metro y demás. De manera que lo dejó atrás sin que este se hubiera dado siquiera cuenta, porque ella se mezcló con otros pasajeros para pasar inadvertida. Caminó con paso ligero hacia la salida y luego recorrió los largos pasillos hasta llegar al metro. Por fin estaba en un hábitat, pensó resoplando y al pasar la tarjeta del metro por el lector para acceder al andén que la llevaría a casa.

Una hora y media después de haber aterrizado en Barajas, Marlene llegaba al piso que compartía con Esther. Dejaba la maleta en su habitación sin deshacerla y le mandaba un wasap a ella para quedar. Se sentó en la cama esperando la contestación de esta y aprovechó para revisar sus correos. Había respondido a las dos propuestas de trabajo que le llegaron. Las había aceptado a ambas dado que tenía tiempo entre una y otra. Los plazos de tiempo eran lo suficientemente amplios como para que pudiera cumplirlos. Dejó el smartphone sobre la mesilla y se quedó con la mirada perdida en el vacío. No quería pensar en ello. No quería que él se deslizara en su mente. ¡No! No era lo que necesitaba en ese preciso instante. No quería sentirse extraña en su propia casa, en su habitación. Ni quería tener una sensación de vacío en su estómago, que ella achacó de inmediato a no haber desayunado lo suficientemente bien. Resopló con dificultad, cogió el teléfono y decidió que se largaría a buscar a Esther. Por entonces, no podía quedarse sola en casa.

Caminó hasta la boca del metro más cercana para cogerlo y poner dirección a la Castellana, ya que imaginaba que quedarían a comer por allí cerca. Esther trabajaba en una consultoría y disponía de una hora libre más o menos. Marlene confiaba en que la compañía de su amiga, su charla y demás le sirvieran de distracción mientras comían. Aunque mucho se temía que la comida y la breve sobremesa girarían en torno a ella y su estancia en Colmar, lo que conllevaría sacar a Luc.

Marlene la esperó en la calle junto a la puerta del edificio de oficinas en el que trabajaba. La temperatura no tenía nada que ver con la de Francia. La había notado más baja cuando salió a la calle procedente de la boca del metro, pero se había hecho a ella de inmediato. Consultó de nuevo sus correos, como si estuviera esperando alguno en concreto. O una llamada, o tal vez un mensaje. Se sintió algo defraudada en su interior cuando percibió que no había señales de Luc. ¿Esperaba que él la llamara para preguntarle por qué se había marchado de aquella forma tan repentina? ¿O que tal vez le enviara un correo electrónico? No. Ni mucho menos. Esta situación la ayudaba a convencerse de que había hecho lo mejor para ella. Su salida del hotel sin avisarle, sin dejar una nota de despedida. Ni mucho menos iba a llamarlo, o a ponerse en contacto con él de alguna manera. Por eso se guardó el teléfono en el bolso y puso su mejor cara cuando vio aparecer a su amiga toda elegante con su abrigo oscuro, bolso y zapatos a juego.

—Hey, guapa. ¿Llevas mucho esperando? Es que tenía que entregar un informe antes de salir a comer, ya sabes. Todo para última hora en estos días previos a fin de año.

—No, tranquila. Llevaba poco. No te creas, que acabo de aterrizar como quien dice.

—Bueno, ¿qué tal? Espera, ¿dónde quieres que comamos?

—Tú mejor que nadie sabrás. Yo no tengo ni idea por esta zona.

—Vale, vamos aquí cerca. Así no perdemos demasiado tiempo y me pones al día —le dijo moviendo sus cejas con celeridad deseando saber qué narices había pasado con el recepcionista y con ella.

—De acuerdo, pero no te vayas a pensar que…

—No me pienso nada. Ni te daré mi opinión hasta que no me lo cuentes todo.

Minutos después, ambas permanecían sentadas a una mesa en un restaurante cercano a las oficinas donde Esther trabajaba. Y mientras esta picaba el pan a la espera del primer plato, Marlene soltaba la primera bomba.

—Le he pedido a Robert que me borre de la lista de traductores externos del Parlamento.

Esther mordisqueó el trocito de pan correspondiente y asintió.

—¿Crees que es lo mejor para ti?

—Lo creo. De lo contrario, no lo habría hecho. No me apetece seguir viéndolo. Creo que he sido bastante clara esta vez.

—Entonces…, ¿lo haces por él? ¿Para no volverlo a ver? —Había un toque de preocupación en la pregunta de Esther—. Mira que eso significa cerrarte una puerta más que interesante.

—Lo sé, pero es lo que necesito. Además, ya sabes que el trabajo, por suerte, no me falta. Es más, ya tengo dos encargos en el mail para entregarlos antes de fin de año —le informó señalando su móvil sobre la mesa.

—Ya sé que no te va a faltar el trabajo.

—Entonces, ¿por qué me lo preguntas? —Marlene enrolló los tallarines carbonara y se los llevó a la boca.

—Porque sabes que lo de Estrasburgo es una muy buena oportunidad.

—Mi felicidad es la mejor oportunidad que tengo.

—¿Y por qué narices te cogiste el avión para ir allí esta vez? ¿Por qué no le dijiste a Robert que no estabas interesada? Te habrías ahorrado una pasta y pasar unos días en Villa Noel, como tú la has calificado —le recordó con sorna moviendo sus cejas arriba y abajo.

Marlene torció el gesto mostrando su disconformidad tal vez. Porque, aunque le costara reconocerlo para no sentirlo, los días pasados en Colmar habían merecido la pena, después de todo.

—Sí, no te lo niego. Pero ya sabes que lo hice para salir de aquí y por la Navidad.

—Saliste de la sartén para caer en el fuego. No me digas que no tiene gracia.

—Ummm.

—La tiene. Pero ¿y Robert? Ese libro está cerrado entonces.

—Sin duda.

—¿Y el del recepcionista del hotel en el que te has alojado estos días? —Esther frunció sus labios y puso cara de expectación máxima.

—También lo he cerrado. —Marlene se mostró resolutiva en ese sentido. Sacudió la cabeza y encogió los hombros sin entender a qué venía aquella pregunta por parte de ella.

—Parece que lo tienes muy claro.

—Cristalino como el agua.

—¿En serio te pidió que te quedaras allí? —Esther adoptó una pose más acorde a la pregunta y a lo que Marlene podría sentir en ese momento.

Esta se limitó a asentir primero. Luego cogió aire y desvió la mirada para recomponer su semblante.

—Es una locura. O una gilipollez, como prefieras —le dijo de mala gana.

—Locura o no…

—No digas nada, por favor.

—Solo pienso que él solo pretendía conocerte. No creo que te dijera que se había enamorado de ti. O que creyera que eres la mujer de su vida —comentó Esther de manera desinteresada, buscando quitar hierro a la situación.

—No.

—Menos mal. Si un tío al que conozco de un par de días me suelta algo así, salgo por piernas de allí y no me vuelve a ver.

—Tú eres alérgica a las relaciones de más de una semana, Esther —le recordó mientras esta fruncía sus labios—. Nunca conseguirás que te lo digan por ese motivo. Los tíos te duran menos que un paquete de támpax.

Esther ladeó la cabeza emitiendo un sonido gutural.

—Pero entonces…, ¿te has largado sin más, sin decirle nada? No se te habrá ocurrido irte sin pagar…

—¿Cómo voy a hacer algo así? No, todo quedó en orden. Pero era lo mejor. Si me hubiera quedado otro día, la cosa se habría liado más. Era preferible despedirse como lo he hecho yo.

—Que sepas que eres una auténtica cabrona. —Esther la señaló con un dedo—. ¿Cómo has podido? —Dirigió toda su atención hacia su amiga a pesar de que el camarero llegó para retirarles los platos vacíos. Esther entrecerró sus ojos, sacudió la cabeza sin poder creer del todo que su amiga lo hubiera hecho.

—Pues no creo que sea para tanto. Muchos huéspedes se marchan de los hoteles antes siquiera de terminar su estancia. Una vez conocí a uno que lo hizo porque se aburría.

—Ya, pero tú tenías un ligue navideño. No podías decir que te estaba aburriendo precisamente.

—¿Cómo puedes decirlo? No estabas allí para ver lo que hacíamos —protestó Marlene irritada porque Esther pretendiera saberlo todo, incluso cómo se sentía ella en ese preciso momento.

—Casi mejor que no estuviera —ironizó esta alzando una mano, como si estuviera deteniendo algo.

—Pues es mejor así. Lo que pasó en Colmar se queda en Colmar.

—Lo has hecho porque en el fondo él te gusta. Te lo noto en la mirada, en tus gestos y en el cabreo del quince que traes. Vienes cambiada y apuesto a que ese joven recepcionista ha tenido toda la culpa.

Marlene quiso replicarle, pero o no encontró las palabras adecuadas para hacerlo, o bien no sintió las fuerzas necesarias. Fuera lo que fuera, se quedó callada contemplando el segundo plato que había pedido.

—Claro que vengo cambiada. Te acabo de decir que he dejado la bolsa de empleo externa del Parlamento. Y que he mandado a paseo a Robert. Que pretendo empezar de cero el nuevo año, para el que quedan muy pocos días.

—¿Qué piensas hacer en Nochevieja? Y no me digas que quedarte en casa como una aburrida —le advirtió Esther esgrimiendo un dedo delante de su amiga. No estaba dispuesta a que Marlene se la pasara sola y más después del bajón que tenía. Sí, porque, aunque ella no se lo confesara de una manera abierta, los días que había pasado en Francia la habían cambiado. Y todo tenía que ver con su ligue navideño.

—No lo había pensado todavía.

—En ese caso, lo haré yo por ti. Nos vamos de fiesta —le dijo de una manera directa contemplando el gesto de indiferencia en su amiga.

—Vale. Lo que tú digas.

—Algunos compañeros de la oficina han reservado una cena en un hotel con barra libre y todo eso incluido para pasarlo bien.

—Un momento. ¿Has dicho que han reservado en un hotel?

—Sí, y no tienes que preocuparte, ya que cuando me preguntaron si iría y si lo haría sola o acompañada, decidí apuntarte. De manera que ya puedes ir buscando un vestido para la ocasión.

—¿Cómo que me has apuntado a una cena de Nochevieja? ¡Sin contármelo!

—Si lo hubiera hecho, te habrías negado en rotundo. Por eso no te lo dije y ahora no te queda otra que ir —le resumió Esther con una sonrisa de oreja a oreja—. De ese modo, te quitas de la cabeza a tu recepcionista francés —le aseguró con un toque de retintín.

—Deja de recordármelo a cada momento, ¿quieres?

—De acuerdo, pero a la cena te vienes. Tenemos que salir por ahí a buscarte un vestido, ¿no?

Marlene ladeó la cabeza, frunció los labios y se encogió de hombros.

—Creo que no tengo otra solución.

—Perfecto.

—Oye, ¿tú no tienes que regresar a la oficina? Lo pregunto porque te noto muy relajada con el café y no es que yo tenga mucho que hacer, salvo ponerme con los dos encargos de traducción que me han hecho. Ni tampoco pretendo echarte.

—Sí, ahora nos vamos. Tú vete pensando en el vestido de Nochevieja.

Marlene asintió más porque su amiga dejara aparcado el tema que porque en realidad este le apasionara. Quería ir a divertirse y comenzar el año de una manera divertida, diferente y que no tuviera que ver con lo vivido en Colmar.

Acompañó a Esther de regreso a las oficinas y, tras acordar que se verían en el piso, Marlene caminó por la Castellana sin prisa ni rumbo fijo. Le apetecía pasear un poco, sumergirse en el bullicio del tráfico, ir a paso ligero para cruzar las calles, en resumen, todo aquello que no había tenido en Colmar. Levantó la mirada hacia las fachadas de los edificios y, salvo los centros comerciales, el resto no tenía luces ni árboles y mucho menos ositos de peluche colgados de las ventanas. De la decoración, se encargaba el ayuntamiento. No se imaginaba los grandes edificios de la avenida adornados de igual forma que en Colmar. Por un momento, sonrió imaginando esta estampa. Ese pensamiento la llevó a otro que tenía relación con Luc. Y, en ese momento, Marlene cerró los ojos y apretó los dientes porque no pretendía volver a pensar en él. De ninguna manera, pero su imagen y los recuerdos estaban ahí, como si lo estuviera viendo delante de ella, dispuesto a acompañarla en un paseo por los mercadillos. Gracias a Dios, en Madrid solo estaba en la Plaza Mayor, y ella no tenía la más mínima intención de acercarse por allí. Ya había tenido suficiente dosis los días pasados y eso que no tenían nada que ver estos con el de Madrid. Siguió su camino algo distraída cuando su móvil vibró en el interior de su abrigo. Marlene pensó que era Esther que se le había olvidado comentarle algo, pero el número que aparecía en pantalla le era desconocido.

—¿Diga?

—¿Marlene?

No fue una cuestión de escuchar su nombre la que hizo que se detuviera en mitad de la calle; sino más bien reconocer la voz que lo pronunciaba y que sacudió todo su cuerpo sin poder evitarlo.

—¿Luc? —preguntó humedeciéndose los labios primero y deslizó el nudo que acababa de formarse en su garganta.

—Sí, soy yo. Te sorprende escucharme, ¿eh?

—Pero… Sí, bueno… —Ella estaba aturdida por aquella inesperada llamada. Incapaz de reaccionar. Los recuerdos en torno a él la estaban acosando cuando de repente… escuchó su risa al otro lado de la línea.

—Si te estás preguntando de dónde he sacado tu número, te diré que de la ficha de alojamiento. Quédate tranquila que no la usaré más.

Marlene cerró los ojos, cogió aire y se dispuso a enfrentarse a aquella embarazosa situación porque ella estaba segura del motivo por el que la llamaba. Su corazón comenzó a latir más y más deprisa sin que pudiera relajarse.

—Eh… Vaya… ¿Qué tal todo?

—Bueno, ahora mismo esto está muy tranquilo. Ya tenemos todas las reservas para esta semana de fin de año. —Luc se detuvo un segundo, como si cogiera aire antes de proseguir—. De manera que he aprovechado para saber qué tal estabas.

Marlene esbozó una tímida sonrisa.

—Bien, acabo de comer con mi amiga y ahora estaba dando un paseo por Madrid. Me iré a casa y me pondré a trabajar en dos encargos que me han llegado.

—¿Por qué te marchaste de repente? Ni si quiera te despediste. Entiendo que te surgió algo inesperado.

Ella aguardaba esa pregunta. Inspiró hondo y reunió el valor necesario para hacerle frente a esa cuestión. No esperaba que él la llamara y se lo preguntara, pero por si ello sucedía, la había ensayado y memorizado con tiempo.

—Sí. Me llamaron para unos trabajos y decidí adelantar un día el regreso. Así podría disponer de más tiempo.

Entiendo. Lo primero es el trabajo y teniendo en cuenta que tú odias la Navidad.

Marlene escuchó la entonación irónica de la voz de Luc.

—De verdad que lo pasé muy bien los días que he pasado allí contigo…

Es algo de agradecer por tu parte. Al menos me queda el consuelo de que conseguí que no odiaras tanto esos días.

Marlene se mordisqueó el labio para evitar decir lo que en ese momento estaba pasando por su cabeza. Y que si lo hacía, se estaría condenando a sí misma y reconocería ante él lo que sentía. Era consciente de que no había respondido a su pregunta. O, al menos, no le había dado la respuesta que él estaría esperando por parte de ella. Sintió un intenso hormigueo por todo su cuerpo mientras cerraba los ojos para evocar la imagen de Luc una vez más.

«Conseguiste algo más que hacerme pasar buenos ratos».

—¿Qué vas a hacer en Nochevieja?

—Oh, bueno, Esther me ha apuntado a una cena en un hotel. Iremos con los compañeros de la oficina donde ella trabaja. En tu caso, me imagino que tendrás que currar y todo eso. Haréis una cena especial para los huéspedes, ¿verdad?

Hubo un momento de silencio en la línea. Marlene esperaba que Luc se lo confirmara o que le dijera algo más, pero parecía que le estaba costando hacerlo. Lo escuchó resoplar antes de seguir hablando.

—Sí, sí, claro. Es la costumbre. En fin no quiero entretenerte más, ya que me has dicho que tenías que trabajar.

—Sí —murmuró Marlene sin apenas fuerzas.

—Ah, por cierto, te dejaste algo olvidado. Me gustaría podértelo llevar… o enviártelo si me mandas tu dirección postal.

Marlene sabía perfectamente a lo que él se refería. La bola de nieve que le había regalado por Navidad. La había dejado en la habitación adrede. No quería llevarse con ella ningún recuerdo físico de aquellos días. No quería recordar a Luc cada vez que viera la bolita en casa. Por eso no quiso llevársela con ella.

—Sí, ya sé a qué te refieres. Con las prisas… Me he dado cuenta al deshacer la maleta. Ya lo miro y te digo.

—Claro. En fin, ahora sí te dejo. Que disfrutes del año nuevo.

—Sí, igualmente. —Marlene cortó la llamada en el mismo momento que pronunció la última sílaba y guardó su teléfono en lo más hondo del bolso, como si no quisiera que sonara más. Luego cerró los ojos y resopló un par de ocasiones antes de conseguir serenarse. Aquella llamada no solo la había alterado más de lo que ella esperaba, sino que además había removido todos sus recuerdos. ¿Por qué quería saber cómo se encontraba? ¿Qué más le daba a él? No iban a volverse a ver. De eso estaba segura porque no pretendía regresar a Villa Noel, como ella la calificaba. No le gustaban las Navidades, el consumo excesivo, la hipocresía de las personas que fingen desearte un buen año y luego te están dando por el saco durante este, el materialismo de esos días. ¿Dónde había quedado la ilusión para ella? Tal vez, sin darse cuenta, la encontró hacía días, pero entonces la había dejado atrás sin predisposición a recuperarla.

Luc se quedó escuchando el sonido de la línea cuando Marlene colgó. Resopló y dejó su mirada fija en el vacío.

—¿Cómo está? —La pregunta de Sophie lo obligó a levantar la vista hacia su hermana—. Porque estoy segura de que estabas hablando con Marlene.

Luc se limitó a asentir sin mediar palabra en un principio. Estaba aturdido por la conversación. Sabía que ella había mentido cuando le aseguraba que había tenido que marcharse un día antes por cuestiones de trabajo. Y, por otra parte, que se hubiera olvidado la bola de nieve. Algo le decía que no había querido llevársela con ella para no tener un recuerdo de su paso por allí.

—Bien.

—¿Y tú?

—No lo sé. En parte me gustaría pasar página y olvidarme de todo.

—¿Pero…? —Sophie entornó la mirada hacia su hermano sabiendo que había algo más.

—Pero no puedo porque estoy seguro de que ella mintió cuando me aseguró que se marchó por trabajo, cuando me dijo que estaba bien o que se olvidó por descuido de mi regalo por Navidad. No me creo que no sintiera nada cuando la besé, cuando la tuve desnuda en mis brazos, bajo mis manos que la acariciaron.

—¿Y? ¿Cuál es la solución?

Luc permaneció pensativo contemplando la bola de nieve que le regaló. Levantó la mirada hacia Sophie con determinación y con una sonrisa bastante reveladora acerca de cuál era su propósito.