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Capítulo Dieciséis:  Escapando de Egipto

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(Éxodo, 13-18)

¡El Mar Rojo se Separa!

Pese a su pena, el Faraón estuvo furioso cuando descubrió que los hebreos huían. Juntó un ejército de seiscientos hombres, y preparó su carro de guerra; persiguieron a los hebreos por el camino.

Moisés guió a su gente por la noche, caminaron lo más rápido que podían. Al llegar a las orillas del Mar Rojo, se detuvieron a descansar un poco. Miraron hacia Egipto, y Moisés vio las nubes de polvo; ¡los egipcios los perseguían! Todos comenzaron a llorar y quejarse... ¡No habían escapado de Egipto, solo para ser capturados y castigados!

Moisés pidió calma, pues Dios los salvaría: Dios dijo a Moisés que guiara a su gente. Él levantó el báculo hacia el mar: un viento fortísimo sopló... ¡El mar se dividía en dos! Todos avanzaron entre las murallas de aguas, el Faraón y su ejército los siguieron, acercándose cada vez más.

Cuando Moisés y su gente estuvieron a salvo, Dios advirtió a Moisés que volviera a levantar el báculo sobre el mar. Los vientos se calmaron, y el océano volvió a su estado original. El Faraón, con sus carros, su ejército, fue barrido por el agua.

Cuando los hebreos vieron todas estas cosas, se alborozaron de contento. ¡Dios los había salvado a través de Moisés, su líder! Y temieron el poder de Dios, pues era muy grande.

Moisés y su gente cantaron una canción de agradecimiento a Dios. Miriam, la hermana de Aaron, lideró a las mujeres en una danza.

“El Señor, mi fortaleza, a Él cantaré. Él es mi salvación. Él es mi salvación, y lo alabaré. El Dios de mi padre, lo ensalzaré... Los carros y ejércitos del Faraón, los ha arrojado a las aguas... Con tu amor y bondad, guías a aquellos que has salvado... El Señor reinará por siempre y para siempre.”  (Nueva Biblia Americana Estándar, Éxodo, 15:2-18)

Un Viaje de Cuarenta Años

Aunque los hebreos eran libres, aún no estaban en casa. Les esperaba un largo, duro camino, pero confiaban en Dios, y en Moisés que los guiaba. A través del desierto, se cansaron, sufrieron calor, y se sintieron más sedientos que nunca.

Después de tres días sin agua en el desierto, ¡llegaron a un oasis! Estaban muy emocionados... hasta que la probaron. Era agua amarga. Moisés oró a Dios, que le mostró un árbol, y le dijo que lo arrojara al lago. Al hacerlo, el agua se aclaró, volviéndose dulce. Todos bebieron muy felices.

Moisés los guió a continuación hasta Elim, ¡un lugar paradisíaco de doce lagos y setenta y tres palmas de dátiles! Allí bebieron, comieron y descansaron. Parecía que se hallaban en el jardín del Edén. Solo que había un problema, no podían vivir solo de dátiles.

Los hebreos ya habían terminado toda la comida que cargaron en Egipto, algunos comenzaban a descorazonarse. Por lo menos en Egipto, tenían carne, y trigo para hacer pan. Muchos se enfadaron con Moisés por llevarlos a un desierto.

Moisés permaneció valiente. Él sabía que estaba haciendo el trabajo de Dios. El camino podía ser duro, pero Dios proveería. Moisés oró a Dios, y Él le dijo que haría que lloviese pan del cielo. Sería una prueba: solo podían recoger lo que pudieran comerse en todo un día. Dios prometió que les daría carne para cenar, y, por la mañana, tendrían pan.

Esa noche, todos observaron algo así como una nube que se acercaba a ellos. Sintieron miedo, ¡pero notaron que era una parvada de codornices! Las codornices cubrieron el campo, y los hebreos pudieron tener una deliciosa cena; se fueron a la cama con el estómago lleno.

A la mañana siguiente, el suelo estaba cubierto por rocío. Al secarse, dejó unos copos blancos. Moisés les dijo que era el pan prometido por Dios, el maná. Les ordenó que recogieran cuanto maná pudieran comer ese día. Pero ellos tuvieron miedo, pues habían pasado mucha hambre por un largo tiempo.

Atemorizados, muchos recogieron más maná del que podían comer. Al día siguiente, ¡las sobras se habían llenado de gusanos! Entonces todos obedecieron, y solo recogían lo que comerían ese día; el resto del maná se derretía con el sol.

Al sexto día, las personas debieron recoger el doble de maná. Lo cocinarían todo, pero solo comerían la mitad. La otra mitad debían guardarla para celebrar el Sabbath. Debían descansar en Sabbath, sin recoger comida, para celebrar que Dios descansó al séptimo día.

Al séptimo día, los hebreos desobedecieron, disponiéndose a juntar maná. Pero este ya no estaba. Moisés se enfadó por la desobediencia a las órdenes de Dios. Por cuarenta años vagaron en el desierto, comiendo el maná que Dios proveía. Finalmente, llegaron a la tierra de Canaán.

El Final del Viaje

Cuarenta largos años en el desierto cansaron y descorazonaron a los hebreos. Nunca encontrarían un hogar, ¡mucho menos agua! Moisés llegó a temerles, pues se ponían muy mal cuando estaban sedientos.

Moisés nunca dudó de su fe. Sabía que Dios proveía. Al orar a Él, Dios le ordenó que se acercara a la montaña de Horeb, llevándose con él a los más ancianos. Allí, le ordenó que golpeara la roca al pie de la montaña con su báculo. ¡El agua brotó de la roca! La fe de todos fue restaurada al mismo tiempo que calmaron su sed.

Cuando Moisés dejó Madián, décadas atrás, su esposa Séfora y sus dos hijos se habían ido a vivir con su suegro, Jetró. Al escuchar Jetró sobre las maravillas ocurridas en Egipto, y las proezas de Dios, se fue a buscar a su nuero.

Jetró lo encontró al pie del Monte Sinaí, y mandó mensajeros para que se lo anunciaran a Moisés. Como su esposa e hijos iban también, Moisés se acercó muy feliz a recibirlos; le hizo una reverencia a su suegro, y después lo besó.

Moisés le contó todo lo ocurrido en Egipto, y los años de vagancia en el desierto. Jetró le dijo que Séfora y los chicos estaban bien; se puso muy contento al saber lo que Dios había obrado a través de Moisés. Con su fe restaurada, Jetró declaró:

“Ahora sé que el Señor es más grande que todos los dioses.” (Nueva Biblia Americana Estándar, Éxodo, 18:11)

Jetró hizo sacrificios y ofrendas a Dios. Luego invitó a Moisés, Aarón y los ancianos a una comida.

Al día siguiente, Jetró observó a Moisés solucionando todos los desacuerdos entre las personas. Al preguntarle la razón, Moisés le dijo que era porque hablaba en nombre de Dios, y solo él conocía las reglas. Jetró comentó que eso era demasiado trabajo para una persona, y lo ayudó a seleccionar representantes de entre los hebreos. Las disputas más grandes aún las solucionaba Moisés, pero los nuevos líderes y jueces ya casi podían arreglárselas solos.

Moisés estuvo agradecido con su suegro. Pero no podían quedarse con él para siempre. Se despidieron, y Moisés continuó guiando a su gente.