(Josué, 6)
Cuando los espías se fueron, Jericó fortificó sus murallas. ¡Defenderían su ciudad! Las puertas quedaron muy bien cerradas. Josué oró a Dios, buscando consejo. ¿Cómo entrarían a la ciudad?
Dios le dijo que debía dar una vuelta alrededor de la ciudad, acompañado de su ejército. Harían esto por seis días seguidos. Durante estas marchas, los sacerdotes cargarían trompetas y el Arca de la Alianza con los Diez Mandamientos. Al séptimo día, marcharían nuevamente siete veces mientras los sacerdotes sonaban las trompetas. Todos debían estar en silencio, excepto por las trompetas. Solo cuando Josué lo ordenara, gritarían.
Los seguidores de Josué pensaron que estas instrucciones eran extrañas, pero decidieron seguirlas aún si les parecían sinsentidos. Marcharon en silencio por seis días.
Al séptimo día, marcharon siete veces Mientras los sacerdotes soplaban en sus cuernos. A la séptima vuelta, Josué gritó: “¡Ahora! ¡Dios nos ha dado la ciudad!” El ejército entero gritó, los sacerdotes sonaron las trompetas... ¡Y las murallas de Jericó se desplomaron!
Josué y su ejército entraron en la ciudad. Ganaron todas las peleas y recolectaron tesoros para ofrecérselos a Dios. Rahab y su familia estuvieron a salvo, pues los ayudaron a empacar y los llevaron a un sitio seguro.
La ciudad de Jericó fue quemada hasta los cimientos. Josué maldijo a la tierra en el Nombre de Dios. Cualquier hombre que quisiera reconstruir la ciudad, lo haría con un gran esfuerzo. El nombre de Josué se volvió famoso por todas las tierras cercanas.