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Capítulo Veintitrés:  Una Voz en la Noche

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(Samuel I, 1-3)

Elcaná se casó con dos mujeres: Peniná y Ana. Peniná le dio hijos a Elcaná, pero Ana no podía. Elcaná amaba a Ana, pero Peniná era mala con ella: se burlaba de ella por su falta de hijos.

Ana, más que a nada en el mundo, deseaba un bebé. Cada año, Elcaná viajaba al templo en Siló, para orar a Dios y ofrecerle sacrificios. Elcaná ofrecía porciones de carne a Peniná y a los niños, pero Ana se quedaba muy triste, llorando tanto que apenas podía comer.

Una noche mientras Ana rezaba en el templo, Dios le prometió que daría a luz a un hijo. Lo pondría al servicio de Dios en el templo por toda su vida. Un sacerdote llamado Elí la vio rezar. Como estaba muy alterada, él pensó que seguro Ana estaba borracha. Ella explicó a Elí que estaba muy triste, y rezaba por un hijo. Elí le prometió que Dios escucharía sus plegarias.

A la mañana siguiente, la familia de Elcaná adoró a Dios por última vez antes de volver a su casa en Ramá. Pronto, ¡Ana dio a luz a un niño! Estaba muy feliz, y le puso Samuel.

Elcaná volvió a ir al templo al año siguiente, pero Ana se negó a acompañarlo. No iría de nuevo sino hasta que el niño fuera destetado.

Cuando Samuel fue lo suficientemente mayor, Ana lo llevó al templo, llevando consigo un toro joven, harina y vino. Elí no reconoció a Ana, pero ella le recordó quién era, y le presentó a su hijo Samuel. Estaba lista para cumplir con su promesa a Dios. Samuel entraría al servicio del Señor, e iniciaría como aprendiz de Elí

Aunque Ana se quedó triste al despedirse de Samuel, estaba muy agradecida de haberlo tenido, así que cantó una canción de alabanza y gracias a Dios.

“El Señor empobrece y enriquece;Él humilla, pero luego levanta.Saca del polvo al pequeño,y retira al pobre del estiércol para que se siente entre los grandes, para darle un trono de gloria.”(Nueva Biblia Americana Estándar, Samuel I, 2:7-8)

Elí estaba muy feliz de que el joven Samuel fuera a ayudarlo. Elí ya era viejo y se estaba quedando ciego. Además, Samuel era bueno, mientras que sus hijos eran muy malos pues no seguían las reglas de Dios. Cuando las personas ofrecían la carne de los sacrificios, ¡ellos se la robaban! Y hacían muchas otras cosas contra Dios y su gente: siempre iban hombres a contarle las malas acciones de sus hijos. Elí era un bueno hombre, pero no era muy valiente, así que jamás se atrevió a detenerlos de sus acciones malvadas. Como Elí no deseaba abandonar el templo, no podía controlarlos.

Cada año, cuando Elcaná y la familia visitaba el templo, saludaban con gusto a Samuel; Ana le traía una nueva túnica en las visitas, para hacerle saber lo agradecida que estaba de que fuera su hijo. Elí siempre les otorgaba una bendición a Elcaná y Ana.

“Que el Señor te dé más hijos de esta mujer, en el lugar del que ella dedicó al Señor. (Nueva Biblia Americana Estándar, Samuel I, 2:20)

¡Ana y Elcaná fueron bendecidos con cinco hijos más, tres niños y dos niñas! Peniná ya no podía burlarse más de Ana. Ana era muy feliz con su esposo e hijos, pero no se olvidaba nunca de Samuel. Lo amaba con todo su corazón, y pensaba cada día en él.

Samuel crecía para convertirse en un joven maravilloso. Dios lo favorecía, y era querido por todos los que lo conocían. Una noche, Elí y Samuel dormían a pierna suelta. Entonces, Samuel escuchó una voz que lo llamaba: “¡Samuel!”. Samuel se levantó de la cama y fue con Elí para preguntarle qué necesitaba. Elí dijo que no lo había llamado, y lo mandó a la cama. 

La voz llamó de nuevo: “¡Samuel!”. Samuel se acercó a Elí de nuevo. Elí le repitió lo mismo, extrañado. A la tercera vez que esto sucedió, Elí entendió lo que sucedía: ¡Dios quería comunicarse él!

Elí explicó a Samuel que Dios estaba hablándole; como Samuel respetaba y confiaba en Elí, creyó de inmediato en sus palabras. Si Dios lo llamaba de nuevo, Samuel debería de contestarle, y escuchar sus palabras. Dios llamó de nuevo, y Samuel hizo como Elí le dijo.

Dios dijo a Samuel que la estirpe de Elí terminaría con él. Sus hijos malvados no tendrían descendencia porque eran pecadores. Y esto también era un castigo para Elí, por no haberlos detenido en sus ofensas contra Dios.

A la mañana siguiente, Elí quiso saber el mensaje de Dios. Samuel quería mucho a Elí, y no quiso herir sus sentimientos. Elí pidió que le dijera la verdad, aunque fuera dolorosa. Samuel se lo contó todo; Elí recibió las noticias con resignación: confiaba en que Dios sabía mejor que nadie sobre lo bueno y lo malo.

Samuel creció, hasta ser conocido por todas las tierras de Israel como un profeta de Dios. A lo largo de su vida, Dios continuaría visitándolo, y hablando a través de él.