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Capítulo Veinticuatro:  El Primer Rey de Israel

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(Samuel I, 8-10)

Dios Advierte a Samuel

Israel era la tierra de los hebreos. Y ellos deseaban un rey que los gobernara. Samuel, el profeta, era conocido como el hombre más sabio entre los hebreos. Todos lo escuchaban, y venían a pedirle consejo pues Dios estaba con él. Cuando Samuel envejeció, encomendó a sus dos hijos la tarea de ser los líderes de Israel. Por desgracia, los hijos de Samuel, Joel y Abiyá, no seguían a Dios, y se parecían más a los hijos del difunto Elí: aceptaban sobornos y no eran nada justos.

Entonces, los hebreos vinieron a Samuel para pedirle un rey. Necesitaban uno porque Joel y Abiyá eran malos. Samuel oró a Dios para pedirle su consejo: Dios se enfadó con los hebreos pues, después de todo lo que Él había hecho por ellos, ¿ahora querían homenajear a un rey en su lugar? Dios advirtió de los peligros que implicaba tener un rey que los gobernara.

“Escucha todo lo que te dice este pueblo, porque no es a ti a quien rechazan, sino a Mí. Ya no quieren que reine sobre ellos. Actúan contigo, como lo han hecho siempre conmigo, desde el día que los saqué de Egipto, cuando me abandonaron y sirvieron a dioses extranjeros.” (Nueva Biblia Americana Estándar, Samuel I, 8:7-8)

Samuel les habló. Explicó que un rey lo tomaría todo para él y su familia. Un rey tomaría las mejores cosechas y los mejores animales, los mejores sirvientes, y a las más hermosas de entre sus hijas para que trabajaran en su palacio.

Ellos no lo escucharon las palabras de Dios a través de Samuel. Querían un rey para ser como los demás países; un rey que los liderara en la guerra, y les hiciera ganar muchas batallas. Dios cedió.

Le dijo a Samuel que les escogiera un rey. Pero si el rey no era justo con ellos, no debían esperar que Dios los salvara, pues Él ya los había puesto sobre aviso.

La Búsqueda de Saúl

Saúl era el hombre más alto y guapo de la tierra de Benjamín. También era bueno, justo, y todos lo querían. Solían pensar que Saúl tenía un brillante futuro por delante. Un día, los burros del padre de Saúl, Quis, se perdieron por el campo, así que Quis encargó a Saúl que fuera a buscarlos con la ayuda de un sirviente.

Saúl y su sirviente viajaron por muchas tierras en busca de los burros perdidos. Cuando llegaron a Suf, Saúl decidió que ya era hora de irse a casa. A estas alturas, Quis ya estaba más preocupado por su hijo que por los burros. El sirviente habló a Saúl sobre un hombre sabio del que había escuchado hablar. Este hombre, un profeta, les daría consejo sobre su búsqueda de los burros, y sobre el mejor camino para ir a casa.

Saúl y el sirviente fueron a la ciudad donde vivía Samuel. Les dijeron que Samuel estaba allí, pero se disponía a irse a la montaña para hablar con Dios. Tomando el consejo de las mujeres con las que habían hablado, Saúl y su servidor se apresuraron hacia la ciudad. En las puertas, de la ciudad, ¡se toparon con Samuel!

Dios les Envía un Rey

El día anterior a que Saúl y su sirviente llegaran a la ciudad, Dios le habló a Samuel. Dijo que enviaría a un hombre de Benjamín, y que ése sería el rey de Israel.

Cuando Samuel vio a Saúl, dios le dijo: “¡Ese es el futuro Rey de Israel!” Saúl se le acercó, pidiéndole instrucciones sobre cómo encontrar al profeta. Samuel le respondió que él era el profeta, y lo invitó con él a la montaña para orar y ofrecerle sacrificios al Señor. A la mañana siguiente, Saúl podría irse.

Antes de que Saúl le preguntara por los burros, Samuel se adelantó a decirle que ya habían sido encontrados, que no se preocupara más por ellos. Ahora, Samuel le tenía una tarea más importante.

Cuando Samuel llevó a Saúl a cenar, lo sentó a la cabecera de la mesa, sirviéndole una ración especial de comida. Saúl no estaba acostumbrado a que lo trataran con respeto, pues era de la tribu de Benjamín, la tribu más pequeña de Israel.

A la mañana siguiente, ambos se levantaron muy temprano al amanecer, y Samuel llevó al muchacho a las afueras de la ciudad. Cuando pasaron justo debajo del arco de las puertas, Samuel sacó un frasco de aceite y le ungió la cabeza. Luego, lo besó. Samuel explicó que Dios lo había seleccionado como el rey elegido de Su pueblo.

Dios, a través de Samuel, dio instrucciones a Saúl sobre su próximo viaje. Debía encontrarse con dos hombres en la tumba de Raquel. Esos hombres le dirían que los burros de Quis, su padre, ya estaban a salvo. Quis estaba muy preocupado por su hijo. Después de esto, debía subir a lo alto del monte Tabor, donde conocería a otros tres hombres. Uno llevaría consigo a tres niños, el otro cargaría tres hogazas de pan, y el último llevaría una botella de vino. Los hombres saludarían a Saúl, y le darían dos de las hogazas de pan.

Samuel le dijo por último que después tomara rumbo hacia la montaña de Dios. Habría filisteos reunidos allí. Conforme avanzara a la ciudad, se encontraría con un grupo de profetas tocando instrumentos y predicando la palabra de Dios. Con estos hombres, Saúl hablaría también de la palabra de Dios, y se transformaría en un hombre nuevo.

Samuel le dijo que, si todas estas cosas le sucedían en el camino, entonces era porque en verdad era el rey elegido por Dios. En siete días, Samuel acudiría a su lado para ayudarlo a gobernar.

Saúl se marchó hacia su viaje. Fue a la tumba de Raquel, el monte Tabor, y el Monte Sagrado. ¡Todo sucedió tal como Samuel predijo!

Como prometió, Samuel acudió con Saúl trascurridos los siete días. El profeta reunió a todas las personas de Israel, y les anunció que Saúl sería el rey que Dios eligió para ellos. Casi todos estaban muy contentos, pues ansiaban un rey, ¡y Dios les había otorgado uno!

Otros, sin embargo, estaban muy molestos. No pensaban que Saúl fuese lo suficientemente importante como para ser ascendido a rey de Israel. Juzgaban sus orígenes, y a su familia. Entonces, no le llevaron regalos para honrarlo. Saúl, benévolo como era, no los castigó por su insolencia.