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Capítulo Veintiséis:  La Amistad de David y Jonatán

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(Samuel I, 18-20)

La Corte del Rey Saúl

Después de la Victoria de David, el muchacho fue invitado a vivir en la corte del rey Saúl. Allí, David rápidamente se hizo amigo de Jonatán, el hijo de Saúl.  Los dos se amaban como hermanos. Siendo un príncipe, Jonatán contaba con todo lo que pudiera desear, y estaba muy feliz de poder compartirlo todo con su nuevo amigo.

Ya que había sido el hombre que venció a Goliath, Saúl lo envió muchas veces a la guerra. David era un hombre muy guapo; esta característica, junto con sus victorias en la guerra, lo volvió tremendamente popular entre las mujeres de la corte. Cuando David volvía, las mujeres bailaban, tocaban instrumentos musicales, y cantaban así:

“Saúl mató a mil,y David mató a diez mil.” (Nueva Biblia Americana Estándar, Samuel I, 18:7)

Esto hizo que el rey Saúl se pusiera celoso. ¡Él era el rey, pero David era más admirado que él! Un día, Saúl no pudo contenerse mucho más. Mientras David tocaba el arpa para él, ¡Saúl le arrojó una lanza!

Por suerte, la lanza no alcanzó a David. El rey Saúl continuó alimentando el odio en su corazón, y David sintió miedo de él. El rey no entendía por qué David era tan amado por Dios, mientras que parecía olvidarse completamente de él.

El rey puso a David al frente de un ejército de mil hombres. No lo hizo por mera bondad, sino por miedo. El rey esperaba que David se fuera a combatir lejos, y que lo mataran en batalla. Sin embargo, David no hacía más que ganar las batallas, e incrementó el amor y respeto que todos en Israel sentían por él.

El rey Saúl contempló cómo su tiro le salía por la culata. Volvió a conspirar contra David. Prometió que, si conseguía matar a mil filisteos en la batalla, se casaría con Merab, su hija mayor.  Una vez más, Saúl confió en que David perecería en la guerra.

David regresó sano y salvo una vez más. Pero el rey Saúl lo traicionó, pues le dio en matrimonio, a Adriel, a su hija Merab.

Mical, la otra hija del rey Saúl, estaba enamorada de David. Mical confesó sus sentimientos a su padre, el rey; él prometió que, si David mataba a mil filisteos más, Mical podría casarse con David.

El plan del rey fracasó de nuevo. ¡David regresó a casa tras haber matado no sólo a mil filisteos, sino a dos mil! Esta vez, Saúl mantuvo su promesa, y Mical y David se casaron. Saúl estaba furioso. ¡No solo Dios prefería a David, sino que ahora hasta su hija lo hacía también!

El rey Saúl se cansó de sus intrigas secretas, así que anunció delante de sus servidores, y de su hijo Jonatán, que ansiaba asesinar a David. Jonatán se quedó muy alterado. Amaba a su padre, pero... David era su mejor amigo: ¡eran como hermanos!

Jonatán fue a avisarle a David de lo que su padre planeaba. Juntos, elaboraron un plan. A la mañana siguiente, David se levantaría temprano para esconderse. Jonatán pasearía con su padre por los campos, para sonsacarle así más información respecto a la futura muerte de David.

Jonatán trató de razonar con su padre. Le recordó los actos de valentía que David llevara a cabo en su nombre, de lo mucho que había ayudado al reino de Israel. Las palabras de Jonatán afectaron mucho a Saúl; se sintió arrepentido de sus acciones contra David, y le prometió a su hijo que David no sufriría ningún daño. Jonatán fue entonces a comunicárselo a David.

La paz no duraba mucho aquellos días. David fue enviado de nuevo a luchar, y regresó victorioso. Esto fue demasiado para el rey Saúl. La maldad penetró en su corazón. Cuando de nuevo David le tocaba el arpa, el rey le arrojó otra lanza. Su tino falló, y David escapó.

Esa noche, Mical instó a su esposo a que huyera, pues era el único modo de salvarle su vida. Antes de irse, David colocó un envoltorio de pieles en su cama, bajo las sábanas. Cualquiera que entrara, pensaría que era David que dormía. Cuando todo estuvo listo, Mical ayudó a David a descolgarse por la ventana del palacio; la princesa sabía que los espías vigilaban las puertas de los aposentos.

El rey Saúl envió a sus espías para que le trajeran a David. Al ser engañados por las pieles, y por Mical misma, los espías regresaron a decirle al rey que David yacía en cama, muy enfermo. Cuando el rey fue a comprobarlo por sí mismo, se dio cuenta de que David lo había engañado, y montó en cólera contra Mical por haberlo ayudado a escapar.

La Huida

Después de su escape, David viajó a Ramá. Allí, conoció al profeta Samuel. David le contó todo lo sucedido con el rey Saúl. Samuel lo llevó con él a vivir, manteniéndolo oculto. Los mensajeros del rey Saúl llegaron a Ramá en tres ocasiones, exigiendo que les entregaran a David para llevárselo. Las tres veces, se fueron con las manos vacías.

El rey Saúl decidió que ya era hora. Fue él mismo a Ramá, y preguntó por Samuel y David. Finalmente, alguien le dijo que se escondían en las celdas de los sacerdotes. Viendo que el rey lo perseguía, David huyó; Saúl fingió que lo había perdonado, y envió mensajeros por todas partes, diciendo que David podía regresar a casa.

David y Jonatán pudieron encontrarse una vez más. Esta vez, Jonatán no sabía que todo era un engaño del rey. Pero en cuanto David le contó todo, Jonatán le creyó. Los dos amigos forjaron otro plan para el banquete del día siguiente.

David y Jonatán decidieron que el primero no asistiría al banquete. Si Saúl preguntaba por David, Jonatán le diría que estaba viajando a su ciudad natal de Belén. Si el rey no reaccionaba, significaba que su perdón era genuino. Si montaba en cólera, significaba que seguía planeando matarlo.

De acuerdo al plan en el banquete, el rey Saúl preguntó a Jonatán por qué David no estaba en su asiento. Jonatán respondió que su amigo había regresado a Belén. El rey Saúl explotó de furia, gritándole a su hijo que su amistad con David arruinaría su vida. Jonatán sería el siguiente en la sucesión, pero Saúl aseguró que eso no pasaría mientras David siguiera con vida.

El rey Saúl ordenó a sus siervos encontraran a David para matarlo. Jonatán exigió saber por qué su padre premiaría con la muerte a un soldado leal que solo le había servido bien. El rey Saúl, enceguecido por el odio, ¡arrojó una lanza a Jonatán, su propio hijo! Jonatán abandonó el banquete y evitó al rey por dos días: estaba demasiado enojado con él y, al mismo tiempo, la preocupación por David lo consumía. 

Jonatán se calmó, y pudo pensar con claridad. ¡Debía avisar a David! El rey había mentido, y ahora David se encontraba en un gran peligro. Los amigos acordaron verse en los campos, tres días después. Se comunicarían mediante una señal convenida.

Jonatán tomó un muchacho, un siervo, y lo llevó con él a los campos. Después, con un arco, Jonatán disparó una flecha; le dijo al muchacho que corriera a traérsela. Mientras el muchacho corría, Jonatán lo animaba a ir más lejos, y más rápido. Esta era la señal: Jonatán, al animar a su siervo a correr, quería decirle a su amigo que era peligroso si volvía, pues el rey aún quería asesinarlo.

Mientras el sirviente corría, David no pudo resistir la oportunidad para despedirse de su amigo. Se abrazaron, llorando con fuerza, y se prometieron el uno al otro que, aún si no volvían a verse nunca más, orarían siempre a Dios por el otro, y permanecerían siempre como los mejores amigos.