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Capítulo Treinta:  Naamán es Sanado

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(Reyes II, 5)

Naamán era el capitán del ejército del rey de Aram. Era muy conocido y respetado por todos. Trajo victorias a la gente de Dios. Desafortunadamente, Naamán enfermó de una espantosa enfermedad de la piel, la lepra. En aquellos tiempos, no existía una cura para la lepra, y era muy contagiosa. Las personas con lepra eran obligadas a que abandonaran sus casas, y debían vivir en los yermos salvajes con los demás leprosos.

Mientras peleaba en el ejército, Naamán trajo consigo a una jovencita de Israel para que fuera la sirvienta de su esposa; como la trataron muy bien, la jovencita esperó poder ayudar a su amo Naamán, así que le habló de un profeta de Israel. ¡El profeta podría curarlo!

Naamán le dijo al rey de Aram lo que la muchacha le comentó. El rey lo animó a que fuera a curarse, y le prometió que escribiría una carta al rey de Israel para que lo ayudara a encontrar al profeta. El rey de Aram envió plata, oro y telas preciosas como regalo.

El rey de Israel se quedó muy alterado al leer la carta. ¡La lepra no podía ser curada, el rey de Aram pedía imposibles! Temía que el rey de Aram usara esto como excusa para iniciar una guerra con Israel.

Cuando escuchó de la reacción del rey, el profeta Eliseo fue a tranquilizarlo. Pidió permiso para visitar a Naamán cuando arribara a Israel. Creía que podría curarlo, y el rey estuvo de acuerdo: lo mejor que podrían hacer, era prevenir una guerra.

Cuando Naamán llegó a Israel, se dirigió a la casa de Eliseo. En lugar de recibirlo, Eliseo le mandó decir con un mensajero: “Ve al río Jordán, y báñate siete veces. Esto curará tu lepra.”

Naamán se retiró, enojadísimo. ¿Había viajado tanto, para que le dijeran que se bañara? ¡Él no era un hombre sucio! Se lavaba más de siete veces diarias desde que se enfermó. ¿Por qué el agua de Israel sería diferente a la de su propio país?

Los sirvientes lo hicieron entrar en razón. Si Eliseo le hubiera dado una tarea complicada, seguramente no se quejaría, ¿cierto? La aceptaría sin más. No pasaba nada con probar el método del profeta. A fin de cuentas, ¡ya estaba en Israel!

Naamán sabía que ellos tenían razón, solo que había esperado una ceremonia más solemne, con sacrificios y oraciones. Un buen baño no hacía mal a nadie, Cuando Naamán salió del río Jordán después de bañarse por última vez... ¡Su piel había sanando, estaba curado!