“Y Jesús les dijo: ‘Llenen con agua las tinajas.’ Así lo hicieron ellos. Jesús les dijo entonces: ‘Tomen un poco, y llévenselo al jefe de meseros.’ Y así lo hicieron. Cuando el jefe de meseros probó el agua, ésta se había convertido en vino.” (Juan 2:7-9)
Cuando Jesús tuvo listo a su equipo, se fue a predicar en todas las sinagogas judías de Galilea. En la sinagoga de Nazareth, su pueblo, fue su turno para leer las Escrituras. Se acostumbraba que cada hombre tomara un turno, cada semana, para leerlas.
Jesús leyó, del rollo de Isaías:
El espíritu del Señor ha descendido sobre mí
Porque el Señor me ha ungido
Para darles las Buenas Nuevas a los afligidos;
Me ha enviado para sanar a los descorazonados,
Para proclamar la liberación de los cautivos
Y darles la libertad a los presos;
Para proclamar que este, es el año del Señor. (Isaías 61:1-2)
Esta declaración de la profecía de Isaías resumía bien lo que sería el ministerio de Jesús. Jesús se detuvo antes del final del verso, que decía “Y el día de la Venganza de nuestro Dios”, pues ese día aún estaba por llegar.
Un día, Jesús y su madre fueron invitados a unas fiestas nupciales en el pueblo vecino de Caná. Las bodas eran largas y alegres fiestas, pues transcurrían a lo largo de varios días, ¡e incluían vino y comida a montones!
En algún punto de la fiesta, María se acercó a su hijo Jesús para decirle que los novios se habían quedado sin vino. Jesús le respondió a su madre que no era su responsabilidad conseguirles más vino a los novios, pues no era su boda, pero que, sin embargo, arreglaría el problema. María regresó con los meseros, apuntó a su hijo, y les dijo: “Hagan todo lo que él les diga.”
Entonces, Jesús se acercó a los siervos; les ordenó que consiguieran las seis tinajas más grandes de barro que pudieran encontrar, y que las llenaran hasta el borde con agua. Jesús se dirigió a su Padre y, cuando Él le dijo que era la hora, Jesús dijo a uno de los meseros, que llenara una taza con el agua, y se la diera a probar al padre de la novia. El sirviente hizo lo ordenado, y el padre de la novia probó el agua, que se había convertido en el más delicioso vino. Nadie, exceptuando a los meseros, sabía que las tinajas solo habían contenido agua, y no vino.
El padre de la novia mandó llamar al novio, su nuevo nuero, y le dijo a la multitud que creía habían estado bebiendo el vino más malo, ¡pero ahora era el turno del mejor vino! Él no lo sabía, pero el padre de la novia estaba refiriéndose a Jesús, el mejor vino que podría haber en la habitación. Este milagro de Jesús, fue el primero que Él llevó a cabo en su ministerio.