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Capítulo Diecinueve:  El Hijo Pródigo

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“Y él dijo: ‘Hijo mío, tú siempre has estado conmigo, y lo que es mío, es tuyo también. Pero ahora debemos celebrar que tu hermano estaba muerto, y ha vuelto a la vida. Estaba perdido, y ha sido encontrado.’.” (Lucas 15:31-32)

Jesús también les contó otra historia. Comenzaba así:

Un hombre tenía dos hijos. El menor le pidió su parte de la herencia. El hombre, entonces, dividió su dinero en dos partes, y le dio una a su hijo menor. El hijo ensilló su caballo y se marchó lejos, muy lejos, a otro país. Lejos de su familia y amigos, el chico pensó que por fin podría hacer todo lo que siempre había querido, y que nada ni nadie lo detendría. Gastó todo su dinero en fiestas, comida costosa, y joyas para sus novias. Cuando se quedó sin nada, se vio obligado a tomar un trabajo como cuidador de cerdos. No tenía nada, y se alimentaba de las sobras que los cerdos desechaban. Ahora, para los judíos, los cerdos eran animales sucios, por lo que no tenían permitido comer carne de cerdo, o siquiera estar cerca de uno.

El hijo se enojó mucho consigo mismo, y se dijo: “en casa de mi padre, yo era rico y feliz. Y ahora estoy cuidando cerdos, y comiendo sus sobras.” Entonces, el muchacho viajó de regreso a su país. Llorando, llegó a la casa de su padre, y le dijo: “Lo siento mucho, padre mío. Gasté todo el dinero, y ahora no merezco ser llamado hijo tuyo. Por favor, permíteme permanecer aquí como uno de tus sirvientes.”

¡Pero el padre estaba muy feliz de ver de nuevo al hijo que creía perdido para siempre! Así que ordenó a los sirvientes que prepararan un gran festín. El hermano mayor, al escuchar todo el ruido, fue a ver qué pasaba; que se enojó muchísimo, es decir muy poco. Fue a ver al padre, y se quejó: “¡Yo siempre he estado aquí para ti, y he hecho todo lo que has querido! ¡ Y ahora él va, gasta todo tu dinero, vuelve con la cola entre las patas, ¿y tú le haces una fiesta!? ¡No es justo!”

El padre abrazó a su hijo mayor. Le dijo que estaba muy feliz, y agradecido de que siempre hubiera estado allí. Pero, también estaba muy feliz porque su otro hijo, aquel que pensaba estaba perdido para siempre, se había salvado.

La Salvación es la clave para que entiendas mejor las parábolas de la Oveja Perdida, La Moneda Perdida, y el Hijo Pródigo. Dios se siente igual de feliz cuando nosotros volvemos a Él.

Los problemas comenzaban a surgir por todos lados. El rey Herodes, hijo del rey Herodes que quiso matar a Jesús cuando era un bebé, gobernaba en ese momento en Israel. Y el rey comenzó a preocuparse por todas las personas que seguían a Juan el Bautista. De hecho, Herodes admiraba mucho a Juan, y ponía en práctica sus enseñanzas, pues sabía que Juan era un profeta de Dios, que proclamaba con mucha fuerza y seguridad los mandatos del Señor.

En este punto, muchas personas en Galilea comenzaron a hablar mal de Jesús. Estaban muy impresionados por sus milagros, pero se preguntaban: “Este Jesús, ¿qué no es hijo de José el Carpintero? Conocemos a la familia, y no son nada especiales. Conocemos a sus hermanos y hermanas, y son justo como nosotros.” Jesús, cuando escuchó estas palabras, solo respondió “Uno no es profeta en su tierra.”

Esta es una muy buena lección, ¿sabes? Si tú cambias para volverte una persona de Dios, tus viejos amigos, incluso tu familia, podrían rechazarte. Porque ellos te conocieron antes de que aceptaras a Dios en tu corazón. Y lo mismo le pasó a Jesús: no podía hacer su ministerio en una tierra que lo vio crecer, porque no lo tomarían en serio.