image
image
image

Capítulo Veintiséis:  La Pasión de Cristo

image

“Formaron una corona con espinas, y la pusieron en su cabeza. Después, le dieron un carrizo para su mano derecha; se inclinaban delante de Él, diciendo: ‘¡Salve, Rey de los Judíos!’ Le escupían, y le arrebataron el carrizo, para golpearlo con él.” (Mateo 27:29-30)

Judas el traidor, después de la cena, había ido a reunirse con los sacerdotes en el templo, y les dijo que identificaría a Jesús, cuando vinieran a arrestarlo, con un beso en la mejilla.

A media noche, Jesús despertó pues Judas venía por el camino, acompañado de los sacerdotes, y de soldados armados con espadas y palos con clavos. Judas se acercó a Jesús, y lo besó en la mejilla. De inmediato, los soldados arrestaron a Jesús. Pedro sacó su espada y le cortó la oreja a uno de los soldados. Pero Jesús curó al soldado, y les dijo a sus apóstoles que había llegado la hora; si Dios quisiera salvarlo, ya habría mandado a una horda de ángeles.

Los soldados tomaron a Jesús, y lo llevaron frente a uno de los más respetados sacerdotes, llamado Anás, que ordenó que llevaran al prisionero a su nuero, el sumo sacerdote Caifás. Caifás preguntó a Jesús sobre el tipo de cosas que enseñaba, y Él respondió que enseñaba sobre las cosas de Dios y el Cielo; puesto que todos lo habían escuchado y nunca iba en secreto, se preguntaba por qué Caifás le hacía una pregunta tan obvia.

Uno de los soldados abofeteó a Jesús por contestarle al sumo sacerdote, y después le vendó los ojos. Todos se burlaron de Él. Caifás ordenó que se lo llevaran al consejo de los fariseos.

El Sanedrín, conocido también como la Sala de Cantera, se encontraba en la esquina suroeste del Templo. Allí, los hombres más versados sobre la ley de Moisés, se reunían a tomar las decisiones sobre el destino de los blasfemos. Pasaba de la medianoche, y todos los miembros del Sanedrín fueron mandados a llamar desde sus casas.

Ellos interrogaron a Jesús, tratando de encontrar una excusa para mandarlo ejecutar. Los testigos dijeron que todo lo que Jesús hacía, honraba a dios. Por fin, dos hombres declararon que Jesús había amenazado con destruir al templo, que había dicho que era el Mesías, el hijo de dios, y que resucitaría a los tres días. El Sanedrín declaró culpable de blasfemia a Jesús, y lo sentenciaron a morir. Pero como Caifás no quería ser el responsable directo, lo envió con el gobernador romano de Judea.

El palacio de Justicia en Jerusalén, era en donde vivía el gobernador romano. Ya amanecía. Como los judíos ya no podían tener contacto con los gentiles pues era la Pascua, mandaron llamar al gobernador, Poncio Pilato. Le dijeron a Pilato que Jesús era un criminal, pero como el Sanedrín no podía ejecutar a nadie, necesitaban que Pilato lo hiciera.

Pilato se llevó a Jesús para interrogarlo: “¿Eres tú el Rey de los Judíos?” Jesús replicó que era un rey, pero no de este tiempo ni de esta tierra. Pilato decidió que Jesús no era culpable, y así se lo comunicó al Sanedrín. Los judíos estaban muy enojados, pero Pilato, al escuchar que Jesús solía enseñar en la zona de Galilea, fue a informarse con el rey Herodes.

Herodes estaba feliz de ver a Jesús, pues había escuchado cosas maravillosas sobre él, y esperaba que hiciera algunos milagros. Pero Jesús se negó, y Pilatos, muy enojado, regresó a Jesús.

Era una tradición judía, el soltar a uno o dos prisioneros antes de la Pascua; votaban por cuál sería liberado. Pilato quiso liberar a Jesús, pues era un hombre inocente, pero las reglas judiciales no se lo permitían. Así que tomó a un asesino muy malo, llamado Barrabás, y preguntó a la multitud a cuál de los dos prisioneros debía perdonar. Pilatos se imaginaba que Barrabás, siendo tan malo, no le caía bien a nadie, así que no pedirían por su perdón. Sin embargo, los sacerdotes habían pagado con oro a muchas personas, que comenzaron a gritarle que soltara a Barrabás. Poncio Pilatos se lavó las manos, declarando que la muerte de Jesús recaería únicamente sobre los judíos.

Los soldados se llevaron a Jesús. Lo despojaron de sus ropas, y le pusieron en su lugar una túnica roja del gobernador. Uno de los soldados formó con espinas una corona; al ponerla de cierta forma en la cabeza de Jesús, las espinas lo lastimaron. Jesús nunca se quejó.

Luego, le dieron un palo grueso; los soldados se inclinaban ante Él, burlándose a gritos: “¡Salve, Rey de los Judíos!” Lo escupían también a la cara, y le daban puñetazos en la nariz. Luego tomaron un látigo, que tenía en las puntas unos filos muy peligrosos de metal. Jesús quedó muy maltrecho luego de los latigazos; estaba tan lastimado, que apenas si seguía pareciendo un ser humano.

Pilatos volvió a sacarlo al patio de afuera, frente a los sacerdotes, con la esperanza de que se apiadaran de él. Pero ellos dijeron: “¡Crucifícalo!” Pilatos le dijo a la multitud: “Aquí está su rey.” Todos respondieron: “¡El César es nuestro único rey, a ese crucifícalo!” Pilato, negando con la cabeza, hizo una seña y los soldados se acercaron a llevarse a Jesús, pues lo prepararían para la crucifixión.

Jesús soportó orgulloso su martirio; el más grande que ningún hombre ha soportado jamás. Pasó por todo ese sufrimiento para desterrar a la maldad del mundo que nos apresaba. Es por eso que ahora podemos nosotros estar con Dios, sabiendo que Él siempre nos acompaña.