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Capítulo Treinta y Uno: El Espíritu Santo

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“Cuando llegó el día de Pentecostés, se encontraban reunidos. Y, de pronto, vino del cielo un ruido como de un viento violento, y llenó toda la casa. Y aparecieron lenguas de fuego sobre sus cabezas. Y quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresasen.” (Hechos 2:1-4)9

Esa semana, era una semana especial. Se celebraba otra de las festividades judías especiales, donde todos acudían al templo, llamada Pentecostés, o el Banquete de las Primeras Frutas. Se celebraba cincuenta días después de Pascua, durante los días de los primeros cultivos maduros. Desde que Jesús fue el Cordero, ellos celebrarían los Primeros Frutos del Espíritu Santo.

Los apóstoles se quedaron en la misma habitación donde se les había aparecido Jesús. María fue a visitarlos, y comentaron sobre todos los acontecimientos pasados con Jesús.

Los apóstoles, durante su estadía en Jerusalén, decidieron que necesitaban un nuevo compañero para llenar la posición de Judas como uno de los líderes del grupo de los Doce. Judas se suicidó lanzándose sobre una espada, pues quedó devastado al darse cuenta de que había, en verdad, traicionado a su Maestro; fue enterrado en un cementerio pagado por las mismas 30 monedas que obtuvo por traicionar a Jesús.

Los apóstoles, de entre todos los fieles más devotos, escogieron a dos de los más comprometidos: Matías y José. La muchedumbre votó, y Matías se volvió el nuevo apóstol.

La ciudad de Jerusalén estaba repleta de gente que venía por Pentecostés, y no cabía ni un alfiler más en los patios exteriores; los apóstoles iban todos juntos para honrar los ritos de acuerdo a la ley de Moisés. En cuanto encontraron lugar, se sentaron en un círculo al suelo. Vino entonces un sonido de vendaval y unas doce lenguas como de fuego aparecieron encima de las cabezas de los apóstoles.

Ellos supieron que era el signo de Dios sobre el que Jesús les hablara. Ellos tomaron un hondo aliento, y comenzaron a hablar en otros idiomas. Unos hablaban las lenguas terrenales, otros las de los ángeles; los lenguajes iban cambiando, y entonces todos los visitantes pudieron escuchar a los doce apóstoles alabando a Dios en sus propias lenguas.

Habían partos, medos, persas, egipcios, libios, cretenses, árabes y muchos otros más; todos ellos escucharon, en su propio lenguaje, de la boca de los galileos, las maravillas de Dios. ¡Fue increíble!

Algunos dijeron que los apóstoles estaban borrachos. Pedro, al escucharlos, se levantó y proclamó con voz potente: “Hombres de Jerusalén, Judea y todo el mundo, ¡no se sorprendan! Apenas es mediodía, no podemos estar borrachos. Esto es lo que se había profetizado cientos de años atrás por el profeta Joel; ¡Dios derramará su Espíritu Santo sobre aquel que crea en su Hijo, el Salvador Resucitado!